19 de abril de 2009

Impresionistas en el Musée d'Orsay

P1120030Hoy en día no sólo están aceptados como movimiento artístico sino que son valorados y llegan al público (no como el arte más contemporáneo, que por no llegar no creo que ni comience a caminar). Y gustan. No sólo en las subastas o en medios especializados.

Gustan a la gente. Transmiten, interesan, acercan el arte a los que no les importa o les resulta indiferente.

No siempre fue así. Cuando Renoir presentó en sociedad algunas de sus obras recibió críticas feroces y violentas. "Amasijo de carne en descomposición" denominaron a un precioso torso de mujer desnudo. Qué no dirían del Baile en el Moulin de la Gallette de 1876 que se muestra de forma tan espectacular en el Museo d'Orsay (junto al torso femenino antes mencionado).

Todo comenzó a principios de la década de 1860 en París, en el estudio del pintor Charles Gleyre, que se convirtió en el lugar de encuentro de una serie de jóvenes pintores que iban a marcar un antes y un después en el mundo de la pintura. Primero se inscribió Auguste Renoir en 1861. Claude Monet, Alfred Sisley y Frédéric Bazille (que murió muy joven en la guerra)se le unieron en poco tiempo, todos ellos interesados en la corriente realista. La amistad que mantuvieron durante su vida comenzó en este momento. P1110992Bazille conoció en 1863 a Cezanne y éste les presentó a Pissarro, formando un grupo con intereses artísticos comunes.

Desde el primer momento, su intención fue plasmar en sus lienzos las variaciones que la luz provocaba en los objetos (Renoir prefería a las personas). La luminosidad con la que contaban sus obras era sorprendente, como lo fue el revés que se llevaron al presentar sus cuadros en sociedad.

La urraca (1869), de Monet, es prodigioso. Resplandeciente de luz, con una gama de blancos variada y con una escondida urraca como motivo escondido de la obra, este cuadro no fue aceptado en el Salón del Arte de aquel año, como tampoco lo venían siendo las obras de Renoir, Cezanne o Manet.

P1110981 Manet es el pintor de pintores de esta época. El Louvre guarda sus cuadros previos a su implicación en la nueva corriente artística que protagonizaron Renoir y compañía. Con Olimpia (1863) rompió moldes.

Sólo Emile Zola le supo defender (le dedicó un curioso retrato, agradecido). Olimpia es una prostituta que posa como la Venus de Urbino de Tiziano, pero con más brutalidad, con un contraste inusual que separa la línea del arte clásico que hasta entonces ha realizado.

El Musée d'Orsay guarda un buen número de obras de Édouard Manet. Las salas a él dedicadas (y las que te encuentras en otras colecciones y en pasillos varios) son algunas de las más conmovedoras. Precisamente, acompañando a Olimpia está El Pífano (de 1866, que pedazo de homenaje al Pablo de Valladolid de Velázquez) o El Balcón (de 1869, otro homenaje, esta vez a Goya).

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En la planta superior espera el retrato de Berthe Morisot. En realidad, ella estaba ya apoyada en el balcón de verdes enrejados. Morisot era su cuñada y la volvió a pintar en sucesivas ocasiones. El retrato de 1872 con el casi invisible ramo de violetas transmite encanto, pasión... "poema retratado" lo denominó Paul Valéry.A partir del retrato de Morisot, Manet comienza a experimentar como Monet y Renoir.

P1120025Pero Berthe Morisot era mucho más que una modelo inteligente. Era una pintora sensible, discípula de Manet, especializada en la pintura al aire libre pero también en retratos e interiores. La cuna, Joven con vestido de baile o La hortensia (más abajo) son las obras más conocidas de esta mujer asombrosa.

Volviendo a finales de la década de 1860, Manet se erige en líder de los artistas mientras los demás van recibiendo algunos encargos que les sirven para superar su penosa situación económica, tal y como escribió Renoir: "No comemos todos los días, pero aún así estoy de buen humor. (...) Monet nos invitaba de vez en cuando a comer. Y entonces nos atiborrábamos de pavo mechado, para el que había vino de Chambertin". Monet y Renoir utilizarán como modelo, en el verano de 1869, un cabaret flotante en la isla de la Grenouillère tomado directamente del natural, interesándose por el cambio de tonalidades en los objetos según la luz incida en ellos o por las atmósferas creadas por el aire alrededor de esos objetos.

P1120020Estaba surgiendo el impresionismo. Un cambio de aires en el jurado del Salón de París permitió que en los últimos años de esta década los jóvenes creadores mostraran sus obras en la exposición oficial. Pero en julio de 1870 estalla la Guerra Franco-Prusiana y todos los artistas, en edad militar, son llamados a filas. Monet y Pisarro abandonaron Francia para irse a Londres, Bazille murió, Manet se quedó en París, Cézanne se retiró y Renoir fue destinado al 10º regimiento de Cazadores.

Las consecuencias de la derrota de Napoleón III ante Alemania afectarán también al campo del arte ya que el nuevo jurado del Salón rechazaría sistemáticamente toda innovación, no dudando en criticar e incluso ridiculizar las obras de este grupo de artistas. Su situación económica era cada vez peor, por lo que en 1873 fundaron una asociación de artistas encaminada a exponer sus trabajos al margen de las instituciones oficiales. El marchante Durand-Ruel,se interesó por sus obras y compró sus lienzos, aun a riesgo de perder dinero.

P1120024 La primera exposición de este grupo se celebró entre el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874, exhibiendo sus trabajos un total de 30 artistas entre los que encontramos a Boudin, Pissarro, Guillaumin, Cézanne, Monet, Gautier, Sisley, Renoir, Morisot y Bracquemont.

Manet siempre se negó a participar en estos Salones alternativos; otros se unieron después, como el artista y mecenas Gustave Caillebotte, cuyos Cepilladores de parquet de 1875 llamó poderosamente la atención.

Acudieron unos 3.500 visitantes que, en su mayoría, se rieron de lo allí expuesto. Louis Leroy, el crítico de la revista "Chirivari" aludió peyorativamente a los miembros del grupo llamándoles impresionistas, tomando el título de un cuadro de Monet (Impresión, amanecer) para hacer una irónica burla de la muestra, pero el nombre gustó a los miembros del grupo que desde ese momento se denominaron así.

Al año siguiente los impresionistas volvieron a realizar su segunda exposición, esta vez en la galería de Durand- Ruel. Renoir acudió con quince cuadros, entre otros Torso desnudo al sol. El crítico Albert Wolff escribió en "Le Fígaro": "Cinco o seis locos se han encontrado aquí, obcecados por su aspiración de exponer sus obras. Mucha gente se desternilla de risa por estas chapuzas" catalogando el Torso Desnudo de Renoir como un "amasijo de carnes en descomposición".

P1120042La respuesta del pintor ante tan graves críticas será realizar su obra maestra: El Baile en Le Moulin de la Galette (arriba, al principio) presentada en la tercera muestra impresionista, celebrada en 1877  y cuyas ventas fueron escasas.

El merendero al pie de Montmartre sirvió de modelo: los personajes están salpicados de manchas oscuras y claras, el sol vibrante o su sombra hacen mella en sus vestidos y en su piel. La obra confundió a la crítica por la imprecisión de los contornos y la vibración de los colores.

En la década de 1870 Monet se instaló en Argenteuil y todos, incluso Manet se reunieron con él allí. Renoir, Sisley, Caillebotte y Monet pintaron juntos, aunque cada uno con su estilo.

Monet se entregó al cielo y el agua, a los reflejos y efectos fugaces de la luz. Regatas de Argenteuil de 1872, cuadro que dejó en esbozo por voluntad propia, hace sentir el reflejo luminoso del agua, con una imagen doble, de pincelada corta, que permite ver la realidad y su reflejo.

P1120009 Éstas son las historias que se cuentan en el Musée d'Orsay, la espléndida Estación de Tren convertida en Museo del Impresionismo y visita obligada en París para todos aquellos a los que les guste el arte.

La idea es fascinante. En los años 70-80 se decidió no deshacerse de este edificio histórico (que en su momento supuso una aportación significativa al paisaje de la ciudad frente al Sena, pero que en los años 80 era tildado de feo y querían derribarla) y convertirlo en un museo que, inaugurado en 1986, ya ha recibido a cincuenta millones de visitantes.

P1120057 Además de los artistas que ya se han mencionado, la lista incluye también a Degás, Pissarro, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Signac, Seurat...

Las bailarinas de Degás se miran en el reflejo de las manzanas y naranjas de Cézanne, El Ángelus y Las espigadoras de Millet crean el ambiente necesario para quedar hechizados y poder admirar a La madre del artista de Whistler.

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La siesta de Van Gogh acompaña a otras obras conocidas del pintor de la oreja cortada y comparte museo con los preciosos paisajes de Pissarro.

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El caso es que perderse por los luminosos pasillos del Musée d'Orsay es garantía de encontrar aquellas obras que siempre conociste y descubrir otras que, seguro, te dejarían impresionado, valga el chiste malo.

Por cierto, respecto a la historia de los impresionistas, Renoir volvió a París en 1919 para contemplar como una de sus obras estaba expuesta junto a Las bodas de Canáa del Veronés.

11 de abril de 2009

La Île de la Cité y el París Medieval

P1120152El París Medieval se concentra en una pequeña isla rodeada por brazos del Sena, la llamada Île de la Cité.

En muy pocos metros cuadrados se dan cita la más famosa de las catedrales medievales, la capilla con las vidrieras más bellas de París, la antigua Cárcel y un buen número de edificios históricos que comparten espacio con numerosos mercadillos de flores, lo que la convierte en un lugar único para pasear.

Además, el Barrio Latino comienza al cruzar sus puentes hacia el Sur y allí turistas y parisinos encuentran algunas de las calles más encantadoras de la Ciudad de la Luz. Y también está allí el Museo Cluny, el Museo de la Edad Media, perfecto para terminar la ruta iniciada en la Catedral de Nuestra Señora, la que Víctor Hugo inmortalizó con su Jorobado.

Hay teorías que dicen que la antigua tribu celta de los parissi habitaba aquí; ellos le dieron nombre a la ciudad. Enfrente de la Catedral de Notre Dame se puede acceder al pasado de la Île de la Cité: se encuentra aquí la cripta de Notre Dame, en la que se pueden observar no sin cierta dificultad, los restos más antiguos de París.

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Restos galo-romanos, medievales e incluso de edificios desaparecidos en el siglo XIX (como el Hospicio des Enfants-Trouvés). De todo hay en esta cripta, sorprendente tanto por su tamaño como por su localización, bajo la mismísima plaza de la Catedral.

Dificultad por hallar muchas de las cosas que, de acuerdo con las indicaciones, están ahí. Entre los restos romanos, además de algún hipocausto de antiguas termas y de evidencias de casas del alto imperio, destacan los restos de un muro defensivo del siglo IV d. C con grandes bloques de sillares fáciles de localizar.

De la Edad Media se han localizado restos que han sido interpretados como de la desaparecida basílica de Saint-Etienne. De acuerdo con la historia, Clovis, rey de los francos ( 482-511) estableció París como capital de su reino y su hijo, Childebert 1º ( 511 - 588 ) inició la construcción de una gran Iglesia Catedral, la de de San Etienne, cuyos restos se pueden observar en la cripta, mezclados con muros romanos y calles del XIX.

DSCN0821 En el siglo XII, el obispo de París, Mauricio de Sully, quiso erigir la iglesia más grande de la cristiandad derribando la catedral merovingia de Santa Etienne. El papa Alejandro III estuvo presente un domingo de julio de 1163 para la colocación de la primera piedra de la que sería la Catedral de Notre Dame. Eran tiempos de bonanza, se concedieron importantes sumas de dinero por parte de reyes... En 1182 Mauricio de Sully ya pudo celebrar la primera misa en el recién consagrado Altar Mayor.

Se trazó entonces una vía, la nueva calle de Notre Dame, que conducía a la explanada de la iglesia y en cuyo subsuelo está la cripta. La fachada de Nuestra Señora es muy bonita. En el nivel inferior se encuentran las tres portadas del templo dedicadas a la Virgen, al Juicio Universal y a San Esteban (Saint Etienne, no le iban a dejar sin nada). Sobre ellos está la Galería de Reyes, el Rosetón y el balcón de la Virgen. Dos torres coronan la fachada, de 69 metros cada una.

La Galería de Reyes de Israel y Judea fueron destruidos, junto con casi todo lo demás en la revolución francesa de 1759. La verdad es que al cabo de los siglos, Notre Dame había dejado poco a poco de ser el centro de poder que antaño fue. De la inmolación de Jacques de Molay, último Gran Maestre de los templarios a la coronación de Napoleón en 1804 el edificio sufrió modificaciones y penosas mutilaciones. En la revolución se convirtió en un Templo Laico a la diosa Razón y con un culto dedicado al Ser Supremo.

P1110432 Los reyes fueron descabezados, como poco antes les había sucedido en realidad a María Antonieta y a Luis XVI. En 1977 un hecho fortuito permitió recuperar un buen número de esas cabezas con corona, a quienes los revolucionarios tomaron por reyes de Francia. Ahora se exponen en el Museo Cluny, otra razón más para acercarse a verlo.

En 1831 Víctor Hugo publicó "Nuestra Señora de París" y todo cambió. No tanto por el pobre Quasimodo, sino más bien por el movimiento por la recuperación de la vetusta catedral, encargándose la restauración a un arquitecto visionario, Viollet-Le-Duc, quien imaginó la Edad Media como un mundo de brujería y misticismo, de encanto y superstición. Restauró la fachada, las vidrieras, los rosetones. Rehízo la galería de reyes, construyó una enorme aguja central a la que tratan de acceder los apóstoles (se incluyó a sí mismo entre ellos, observando su obra, para divisar desde su base la punta de la aguja donde se guardan reliquias como parte de la corona de Cristo). Pero sobre todo (parece mentira) creó la Galería de las Quimeras.

P1110333 La Galería de las Gárgolas, monstruos, vampiros, seres ideales e idealizados que recorren la Galería que une las dos torres. La estereotipada y romántica recreación de la Edad Media que Viollet-Le-Duc realizó (y de la que las gárgolas son el mejor ejemplo) no encontró demasiados partidarios pero hay que admitir que la enorme cola de gente que espera a subir los muchos escalones que llevan a las Torres lo hacen por las quimeras y por las espléndidas vistas de París.

Además, la imagen de las gárgolas se repite en postales, camisetas y recuerdos de la ciudad.  P1110351 De acuerdo, no son lo que uno desearía encontrar en una Catedral medieval, pero son tan llamativas, tan sorprendentes que merece la pena el ascenso sólo para poder fotografiarlas (aunque sea a través de la malla que protege de caídas como la de la madre de Amèlie).

También para ver la gran campana Emmanuel de la Torre Sur, de 1680, claro, la única campana casi original que queda de las 20 con las que contaba Notre Dame.

El gran rosetón, de 13 metros de diámetro está decorado con algunas vidrieras espectaculares. Pero para vidrieras espectaculares, mejor visitar la Saint Chapelle.

La Île de la Cité se articulaba en la Edad Media en torno al desaparecido Palacio Episcopal, a la catedral de Notre Dame y al Palacio de Justicia.

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Poco queda del París medieval en pie. El Palacio de Justicia permanece aún, con la Concergerie (la Prisión, foto de la la derecha) a las orillas del Sena. La Saint Chapelle está dentro del Palacio de Justicia (foto de la izquierda). El devoto medieval debía gozar de esta iglesia como si de una puerta al cielo se tratase.

P1110645La capilla fue construida en 1248 por Luis IX (futuro San Luis) para albergar la corona de espinas de Cristo y otras reliquias (que finalmente se ubicaron en la aguja de Notre Dame). La Saint Chapelle está dividida en dos capillas, la inferior para la gente común, y la superior para la nobleza y la corte, costumbre común en los palacios medievales, a la que se asciende por unas pequeñas escaleras.

Las colas para acceder a la capilla son enormes, pero merecen la pena cuando asciendes a la capilla superior y la luz te inunda, en un maravilloso caleidoscopio de colores: rojos, verdes, malvas, azules y oros.

P1110663 En la capilla hay 15 enormes vidrieras elevadas 15 metros hasta el techo de la bóveda, que a su vez está adornado con un cielo estrellado. Las vidrieras recogen historias bíblicas: el Génesis, el éxodo, las historias de San Juan bautista, Ezequiel, Judit y Job, Ester...

La última de ellas recoge la historia de las reliquias que este enorme y espléndido relicario estaba destinado a resguardar. El viaje de los restos de la Vera Cruz y de la corona de espinas desde la crucifixión hasta su ubicación en la Saint Chapelle.

Las vidrieras se leen de izquierda a derecha y de abajo a arriba, salvo la vidriera de las reliquias, que se lee en bustrófedon, en S, cual serpiente.P1110689

La vidriera 14 está dedicada a la coronación de los reyes de Israel y enlaza directamente con la vidriera 15 y con el linaje del propio Luis IX, presentándolo como su sucesor legítimo.

Los vitrales de esta vidriera cuentan la historia de como Santa Helena, madre del Emperador Constantino, halló las reliquias y cómo Luis IX las compró en 1239 e instaló en la Santa Capilla (las reliquias le costaron en aquel tiempo tres veces más que la construcción de la propia Saint Chapelle).

Curiosa es también la vidriera nº 13, la dedicada a Ester, otra de las grandes figuras femeninas de la Biblia. Esta vidriera se ubica justo encima del nicho donde se sentaba Blanca de Castilla, la madre del Rey.

P1110662 Por eso la vidriera está cubierta de castillos, homenaje a la madre del futuro San Luis, relacionando el cuidado que Blanca mantuvo del reino durante la minoría de edad de Luis IX con el salvamento de su pueblo que hizo Ester según la Biblia tras el decreto de exterminación que promulgó Amán.

Las 1113 escenas con figuras de las 15 vidrieras de la Saint Chapelle cuentan la historia de la humanidad desde la creación a la resurrección de Cristo (y ese pequeño adelanto de lo que ocurriría en el siglo XIII con las reliquias).

Aproximadamente el 70% de los vitrales son originales, aunque es manifiesta la restauración de algunas vidrieras, sobre todo de la primera, la del Génesis (La Santa Capilla fue afectada por dos incendios, en 1630 y 1776. Los vitrales de la capilla baja fueron destruidos luego de una crecida del Sena en 1690. Durante la Revolución, fue despojada de sus tesoros, algunas estatuas fueron desfiguradas, el mobiliario de la capilla alta desapareció y el relicario fue retirado para su fundición). Aún así, la estancia en la Santa Capilla se podría demorar por horas, hay tanto que ver y admirar, un ambiente tan asombroso (lástima no haber podido asistir a alguno de los conciertos que se dan habitualmente allí) que no deja indiferente a nadie.

P1110494 Muchos de los vitrales originales que no están en la propia Saint Chapelle se encuentran en el Museo de Cluny. Qué Museo más encantador, nos gustó muchísimo. Y nos sorprendió encontrar en él algunas de las coronas votivas visigodas que se hallaron en el siglo XVIII en Guarrazar, incluyendo la R de Recesvinto, de la corona que actualmente se halla en el Museo Arqueológico Nacional.

P1110516 El Museo de la Edad Media (http://www.musee-moyenage.fr/esp/index.html), llamado Museo de Cluny porque se ubica al lado de las ruinas de las Termas Romanas de Cluny (que forman parte del conjunto) e inserto en el antiguo Hospicio de los Abates de Cluny del siglo XV recoge una colección impresionante de piezas de la Edad Media.

Entramos al Museo por el Hospicio de los Abades (las termas romanas, desgraciadamente, estaban en proceso de restauración) y casi desde el principio nos quedamos encantados ante la colección de vitrales medievales, de restos de las fachadas originales de Notre Dame, de las cabezas originales (aún con algún resto policromado) de los Reyes de Israel y Judea... pero también de piezas auténticamente medievales como los Cristos de  de la región de Auvernia.

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En Auvernia se realizaron grandes Cristos crucificados para colocarse detrás del Altar en pleno románico. Nos llamaron mucho la atención los dos que se guardan en el Museo de Cluny.

P1110449El primero es un Cristo vivo (a la izquierda), de ojos abiertos, triunfante, característico de la iconografía tradicional paleocristiana. Sin embargo, el segundo (a la derecha)está representado muerto, con la cabeza que pesa sobre el hombro derecho y con los ojos cerrados. Ya no se trata de un Cristo triunfal y majestuoso, sino de un Cristo que sufre, tema que será desarrollado por la escultura gótica. y que en este momento quiere significar el carácter mortal de la figura de Cristo en un momento en el que algunas corrientes heréticas dudaban de la publicitada doble naturaleza, humana y divina de Jesucristo. Son verdaderamente impactantes.

Pero la obra indiscutiblemente más impresionante del Museo de Cluny es el conjunto de tapices de la Dama del Unicornio descubierto por el escritor Prosper Merimée en el  Castillo de Boussac en 1844. Protegido desde el siglo XV en este Castillo, conservó bastante bien sus vivos colores. Los seis tapices que forman el conjunto (que siempre han permanecido juntos) se presentan bajo una luz filtrada especial de 50 luxes en una de las salas del Museo.

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Según el catálogo, cinco de los tapices describen cada uno de los sentidos. El sexto, "A mi único deseo" es, además, sorprendente y con un punto de misterio.

Varios animales fantásticos, pero sobre todo un león y un unicornio, lucen las armas que han permitido identificar al benefactor de la obra, Jean Le Viste, un poderoso personaje cercano al rey Carlos VII. En el fondo de los tapices se observan varios animales domésticos, como conejos, pájaros y monos, creando un universo onírico.

Cuando el Museo los compró, los tapices tenían muy degradada la parte inferior, que fue restaurada y retejida de nuevo, pero los colores químicos de los hilos se perdieron rápidamente, subrayando la diferencia con las partes originales.

P1110473 Los seis tapices tienen la misma composición: en una isla azul marino, que contrasta con el rojo bermejo cubierto de flores del fondo, una dama acompañada en ocasiones por una doncella (y siempre por el león y el unicornio) se entrega a ocupaciones simbológicamente relacionadas con los cinco sentidos.

En El Gusto coge una golosina de una bombonera; en El oído toca un órgano portátil; en La vista (en la primera foto) el unicornio se contempla, sumiso, en un espejo que la Dama le tiende; en El Olfato (en la foto de arriba) el mono aspira el perfume de una rosa mientras la dama trenza una corona de flores; en El tacto la Dama toca el cuerno del unicornio y de un estandarte.

P1110478En el sexto, la Dama aparece delante de una tienda donde se indica "A mi único deseo A Mon Séul Désir". Puede tener dos interpretaciones.

La fácil es la del sexto sentido el del corazón el juicio que le permite al hombre conservar el alma de todo pecado (devuelve joyas a su doncella). La otra opción es que la Dama renuncia a sus joyas, pues su único deseo es superar las pasiones de los sentidos no controlados.

P1110519Encandilados por la magia de la Dama y el Unicornio salimos al barrio latino de París, tan cercano a la Île de la Cité.

Paseamos por la Rue Saint Michel entre un bullicioso conjunto de gente que busca donde comer, donde comprar, donde fijar la vista. Desde aquí se puede ver el Sena, los puestos de libros y flores que circundan su orilla, las imponentes torres de Notre Dame. El encanto se puede palpar.

Lo mismo el pasaba al malvado Archidiácono Frollo de "Nuestra Señora de París" (1831), de Víctor Hugo, en unas líneas que se recuerdan en lo más alto de las Torres de la Catedral:

Todo París estaba a sus pies con las mil flechas de sus edificios y su horizonte circular de colinas suaves, con su río serpenteando bajo los puentes y sus gentes circulando por las calles, con las nubes de humo de sus chimeneas y con la cadena montañosa de sus tejados aprisionando a Nuestra Señora.

P1110523Pero de toda la ciudad, el archidiácono sólo miraba un punto concreto de la calle: la plaza del Parvis; y de entre toda aquella multitud sólo una figura atraía su atención: la gitana.

Habría sido difícil definir la naturaleza de aquella mirada y de dónde procedía la llama que de ella surgía. Era una mirada fija, llena de turbación y de tumultos. (Libro séptimo, capítulo Dos).

Nuestra mirada también quedó encantada, pero del París medieval de la Île de la Cité.

4 de abril de 2009

11 cosas que hacer en París

P1110861 1. Subir la Torre Eiffel (a pie)

Total, son sólo 688 escalones hasta el segundo piso. Subir en ascensor no tiene mérito: ya que te molestas en subir a uno de los monumentos más conocidos del mundo, cúrratelo, merécelo, disfrútalo. Es curioso que algunas de las cosas que producen placer vengan acompañadas de cierto sacrificio (mínimo, en este caso) pero el símbolo de los símbolos parisino bien merece un poco de asfixia para los que no estamos entrenados.

La Torre es prodigiosa. Y digan lo que digan, estremece. Cuando se la ve de lejos por primera vez uno no se hace idea de su magnitud. Y de repente está ahí, coges la línea 6 de Metro, que sale al exterior, y la ves, enorme, espléndida. La Torre Eiffel lleva desde 1889, no sin polémica inicial, marcando el paisaje de la Ciudad de la Luz, una de las ciudades más bellas del mundo. La Torre, con su sobria belleza, contribuye en mucho a ello.

2. Visitar a la Dama y al Unicornio

El Museo de Cluny, dedicado expresamente a la Edad Media, no es de los más visitados de París. Y, sin embargo, esconde uno de esos tesoros que cuando más lo observas más te subyuga, te encandila, te hipnotiza. El grupo de 6 tapices del siglo XV dedicados a los 5 sentidos (y al sexto, según muchas teorías) están dispuestos en una sala cuya precaria iluminación genera un ambiente perfecto para disfrutar de los colores de estos tapices, de rojos espléndidos y contrastados azules. De simbolismo escondido y lecciones para aprender y aprehender.

P1110476La Dama, el mono, el león, la doncella y el unicornio nos contemplan desde cinco siglos atrás y nos cuentan una historia cuya moraleja está escondida en el último de los tapices, pero en latín: A Mon Seul Désil” (A mi único deseo).

Y si alguien quiere ver algo auténticamente ligado a nuestra cultura también lo encontrará: la R de la Corona votiva visigoda de Recesvinto del Tesoro de Guarrazar la tienen allí, expuesta entre muchas otras cosas. Qué se le va a hacer.

3. Comer en un Bistró.

¿Qué no sabes francés? No pasa nada, una vez acabados los platos que te suenan o conoces, tiras de imaginación y oportunidad. Y no defraudan, la comida francesa es en verdad excepcional. Y los Bistrós, Brasseries y Cafés que pueblan las calles de París dan muestra de ello.

P1110421 Además, la gran mayoría son establecimientos con un encanto fuera de toda duda, aunque estén enfocados a los turistas, aunque sean una versión adaptada a clientes no exigentes de la verdadera restauración francesa. No defraudan , ni su ambiente, ni los mejillones y caracoles con lo que gustan ofrecer primeros platos, ni las tartaletas ni las muchas buenas viandas que allí se comen.

Aquí, dejar las cosas a la suerte, sale (y sabe) bien. Y qué bien.

4. Agobiarse (y maravillarse) ante la inmensidad del Louvre.

Es imposible ver todo el Louvre: se admite y ya está. Es inabarcable. Es enorme, gargantuesco. Está bien señalizado, sus estancias son amplias y luminosas. Qué se puede esperar de un antiguo Palacio. Pero tanta obra te desborda. El efecto museo sucede en cuestión de minutos.

P1110039 A nosotros no nos afectó. Estuvimos un día y medio entre sus tres alas, Richelieu, Sully y Denon, entre sus pinturas y esculturas, entre sus piezas arqueológicas y sus paneles informativos (en español¡¡¡). Incluso en el centro comercial que se ha creado en sus luminosos y amplios sótanos, por debajo de esa pirámide de cristal que le sirve de entrada e invitación.

¿La Gioconda? Ocupada con cientos de turistas haciéndole fotos. Igual que la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia. Pero una vez pasas por estas metas volantes, el Museo es tuyo. Y se entrega fácilmente. Es fascinante, todo es fascinante, desde el zodiaco de Dendera al friso de Domicio Ahenobarbo, desde el Código de Hammmurabi al astrónomo de Vermeer, de la primavera de Archimboldo a los arqueros del Palacio de Darío, del escriba sentado a "La libertad guiando al pueblo" de Delacroix.

El Louvre es el mejor museo del Mundo, sin lugar a dudas.

P1110333 5. Subir a Nôtre-Dame (a pie también)

Más escaleras, muchas más. Pero al final están las quimeras, las gárgolas que Viollet Le Duc le pareció oportuno incluir en el XIX en su restauración de la Catedral de Nôtre-Dame. Él pensaba que la Edad Media era un tiempo de miticismos y encantamientos, no de pobreza y fundamentalismo. Y recreó de entre los restos de la catedral de catedrales lo que él pensó que debía ser un templo medieval.

Y, al menos en esto, acertó en algo. A la gente le encantan las quimeras, se hace fotos, las observa, compra los posters y postales de gárgolas mirando al infinito. En verdad son llamativas, tienen un encanto especial que las hace atractivas y las ha convertido en otro símbolo de la ciudad.

Las gárgolas miran al cielo de París, con la misma fijación que los turistas que suben a lo más alto de uno de los más bellos templos de la cristiandad quieren retener en su retina y en su memoria: lo que desde ella se ve.

6. Hacer fotos al Sena o navegarlo

Es imposible no sustraerse a la belleza del Sena. Le pasa también al Támesis, al Nilo o a cualquiera de los grandes ríos del mundo: es imponente. La luz del sol se refleja en sus aguas. La lluvia parece fundirse con su gran superficie.

P1110731 Le cruzan tantos puentes que uno pierde la cuenta. No sé si el Pont Neuf es el noveno puente o uno de los más nuevos. Pero el Sena lo debe saber, porque está en todos lados, marca el carácter de la ciudad, margina, en el buen sentido, a unos y a otros, a los de la margen izquierda y a los de la derecha, rodea la isla medieval de Île de la Citè, ofrece su mejor aspecto a los que corren por sus orillas, los que pasean a su lado, los que se besan en sus márgenes, los que dejan candados cerrados en sus puentes como muestra de amor eterno.

Hace tiempo que perdió sus orillas originales, ahora está canalizado. Pero sigue siendo imponente. Incluso para los que lo navegan, que son muchos, el Batobus, las vedettes del Pont-Neuf… pero todos los que lo miran tratan de llevarse algo de él: aunque sea una imagen suya que les acompañe de vuelta a casa.

7. Buscar significados a las vidrieras de la Saint-Chapelle.

P1110704 El sol se filtra a través de las quince vidrieras, poco a poco, creando la sensación de 15 amaneceres, de quince atardeceres, que iluminan corazones y sentidos. Altas, con presencia, con historia, así son las vidrieras de la capilla superior de la Saint-Chapelle.

Curiosamente, para acceder hay que pasar por el palacio de Justicia. Y, por una vez, se le hace justicia a un monumento de pequeña escala pero gran generación de impacto. Las historias de las vidrieras pueden seguirse o no, pero no dejan indiferentes.

La construyeron para eso.

8. Perderse por las calles de Montmartre

P1110888 Suena la música en la Plaza del Tertre. Hay un ambiente en la calle envidiable: cafés, restaurantes, terrazas, todas ocupadas, con la gente hablando, cantando, riendo. Con los camareros sirviendo, los músicos de la calle tocando, los turistas nadando en una suave corriente, la que te lleva al París de la leyenda, de la canción, de los cuentos.

Al lado se levanta la imponente forma del Sacré Coeur, una iglesia poco afortunada en lo estético o en lo artístico, pero a cuya sombra se levanta todos los días París, rompiendo el horizonte con la blancura de sus paredes. El Sacré Coeur merece más: lo tiene; tiene al barrio de los barrios al lado, con sus estrechas callejuelas y sus cuestas sin fin (de nuevo, las escaleras). Amelie se rodó aquí: la película tiene encanto, lo tomó prestado de Montmartre.

P1110933 El Moulin Rouge aún gira sus aspas entre colorida iluminación, mas ahora son los turistas quienes lo visitan y homenajean con sus cámaras digitales, hace tiempo que desaparecieron los ricos marginados de la sociedad que se solazaban en su interior.

Aunque quizá no se del todo así.

9. Pasear por el Jardín de las Tullerias y los Campos Elíseos

Aunque las comparaciones siempre son odiosas, los Campos Elíseos son como la Gran Vía pero multiplicados por 11. Como todo en París, son excepcionalmente grandes, espectáculo hecho calle.

P1110756 Pero yo me quedo con el Jardín de las Tullerías, con los jardines y parques que pueblan la capital francesa. Los Campos Elíseos, triste es decirlo, nos decepcionaron. De arco en arco, pasando por el del Triunfo, las avenidas de árboles, coches y turistas pasan por edificios de preciosista acabado, deseos del Barón von Haussman hechos piedra. Los Campos Elíseos: dicen que los parisinos no disfrutan de ellos, que son pasto de turistas. Puede que esta vez esté más cerca de ellos que del grupo al que pertenecemos, por asociación.

Me quedo, pues, con las sillas que se ofrecen, sugerentes, en el Jardín de las Tullerías desde las que podemos contemplar el mismo Louvre o el pobre obelisco de Luxor que un malhadado gobernante egipcio regaló a los franceses, que, muy suyos, lo pusieron en la plaza más importante de su ciudad: la de la Concordia.

10. Elegir el cuadro que más te gusta en el Museo D’Orsay

La antigua estación de Orsay revivió a finales de los ochenta. Ojalá hubiéramos sabido hacerlo nosotros también con otras vetustas y bellas estaciones de ferrocarril que agonizan en nuestras ciudades. El tráfico de pasajeros se ha transformado en tráfico de visitantes.

P1120030 Los horarios e información de tarifas han sido sustituidos por los más asombrosos ejemplos de la belleza que puede transmitir el arte: lo que lograron los impresionistas, con sus trazos sueltos y obras sin acabar. Recibieron numerosas críticas, fueron vilipendiados. Resistieron. Se asociaron, se defendieron juntos.

Su arte marcó el final del XIX, el principio del XX y la historia del arte: Renoir, Manet, Monet, Degas, Pissarro… es tan difícil elegir uno; no puedo, me niego. Me llega todavía el sonido de la risa en el baile del Molino de la Galette que captó Renoir; me paralizo ante la mirada de Berthe Morisot en el retrato que le hizo su cuñado, Manet; las espigadoras de Millet siguen recogiendo la mies para mi mientras sus vecinos rezan el Ángelus al lado, marco con marco; ¿por qué elegir uno, si se pueden tener todos?

11. Disfrutar de las tiendas (si el tiempo lo permite).

Comprando o no. Si el sol brilla, las calles se llenan de gente. Cuando llueve, todo pasa más desapercibido. Si el sol sale, los escaparates renacen sobre las cenizas de su aletargamiento lluvioso.

P1120143Los nombres de las tiendas y sus escaparates se ganan la mirada de los transeúntes. Las tiendecillas se suceden, algunas tiendas de souvenirs se infiltran entre las demás: pasa como en todos los sitios, en todas se vende lo mismo (en este caso, la estrella es el bolso con el gato negro le chat noir de Lautrec). Pero las otras tiendas ganan la batalla merecidamente.

El barrio latino, Saint Germain des Prés, le Marais, la zona de la Bastilla… en todas ellas el ambiente en la calle es maravilloso y las tiendas de gastronomía, de joyería, de ropa, de libros, de plantas… llenan las calles. Las orillas del Sena están cubiertas de tenderetes de libros viejos, artículos curiosos y fotografías. Sus calles adyacentes tienen a la jardinería como protagonista, haga calor o frío, cientos de flores se ponen a la venta en las inmediaciones de Nôtre Dame, de la Concergierie, del Louvre.

P1120128La Rue Danton me llegó al alma: la calle de las mejores tiendas de cómic (banda dessinee) que he visto y visitado. Nos decepcionó, eso sí, las Galeries Lafayette, quizá le pusimos expectativas demasiado altas.

Pero el aspecto de turistas y parisinos paseando o patinando en grupo entre las tiendecillas del barrio latino o de Montmartre bañados por el sol es una imagen que difícilmente se olvida.