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10 de agosto de 2007

Arcabuceros del XVIII

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, arcabucero puede significar,
1. Soldado armado de arcabuz.
2. Fabricante de arcabuces y de otras armas de fuego.

Hasta hace unos días para mí un arcabucero se limitaba a ser un soldado español pertrechado con escopeta o arcabúz luchando contra flamencos, ingleses, turcos o franceses. La segunda acepción de la palabra, como fabricante de arcabuces y otras armas de fuego, es la que nos ha descubierto la excelente exposición del Palacio Real de Madrid "Tesoros de Fuego. Arcabucería madrileña del Siglo XVIII".

No me gusta la caza. Aborrezco la caza deportiva y no entiendo el placer de matar un ser vivo. Acepto, como necesaria, la caza controlada para el control de fauna en espacios protegidos en los que sus depredadores naturales casi han desaparecido. Pero mis gustos no tienen nada que ver con los de los Reyes Borbones de éstas y otras épocas. Los reyes del siglo XVIII encontraban en la caza no sólo una afición sino un signo de diferenciación con el resto de los mortales.

Sin embargo, ya entrado el XVIII, a reyes y nobleza se le añadieron burgueses y clero que utilizaban la caza con el mismo objetivo que los monarcas: prestigio y entretenimiento de lujo. Los alrededores de Madrid, un entorno natural y de riqueza cinegética conservada irónicamente por los que se aprovechaban en exclusividad de ella, suponían un lugar perfecto para dar rienda suelta a sus reales instintos. El Pardo, la Sierra de Guadarrama, la Casa de Campo... áreas todas ellas en las que Reyes y nobles cazaban piezas de caza mayor y menor y, encima, cerca de la Corte.

Entre los personajes ilustrados de la época que también disfrutaba de la afición venatoria se encontraba el mismísimo Francisco de Goya y Lucientes. El genio maño trasladó a algunos de sus cuadros motivos de caza dando muestra de su gran conocimiento del tema. Carlos III, cazador es una de sus obras más conocidas. En ella, el antiguo rey de Nápoles posa con una escopeta de lujo... lujosamente retratada por el pintor aragonés.

Es un placer admirar en la exposición la que pudiera ser la escopeta real con la que aparece Carlos III en el retrato. Este hecho no es casual. El rey llevaba una de las mejores escopetas a su alcance, que era mucho, evidentemente.

En la Corte madrileña del XVIII muy pocas cosas se podían significar y del prestigio de antaño poco quedaba. Y sin embargo, en las cortes europeas un producto de lujo fabricado en Madrid, las armas de fuego, se cotizaban muy alto.

Nombres como los de Nicolás Bis, Diego Esquibel, José Cano o Francisco Baeza y Bis eran tanto o más conocidos en Europa como el del pintor de Fuendetodos. Estos nombres de arcabuceros no han pasado a la posteridad como los de otros artistas y sin embargo en su época marcaron la diferencia. Desde sus talleres del Madrid de los Austrias servían muchos de ellos de forma exclusiva a la Corona, convirtiendose en funcionarios reales que construían las mejores escopetas, tanto técnica como artísiticamente.

La seguridad de sus reales personas era el objetivo, además del prestigio que suponía la tenencia de escopetas u otras armas de estos arcabuceros. Para evidenciar su origen, como un copyright prehistórico, cada constructor de armas de fuego tenía su sello autentificador, que situaba en la parte superior de la escopeta.

En algunas ocasiones, dos sellos. Uno, del autor original. El segundo, de un arcabucero de tal prestigio que el rey le encargó la remodelación de algunas de sus mejores armas. Se trataba de Francisco Baeza y Bis.

Estos funcionarios reales ocupaban salas específicas de la Real Armería de Palacio. Su acceso al cuerpo de arcabuceros reales era difícil. En la exposición se guardan curiosos documentos relativos a esta relación, como el de Nicolás Bis detallando la composición de su familia en la casa alquilada donde vivía.

Otros documentos interesantes son los anuncios de compra/venta de armas aparecidos en la época, tan sorprendentes como la amplia colección de punzones hallados recientemente y exclusivos de cada arcabucero.

José I Bonaparte, como colofón a su huida de Madrid en plena Guerra de la Independencia de 1812, ordenó tirar abajo la Real Ballestería donde se hallaba la ingente colección real de armas de fuego acabando de paso con la profesión de arcabucero que ahora rescata esta exposición.

Un rescate menos arriesgado que el que realizó en 1812 Manuel Mantilla de los Ríos, funcionario real que logró salvar de la destrucción muchas de esas armas. En la actualidad, se conservan 34 de las trescientas ochenta y una con las que contaba la colección real antes de la Guerra.