1. Subir al Duomo
El símbolo de Milán es su grandiosa catedral gótica, con sus innumerables pináculos (bueno, son 135 pero a ver quien se pone a contarlos). Lo tradicional es admirar su portada desde la Piazza del Duomo, una amplísima explanada que, según dicen, se creó en el siglo XIX gracias al derribo de todo un barrio.
Aunque me duela decirlo, me alegro. No hay más que ver catedrales como la de Tudela (es la primera que me viene a la mente) o Puertas como las Torres de Quart en Valencia que son imposibles de ver por los edificios (algunos horrorosos) construidos a pocos metros de sus portadas. Así que, sinceramente, me alegra poder ver la impresionante fachada neogótica de la catedral, catedral que ha tardado más de cinco siglos en terminarse, desde 1387 hasta finales del siglo XX.
La vista es de postal, por supuesto, pero merece la pena. El domingo por la mañana se instala en la explanada un mercado de pintores ofreciendo sus obras, al más puro estilo de la Plaza Mayor de Madrid. La estatua de Vittorio Emmanuelle II, primer rey de Italia observa la pinchuda mole de la catedral, cuyo interior es así mismo bellísimo.
Y sin embargo, lo que más nos gustó de la catedral es poder ver cara a cara a la Madonnina, la llamada Virgen protectora de Milán, de 1774, que ocupa el pináculo más alto de la catedral, a 108 metros de altura.
Y es que cogiendo un ascensor y acoquinando 6 euros puedes pasearte alborozado por un auténtico bosque de estatuas, agujas, pináculos, placitas, asombrosas decoraciones en piedra y vistas maravillosas. Subir a lo alto del Duomo es, en mi opinión, más interesante que subir a Nôtre Dame de París pues en el caso de Milán las gárgolas se esconden en un fantástico paisaje pétreo que hace las delicias de los visitantes a la catedral.
2. Recorrer las Galerías de Vittorio Emanuele II
Las esperaba más grandes, pero no por ello deslucen. En realidad es un centro comercial, sólo que luminoso y encantador. Se trata de unas galerías de hierro y vidrio realizadas en el siglo XIX sobre una planta en cruz latina (nada más). La luz se filtra por los vidrios provocando un ambiente acogedor que aprovechan los cafés, tiendas y restaurantes que abarrotan los edificios que prosperan en su interior.
Una enorme cristalera, a 47 metros de altura, ilumina la plaza central, en forma de octógono, y cuyas losas no son sino un conjunto de mosaicos que representan el arte, la agricultura, la ciencia, la industria y cuatro continentes, además de los signos del zodiaco.
3. Ver los Tranvías de Milán
Sin lugar a dudas, uno de los mayores placeres que proporciona pasear por Milán es ver en marcha aún unidades tranviarias que en otras ciudades de Europa dejaron de prestar servicio hace muchos años.
La ATM de Milán (www.atm-mi.it) ha realizado un trabajo espectacular al mantener los tranvías antiguos realizando el transporte de pasajeros en las mismas condiciones que sus hermanos más innovadores y actuales.
Milán facilita ver cruzarse en la calle tranvías de los años treinta con modernas unidades del siglo XXI. Los llamados Ventottos recorren las vías de la ciudad (en las fotos, tranvías de los 30, 60, 90 y 2000 por las calles milanesas) llamando la atención a los turistas y, aunque seguramente los usuarios tengan queja de ello, dando una imagen colorista, costumbrista y con encanto de la ciudad de Milán.
4. Pasear por el Teatro alla Scala, la Piazza Mercati, el Museo Bagatti Valsecchi…
Milán es una ciudad de calles amplias, edificios del XIX bien conservados, tranvías modernos y antiguos compartiendo espacios urbanos en los que pasear se convierte en un placer (sobre todo cuando hay alguien tocando música en las cercanías). El llamado Centro Storico y el Barrio de la Scala no escapan a este ambiente.
Ambas cosas están muy cerca del Duomo, por lo que suele ser lo más pateado por los turistas, incluidos nosotros.Este tranvía de aquí arriba está, precisamente, pasando frente a la puerta del famoso Teatro alla Scala, el llamado pomposamente “Olimpo del arte lírico” tiene esta temporada entre las óperas que van a disfrutar los ocupantes de sus 260 palcos a Carmen, Rigoletto, Don Giovanni, Tannhäuser… e incluso una versión del Quijote.
Muy cerca se sitúa la Piazza Mercati, la Plaza de los Mercaderes, uno de los pocos vestigios medievales de Milán y mítica ubicación para la fundación de la ciudad. Edificios majestuosos la circundan, destacando la Logia de los Osii, desde cuyo balcón se anunciaban ordenanzas y sentencias por parte de los magistrados de la ciudad
De hecho, otro de los lugares más asombrosos e históricamente importantes de la ciudad es un recoleto museo: la Casa Museo Bagatti Valsecchi. Los hermanos Fausto y Giuseppe Bagatti Valsecchi, ambos abogados y ambos adinerados representantes de una de las más famosas familias milanesas del siglo XIX decidieron convertir su casa en un auténtico museo dedicado al Renacimiento italiano.
¿Que iban a derribar una iglesia? Tráigame Vd. para acá esos frescos. ¿Desaparece un Palacio? Para mí esos artesonados. Coleccionistas acérrimos, su casa es digna de ser recorrida (con la asistencia de los amables vigilantes que ayudan en la comprensión de lo que ves si te ven perdido).
Un Palacio tan rico como éste no puede estar sino en una de las zonas más especiales de la ciudad, la de las tiendas de lujo, la de los escaparates sorprendentes…
5. De compras por el Quadrilatero d’Oro
Giorgio Armani, Versace, Prada, Cartier, Dior, Dolce & Gabbana… todos en la llamada milla de oro o, mejor, cuadrilátero de oro, en el que no todos podemos comprar y en el que la mayor parte de las tiendas están vacías de clientes. Y sin embargo las calles están llenas de turistas que pasean expresamente por aquí a ver si es verdad que hay otra vida más allá de la crisis.
La hay: los zapatos de Versace de la foto tienen el asequible precio de 990 euros. El vestido del maniquí, 2.400 euros.
6. El Cenacolo Vinciano
En esta humilde casita, construida anexa a la preciosa Iglesia de Santa Maria delle Grazie, se encuentra una de las obras de arte más importantes de la historia: La última cena de Leonardo Da Vinci.
El fresco fue pintado en el refectorio de un antiguo Convento entre 1495 y 1497 y desde siempre ha maravillado a los que lo visitan (aún más después de las penosas novelas de Dan Brown (qué mal escribe ese hombre). Así que si quieres poder ver esta obra inmortal tienes que reservar en www.cenacolovinciano.net. Y hay que andar con cuidado: en un día todo está vendido para los próximos tres meses. Eso es lo que nos pasó a nosotros, así que, muertos de envidia, sólo pudimos ver la Iglesia y el agradable patio trasero en el que una fuente con ranas proporciona tranquilidad.
7. Buscar vestigios romanos y medievales
Si la ciudad de Milán se fundó en la Piazza Mercati, la actual capital económica e industrial de Italia aún guarda restos de la historia milanesa, desde época prerromana hasta la actualidad.
El visitante con suerte puede recorrer el anfiteatro romano (nosotros no tuvimos esa suerte) o recorrer las huérfanas columnas (Colonne di San Lorenzo) que en tiempos fueron el pórtico de un edificio de época imperial. Son 16 columnas corintias de más de 8 metros de alto que ahora forman parte de una plaza, la Piazza della Vetra en la que se halla una bonita Basílica del siglo IV, San Lorenzo Maggiore en torno a la cual se reúne una gran cantidad de gente a pasar la tarde charlando.
Muy cerca se encuentra la Porta Ticinese Medioevale, la entrada más meridional de la ciudad en el siglo XII. Con sus dos torres macizas y con dos pasos abiertos en su parte inferior para facilitar el tránsito de la gente y de los tranvías, esta Puerta es uno de los restos medievales de Milán.
Y bajando hacia el Sur por esta misma puerta se puede llegar a uno de los lugares menos conocidos de Milán; sus canales. Los Navigli no son sino vestigios del sistema hidrográfico que recorría la ciudad en la Edad Media.
En aquella época Milán probablemente se parecía a Venecia. En el siglo XX a alguien se le ocurrió que aquellos canales no eran adecuados y se rellenaron con cemento para convertirlos en calles. Que no se diga que los cauces de los ríos son los únicos sufridores de los ingenieros sin alma.
8. Admirar los dioramas del Museo di Storia Naturale di Milano
Precisamente, el alma de la mayor parte de animales naturalizados del Museo di Storia Naturale de Milán hace tiempo que abandonó sus disecados cuerpos pero a cambio los visitantes pueden admirar algunos de los dioramas más impresionantes que he visto en mi vida (y a los que dediqué ya la entrada anterior).
El Museo se ubica en el primer Parque Cívico de la ciudad y el edificio en sí ya es una maravilla. Recorrerlo supone viajar por los más famosos ecosistemas (y en algunos casos, por las reservas naturales que los protegen) del mundo. Son verdaderamente fantásticos y recrean a la perfección desde la Sabana africana a las Selvas de Costa Rica, de la Patagonia a los bosques lluviosos de Indonesia, de los desiertos mexicanos a los mismos Alpes italianos. Esta anaconda de la Amazonia o estas morsas y narvales del Ártico son vivos ejemplos de lo alucinante de la visita.
Fósiles, minerales, insectos y demás muestra de nuestro entorno completan una visita imprescindible en Milán.
9. Perderse por entre las múltiples atracciones del Castillo Sforzesco y el Parco Sempione
El Parco Sempione es el otro Gran Parque Público de Milán. 47 Ha construidas en el siglo XIX que dejaron atrás la antigua Plaza de Armas del Castello Sforzesco. Ahora, con encantadores jardines ingleses, suaves pendientes, amplios estanques, novios haciéndose fotos, paseantes cubiertos con sombreros tiroleses (¡en serio¡) y edificios emblemáticos como la Arena Cívica, el Arco della Pace o el Acquario, el Parco Sempione se convierte en el lugar ideal para perder la mañana.
El Acuario es portentoso, está ubicado en el edificio construido expresamente para ello en el Exposición Universal de 1906. Por eso su fachada es modernista y llamativa, desde las estatuas de Neptuno hasta los hipopótamos que vierten agua a sus fuentes. Dentro, el ambiente es sobrecogedor, pues el Acuario está centrado en la vida fluvial de los ríos italianos y en la del Mediterráneo que circunda la península itálica. Emocionante nuestro encuentro con los Esturiones y las morenas.
La entrada al Parco Sempione se realiza a través del otro gran monumento milanés: el Castello Sforzesco. Desde su construcción en el siglo XIV por la familia Visconti, el Castillo reconstruido en 1451 por la familia Sforza ha pasado por tantos dueños como la propia ciudad de Milán: franceses, españoles, austríacos, italianos... todos ellos han dejado su huella en el Castillo. La espectacular Torre de la entrada principal hubo de ser reconstruida en el siglo XX tras caerle un rayo que la destrozó.
Ahora el Castello Sforzesco sirve de alojamiento de numerosos museos: el de Arte Antiguo, el Egipcio, la Pinacoteca...
Los recorrimos a buen paso, y claro que nos deleitamos con La Pietà Rondanini, la obra inacabada de Miguel Ángel, o con algunas de las espectaculares tumbas procedentes de iglesias y monasterios derribados, con los techos pintados por Leonardo Da Vinci, con los preciosos Canalettos o con la estatuílla de Imhotep de Saqqara.
Desde luego, todo esto bien merece una entrada.
10. De la Chuleta a la milanesa a los helados (pasando por la comida medieval)
Nos dejamos llevar por las riquísimas (y enormes) pizzas que sirven en Rossopomodoro (www.rossopomodoro.com). Probamos, cómo no, una chuleta a la milanesa (Cotoletta alla milanese) en lugar del escalope esperado, paseamos con un helado en la mano, saboreando algo verdaderamente rico…
Pero donde tuvimos la oportunidad de quitarnos el sombrero fue en la Osteria de La Luna Piena, un restaurante antológico de típica comida pugliesa (no lombarda, pero mereció la pena).
Se encuentra en Via Lazzaro Palazzi, 9, muy cerca de la tienda de cómics que en esta ocasión me tocó visitar (La borsa del fumetto).
Su especialidad: reconstruir platos medievales, haciéndonos probar un aceite con miel, panfrisella y unos pomodori secchi auténticamente deliciosos. Y un trato realmente familiar. Encontrar estos pequeños tesoros gastronómicos depende muchas veces de la suerte.
11. Celebrar con el Inter de Milán la Champions
Pero cómo se puede uno creer que va a terminar celebrando la final de la Copa de Europa con los tifossi del Inter de Milán en plena Piazza del Duomo a altas horas de la noche.
Pero si no nos gusta nada el fútbol, si cambio de emisora cada vez que hablan de plantilla, esférico, centrocampista o colegiado¡ No puedo con el fútbol, pero estas ocasiones hay que vivirlas y verlas (no, no tenemos planeado viajar a Sudáfrica para ver la semifinal España-Alemania).
Y más teniendo en cuenta que la final era en Madrid, y que eso es lo que insistentemente nos preguntaban todos los neroazzurros que se quedaron con ganas de estar en el Santiago Bernabéu.
Conquista Madrid, conquista el mundo decían los anuncios en los escaparates y en las camisetas que se vendían por doquier. Numerosos tifossi ocupaban la ciudad, llevaban haciendo ruido desde la mañana, sus trompetas se oían desde los techos del Duomo. Ahora era su oportunidad.
Así que allí que nos fuimos, a ver cómo se celebraba la victoria (0 - 2)frente el Bayern de Munich (de Mónaco, que dicen en Italia) cuando cientos de personas se reunieron frente a las pantallas gigantes de la Piazza del Duomo, con Vittorio Emanuele II y nosotros mismos como invitados y privilegiados. Enfrente, la inmensa y colosal figura del Duomo, símbolo de una ciudad que merece la pena recorrer a pie... o en tranvía.