Páginas

17 de marzo de 2007

Las esculturas ibéricas del Museo de Albacete

Un prestigioso guerrero ibero monta un caballo pertrechado para hacer una incursión, batallar contra una centuria romana o simplemente, evidenciar su elevado rango entre los de su tribu. Este guerrero en piedra nos mira desde hace más de veinticinco siglos, cuando sus compañeros decidieron esculpir su efigie para honrarle a su muerte, situándola encima de su sepultura, que albergaba su cuerpo cremado junto con algunos objetos y armas de calidad acordes con la posición jerárquica del inhumado.

Los iberos no eran un pueblo dado a construir grandiosos templos ni colosales edificios civiles. Vivian en oppidas sencillos, con un par de vías principales alrededor de las cuales se ubicaban las chozas de arcilla y tejado de paja características de estos asentamientos. Formidables murallas coloridas protegían el poblado cuando era necesario y, situada extramuros, se encontraba la necrópolis, donde se enterraba con esplendor de piedra a los miembros de la tribu destacados por su posición. Muestra de ello son imponentes conjuntos escultóricos como el de Pozo Moro, en el Museo Arqueológico Nacional o el de Cerrillo Blanco , en el Museo de Jaén.

Muchas de las esculturas iberas expuestas en diferentes museos se hallaron en este conexto funerario. Tal es el caso de las esculturas ibéricas del Museo de Albacete.

Curiosamente, fueron muchas veces los propios iberos quienes, años más tarde de la inhumación, tiraron abajo estas esculturas, quebrando sus formas y significados, en una época en la que el enterramiento pasó a ser menos espectacular.

Por eso muchas de estas figuras aparecen fragmentadas y deterioradas. El tiempo pasado también ha influido mucho en su estado de conservación.


En algunos casos, las figuras representan figuras mitológicas como esfinges (como la de Haches, en la foto superior o la de Bazalote) o grifos habitualmente denominadas "bichas" por los lugareños que las hallaron en su momento (especialmente en el siglo XIX). Estas figuras posiblemente se ubicaran en las esquinas de los monumentos funerarios más espectaculares, como el de Pozo Moro. Quizá como función protectora. Quizá como aviso del poder del allí enterrado.
Mención especial merecen las damas oferentes del Cerro de los Santos, en Montealegre del Castillo (Albacete). En su momento, este lugar albergó un manantial que los habitantes de la zona consideraban centro de peregrinación, con evidente significado religioso o mágico. En el Cerro de los Santos se han hallado multitud de damas oferentes de piedra, algunas figuras masculinas también, así como otros muchos objetos interpretados como ofrendas traidas por los viajeros visitantes del templo que se levantaba en el Cerro.

El hallazgo de estas figuras (interpretadas como vírgenes y santos por los campesinos que las encontraban al principio) fue decisivo a la hora de traer de vuelta del olvido a los pueblos iberos prerromanos de la península ibérica que, a falta de grandes templos o construcciones emblemáticas tan habituales de las sociedades de la época, dejaron como testigo de su presencia figuras esculpidas en piedra como demostración de su poder y posición.