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4 de abril de 2009

11 cosas que hacer en París

P1110861 1. Subir la Torre Eiffel (a pie)

Total, son sólo 688 escalones hasta el segundo piso. Subir en ascensor no tiene mérito: ya que te molestas en subir a uno de los monumentos más conocidos del mundo, cúrratelo, merécelo, disfrútalo. Es curioso que algunas de las cosas que producen placer vengan acompañadas de cierto sacrificio (mínimo, en este caso) pero el símbolo de los símbolos parisino bien merece un poco de asfixia para los que no estamos entrenados.

La Torre es prodigiosa. Y digan lo que digan, estremece. Cuando se la ve de lejos por primera vez uno no se hace idea de su magnitud. Y de repente está ahí, coges la línea 6 de Metro, que sale al exterior, y la ves, enorme, espléndida. La Torre Eiffel lleva desde 1889, no sin polémica inicial, marcando el paisaje de la Ciudad de la Luz, una de las ciudades más bellas del mundo. La Torre, con su sobria belleza, contribuye en mucho a ello.

2. Visitar a la Dama y al Unicornio

El Museo de Cluny, dedicado expresamente a la Edad Media, no es de los más visitados de París. Y, sin embargo, esconde uno de esos tesoros que cuando más lo observas más te subyuga, te encandila, te hipnotiza. El grupo de 6 tapices del siglo XV dedicados a los 5 sentidos (y al sexto, según muchas teorías) están dispuestos en una sala cuya precaria iluminación genera un ambiente perfecto para disfrutar de los colores de estos tapices, de rojos espléndidos y contrastados azules. De simbolismo escondido y lecciones para aprender y aprehender.

P1110476La Dama, el mono, el león, la doncella y el unicornio nos contemplan desde cinco siglos atrás y nos cuentan una historia cuya moraleja está escondida en el último de los tapices, pero en latín: A Mon Seul Désil” (A mi único deseo).

Y si alguien quiere ver algo auténticamente ligado a nuestra cultura también lo encontrará: la R de la Corona votiva visigoda de Recesvinto del Tesoro de Guarrazar la tienen allí, expuesta entre muchas otras cosas. Qué se le va a hacer.

3. Comer en un Bistró.

¿Qué no sabes francés? No pasa nada, una vez acabados los platos que te suenan o conoces, tiras de imaginación y oportunidad. Y no defraudan, la comida francesa es en verdad excepcional. Y los Bistrós, Brasseries y Cafés que pueblan las calles de París dan muestra de ello.

P1110421 Además, la gran mayoría son establecimientos con un encanto fuera de toda duda, aunque estén enfocados a los turistas, aunque sean una versión adaptada a clientes no exigentes de la verdadera restauración francesa. No defraudan , ni su ambiente, ni los mejillones y caracoles con lo que gustan ofrecer primeros platos, ni las tartaletas ni las muchas buenas viandas que allí se comen.

Aquí, dejar las cosas a la suerte, sale (y sabe) bien. Y qué bien.

4. Agobiarse (y maravillarse) ante la inmensidad del Louvre.

Es imposible ver todo el Louvre: se admite y ya está. Es inabarcable. Es enorme, gargantuesco. Está bien señalizado, sus estancias son amplias y luminosas. Qué se puede esperar de un antiguo Palacio. Pero tanta obra te desborda. El efecto museo sucede en cuestión de minutos.

P1110039 A nosotros no nos afectó. Estuvimos un día y medio entre sus tres alas, Richelieu, Sully y Denon, entre sus pinturas y esculturas, entre sus piezas arqueológicas y sus paneles informativos (en español¡¡¡). Incluso en el centro comercial que se ha creado en sus luminosos y amplios sótanos, por debajo de esa pirámide de cristal que le sirve de entrada e invitación.

¿La Gioconda? Ocupada con cientos de turistas haciéndole fotos. Igual que la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia. Pero una vez pasas por estas metas volantes, el Museo es tuyo. Y se entrega fácilmente. Es fascinante, todo es fascinante, desde el zodiaco de Dendera al friso de Domicio Ahenobarbo, desde el Código de Hammmurabi al astrónomo de Vermeer, de la primavera de Archimboldo a los arqueros del Palacio de Darío, del escriba sentado a "La libertad guiando al pueblo" de Delacroix.

El Louvre es el mejor museo del Mundo, sin lugar a dudas.

P1110333 5. Subir a Nôtre-Dame (a pie también)

Más escaleras, muchas más. Pero al final están las quimeras, las gárgolas que Viollet Le Duc le pareció oportuno incluir en el XIX en su restauración de la Catedral de Nôtre-Dame. Él pensaba que la Edad Media era un tiempo de miticismos y encantamientos, no de pobreza y fundamentalismo. Y recreó de entre los restos de la catedral de catedrales lo que él pensó que debía ser un templo medieval.

Y, al menos en esto, acertó en algo. A la gente le encantan las quimeras, se hace fotos, las observa, compra los posters y postales de gárgolas mirando al infinito. En verdad son llamativas, tienen un encanto especial que las hace atractivas y las ha convertido en otro símbolo de la ciudad.

Las gárgolas miran al cielo de París, con la misma fijación que los turistas que suben a lo más alto de uno de los más bellos templos de la cristiandad quieren retener en su retina y en su memoria: lo que desde ella se ve.

6. Hacer fotos al Sena o navegarlo

Es imposible no sustraerse a la belleza del Sena. Le pasa también al Támesis, al Nilo o a cualquiera de los grandes ríos del mundo: es imponente. La luz del sol se refleja en sus aguas. La lluvia parece fundirse con su gran superficie.

P1110731 Le cruzan tantos puentes que uno pierde la cuenta. No sé si el Pont Neuf es el noveno puente o uno de los más nuevos. Pero el Sena lo debe saber, porque está en todos lados, marca el carácter de la ciudad, margina, en el buen sentido, a unos y a otros, a los de la margen izquierda y a los de la derecha, rodea la isla medieval de Île de la Citè, ofrece su mejor aspecto a los que corren por sus orillas, los que pasean a su lado, los que se besan en sus márgenes, los que dejan candados cerrados en sus puentes como muestra de amor eterno.

Hace tiempo que perdió sus orillas originales, ahora está canalizado. Pero sigue siendo imponente. Incluso para los que lo navegan, que son muchos, el Batobus, las vedettes del Pont-Neuf… pero todos los que lo miran tratan de llevarse algo de él: aunque sea una imagen suya que les acompañe de vuelta a casa.

7. Buscar significados a las vidrieras de la Saint-Chapelle.

P1110704 El sol se filtra a través de las quince vidrieras, poco a poco, creando la sensación de 15 amaneceres, de quince atardeceres, que iluminan corazones y sentidos. Altas, con presencia, con historia, así son las vidrieras de la capilla superior de la Saint-Chapelle.

Curiosamente, para acceder hay que pasar por el palacio de Justicia. Y, por una vez, se le hace justicia a un monumento de pequeña escala pero gran generación de impacto. Las historias de las vidrieras pueden seguirse o no, pero no dejan indiferentes.

La construyeron para eso.

8. Perderse por las calles de Montmartre

P1110888 Suena la música en la Plaza del Tertre. Hay un ambiente en la calle envidiable: cafés, restaurantes, terrazas, todas ocupadas, con la gente hablando, cantando, riendo. Con los camareros sirviendo, los músicos de la calle tocando, los turistas nadando en una suave corriente, la que te lleva al París de la leyenda, de la canción, de los cuentos.

Al lado se levanta la imponente forma del Sacré Coeur, una iglesia poco afortunada en lo estético o en lo artístico, pero a cuya sombra se levanta todos los días París, rompiendo el horizonte con la blancura de sus paredes. El Sacré Coeur merece más: lo tiene; tiene al barrio de los barrios al lado, con sus estrechas callejuelas y sus cuestas sin fin (de nuevo, las escaleras). Amelie se rodó aquí: la película tiene encanto, lo tomó prestado de Montmartre.

P1110933 El Moulin Rouge aún gira sus aspas entre colorida iluminación, mas ahora son los turistas quienes lo visitan y homenajean con sus cámaras digitales, hace tiempo que desaparecieron los ricos marginados de la sociedad que se solazaban en su interior.

Aunque quizá no se del todo así.

9. Pasear por el Jardín de las Tullerias y los Campos Elíseos

Aunque las comparaciones siempre son odiosas, los Campos Elíseos son como la Gran Vía pero multiplicados por 11. Como todo en París, son excepcionalmente grandes, espectáculo hecho calle.

P1110756 Pero yo me quedo con el Jardín de las Tullerías, con los jardines y parques que pueblan la capital francesa. Los Campos Elíseos, triste es decirlo, nos decepcionaron. De arco en arco, pasando por el del Triunfo, las avenidas de árboles, coches y turistas pasan por edificios de preciosista acabado, deseos del Barón von Haussman hechos piedra. Los Campos Elíseos: dicen que los parisinos no disfrutan de ellos, que son pasto de turistas. Puede que esta vez esté más cerca de ellos que del grupo al que pertenecemos, por asociación.

Me quedo, pues, con las sillas que se ofrecen, sugerentes, en el Jardín de las Tullerías desde las que podemos contemplar el mismo Louvre o el pobre obelisco de Luxor que un malhadado gobernante egipcio regaló a los franceses, que, muy suyos, lo pusieron en la plaza más importante de su ciudad: la de la Concordia.

10. Elegir el cuadro que más te gusta en el Museo D’Orsay

La antigua estación de Orsay revivió a finales de los ochenta. Ojalá hubiéramos sabido hacerlo nosotros también con otras vetustas y bellas estaciones de ferrocarril que agonizan en nuestras ciudades. El tráfico de pasajeros se ha transformado en tráfico de visitantes.

P1120030 Los horarios e información de tarifas han sido sustituidos por los más asombrosos ejemplos de la belleza que puede transmitir el arte: lo que lograron los impresionistas, con sus trazos sueltos y obras sin acabar. Recibieron numerosas críticas, fueron vilipendiados. Resistieron. Se asociaron, se defendieron juntos.

Su arte marcó el final del XIX, el principio del XX y la historia del arte: Renoir, Manet, Monet, Degas, Pissarro… es tan difícil elegir uno; no puedo, me niego. Me llega todavía el sonido de la risa en el baile del Molino de la Galette que captó Renoir; me paralizo ante la mirada de Berthe Morisot en el retrato que le hizo su cuñado, Manet; las espigadoras de Millet siguen recogiendo la mies para mi mientras sus vecinos rezan el Ángelus al lado, marco con marco; ¿por qué elegir uno, si se pueden tener todos?

11. Disfrutar de las tiendas (si el tiempo lo permite).

Comprando o no. Si el sol brilla, las calles se llenan de gente. Cuando llueve, todo pasa más desapercibido. Si el sol sale, los escaparates renacen sobre las cenizas de su aletargamiento lluvioso.

P1120143Los nombres de las tiendas y sus escaparates se ganan la mirada de los transeúntes. Las tiendecillas se suceden, algunas tiendas de souvenirs se infiltran entre las demás: pasa como en todos los sitios, en todas se vende lo mismo (en este caso, la estrella es el bolso con el gato negro le chat noir de Lautrec). Pero las otras tiendas ganan la batalla merecidamente.

El barrio latino, Saint Germain des Prés, le Marais, la zona de la Bastilla… en todas ellas el ambiente en la calle es maravilloso y las tiendas de gastronomía, de joyería, de ropa, de libros, de plantas… llenan las calles. Las orillas del Sena están cubiertas de tenderetes de libros viejos, artículos curiosos y fotografías. Sus calles adyacentes tienen a la jardinería como protagonista, haga calor o frío, cientos de flores se ponen a la venta en las inmediaciones de Nôtre Dame, de la Concergierie, del Louvre.

P1120128La Rue Danton me llegó al alma: la calle de las mejores tiendas de cómic (banda dessinee) que he visto y visitado. Nos decepcionó, eso sí, las Galeries Lafayette, quizá le pusimos expectativas demasiado altas.

Pero el aspecto de turistas y parisinos paseando o patinando en grupo entre las tiendecillas del barrio latino o de Montmartre bañados por el sol es una imagen que difícilmente se olvida.