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18 de abril de 2010

Van Gogh Museum de Ámsterdam

Vincent Van Gogh quería abandonar la clínica de Saint-Rémy y deseaba cada vez más ir al norte. En mayo de 1890, se trasladó a Auvers–sur–Oise, un pueblo de artistas cerca de París.Y su producción pictórica volvió a ser la que era, pintó muchos nuevos cuadros (algunos, a instancias de su amigo, el Doctor Gachet) pero la depresión no le abandonó.

graf Vincent en TheoUn día de finales de julio volvió por los campos de cereales que había pintado recientemente (con un estilo emocional y brutal) y allí mismo se pegó un tiro en el pecho. Su tumba, humilde como toda su vida, está en el Cementerio de Auvers–sur–Oise junto a la de su hermano Theo. 

Este Campos de Trigo con cuervos es sobrecogedor. En Auvers-sur-Oise, Van Gogh aprovechó para pintar “enormes extensiones de campos de trigo bajo cielos embravecidos”, obras de gran formato apaisado en las que, según contaba a su hermano Theo por carta “intentaba deliberadamente expresar en ellos tristeza, extremada soledad”. Acababa de salir del sanatorio psiquiátrico, estaba débil y confuso y Theo, su hermano, quien le había mantenido casi ilusoriamente a lo largo de toda su vida como marchante de arte que no vendía, le había confirmado su decisión de trabajar por su cuenta y abandonar la firma para la que trabajaba.

Y el 27 de julio de 1890 acabó con su vida. Theo le siguió apenas un año después. Sería la viuda de su hermano, Jo van Gogh-Bonger quien lucharía por elevar la categoría de su cuñado para llegar a convertirlo en el mito que es hoy en día. Y obras como el Campo de Trigo con cuervos o éste Trigal bajo un cielo tormentoso te reconcilian con esa idea. Van Gogh no sólo es producto del arte mal entendido del siglo XX, no es sólo un producto mercadotécnico o mediático. No es sólo todo eso. Es una figura pictórica de primer orden que transmite una fuerza poderosa en muchos de sus cuadros, una sensación impactante con meros juegos de colores en los que es fácil, muy fácil entrar.

Cuando nació el hijo de Theo van Gogj y Jo, Vincent, que voluntariamente había ingresado en el sanatorio de Saint-Rémy, hizo al niño el más bello de los regalos, un almendro en flor que significaba el comienzo maravilloso de una vida y, sarcásticamente, el principio del fin de otra.

La vida en el Sanatorio no tenía que ser muy agradable. Al principio no le dejaban pintar, luego sólo salir al patio (que recreó una infinidad de veces)… la pintura de flores sustituyó a los paisajes que estaba acostumbrado a hacer.

Sin embargo, anteriormente sí había pintado flores. Algunas muy famosas a posteriori. Por ejemplo, los girasoles que adornaban la habitación de su amigo Paul Gauguin en Arlés. La intención de Van Gogh era crear una especie de reserva espiritual para los pintores de la época en la preciosa villa francesa de Arlés (el Taller del Sur, lo llamaba). Consiguió convencer a su amigo Gauguin para que compartiera espacio y dedicación y juntos desarrollaron un conjunto de paisajes y retratos espléndidos. Era 1888 y su amistad aún era real.

Van Gogh había pintado varios girasoles con fondo azul y uno con fondo amarillo. Dos de estos cuadros (el amarillo y uno de los azules) decoraban la habitación de Gauguin en casa de Vincent van Gogh en Arlés. Pero aquí, en el Sur de Francia, es donde el habitualmente neurótico Van Gogh comenzó a tener alucinaciones y su relación con Gauguin se fue al traste. Finalizada la famosa discusión en la que Van Gogh se cercenó parte de la oreja, Gauguin se marchó no sin antes pedirle educadamente que le enviara a su nueva residencia los cuadros de girasoles que tanto le gustaban. Van Gogh no quiso deshacerse de ellos y realizó sendas copias para enviárselas.

Y son precisamente Los Girasoles de Van Gogh, de 1889, una de las estrellas del Museo Van Gogh de Ámsterdam (http://www.vangoghmuseum.nl/) un museo cuya imagen exterior es francamente mejorable (sí, se supone que lo construyó Rietveldt, un arquitecto de lujo, pero es que es feo y poco llamativo). Sin embargo, el interior sí merece la pena; no sólo es amplio y abierto, fácil y ameno, sino que también facilita la realización de conciertos y permite tomar algo en la cafetería. Nosotros disfrutamos de uno de ellos.

Van Gogh pintó Los girasoles en Arlés. Hasta allí se fue en busca de paisajes coloridos tratando de cambiar la ciudad de París, donde hasta entonces residía, por la Provenza. Llegó a Arlés en la primavera de 1888 y aunque aún había restos de nieve, los almendros ya estaban en flor. Y por ello, pronto se puso a pintar estos apabullantes paisajes florecidos, tratando de colgar unas pinturas junto a otras dando paso a una decoración que representaría la estación primaveral.

En aquella época, las cartas eran el medio de comunicación más utilizado y Van Gogh era un experto en su uso (hay una web dedicada expresamente a las mismas: vangoghletters.org) . Se ha llegado a decir que sus cartas son casi literarias. Pues bien, el 13 de abril de 1888, Van Gogh incluyó en una carta a Theo el boceto de este tríptico tan bello sobre la Primavera en Arlés.

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Pero si hay una obra sobrecogedora de la producción de Van Gogh en Arlés es La Siega, de 1888. Van Gogh era un pintor prolífico, había días que pintaba decenas de cuadros.  Escribió en 1883: “El plan que me he propuesto para mi vida es hacer tantas y tan buenas pinturas y dibujos como pueda, por lo que espero que, cuando mi vida toque a su fin pueda mirar hacia atrás con nostalgia y amor y pensar: ¡Oh, las pinturas que aún podía haber hecho¡”.

Pues bien, en Arlés también hizo decenas de pinturas pintando varias series sobre diversos temas. Después de las series de huertos en en flor en la primavera, en junio de 1888 centró su atención en la cosecha y los campos de trigo. En poco más de una semana realizó hasta diez pinturas y dibujos sobre el tema. Trabajó a diario en los campos bajo el sol ardiente, hasta que una gran tormenta puso un final inesperado a la cosecha el día 20 de junio.

Qué maravilloso es el paseo por estas salas del Museo Van Gogh en Ámsterdam, rodeados de paisajes de un color atronador, que transmiten sensaciones placenteras o emocionalmente tensas. La vida de Van Gogh en Arlés terminó mal, muy mal, pero vivió unos meses siendo realmente feliz. Sin embargo, seguía viviendo del dinero que le enviaba su hermano por las más que improbables obras que vendía. Sólo al final de sus días algunos pintores y marchantes de arte llamaron la atención sobre su obra (por ejemplo, Camille Pissarro) pero de hecho, sólo vendió un lienzo en su vida (el Viñedo Rojo, que está en Moscú).

Van Gogh nunca fue bien de dinero. Precisamente por eso es tan ingente su producción de autorretratos.Así no tenía que pagar a nadie por posar. Van Gogh pintó un total de unos 35 autorretratos en el transcurso de su carrera. De éstos, aproximadamente 29 los pintó en París (donde vivió justo antes de irse a Arlés, entre 1886 y 1888). Y pintarse a sí mismo le permitió experimentar con varios estilos, técnicas y efectos de luz y color.

La mayoría de los  autorretratos parisinos son bastante pequeños y son estudios o experimentos curiosos. Muchos los ejecutó de forma suelta, muy libre y utilizando materiales baratos como el cartón en lugar de lino o lienzo. El que más nos gustó de la colección de autorretratos del Van Gogh Museum de Ámsterdam es el de arriba, casi sin terminar, pero el más famoso es el de la derecha, basado en la técnica puntillista de Paul Signac.

Van Gogh se presentó en casa de su hermano, en Montmartre, en París, sin avisar, el 1 de marzo de 1886. En París Vincent Van Gogh pudo disfrutar de la conversación y el aprendizaje de figuras como Toulouse Lautrec, Paul Signac o Emile Bernard (amén de Gauguin, claro). En París, pudo observar de primera mano la obra de Rembrandt, Delacroix, Monet, Manet… su hermano ya trabajaba como marchante de arte y le facilitó contactos y posibilidades. Y Van Gogh pintó y pintó, sobre todo vistas de la ciudad, naturalezas muertas, retratos y autorretratos.

Cuando Vincent y Theo vivieron allí, Montmartre tenía un aspecto casi rural: había tierras de cultivo y huertos, tres molinos de viento y mucha luz. El mayor de los molinos, Le Blute-Fin, tenía un café en la parte inferior y una plataforma desde la que se veía una magnífica vista de París. y aquí Van Gogh tuvo la oportunidad de pintar colores luminosos, paisajes soleados e idílicos como este Montmartre: molinos y huertos, de 1887.

París significó el fin de una etapa oscura y realista que Van Gogh había desarrollado en los años previos a la llegada a la gran ciudad. En estos años previos, Van Gogh había protagonizado una vida en la que los extremos religiosos se daban la mano con la indecisión y una incipiente patología nerviosa. Durante su juventud, en Holanda (donde nació en 1853), la influencia de su padre, un pastor protestante, hizo que Vincent van Gogh se metiera a predicador.

Había trabajado como aprendiz en una sucursal de una empresa francesa de marchantes de arte y le fue tan bien que hasta le enviaron a Londres a aprender y mejorar sus cualidades. Pero Van Gogh no estaba hecho para eso y le terminaron despidiendo. Por eso marchó como sacerdote protestante a una región minera belga donde su extremo celo le convirtió en algo así como el “Cristo de la Mina de Carbón”. Ese excesivo celo es lo que provocó que no le renovaran el puesto.

Totalmente en crisis y sin saber qué hacer, su hermano Theo le sugirió que probase a ser artista y tras largas dudas encontró la profesión de su vida, la que no le daría dinero ni fama en vida pero que sí se la concedería una vez muerto. En sus primeros tiempos, tan cercano a los pobres como en su época de predicador, trató de hacer retratos de de los campesinos y artesanos pertenecientes a las capas más empobrecidas de la sociedad, llegando a prohibir su presencia algunos párrocos (por ejemplo, de Drenthe) no sé si celosos o alarmados.

Sin embargo, encontró su hueco cuando pintó Los comedores de patatas, en 1885, un estudio de retratos de campesinos francamente llamativo.

Van Gogh eligió deliberadamente una composición que pondría en entredicho su valor cada vez mayor como pintor. Y como el maestro francés Jean-François Millet, Van Gogh quería ser un verdadero "pintor de los campesinos”, sin sentimentalismo pero con sentimiento, queriendo reflejar a aquellas personas que “habían utilizado las mismas manos con las que ahora toman la comida del plato a cavar la tierra".

Como todos los de la época, éste es un cuadro de autoaprendizaje, Van Gogh no tenía dinero para muchas clases, por lo que pasó varios años probándose a sí mismo, practicando, pintando maravillas como estos Comedores de Patatas en la oscuridad de su salón, en esa misma oscuridad que muchos años después se escondería en su corazón y le incitaría a terminar con una vida de extremos, de enfermedad, de padecimiento y pobreza; pero también de pinturas maravillosas, cálidas, coloridas, desafiantes, únicas. Pinturas que le convirtieron en el pintor más importante de su época. Y él, ni se enteró.