2009 es el año de Charles Darwin. El aniversario de su nacimiento y el de la publicación de "El Origen de las Especies", en 1859. Aparecen artículos sobre su vida en numerosas publicaciones. Se le menciona en muchos sitios. Yo ya lo hice, hace mucho tiempo.
Desde luego, lo merece. En 1831 Darwin embarcó en el barquito (como él lo definió) HMS Beagle, con el que recorrió medio mundo durante cinco años. En aquel tiempo, pleno siglo XIX, el hombre se dedicaba a descubrir muchos de los secretos que la ciencia y la naturaleza todavía se guardaban para sí.
Darwin se dedicó en cuerpo y alma a desentrañar muchos de ellos, algunos activamente, como la formación de atolones de coral, por ejemplo. De otros no supo darse cuenta (a pesar de tenerlo tan cerca): son curiosas sus afirmaciones y reflexiones sobre los miasmas que provocaban las fiebres y enfermedades tan habituales en el trópico. Pero desde luego, su nombre quedó escrito en letras de oro cuando dio con la teoría científica más importante para disciplinas como la biología, la ecología, la química o la medicina, la Teoría de la Evolución a través de la selección natural.
El viaje del HMS Beagle es un punto de referencia para todos aquellos a los que nos apasionan por igual la ciencia y la historia, la aventura y el conocimiento. El barco capitaneado por Robert Fitzroy ha sembrado de gozo las ensoñaciones de mucha gente. Posiblemente Patrick O'Brian se basara en él al desarrollar el personaje de Stephen Maturin en su canon de novelas de la armada británica.
Hace unos años, antes de morir joven, Harry Thompson escribió una inolvidable y deliciosa novela llamada "Hacia los confines del mundo" (curiosa traducción libre de la editorial Salamandra del título original, This thing of darkness, que hace referencia no sólo a una cita de "La Tempestad" de Shakespeare sino al carácter del capitán Fitzroy y a la motivación del viaje del Beagle).
La novela es incustionablemente una obra maestra y está basada, entre otros muchos documentos, en los diarios de la expedición escritos por ambos personajes Robert Fitzroy y Charles Darwin. Es sorprendente que algunas de las obras consultadas por Thompson, como los diarios originales del mismo Fitzroy no hayan sido consultados en casi ciento cincuenta años....
La conmovedora lectura de la novela me impulsó a buscar las fuentes originales, el "Diario del Viaje de un Naturalista alrededor del mundo" publicado recientemente por Espasa en una edición preciosa pero que peca de una traducción y comentarios a todas luces obsoletos.
La narración del viaje se circunscribe casi por completo a opiniones científicas sobre aquello que va encontrando Darwin en la singladura del Beagle, pero también a opiniones sobre temas fundamentales en aquella época: el progreso, la esclavitud, la religión, la civilización, el modo de vida a bordo de un barco, las costumbres de otros pueblos, los misioneros... Darwin nos deja en el libro historias fascinantes.
El Beagle (pintado aquí por Conrad Martens, uno de los dibujantes del viaje) recorre el mundo con el objetivo prioritario de cartografiar parte de Sudamérica. Fitzroy tiene altibajos, pero mantiene una capacidad portentosa para manejar las situaciones. Darwin no es un hombre de aventura, pero la experiencia le va cambiando... en alguna ocasión declara que ni su afición más querida, la caza de perdiz, tiene punto de comparación con el momento de descubrir hechos nuevos para la ciencia (se refiere en ese caso a la geología, momentos después de hallar un buen número de cráneos fósiles de gran tamaño en las costas argentinas, algunos de ellos adquiridos de familias de la zona que los utilizan de diana de tiro).
Darwin aprende a disfrutar de la libertad. Recorre la Pampa con los gauchos, a caballo, cazando como ellos, con bolas (la primera vez que utiliza las boleadoras atrapa... su propio caballo, cayendo al suelo; los gauchos declaran que nunca habían visto a nadie tan raro). Asciende montañas y volcanes, asiste a grandes terremotos, duerme a la luz de las estrellas, se congratula de la amabilidad y consideración de la mayor parte de personas que le acogen en sus casas y villas a lo largo del mundo, se asombra y compadece del estado de las tribus y pobladores de aquellas zonas, en particular de los fueguinos de Tierra del Fuego, (cuyas peripecias protagonizan gran parte del libro de Harry Thompson)...
Y también comienza a darse cuenta de que no todo es como se lo habían contado; las múltiples conchas fósiles que halla en lo más alto de los Andes, la fauna que encuentra similar en espacios muy alejados o muy distinta en espacios muy cercanos... todo ello le hará plantearse en el futuro nuevas ideas que cambiarán todo lo conocido y preconcebido hasta el momento en la historia de la ciencia.
Son, por su puesto, las islas Galápagos uno de los puntos más importantes del viaje de Darwin. Las iguanas terrestres y las marinas (a pesar de parecerle poco menos que estúpidas le interesan), las diferentes especies de pinzones y sinsontes de las islas, la mansedumbre de los animales, los galápagos gigantes.
Pero la del viaje del Beagle es una historia maravillosa que no finaliza en las Galápagos, como podría pensarse, el Beagle continuó viaje hasta Australia, Nueva Zelanda, Tahití, las islas Keeling (donde toma lugar su teoría sobre los arrecifes coralinos) San Mauricio e incluso volvió por Brasil antes de regresar definitivamente a Inglaterra.
En ese momento, Darwin ya se ha convertido en un héroe de la ciencia (durante su periplo de más de cinco años se habían publicado sus cartas y presentado sus numerosas colecciones enviadas a Londres a su mentor, el profesor Henslow).
Charles Darwin siempre mantuvo que este viaje le cambió la vida. Y que su primer libro, su Diario, es del que más orgulloso se sentía. Y precisamente de este viaje (que está tan magníficamente animado en la web http://www.nhm.ac.uk/nature-online/science-of-natural-history/expeditions-collecting/beagle-voyage/) se aprovecha la espectacular exposición que se muestra estos días en el Museo de Historia Natural de Londres: Darwin Big Idea Big Exhibition.
Y efectivamente es una gran exposición, que narra con detalle el Viaje del Beagle, de todas y cada una de sus paradas, de las anécdotas del Diario, de las aventuras de Darwin y Fitzroy: http://www.nhm.ac.uk/visit-us/whats-on/darwin/index.html
Pero además incluye fósiles originales recogidos durante el viaje, muestras del herbario de Darwin, así como de los insectos que recolectó en cada país. Algunas iguanas miran desde un gran terrario mientras un modelo del barco se yergue en el inicio de la exposición. Los diarios son ilustrados por evidencias reales del viaje y ayudan a entender la futura elección de Darwin al desarrollar la Teoría de la Evolución.
Algunos de los pinzones y sinsontes recogidos en Galápagos aparecen al comienzo de la exposición. A pesar de lo que se cree, Darwin no recogió una muestra adecuada de pìnzones de las Islas Galápagos, tuvo que pedirle a Robert Fitzroy a posteriori algunos de sus especímenes en un momento en el que su relación ya no era precisamente de amistad (el capitán también era un científico, un gran meteorólogo que puso en marcha el sistema de rosas de los vientos). Fueron más bien los sinsontes y las propias tortugas gigantes quienes le dieron la idea a Darwin de que las especies no tenían porqué ser inmutables y que a condiciones diferentes se podrían desarrollar especies diferentes.
¿Pero de qué modo? Gracias a sus lecturas de las teorías de Thomas Malthus y su Ensayo sobre el principio de la población, a las teorías geológicas de su amigo Charles Lyell, a sus propios experimentos sobre cruces y variaciones entre razas con palomas o al estudio pormenorizado de las variaciones de los caracteres en microorganismos y percebes (a los que se dedicó por espacio de años) Darwin fue construyendo una teoría que le preocupaba profundamente y que, gracias al destino, fue comunicando a sus amigos y colaboradores por carta.
Durante muchos años, Darwin escribió diarios donde dejó escritas muchas de sus teorías. En uno de ellos se guarda un auténtico tesoro de la ciencia: el primer cladograma, el primer árbol de la vida, (en la foto, a la izquierda) que describe relaciones organizadas entre organismos, abocetado por un Charles Darwin que pasaba por un momento brillante.
Brillante y doloroso. La picadura de varias chinches en la zona de los Andes (las conocidas vinchucas) le causó una muy probable forma subaguda de la enfermedad de Chagas. Darwin no pudo volver a salir de su casa del Condado de Kent.
Pero a la vez, eso le ayudó a concentrarse en su trabajo y en elaborar la teoría más famosa de la ciencia, teoría que estuvo a punto de verse eclipsada por la inesperada aparición de un joven naturalista, Alfred Russell Wallace que, desde Malasia le envió una carta al mismo Darwin (no podía confiar en nadie más capacitado) para exponerle una versión casi idéntica a la teoría que éste había desarrollado.
Al final, con la intervención de sus amigos Lyell y Hooker, el ensayo sobre el origen de las especies y la capacidad de éstas de transformarse gracias a la intervención (no precisamente divina) de la selección natural se presentó ante la Sociedad Linneana, compartiendo ambos científicos el honor del descubrimiento (en la foto, reconstrucción del despacho de Darwin en la exposición del Museo de Historia Natural, con ejemplares originales del Origen de las Especies sobre la mesa).
Estoy seguro de que Darwin nunca dejó de soñar con el viaje que había realizado. Vivió grandes desgracias (en particular, la muerte de su hija más querida). Vivió entre grandes dolores. La recepción de su teoría fue desigual, con grandes defensores y abogados de la misma como Huxley y Haeckel y grandes y religiosos oponentes. Pero al final vivió lo suficiente como para tener el inmenso placer de ver firmemente asentada su Teoría en la ciencia (Huxley dixit)
La aventura de su vida es un ejemplo para todos. De hecho, y parafraseando su memorable frase del Origen de las Especies, hay grandeza en la historia de su vida. Por eso, no puedo más que finalizar recogiendo un extracto del último capítulo del Diario, el XXI, llamado "De Isla Mauricio a Inglaterra":
"Afirmo también que el placer de vivir al aire libre, teniendo por techo la bóveda del cielo y por mesa la tierra, forma parte del mismo sentimiento: el retorno salvaje a los hábitos más naturales y bravíos.
Siempre recuerdo con placer nuestras excursiones en bote y mis viajes por tierra al través de regiones poco frecuentadas, que me procuraron satisfacciones deliciosísimas, como no alcanzan a producirlas todos los refinamientos de la civilización. Sin duda, todos los viajeros han de guardar en su memoria la gratísima impresión experimentada al respirar por vez primera el ambiente de un clima lejano, donde rara vez o nunca el hombre civilizado ha posado su planta."
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