Para mí, pasear por las ruinas de Cáparra tiene un importante componente sentimental. Pero la Cáparra que recuerdo de finales de los 80 no tiene nada que ver con la actual. En aquel entonces, el campo cubría el yacimiento romano, del que quedaba el imponente arco como señal inequívoca de la presencia de algo importante en el lugar.
Este arco de 4 pilares, es un tetrapilón como el que vimos en Aphrodisias, en Turquía, pero tiene el encanto de lo cercano. La verdad es que en su momento debió ser espectacular y aún hoy en día transmite fuerza, dignidad y monumentalidad de un pasado arrasado por el tiempo y el hombre.
Se llega a Cáparra pasando por paisajes maravillosos, encinares explotando con la primavera´, una orgía de colores y olores, de vida, de verdes, rosas, amarillos, azules, blancos de diferentes tonalidades y emociones. Y en medio de este vergel encontramos la huella que dejaron aquellos que vivieron aquí hace dos mil años. Aquellos que poblaron una ciudad romana de cierta importancia, mencionada por Plinio cuando todavía estaba sometida a tributo por derecho de conquista. La antigua ciudad vettona ahora formaba parte de la Lusitania, una de las provincias hispanas del Imperio Romano.
Y llegó a tener tanta importancia que dejó de ser ciudad estipendiaria a municipio romano con todos sus beneficios en época Flavia. Fue el mismísimo Vespasiano quien le concedió este estatus iniciando un proceso que convertiría a Cáparra en una de las ciudades más importantes de la Lusitania.
El Centro de Interpretación nos decepciona un poco. Sí que está bien acondicionado y la exposición es breve e interesante, pero no tiene ni guía en papel del yacimiento (por no decir tienda pero esto es secundario). Los guías hacen un buen trabajo, de hecho, nos tocó sufrir junto con una paciente guía a una horda de niños desatados. Pero esto es anécdota: lo importante es que el yacimiento es visitable y el recorrido, sencillo y agradable.
Lugar de tránsito entre Augusta Emerita y Caesaragusta, el decumano coincidía en recorrido con la mismísima Vía de la Plata lo que proporcionaba riqueza al pueblo. Al fin y al cabo viajeros y comerciantes tenían que pasar por aquí casi obligatoriamente y eso hizo crecer a Cáparra. Se convirtió en una ciudad de calles rectas y empedradas, con casas construidas en en ladrillo, granito y el llamado cal y canto llegando a ocupar de 12 a 14 Ha de tamaño. En el Centro de Interpretación, si los niños te dejan verlo, existe la posibilidad de disfrutar de un documental sobre la ciudad en la que ésta se recrea fehacientemente. Merece muy mucho la pena verlo.
De camino hacia el yacimiento observamos a nuestra izquierda las huellas que dejó el anfiteatro de Cáparra, ya desaparecido. Pero al contrario de lo que podría suponerse (yo ya imaginaba a los vecinos de la ciudad llevándose piedras a lo largo de la historia), este anfiteatro era modesto y su estructura efímera.
De hecho, recordaría a las construcciones temporales características de los campamentos de las Legiones, cuyo futuro una vez abandonada la campa no era muy prolongado.
Su entarimado sería de madera, y se aprovecharía la necesaria excavación previa en el terreno para disponer la arena y las gradas. Aún así, queda mucho por excavar en este anfiteatro
Cáparra estaba rodeada de una fuerte muralla en la que se abrían tres puertas importantes de acceso a la ciudad.
Flanqueando la puerta principal aún se pueden ver los restos de sendos bastiones semicirculares de más cinco metros de diámetro y 1,3 de grosor, rellenos de piedra y tierra. No sólo servían de defensa mayúscula, sino también como guarida para el cuerpo de guardia. Y como es habitual, los enlosados de las carreteras de acceso por estas puertas presentan las depresiones asociadas a la erosión provocada por el tránsito continuado de carros. Una gran puerta de madera y hierro se abriría, de dentro a afuera, para permitir su paso.
El interior presenta un almohadillado decorativo, asociado al proceso de monumentalización que se vivió en el siglo I de nuestra era. Una parte fundamental de ese proceso es nuestro arco tetrapilo de 4 pilares, culminación del proceso de mejora y decoración de la ciudad.
De hecho, el arco comienza a verse ya nada más traspasada la muralla y sus bastiones defensivos. El Arco está en el centro geométrico de la ciudad, en el punto donde se encuentran las calles principales de toda ciudad romana que se precie, el kardo y el Decumano y a las puertas del Foro. Fue construido con sillares de granito y su núcleo está compuesto de Opus caementicium, el eficaz hormigón romano. Su color original casi se ha perdido, pero aún quedan restos del pigmento rojo original que lo recubría y cuyas funciones eran una parte de estética y una parte de protección.
Como decía, su posición no fue elegida al azar, estaba en el Mundus, connotación sagrada relacionada con la fundación del asentamiento céltico previo y en origen superaba los 13 metros de altura. Su construcción fue financiada por un influyente ciudadano caparrense, Marcus Fidius Macer quien lo dedicó a la memoria de sus padres Bolosea y Fidius. El nombre de la madre tiene evidentes connotaciones ibéricas y celtas mientras que el del padre es claramente romano. Aunque muy deteriorada, se mantiene una inscripción en la fachada suroeste del arco en la que queda patente esta dedicatoria. No obstante, existe aún alguna duda sobre el parentesco entre Fidius Macer y Bolosea, llegándose a pensar incluso que ella fuera la nieta del primero.
Marcus Fidius Macer tuvo importantes cargos públicos en Cáparra: tres veces Magiostratum, dos veces Duunivro y una Prefectus fabrum. De él se han hallado varias inscripciones en el yacimiento siendo la más destacada la del Arco. en verdad, pasear por entre sus cuatro gigantescas columnas es un placer emocionante.
De wikipedia: “Los frontales norte y sur disponen de dos pedestales adosados sobre los que se colocarían esculturas representativas de las parejas citadas en las inscripciones. No sería de extrañar que, por sus dimensiones, en los pedestales del norte se encaramaran retratos ecuestres.”.
No es difícil imaginar sendas estatuas ecuestres sobre los pedestales de la cara noroeste del Arco de Cáparra, al fin y al cabo éste se realizó con el fin de embellecer la ciudad y transmitir poder a los que la visitaban.
Los arquitectos y canteros romanos eran excelentes, todo encaja perfectamente, sin argamasa de unión, piedra contra piedra formando un conjunto de bóvedas espectacular. Garfios de hierro ayudarían a la unión de estas piedras: de ellos quedan sólo agujeros en el interior del arco.
El Foro romano está a las puertas del Arco de Cáparra. La verdad es que no queda demasiado de él. Era un sitio ancho y amplio, es evidente, se trataba del centro político y religioso de la ciudad, lugar de encuentro de los caparrenses y como tal tenía que lucir.
Desde el exterior se accedía por tres puertas desde el Decumano, encontrando primero una plaza enorme enlosada con tres edificios impresionantes que la protegían: a la izquierda estaría la Basílica (el órgano judicial, del que apenas quedan restos de columnatas), a la derecha la Curia (el edificio del Senado, un edificio cerrado del que sólo se pueden ver los muros de cimentación) y en el centro tres templos religiosos posiblemente dedicados a la tríada capitolina (de los que quedan la plataforma delantera de uno de ellos y cimientos del resto).
Al otro lado del Arco se sitúan unas moderadamente bien conservadas Termas y una serie de edificaciones que poco a poco van saliendo a la luz.
Aún así, la vista más asociada a lo que Cáparra debió ser en el momento de mayor monumentalización de la ciudad, la Cáparra del siglo I dC, se tiene desde el Decumano: la calle más ancha y mejor cuidada, la calle que estaría rodeada de casas de lujo con pórticos columnados a los lados.
La Calle mayor, más importante que el Kardo, y cuyas losas irregulares de granito permitían evacuar el agua de la lluvia gracias a un especial abombamiento realizado por los constructores romanos. De más de cuatro metros de ancho éste gran centro comercial se fue degradando con el paso del tiempo añadiéndole parcheados que ahora nos permiten realizar una lectura hacia atrás en el tiempo desde el camino abandonado que dejaría la Edad Media hasta la calle principal de época imperial. Y es que Cáparra, como suele suceder, terminó desapareciendo con el paso de los siglos.
“Y ansí se despobló Cáparra”, un dicho del siglo XVI recordaba a la ciudad romana en los momentos en que los intervinientes en una conversación la iban abandonando poco a poco. EL progreso de Cáparra estuvo íntimamente asociado a las comunicaciones entre ciudades de la época, comunicaciones que fueron desapareciendo con la crisis del siglo IV, la reducción del flujo de mercancías y el empobrecimiento generalizado que protagonizó la Baja Edad Media.
Numerosos viajeros de los siglos XVII y XVIII dejaron por escrito su paso por Cáparra. Antonio Ponz, en su Viage de España (1772-1794) dejó escrito en su tomo VII:
“Lo que Cáparra pudo haber sido en lo antiguo, lo demuestran claramente su hermosa situación, la amplitud, y buena proporción del terreno para cultivo, reducido hoy a espeso monte; las infinitas lápidas y monumentos del tiempo de los romanos, llevados a Plasencia y a diferentes pueblos de estos contornos, particularmente a la Oliva; la proximidad de/ río.., los muchos cimientos, trozos de columnas y otras piedras de suntuosas fábricas, que se descubren... el famoso arco o monumento de trofeo, que en la misma Cáparra se conserva en pie en la calzada romana...¿quién duda que se hallarían infinitas preciosidades, si de propósito se hiciesen excavaciones en Cáparra?. Ello es que por todo aquel contorno se encuentran piedras labradas, y cimientos de fábricas sin poner cuidado en buscarlos.”.
Esa misma Cáparra que me marcó hace años y cuyo legado sigue vigente, aunque sólo sea bajo los arcos del inmenso Arco romano que conmueve a todo el que le mira.