Aquí, las 11 cosas que hacer en París originales, de marzo de 2009.
1. París, de noche, navegando por el Sena
Asumo que estamos haciendo una turistada. Es así, mirándolo por donde se mire, desde las canciones de Aznavour y Montand que suenan de fondo a las explicaciones en varios idiomas de la guía… pero es que se trata de París, iluminado, en una noche preciosa y recorriendo el Sena en un Bateaux Parisien (http://www.bateauxparisiens.com/). Y no se trata de la típica cena o comida en barco, ni siquiera de un pequeño crucero lujoso.
No es necesario. París es suficiente. Los grandes hitos de la ciudad, desde Notre Dame a la Torre Eiffel o el Louvre pasando (por debajo) de los puentes que rodean a la Île de la Cité y la Île de Saint-Louis son más que suficiente para asegurar un recorrido inolvidable. Es una experiencia preciosa y recomendable y no demasiado cara (sobre 12 euros casa uno). El trayecto lleva alrededor de una hora y escuches o no lo que te comentan, el ambiente y la visión te hacen olvidar que estás en esa turistada.
Las luces de otros barcos, de los monumentos o de la propia ciudad de la luz, bellamente iluminada por la noche, se reflejan en las aguas del Sena. Los barcos amarrados a los laterales están ocupados por restaurantes, por salas de baile, por gente sentada mirando el tráfico fluvial. De repente, la iluminada Torre Eiffel comienza a chisporrotear, multitud de luces blancas recorren alocadamente la figura de hierro de Gustave Eiffel. Suenan muchas exclamaciones: realmente París se lo toma en serio.
De hecho, la gente es feliz visitando esta ciudad. En pocos sitios he visto a tanta gente que no se conoce de nada saludándose al paso de los barcos desde los puentes y desde los puentes a los barcos, cruzándose una y otra vez los deseos y las emociones y la alegría y la calidez. Todas las ciudades tienen algo de parque de atracciones, pero París, probablemente, sería el más emocionante de todos ellos.
2. Tumbarse en el césped de la Plaza des Vosges
Si hay una plaza escondida de las masas de turismo y que trata de igualar el encanto de las Tullerias es la Plaza de los Vosgos, un lugar realmente agradable y acogedor, con casas de un rojo intenso rodeando un parque de árboles, fuentes y césped de pequeño tamaño pero grande en vida y ambiente.
Mientras el jardinero da de comer a los patos, los parisinos se tumban en el parque y los abuelos juegan con los nietos. Las bicicletas rodean la plaza por su interior, el verde follaje de los plátanos cubre el rojo de las fachadas de ladrillos y los pizarras de las buhardillas. El cielo, de un azul impecable. La parte baja de las casas contiene un pasillo con arcadas por que el que también es un placer pasear.
La plaza de los Vosgos, denominada así porque el Departamento francés de Vosgos fue el primero en pagar cierto impuesto para sostener el ejército revolucionario de finales del XVIII, es el lugar secreto al que habría que llevar a alguien querido para sorprenderle. Es una plaza muy antigua, inaugurada en 1612 y donde han pasado muchas cosas. De hecho, algunos grandes nombres de la historia francesa vivieron aquí mismo, como el Cardenal Richelieu, así que nos dirigimos a la Casa del mismísimo Víctor Hugo.
3. Visitar la Casa de Víctor Hugo
Y aquí aprendemos que la popularidad y la locura que nos embarga a algunos por determinados personajes famosos no es característica de la época en la que vivimos. Pero sí lo son el objeto de nuestros intereses.
Creo que no nos podemos hacer idea real hoy día de la fama que podían llegar a alcanzar determinados escritores, dramaturgos, autores de los siglos XVIII y XIX. Sobre todo aquellos, como Víctor Hugo, que trascendían las páginas de su Notre Dame de París o sus Miserables para convertirse en referentes y defensores de ideas dignas como la lucha contra la pobreza y la injusticia en la sociedad del diecinueve.
La vida de Víctor Hugo, con arrebatos pasionales juveniles, con un divorcio en una época en la que se accede por fin a este derecho, con exilios, con éxitos superlativos, con industrias asociadas a su persona (el actual merchandising en versión París 1800), con aficiones llamativas, con gustos sorprendentes, con desgracias familiares y una controvertida imagen pública es fuente de inspiración para el mantenimiento de una de sus casas parisinas (aquí, su web: http://www.paris.fr/loisirs/musees-expos/maisons-de-victor-hugo/p5852).
Visitarla es un placer, y aprender del autor del Jorobado de Notre Dame, un hallazgo. Conocer los mil y un objetos desarrollados en vida del autor como recuerdo de su importancia es todavía más alucinante (en este momento hay una exposición temporal muy curiosa, los Hugobjets). Se podía cenar con Víctor Hugo y cenar en Víctor Hugo, fumarle o vestirle, tenerle como busto o en periódico. Su multitudinario entierro fue uno de los primeros en los que se maximizaron los beneficios por el merchandising de objetos puestos a la venta a tal efecto.
Y además, tienes la oportunidad de conocer algunas cosas fascinantes de la vida del autor francés que a nadie dejan indiferentes. Como su famoso retrato o las ilustraciones de algunas de sus novelas inmortales.
4. La Galería de la Evolución vs La Galería anatómica
Éste sí que es un combate singular, lo nuevo contra lo viejo, lo innovador contra lo arquetípico, tratar de marcar el paso o pisar lo ya repetidamente andado. El Museo de Historia Natural de París (http://www.mnhn.fr/museum/foffice/transverse/transverse/accueil.xsp) se divide en varias sedes y los franceses que son muy cucos, te hacen pagar en todas ellas.
Así que nos dirigimos a los dos más importantes, el antiguo y el nuevo museo. El antiguo te retrotrae al pasado de la manera más efectiva, rodeándote de multitud de esqueletos en la galería de anatomía más fascinante que he tenido oportunidad de visitar. Aprovecho no sólo para ver la anatomía ósea comparada de tantas y tantas especias, sino para buscar la de algunas que son realmente especiales. Y, para mí, lo son los restos de la Vaca Marina de Steller, uno de esos animales que, como el Dodo, dicen más de la historia del hombre sobre la tierra que muchos yacimientos arqueológicos. Y allí está la pobre Vaca Marina, escondida entre cientos y cientos de esqueletos de lo más variado. Un espectáculo sobrecogedor.
En la segunda planta nos espera un poco más de lo mismo, pero con dinosaurios de por medio. Muchos son casts, copias en negro de originales americanos; otros sí merecen la pena por su rareza o espectacularidad. Me quedo, sin lugar a dudas, con el impresionante Sarchosucus imperator, un cocodrilo impresionante del Cretácico inferior.
Pero para espectacularidad, el nuevo Museo de Historia Natural, ese Museo que debe servir de ejemplo a cualquier otro museo de este tema del mundo, no ya por su Galería de la Evolución, sino por su forma de exponer, de enseñar, de asombrar. Lástima que le faltase algo de luz (¡más luz!) en un número muy importante de vitrinas y salas. La crisis (o la mala gestión) hace estragos.
Aún así, salimos encantados de este fenomenal Museo que se disfruta de principio a fin y de arriba a abajo (aunque sea a oscuras).
5. Buscar la Taberna de Nicolás Flamel y el barrio judío
La historia de Nicolás Flamel atrae a numerosos visitantes de París a la que fue su casa y que en la actualidad es un restaurante, el Auberge Nicolás Flamel (http://www.auberge-nicolas-flamel.fr/). El secreto de la piedra filosofal, el de la eterna juventud, estuvo en sus manos y llegó a ser amigo del mismísimo Albus Dumbledore.
El caso es que, más allá de la tontuna magufa, la cosa tiene su encanto. Estamos ante una leyenda graciosa en la que un francés del siglo XIV logra descifrar tras sucesivos entuertos el libro de Abraham el Judío y se hace con la fórmula de la piedra filosofal, la eterna juventud y la transmutación del plomo en oro. Pero el hombre es humilde y prefiere dedicar su riqueza a la apertura de hospitales y capillas. Todo muy mono.
Como monas son las tallas e inscripciones de la pared, con ángeles y textos llamativos. Por cierto, para localizarla tienes que ir al barrio de Les Halles, a la Rue Montmorency, 51, entre Rue du Temple y Rue Beaubourg.
Pasear por esta zona tiene interés. Además del feísimo Centro Geroges-Pompidou puedes visitar la plaza en la que en su momento se alzó la Fortaleza del Temple, donde encerraron a María Antonieta y a Luis XVI mientras decidían si caían la monarquía y sus cabezas juntas (no queda nada de aquello) o incluso acercarse hacia Marais y pasear por el Barrio Judío, por la Calle des Roisiers y Rambuteau, un lugar tranquilo donde, a diferencia de los barrios judíos de las ciudades españolas, te puedes cruzar con algún profesante de esta religión.
6. Posar con la cabeza de Les Halles (L’Écoute)
No tengo ni idea de quién son estos niños, pero acuden como la mayor parte de los visitantes a hacerse una foto con la escultura de Henri Miller L’Écoute, La Escucha, una gran cabeza de arenisca que contrasta con la sobriedad gótica/renacentista de la preciosa Iglesia de Saint Eustache, en Les Halles.
Esta zona de París siempre se ha relacionado con los mercados de abastos, de alimentación. Emile Zola la denominó en el siglo XIX “el vientre de París” (y es que Les Halles significa Los mercados cubiertos/Las naves) . En los 70 dispusieron aquí un cantoso centro comercial (el Forum des Halles) que ahora, viendo que es manifiestamente mejorable, está en restauración.
Mientras tanto el Jardín de Les Halles y la Plaza René Cassin están rebosantes de vida, de gente bailando, paseando, tocando música, divirtiéndose en uno de los centros más importantes de París, que incluye una de las estaciones de tren/metro de referencia (Châtelet-Les Halles), el Forum, los jardines, la plaza, la Bolsa, la Iglesia de Saint Eustache y hasta una Torre astrológica construida por orden de la reina Catalina de Médicis en 1574 para alojar a sus astrólogos y que pudieran ver bien las estrellas para predecir su augusto futuro.
La verdad es que uno se siente encantado en esta plaza, con el hervidero de gente, las naves cerradas, los invernaderos o las paredes reflectantes del Forum.
La Iglesia de Saint Eustache es otro hallazgo. Por sus dimensiones es una catedral, pero Notre Dame le quitó el derecho. Molière, Richelieu o Madame de Pompidour fueron bautizados aquí y Mozart la eligió para celebrar el funeral por su madre.
El interior es portentoso, de diseño gótico y fachada renacentista y hasta cuenta con un Rubens en una de sus capillas.
7. Seguir el movimiento de la sombra de la Torre Eiffel
Desde lo más alto de la Torre Eiffel se ve una vista maravillosa de París, mucho mejor que desde el segundo piso, pues desde el tercero se pueden apreciar con toda su belleza las grandes avenidas del Barón Haussmann, los Campos Elíseos,las Tullerías, el Sacre Coueur, Notre Dame e Île de France o Montmartre.
Se trata de una experiencia recomendable y única. Y aunque en París todo sea subir para ver vistas, éstas son las que merecen la pena. Y además, tienes la oportunidad de ver moverse lentamente la sombra de la propia Torre Eiffel, dejando en la retina una imagen de las que no se olvidan.
Como no se le olvidaría a nadie a nivel de suelo que le cayera algo desde arriba. Por eso el último piso de la Torre Eiffel, además de indicar con detalle las distancias y orientaciones de un buen número de ciudades del mundo, también recoge avisos de lo terminantemente prohibido que está arrojar cualquier cosa al vacio.
Los barcos surcan el Sena mientras los Campos Elíseos y las avenidas que salen en forma de estrella del Arco del Triunfo se llenan del verdor de la primavera. En lo más alto de la torre Eiffel, además de las vistas y de lo llamativo de su antena, también podemos conocer de primera mano a Gustave Eiffel, a su hija Claire Salles y a Thomas Alva Edison, en una agradable conversación recreada en cera que reconstruye la visita que el inventor estadounidense realizó a Eiffel el 10 de septiembre de 1889 para mostrarle su recién inventado fonógrafo. Gustave Eiffel construyó un coqueto apartamento en el piso tercero de la Torre y allí recibía sus invitados; un lujo,vamos.
En este caso, subimos u bajamos en ascensor. Las colas son enormes pero también merece la pena por ahorrar tiempo y esfuerzo.
8. Buscar un mimo en la Plaza del Tertre en Montmartre
Ya han desaparecido los pintores, los bailes en los molinos cercanos y el ambiente cabaretero de la belle époque, ahora es pasto de turistas, pero aún así Montmartre conserva parte de su espíritu desenfadado, divertido, multitudinario, festivo. Callejones empinados, escaleras, fachadas con logotipos pintados en otra época y repintados en la nuestra. Tiendas, bares, gente en la calle. Algún músico, algún artista y también algún mimo.
Y nuestro mimo lo clava. Está en la Plaza del Tertre, en el corazón de Montmartre, justo al lado del Sacré-Coeur. El ambiente en la calle es tan maravilloso que no extraña que fuera aquí donde nació la palabra bistrot (vida en ruso) para denominar aquellas tabernas donde se puede comer algo.
Los retratistas están también a la altura, utilizando colores tan llamativos como los de los mosaicos dorados del interior del Sacré Coeur… Nosotros cogemos Rue Lepic hacia el famoso Moulin Rouge no sin antes hacer una pequeña parada en el Moulin de la Galette, aquel molino de viento (de los pocos que quedan en París) que terminó convirtiéndose en uno de los cabarets más conocidos, inmortalizándolo Renoir o Van Gogh en obras inolvidables.
Pero antes de llegar al Moulin Rouge, y una vez pasadas un buen número de pastelerías, floristerías y tiendas de alimentación (algunas de lujo) damos directamente con el Café donde se rodó Amelie.
9. Tomarse algo en el Café de Amelie Poulain
El Café des 2 Moulins es un Café Brasserie muy buscado en París. Está en Rue Lepic y es que en él trabajaba uno de esos personajes que se vuelven consustanciales con la ciudad a la que representan. Y Jean Pierre Jeunet lo consiguió con Le fabuleux destin d'Amélie Poulain consiguiendo que Audrey Tatou se convirtiera en la chica francesa por excelencia.
Y allá que fuimos nosotros, a tratar de tomar algo en el Café de Amelie, con quien acabamos encandilados en 2001 en el cine y a través de los años con la excepcional banda sonora de Yann Tiersen. Al fondo del Café está la mismísima Amelie, mirándonos desde el cartel original de la película.
10. Científicos famosos en el Jardín des Plantes (con un anfiteatro al lado)
El Jardín Botánico de París (http://www.jardindesplantes.net/) es uno de los más grandes que he tenido la oportunidad de visitar. La verdad es que, todavía más en primavera, es bellísimo. En él se localizan todos los edificios del Museo de Historia Natural de París pero merece muy mucho la pena recorrerlo buscando no sólo árboles americanos, laberintos, invernaderos o jardines alpinos. También tiene otro interés: las enormes esculturas de científicos franceses famosos, dispersas junto con otras igualmente llamativas por todo el Jardin des plantes.
Éste, por ejemplo, es el Conde de Buffon pero se pueden hallar muchos otros recorriendo los espacios del Jardín (que, por cierto, fue el primer jardín botánico abierto al público, en 1640). También se puede uno perder por la Casa de Fieras, por diversos quiscos donde tomar algo, en fin, una visita que se puede prolongar todo lo que se quiera. Y más en un día tan maravilloso de primavera.
11. Darse un paseo por Versalles
El espléndido Palacio del Rey Sol, del siglo XVII merece una visita, por supuesto. Pero no sólo el palacio, que por muy espectacular que sea, que lo es, viene a ser como otro gran palacio cualquiera. No, lo que verdaderamente merecen la pena son los jardines del Palacio de Versalles y el Dominio de María Antonieta. Es cierto que la meteorología condiciona mucho las visitas pero la espléndida primavera que tuvimos en abril nos regaló la mejor visita posible a Versalles.
Así que nos cogimos el Cercanías, el RER C y en media hora nos pusimos en Versailles Rive Gauche donde, tras esperar las consiguientes dos horas de cola accedimos a un lugar del que todo lo que se diga es poco.
Pero yo lo voy a intentar.