Aterrizamos en la Francia del siglo XVII de golpe, casi sin darnos cuenta. Hemos venido hasta el Dominio de Versailles con la idea de ver un suntuoso palacio y unos espectaculares jardines. La visita no sólo cubre nuestras expectativas, sino que las supera. Y por goleada.
Cuando termina el día, salimos extenuados, hemos recorrido kilómetros de jardines y bosquetes, atendido al más llamativo juego de fuentes, alucinado ante los gustos y personalidad de María Antonieta visitando su aldea de juguete, comprendido el poder del Rey Sol y las motivaciones de la plebe en el levantamiento de 1789, puesto en lugar de los cortesanos y aristocracia que rodeaban a Luis XVI en el teatro en el que convirtió su vida y la de su país.
Luis XIV (a la drecha, en un busto de Bernini en el Salón de Diana del Palacio) erigió el Palacio de Versalles para ensalzar su poder personal y al mismo tiempo para mantener controlada a la nobleza de Francia.
El tipo era inteligente. Lo pasó muy mal de niño, cuando el Cardenal Mazarino y su madre, Ana de Austria, fueron objeto de ataques y rebeliones. Con el miedo en el cuerpo, el futuro Rey Sol convirtió cuando llegó al poder un antiguo pabellón de caza de su padre Luis XIII en lo que sería el más espectacular Palacio de cuantos he visitado. Allí estaría alejado lo justo de París (donde la plebe podía levantarse en cualquier momento) pero no tan lejos como para que Francia no pareciera desgobernada.
Y además, recogió en la zona a la también levantisca nobleza, queriendo dejar atrás revueltas nobles como la de la Fronda. Y en Versalles que los concentró a todos. Al menos, a todos los que querían ser algo (o aparentarlo) en la Corte.
Todo eso lo aprendimos en nuestra visita a Versalles que comenzó con un breve viaje en tren, en el RER C hasta la parada Versailles Rive Gauche (en la foto). El trayecto dura una media hora y el Palacio está relativamente cerca de la Estación, bien paseando a través de una arboleda o bien a través de una avenida. Por cierto, enfrente de la estación hay una tienda oficial donde adquirir las entradas y así te evitas una de las colas de acceso.
Pero la cola de acceso, ésa sí que es impepinable. Y nosotros hemos tenido la ocurrencia de venir en un maravilloso y soleado domingo de primavera, antes de la semana santa y con las fuentes funcionando. ¿Tiempo estimado de espera? Una hora y media (incluyendo peleas con aquellos que se querían colar, visitas extraoficiales al baño en los edificios laterales y un calor sofocante). Toda la información sobre tarifas (caras), acceso, etc., está en la web del Dominio de Versailles: http://www.chateauversailles.fr/decouvrir-domaine.
“A todas las Glorias de Francia” nos recuerda la inscripción en uno de los edificios principales del Palacio y es que después de muchas vicisitudes, el Palacio de Versalles terminaría convirtiéndose en un museo de la historia de Francia, llamado a reconciliar todos los puntos de vista y a ensalzar las grandes acciones militares francesas, Napoleón incluido. La gran verja de oro que cubre la entrada no es sino la invitación a conocer dicha historia, a través de las habitaciones de los grandes personajes que aquí vivieron, los cuadros que representan los hechos y un buen número de objetos alusivos a ello.
Por ejemplo, la Capilla Real. Se trata del último edificio construido en Versalles bajo el reinado de Luis XIV y responde a su megalomanía. Con dos pisos (como suele pasar en casi cualquier capilla de Palacio), las tribunas reales se encontraban en el piso superior mientras que el resto de los asistentes lo hacían en el piso de abajo.
Consagrada a San Luis en 1710, la Capilla Real forma parte del boato y teatralidad de la corte, si bien el Rey Sol no llegó a verla terminada. Aún así la misa era parte del día a día de los Cortesanos, que participaban expectantes de la vida del rey, desde el despertar (al que podían acudir los más allegados) hasta la hora de irse a dormir. Todo en la corte del Rey Luis XIV sucedía a su alrededor y éste se debía a sus súbditos y cortesanos dándoles espectáculo y un rígido protocolo al que ligarse. La misa (generalmente, a las 10 de la mañana), los juegos y los paseos por los jardines completaban las actividades fuera del “trabajo” de esta Corte del XVII.
Y enseguida aparece a nuestros ojos el rey. Después de pasar por una galería de los grandes reyes y reinas franceses en esculturas a tamaño natural (muy parecidos entre sí, eso también es verdad) y ascender por una gran escalera nos espera un enorme retrato de Luis XIV, rey de Francia, por Henri Testelin (1616-1695), recientemente restaurado.
El rey solía aparecer con magnificencia en casi todos sus retratos y el Palacio de Versalles responde a esta intención. A partir de aquí se visitan los Grandes Aposentos del Rey y los de la Reina, la impresionante Galería de los Espejos y aposentos interiores. En el piso de abajo se hallan las habitaciones de los delfines y delfinas. Mucho por ver, en definitiva, y por recorrer.
Dedicamos más tiempo al piso superior comenzando por las habitaciones del rey. Salón tras salón hasta la Galería de los Espejos, los Aposentos del Rey servían para las ceremonias oficiales pero también para el tránsito del rey, a la vista de todos aquellos que quisieran verle. Para unos y otros se mostraba la riqueza en grado máximo y se relacionaba a la Corte francesa con los dioses de la antigüedad. Cada Salón lleva el nombre de un dios o de una figura mitológica: Hércules, Venus, Diana, Marte, Mercurio…
Lunes, miércoles y jueves de 6 a 10 de la noche estos Salones servían de salones de recepción para las “Veladas en las habitaciones” como marco perfecto para las diversiones cortesanas. El juego y la apariencia tomaban protagonismo: los cortesanos se gastaban los cuartos, lo que tenían y lo que no tenían, en una espiral que llevaba a la quiebra a muchos nobles.
El Salón de Hércules es el primero de las habitaciones del rey. Aquí se sitúa el Almuerzo en casa de Simón del Veronés, que le fue ofrecido a Luis XIV por el Dogo de la Serenísima República de Venecia para solicitar la ayuda francesa contra el turco.
Lo más sorprendente es, quizá, su techo, una extensa Apoteosis de Hércules que cuenta con 142 personajes pintada por François Lemoyne en 1736 quien se suicidó poco tiempo después de finalizada su obra, posiblemente por el estrés y extenuación que conllevó su realización.
Pasamos de Salón en Salón, de planeta en planeta, de Dios en Dios, pues Versalles se construyó tomando como referencia la mitología e igualando a Luis XIV con el Dios Apolo. Cada Salón tenía su papel en la representación: el Salón de Juegos, el Gabinete de curiosidades, la Sala de Billar (o Cámara de los aplausos por lo bien que se le daba al rey el billar), Sala del Baile o Sala de Guardias.
En el Salón de Venus, por ejemplo, bajo el óvalo pintado por René Antoine Houasse representando a la Diosa del Amor como “Venus sometiendo a su imperio a las Divinidades y Poderes” se servían meriendas en bandejas de plata: frutas naturales y confitadas, dulces, etc. bajo la atenta mirada de un Luis XIV representado como emperador romano.
Y es que el amigo Luis se las tenía por una especie de semidiós. De hecho, se veía a sí mismo representado como Apolo y como tal aparece en los jardines del Palacio y es, precisamente, en la Sala de Apolo en donde se ubicaba el Salón del Trono. Al fin y al cabo, el Rey Sol recibía en audiencia solemne en la misma sala en la que Lafosse había pintado a Apolo y su Carro del Sol en el techo. Y desde aquí, pasando por el Salón de la Guerra (decorado con un gran medallón y guirnaldas evocando las victorias del Rey sobre Holanda) se llega hasta la Galería de los Espejos, el espacio más famoso e impresionante del (interior) del Palacio de Versalles.
Es cierto que parece la Vía Apia en hora punta. Que está abarrotado de visitantes, pero la Galería de los Espejos sobrecoge. No sabemos bien a qué dirigir nuestra mirada si a los brillos de las estatuas-candelabro, si al reflejo de los múltiples espejos que abrazan la sala, si a las impresionantes lámparas que cuelgan de un techo igualmente portentoso y pintado al fresco, o quizá al paisaje maravilloso que se entrevé a través de los ventanales.
Todo es riqueza y portento en esta Sala, en esta Gran Galería que servía de paso, de espera, de lugar de encuentro entre nobles y cortesanos. Setenta y tres metros de éxito político y económico de la Francia del siglo XVII. Los techos y paredes están cubiertas con pinturas que narran los primeros años de reinado del Rey Sol mientras que los 357 espejos fijados sobre la pared hablan por sí solos del poder económico francés.
Pero además, Luis XIV optaba de vez en cuando por trasladar su trono de plata a esta Cámara (por ejemplo, cuando recibió a los embajadores de la lejana Siam en 1686). El efecto debía ser impactante. En 1689 el mobiliario de plata que se ubicaba en esta sala se fundió para ayudar a los gastos ocasionados por las frecuentes guerras que acometían los europeos entre sí. La Galería siguió sirviendo durante mucho tiempo como sala de audiencias y de celebraciones especiales, con el fin de asombrar a los visitantes que hacían uso de ella. La firma del Tratado de Versalles, que puso fin en 1919 a la Primera Guerra Mundial, tuvo lugar en esta preciosa Galería.
El Salón de la Paz cierra el trío de espacios dedicados la magnificencia del reinado de Luis XIX, sólo que en este caso se refiere más bien a los beneficios que trae la paz que concede Francia a Europa. Desde aquí podemos optar por dirigirnos a los aposentos privados del Rey o a los de la Reina.
Tenemos curiosidad por ambos, si bien nos gusta más la parte de la Reina. A la izquierda, la cama del Rey Sol. A esta habitación se llega a través de una curiosa antecámara denominada del Ojo de Buey por una gran apertura ovalada en su dovelaje. Esta Sala ejercía de Sala de Espera para los Cortesanos pues el rey les esperaba a unas horas muy determinadas en sus propias habitaciones. Y es que en la vida en el Palacio de Versalles el rey era el centro neurálgico de todo. Todo giraba entorno a las necesidades del rey y, de hecho, los habitantes de la Corte debían levantarse antes que el Rey Sol y acostarse después que él para poder acompañarlo a lo largo de la jornada.
El protocolo establecía que el día comenzaba con la ceremonia del Lever du roi: ver desperezarse al rey, levantarse de la cama, ponerse su peluca, vestirse y lavarse era un espectáculo diario, público y obligatorio. La prioridad para formar parte del momento dependía del favor real y el rango: familia y principales sirvientes primero;cortesanos con favor regio, después; gran aristocracia y cargos del clero en tercer lugar; resto de la nobleza, al final. Todos ellos, dando la bienvenida al Sol de la mañana.
Y por supuesto, la jornada finalizaba con el ritual del Coucher du roi, un momento éste de irse a la cama menos espectacular pero también protocolizada al máximo. El resto del día se lo llevaba, como se comentaba anteriormente, la misa de las 10, la comida (también con el rey comiendo sólo frente a un sinnúmero de cortesanos observantes), las actividades de la tarde al aire libre, etc.
En la Cámara del Rey murió Luis XIV en 1715, bajo el relieve de Francia vigilando el sueño del Rey que domina el lecho, y aquí siguieron despertando y acostándose Luis XV y Luis XVI según un rígido protocolo que terminaría llevando a este último a morir guillotinado.
Los aposentos de la Reina son más bonitos y acogedores. En su origen, las habitaciones del Rey y de la Reina eran simétricas en todos los sentidos, en número y disposición en el Palacio. Se distinguían, eso sí, por las figuras (masculinas o femeninas) que aparecían en los cuadros de los dovelajes.
La Cámara de la Reina es ciertamente bonita, a pesar de lo recargado. En ella no sólo dormía la reina: también paría. Y lo hacía en público, no vaya a ser que diera lugar a habladurías.
Madame de Campan, camarista principal de la reina María Antonieta, dejó escrita la narración de uno de los partos: “Cuando el partero Vermond dijo en voz alta que “La reina va a dar a luz” el raudal de curiosos que se precipitó hacia la Cámara fue tan nutrido y tumultuoso que pareció que ese movimiento iba a hacer perecer a la reina… Dos saboyanos se subieron sobre muebles para ver más cómodamente a la reina colocada frente a la chimenea en una cama armada para el momento de su parto”.
El 6 de octubre de 1789 María Antonieta logró escapar de los agitadores que habían entrado en Palacio por una pequeña puerta que hay a la izquierda de la cama y que comunica la Cámara con una serie de gabinetes interiores más íntimos. El Palacio no fue objeto de pillaje en la revolución pero sus muebles sí desaparecieron, víctimas en este caso de las sucesivas subastas que durante un año tuvieron lugar con el equipamiento de Versalles.
En la llamada Antecámara del Gran Cubierto (otro de los Salones donde el rey o los reyes comían públicamente) se ubica este cuadro de Madame de Vigée-Lebrun, expuesta desde 1787. Aquí aparece María Antonieta con sus tres hijos: Madame Royale (que sobrevivió a la Revolución), Luis XVII (que murió en 1795 en la Prisión del Temple) y el Delfín (que murió en plena revolución de 1789), que señala la cuna vacía de una hermana fallecida, Madame Sofía.
El piso superior reúne, además de lo ya comentado, una cafetería (Angélica), un restaurante y las Galerías Históricas, en las que el Rey Luis Felipe ya en el Siglo XIX logró salvar el Palacio de Versalles y convertirlo en el museo de la historia francesa que he comentado anteriormente.
La Sala de la Coronación, con el gran cuadro de David con la Coronación de Napoleón el 2 de diciembre de 1804, la Galería de las Batallas o la de los Retratos llaman sin duda la atención como así lo hace la colección de tronos que se ha instalado en todo el Palacio con motivo de una exposición temporal. Los tronos de Napoleón, como no podía ser de otra forma, aparecen en esta Sala de la Coronación, pero a nosotros nos hizo especial ilusión ver el mismísimo trono de Inocencio X, el mismo que pintó Velázquez en su impactante retrato de la Galería Doria-Pamphilj.
El piso inferior del Palacio de Versalles mantiene las habitaciones del Delfín y de la Delfina, pese a que esta parte fue muy modificada por el rey Luis Felipe en su intención transformadora del Palacio.
Sucesivos delfines y delfinas vivieron en estos aposentos también suntuosos y típicamente palatinos. En la actualidad, tratan de reflejar el momento en que los habitaron el hijo de Luis XV (Luis, Delfín de Francia) y su segunda esposa, María Josefina de Sajonia entre 1747 y 1765 (quienes además acogieron al pequeño delfín, futuro Luis XVII y a su hermana Madame Royale).
Se suceden antecámaras, gabinetes y cámaras así como los llamados Aposentos de las Mesdames, en donde las seis hijas de Luis XV hicieron su vida; en particular Adelaida y Victoria, que no se casaron y vivieron en estos apartamentos hasta la Revolución.
En la Biblioteca del Delfín, estancia dedicada al “trabajo” y al retiro por parte del Delfín, se guarda uno de los pocos muebles originales que quedan de aquella época en el Palacio: el Globo Terráqueo que encargara Luis XVI en 1781 al geógrafo Mancelle para la educación del Delfín.
Sin embargo, lamento confesar que no prestamos prácticamente ninguna atención a estos aposentos pues el efecto museo se trasmuta en efecto palacio y nos llama mucho más la atención el exterior que el interior suntuoso del Palacio de Versalles.
Así que salimos fuera, buscando el Sol que daba nombre a Luis XIV, al aire libre en el que se paseaba y se vivía mucho más la vida en la Corte, nos vamos a los Jardines y al Dominio de María Antonieta y es en ese momento cuando la cosa empieza a convertirse en maravillosa.