La mayor de las atracciones del Museo Americano de Historia Natural es el conjunto de esqueletos de dinosaurio que ocupan el Theodore Roosevelt Memorial Hall. Roosevelt tuvo mucho que ver en la creación del museo allá por 1869. De hecho fue uno de sus mayores defensores junto con JP Morgan o William E. Dogde, si bien la dirección del museo corrió a cargo de su primer precursor, el profesor Albert Smith Bickmore, que había sido alumno del eminente enemigo de Darwin, Louis Agassiz.
Pero es la figura del antiguo presidente americano la que desde el principio adquiere protagonismo en el Museo. En su entrada, una escultura de Roosevelt a caballo guiado por sendos guías indios (americano y asiático).
Y en el gran Hall su declaración de amor por la naturaleza que finaliza con un mensaje poderosísimo y que aún hoy tiene plena actualidad: “There is a delight in the hardy life of the open. There are no words that can tell the hidden spirit of the wilderness, that can reveal its mystery, its melancholy and its charm. The nation behaves well if it treats the natural resources as assets which it must turn over to the next generation increased; and not impaired in value. Conservation means development as much as it does protection”. Conservación y protección significan desarrollo, un mensaje importante que está inscrito en las paredes de la gran entrada al Museo de Historia Natural de Nueva York.
Y sin embargo, nadie parece prestarles atención. Quizá sea por la excepcional recreación de una escena que bien pudo vivirse hace 140 millones de años en la parte oeste de Estados Unidos.
Se trata de un encuentro entre gigantes: una hembra de Barosaurio defiende a un pequeño de su misma especie de un depredador, un Allosaurio.
¿Pudo ocurrir realmente esta escena? Puede ser. Pero recordemos que el comportamiento en animales fósiles no puede ser más que una suposición pues no tenemos prácticamente pruebas que lo confirmen. El Allosaurio era, efectivamente, un depredador cercano a Tyrannosaurus, pero no sabemos si cazaba en grupo o por su cuenta.
El Barosaurio era un gigantesco saurópodo vegetariano perteneciente a una familia de animales entre los que se encuentran Diplodocus o Apatosaurus (antes Brontosaurus), es decir, las más grandes criaturas que han pisado nuestra Tierra. Que defendiera la hembra Barosaurio a su pequeño no es más que una licencia poética. Que se levantase sobre sus dos patas traseras bien pudo suceder, pero tampoco hay una opinión positiva común.
Lo sorprendente es que de los esqueletos de estos Barosaurios se hallaron prácticamente completos. Más del 80% de sus huesos aún se escondía en el yacimiento, salvo el cráneo y alguna vértebra de la cola. Sin embargo, a la hora de disponerlos en la escena el peso de los mismos, de casi 100 Kg, haría que se vinieran abajo por lo que la gran escena que vemos está realizada con copias de los huesos (que, por otro lado, se exponen a lo largo de las salas dedicadas a los dinosaurios del AMNH).
En total más de un millón de especímenes nos esperan en las salas dedicadas a los dinosaurios y a los mamíferos fósiles. Se trata de la colección más grande del mundo y aproximadamente 600 piezas originales están expuestas al público siguiendo criterios evolutivos. Por ello, pasear por las salas dedicadas a los fósiles nos llevó mucho tiempo pero mereció la pena al poder valorar en cada momento la maravilla que teníamos delante.
El Barosaurio de la entrada no es sino la invitación perfecta para dejarse llevar por estas salas, renovadas en los años 90, y que nos proponen un vistazo a la historia de los vertebrados desde un punto de vista evolutivo, no cronológico. Sin embargo, y por mayor sencillez, voy a distribuirlos en tres apartados, dedicados a los dinosaurios saurisquios y a los ornitisquios, por un lado, y a los mamíferos fósiles por el otro.
Como mencionaba en la entrada dedicada a las Icnitas fósiles del Jurásico asturiano, en función del tipo y disposición de su cadera, existen dos grandes linajes de dinosaurios: Saurisquios (cadera de reptil, pubis hacia delante) y Ornitisquios (cadera de ave, pubis hacia atrás).
- Los Saurisquios se dividirían en dos grupos: Sauropodomorfos (cuadrúpedos y vegetarianos como Brachiosaurus, Apatosaurus o Barosaurus) y Terópodos (carnívoros bípedos como Tyrannosaurus o Allosaurus).
- Los Ornitisquios se dividirían a su vez en tres grupos: Tireóforos (vegetarianos cuadrúpedos como Stegosaurus), Ornitópodos (bípedos vegetarianos como Iguanodon) y Marginocéfalos (vegetarianos cuadrúpedos como Triceratops).
Vamos con ellos.
Dinosaurios Saurisquios en el AMNH
La sala dedicada a los Saurisquios incluye alguno de esos fósiles difíciles de olvidar. En concreto, dos individuos que están expuestos en paralelo pero en direcciones opuestas acaparan toda la atención. Uno de ellos es el impresionante Tyrannosaurus rex del ANMH. Antiguamente expuesto erguido, el esqueleto de este gran terópodo carnívoro está ahora reconstruido con un perfil más bajo y con la cola enhiesta para mantener el equilibrio.
Se trata de uno de los más grandes carnívoros de la historia de la Tierra, pero del que se han encontrado muy pocos esqueletos completos, no más de 15. Uno de ellos es el expuesto en el AMNH, portentoso. También se expone el primer cráneo completo que se encontró, hallado por Baranum Brown (típico cazador de dinosaurios) en 1908.
Muy cerca se exponen otros cráneos de la familia de los terópodos. Arriba tenemos a un Albertosaurus libratus, otro carnívoro del Cretácico Superior. Aquí al lado, un Allosaurus fragilis. En todos los casos, destacan los agujeros y aperturas del cráneo, dedicadas sobre todo a la inserción de la potente musculatura que soportaba la mandíbula, a los ojos o a la nariz. Hay otros terópodos expuestos, esqueletos completos de Allosaurus o el único esqueleto real de Deinonychus antirrhopus que se expone en el mundo.
Deinonychus antirrhopus, un maniraptor, debió ser un formidable depredador de los que caza en grupo. Los huesos de sus extremidades aportan datos decisivos para asociarlos con las aves. Estos Deinonychus difícilmente podrían atacar al otro gran dinosaurio que ocupa esta sala. Se trata de un formidable Apatosaurus también objeto de una reestructuración en cuello, cráneo y cola en función de los últimos descubrimientos. El enorme Brontosaurio parece seguir una senda con icnitas fósiles, las que dejó un miembro de su género hace más de 100 millones de años en un lago donde ahora se sitúa Texas. Se trata de una de las tres partes en las que se dividió el llamado Glen Rose Trackway. La mayor parte de los huesos del Apatosaurus son reales, las réplicas quedan sobre todo en cuello y cráneo.
A partir de estos maravillosos animales evolucionarían las aves, como esta enorme Dyatrima gigantea, una de esas aves de gran tamaño que poblaron nuestro mundo en los inicios del Eoceno. En este caso, esta especie vivió en la actual Norteamérica hace 59 millones de años y aunque su imagen suele estar asociada a aves carnívoras corredoras las teorías actuales las sitúan más bien entre las tranquilas comedoras de vegetación, antecesoras de patos y gansos.
Por cierto, en esta sala hay una aplicación informática interactiva que te permite ver en directo como eres perseguido por el Tyrannosaurus del museo saliendo del mismo por las calles de Nueva York. Pasemos ahora a las salas dedicadas a los Ornitisquios, mucho más pobladas que éstas.
Dinosaurios Ornitisquios en el AMNH
Las salas dedicadas a los dinosaurios Ornitisquios también incluyen algunos de las especies más famosas y, en numerosas ocasiones, con esqueletos reales, no copias. Están presentes Triceratops, Stegosaurus o Ankylosaurus además de numerosos dinosaurios de cabeza de pato y paquicéfalosaurios. En definitiva, un placer por recorrer.
Nada más entrar nos espera un fenomenal esqueleto de Triceratops (que tiene, por cierto, una herida en su cráneo probablemente provocada por otro Triceratops) y varios cráneos de especies similares, como Centrosaurus apertus. En todos los casos se trata de animales con crestas y cuernos, uno, dos o incluso tres. En algunos casos carecen de ellos. La mayor parte de ellos proceden de la misma Norteamérica, donde quedaron fosilizados desde el Cretácico.
De todos ellos destaca por su humildad y generalización el Protoceratops. Se exponen ejemplares de Mongolia, de donde se han extraído reiteradamente nidos, huevos, esqueletos, pieles o cráneos.
En este caso, la vitrina recoge a una pareja de Protoceratops andrewsi de hace 72 millones de años cuidando un nido. De hecho, se trata del dinosaurio del que más nidales se han hallado, algunos de ellos con huevos en los que se pueden identificar fetos incluso. Estos pequeños ceratópsidos (al menos comparados con sus primos los Triceratops) contaban con un apéndice olfativo bastante rudimentario y realizado con el mismo material con el que sus primos mayores construían sus enormes cuernos.
Mientras Triceratops y Protoceratops comían tranquilamente hierbas y vegetación tenían como vecinos a dinosaurios con mejores defensas que ellos mismos.
Se trata de los Anquilosaurios, los dinosaurios mejor armados de la prehistoria, también del Cretácico. Se trataba de animales corpulentos y bajos, de enorme resistencia gracias a una capa que les recubría formada por pequeños huesos situados en una piel flexible. De hecho es una maravilla poder ver en directo una de estas pieles fosilizada, además de los correspondientes esqueletos fósiles.
Algunos, incluso, llegaban a tener grandes espinas al final de la cola y a lo largo del cuerpo. En el AMNH se muestra a Edmontonia rugosidens, que efectivamente tiene esas extensiones. Gracias a esqueletos tan completos como éste (hallado en Alberta, Canadá) se ha podido demostrar que los anquilosaurios no eran tan torpes como a primera vista puede parecer sino bastante rápidos.
Se distinguen dos tipos de anquilosaurios: los anquilosaurios verdaderos (como Edmontonia o el propio Ankylosaurus) que tienen cabezas anchas con cráneos y colas reforzados por la armadura y los nodosauros, aquellos anquilosaurios que tenían cabezas más estrechas y la piel recubría sobre todo la parte dorsal del animal llegando hasta la cola (como es el caso de Sauropelta, la especie de la que se muestra la piel armada fosilizada).
Por cierto que la armadura en la cola estaba reforzada sobre todo en la parte en contacto con el cuerpo dejando el resto de la cola libre para que el anquilosaurio pudiera moverla a su gusto como parte de su estrategia de defensa.
Otro dinosaurio espectacular es Stegosaurus stenops. Pertenecen al periodo Jurásico, hace 150 millones de años y según el AMNH todos los esqueletos hallados hasta el momento pertenecen a la Formación Old Morrison. El esqueleto que se muestra en el Museo fue hallado en Wyoming y aunque está excepcionalmente conservado al no mantener todas las piezas reales no se montó hasta 1932.
Stegosaurus significa Reptil Armado en el Lomo y a pesar de su aspecto era vegetariano, como todos los Ornitisquios. Medía entre tres y nueve metros de largo y pesaba hasta dos toneladas. La teoría más aceptada es aquella que traduce la forma y tamaño de las placas que recorren su lomo con la termorregulación corporal. Las placas más grandes se situaban encima de su cadera y podían llegar a medir medir hasta un metro de altura.
Muy cerca se sitúa una de las llamadas momias del Museo Americano. Cuando se habla de dinosaurios lo más habitual es tratar de huesos. Incluso de coprolitos o de huellas. Pero en muy pocas ocasiones se da la posibilidad de que la piel y otros tejidos blandos fosilicen.
Esto es lo que le pasó a este Edmontosaurus annectens, otro ornitisquio con pico de pato americano del Cretácico que dejó una huella imborrable en forma de impresión de su piel en la roca. Pero hay otras momias en el museo, muchas de ellas de Corythosaurus casuarius, el Coritorsaurio, un ornitisquio del que el Museo Americano de Historia Natural cuenta con numerosos ejemplares tanto en versión momificada como en esqueleto.
El Coritosaurio, cuyo nombre significa Lagarto con Casco Corintio, vivió durante el Cretácico tardío (como la mayor parte de los dinosaurios que se muestran en estas salas) y era un vegetariano que, de acuerdo con la dentadura y forma del pico podría tener a las hojas de pinos y abetos de entonces como alimento habitual. Medía hasta nueve metros de largo y pesaba dos toneladas. ¿Para qué le servía la cresta? ¿Para el cortejo nupcial, para emitir sonidos, para aumentar su sentido del olfato?
El mismo caso presenta el “reptil de cabeza gruesa”, el Paquicefalosaurio (Pachycephalosuarus wyomingensis) con su enorme bóveda ósea con prominencias que decora su cabeza. 25 centímetros de grosor que tenía el aparato para el que, de nuevo, no podemos más que hacer elucubraciones respecto de su utilidad. Otro ornitisquio americano del Cretácico del que no sólo se expone el cráneo sino también una reproducción de su cabeza y, atención, un cráneo de paquicefalosaurio para tocar en vivo y en directo y sentir la dureza de su cabeza.
Anatotitan copei, otro dinosaurio con pico de pato, llama nuestra atención por lo completo de los esqueletos que se muestran,
Como otros dinosaurios similares, muy probablemente se trataba de herbívoros que vivían en grupo. En un inicio se pensaba que este tipo de dinosaurios, denominados genéricamente como Hadrosaurios, vivirían en medios acuáticos. Sin embargo, las garras con las que contaban, los numerosos dientes de sus mandíbulas y el análisis de los restos estomacales fosilizados cada vez más dirigen la vista hacia unos dinosaurios eminentemente terrestres.
De nuevo del Cretácico y de nuevo de Estados Unidos (Dakota del Sur, Montana) estos dos ejemplares del Gran Pico de pato fueron hallados en momentos diferentes y por personas bien diferentes. El primero, el que aparece agachado fue hallado por el paleontólogo Edward Drinker Cope en 1882. El segundo, el que está de pie, fue encontrado por unos cowboys en 1904 y lo adquirió el cazador de dinosaurios Barnum Brown quien, después comprar el terreno, derribó una colina para encontrar más huesos.
El camino hacía los vertebrados
Una historia de 500 millones de años se trata de contar en una sala en la que se mezclan fósiles de muy variada adscripción. Se trata de una especie de historia evolutiva de los vertebrados, haciendo hincapié en aquellas cosas que marcaron el (nuestro) éxito en la Tierra.
Entre ellas: la columna vertebral, las extremidades, la posibilidad de reproducirse sin necesidad de volver al agua… (el gráfico, por cierto, es de la web del Museo Americano de Historia Natural).
Y por eso encontramos en esta sala magníficos ejemplares de Plesiosaurios, de Pteranodones, tortugas o de aquellos primeros pobladores de la tierra firme, que salieron gracias a sus incipientes patas del mar.
Es el caso de Buettneria sp. una de las estrellas de la colección, pues este depredador acuático que vivió hace 225 millones de años, en el Triásico tardío, pudo salir del agua con sus cuatro pequeñas extremidades allanando el camino para generaciones posteriores de vertebrados. Y le fue muy bien, pues se han hallado fósiles suyos en muchas partes del planeta siendo este Buettneria el único montado expresamente (a partir de esqueletos diferentes, eso sí) en un Museo.
Y ya que estamos en el agua, qué magníficos ejemplares de Plesiosaurios y Mosasaurios hay en el AMNH. Un enorme plesiosaurio con un cuello de más de 70 vértebras y del género Thalassomedon está montado en el techo, sobre las cabezas de los visitantes mientras otros más modestos se muestran en vitrinas. Es el caso de Cryptocleidus oxoniensis, otro plesiosaurio del Jurásico tardío (hace 150 millones de años) pero de cuello corto y torso rígido. En casi todos los plesiosaurios la cola, también corta, ejercería la labro de timón mientras la fuerza para avanzar en el agua la desarrollarían sus extremidades que contarían con potentes músculos que se unirían a pelvis y huesos especialmente reforzados.
Muy cerca de ellos hay tortugas, alguna también colgada del techo y otras expuestas en vitrinas. Dos llaman profundamente la atención. Colgada del techo tenemos a Stupendemys geographicus.
Se trata de la tortuga más grande conocida hasta el momento pues se calcula que podría haber llegado a medir hasta tres metros (aunque lo normal es hallarlas de hasta 2). Es una tortuga del Mioceno, de hace sólo 5 ó 6 millones de años y se encuentra sobre todo en Sudamérica.
Otra tortuga de gran porte es Geochelone atlas, a diferencia de Stupendemys, se trata de una enorme tortuga terrestre del Plioceno asiático, de hace dos millones de años. Por cierto que el fósil de esta tortuga perteneció a la colección de Edward Drinker Cope, un naturalista evolucionista y experto anatomista que vendió durante los últimos años de su vida su colección al Museo de Historia Natural.
La colección de Pteranodones del AMNH también es relevante, algunos de ellos presentan envergaduras de más de 7 metros. Se muestran algunos tanto en la piedra donde descansaron como montados en el aire proporcionando una acertada idea de la sensación que tendrían que dar estos reptiles voladores.
Un saurópsido primitivo del Triásico nos va a invitar a avanzar en el tiempo. Se trata de Hypsognathus fenneri. Tal y como se explica de una manera excelente en wikipedia (aquí), “los saurópsidos son una de las dos grandes ramas evolutivas de los amniotas (la otra gran rama es la de los sinápsidos, que conduce hasta los mamíferos)”. Los saurópsidos, que en la actualidad están presentes en nuestro planeta de forma de reptiles y aves tienen escamas queratinizadas y huevos amnióticos. Dinosaurios, ictiosaurios y pterosaurios serían saurópsidos.
En cambio, los sinápsidos (aquí), con una única apertura craneal detrás de cada ojo, estarían representados en la actualidad por los mamíferos, por nosotros mismos. En su momento camparon por la tierra los reptiles mamiferoides habitualmente identificados con algunas de las especies más conocidas de pelicosaurios: los Dimetrodon y Edaphosaurus.
Este de la foto es Dimetrodon limbatus, de hace 280 millones de años (80 millones antes de que comenzaran a aparecer los dinosaurios como tal). En realidad muchos de ellos parecían simples (y grandes) lagartos con una gran aleta dorsal, pero eran los superdepredadores del Pérmico y su imagen se ha convertido, probablemente gracias a lo llamativo de su aleta (de la que todavía no se conoce claramente su función) en uno de los animales prehistóricos más conocidos. Por cierto que la aleta evolucionó por separado pero con similares resultados en Edaphosaurus que, aunque parecido, no era un género cercano a Dimetrodon.
Mamíferos primitivos
Una colección de esqueletos de mamíferos presenta, de un vistazo, las numerosas opciones a las que las líneas evolutivas han dado lugar en los más de 500 millones de años que llevan en la tierra. De los pequeños roedores que compartieron tiempo y espacio con los dinosaurios a todas estas llamativas formas: marsupilales y proboscidios, primates, mamíferos acuáticos y carnívoros… y todos ellos bajo la sombra del gigantesco Indricoterium, un rinoceronte sin cuernos que vivió en Asia hace 30 millones de años y que se considera el mamífero más grande que ha existido.Más de 4 metros de alto y unas 20 toneladas de peso defienden su candidatura.
La mayor parte de la colección de fósiles de mamíferos procede de Sudamérica. Durante 50 millones de años el continente estuvo aislado de los demás uniéndose por primera vez hace 10 con Norteamérica.
Fruto de esa unión hubo intercambios de especies entre uno y otro continente. Los mamíferos sudamericanos, que habían evolucionado independientemente a lo largo de todo ese tiempo, se enfrentaron a una situación de competencia que unos aprovecharon mientras que a otros les avocó a la extinción. Al menos tres especies de Perezosos gigantes como los de la fotografía pasaron a Norteamérica lo que no evitó que con el tiempo desaparecieran (con una participación activa del hombre en ello).
Glossoterium robustus o Lestodon armatus (el de la foto de al lado) son dos de las especies de Perezoso Gigante que se muestran en el AMNH. Ambos fueron hallados en yacimientos de la Pampa argentina.
El caso de Lestodon armatus es llamativo pues los paleontólogos han hallado cerca de sus huesos fósiles una serie de pequeñas placas también de hueso que estarían incrustadas en su piel dándole el aspecto “armado” que le concede su nombre científico.
Ambas especies son milodontes, uno de los dos subgrupos de perezosos que existen. En este caso tenían dentaduras más complejas y, como en los actuales perezosos, sus dientes no dejaban de crecer. Comerían hojas de los árboles de la pampa hasta su extinción, hace relativamente poco: 30.000 años.
También se extinguió hace muy poco el Armadillo gigante (Panochthus frenzelianus) hace apenas 10.000 años, en la edad del hielo. El ejemplar que se expone en el Museo es fantástico y transmite la fuerza que debían tener los gliptodontes (éste podía llegar a medir hasta 3 metros).
Una de las cosas que más llaman la atención de este género es que la armadura no sólo cubre el cuerpo sino también parte de la cabeza estando además la cola cubierta de espinas para una mejor defensa.
Otra de las maravillas que se esconden en el Museo Americano de Historia Natural es el esqueleto completo de Brontops robustus, el Brontoterium. Aunque como es de esperar eran animales vegetarianos primos de caballos y rinocerontes el nombre que se le dió al género significa “Bestias trueno”.
Pero lo que más llama la atención de estos animales del Eoceno (de hace 35 millones de años) son los cuernos tan característicos que presentan. No se sabe bien si los utilizaban para pelear o para cortejar hembras o para ambas cosas… el caso es que este Brontoterium tiene una costilla rota que curó en vida del animal y a la gente del Museo le gusta fantasear con que se lo hizo en una pelea con otro Brontoterium…
No podía faltar en una colección como esta el cráneo de un Uro (Bos primigenius), hallado en Cambridge y símbolo de que muchos de estos mamíferos terminarían al servicio del hombre siendo domesticados. El Uro o Auroch de la foto es del Pleistoceno, de hace más de 12.000 años, pero la especie se cree que se extinguió hace menos de 300, cuando ya había dado lugar a las razas de toros y vacas de la actualidad.
Por la misma época los Osos Cavernarios (Ursus spelaeus), los Dientes de Sable (Smilodon necator), los Leones de las Cavernas (Panthera leo spelaea) y los Alces Gigantes (Megaloceros giganteus) recorrían las tierras de la Edad del Hielo. Los tigres dientes de sable vivían más bien en América mientras que el resto de los mencionados lo hacían en Europa. También estaban Ayla, Jondalar, su lobo y sus caballos por allí pero esa es otra historia.
El caso es que el museo guarda magníficos ejemplares del mayor de los osos prehistóricos y del resto de los animales mencionados. Es cierto que ya hemos visto Megaloceros y Osos cavernarios en otros museos (de hecho, ha sido hasta ahora relativamente sencillo encontrar huesos fosilizados de osos que murieron en sus cavernas durante la hibernación). Pero lo que nos llamó la atención fue el cráneo y parte de una pata con las garras de un león cavernario (justo al lado del Smilodon de los grandes dientes).
Pero si hay unos mamíferos que te dejan sin habla en las salas dedicadas a los mamíferos prehistóricos son los proboscídeos, la familia de elefantes que se muestran nada más entrar por la puerta. De hecho son tan impresionantes que tapan otra de esas cosas maravillosas que tiene el AMNH.
Restos momificados de una cría de mamut (Mammuthus primigenius). Fue hallada en Alaska, una localización donde los mamuts lanudos fueron muy frecuentes. De hecho, se han hallado varias momias de mamut en esta zona, algunas de ellas con el pelo que les da el nombre.
Vivieron en el Pleistoceno, extinguiéndose, como muchos de los mamíferos antes mencionados, hace 12.000 años durante la Edad del Hielo.
Los tres ejemplares de elefante que se muestran nada más entrar son extraordinarios. El primero es un esqueleto del Mamut de Jefferson (Mammuthus jefersoni), un mamut sin pelo que vivió en el Norte de América hace 10.000 años. Estos enormes animales se extinguieron, como decía, al finalizar el Pleistoceno pero parece que en algunas remotas islas del Ártico continuaron habitando formas enanas de mamut hasta hace al menos 3.000 años.
Si los colmillos de Mammuthus son extraordinarios pero curvos, más impresionantes son los del género Mamut. En este soberbio ejemplar se puede ver perfectamente el lugar de inserción de los músculos de la trompa. Es probable que en la antigüedad, al encontrar cráneos de Mamut en los que parecía que tenían un único ojo central, éstos se atribuyesen a los míticos cíclopes.
Y por último, Gomphotherium productum viene a cerrar la exposición. Este elefante del Mioceno africano, de hace unos 10 millones de años, se parecía mucho más por el tamaño a nuestros elefantes, pero claro, los cuatro colmillos (dos arriba, dos abajo) enseguida ponen la diferencia. Los Gomphotherium probablemente vivían en ambientes acuáticos, comiendo la vegetación acuática mientras excavaban con sus colmillos.
En fin, ha sido un viaje al pasado realmente fantástico. Y todo lo que me he dejado en la recámara… El Museo Americano de Historia Natural lidera, junto con los de Londres y París, el concepto de investigación y divulgación que tanta falta hacen en nuestra sociedad. No puede quedar más claro cuando uno lo visita. Y no defrauda, desde luego.