1. Imposible decidir a qué hacerle una foto.
Venecia, Italia. Uno de los lugares más bellos del mundo (si el tiempo acompaña), cada canal, cada puente, cada casa con descascarillada y encantadora cubierta, cada iglesia, cada rincón.
Es absolutamente imposible no sentirse abrumado por la belleza que emana de la ciudad, vayas donde vayas. El agua, abierta en la Laguna o encerrada en los pequeños canales, tiene el protagonismo, pero es la ciudad en sí la que fascina, el conjunto de tal número de razones que hacen imposible fijar tu mirada un momento, pues la vista de al lado es igualmente insuperable. Imposible decidir a qué hacer una foto: tienes que hacerlas todas.
Paseas por callejuelas, te enfrentas de repente a vetustos palacios, asumes la importancia de la antigua Serenissima República de Venecia, siempre rodeado de turistas, pagando caro lo que disfrutas… pero no importa, no exagero al decir que Venecia subyuga y encandila.
Es la ciudad de los cuentos y aquellos que aseguran con rotundidad que basta con un día para verla es que no han conectado con el espíritu que te ofrece generosamente Venecia.
2. Vista desde el Puente de Rialto
Y lo tienes fácil, no hay más que subir por las empinadas escaleras del antiguo Puente de Rialto, uno de los más famosos de Venecia. Y allí está el espectáculo. Venecia recuerda poderosamente a Estambul (sólo le faltan los vendedores de comida por la calle), pero en belleza acumulada gana a la antigua y bellísima Constantinopla (tanto que bebió de Bizancio para llegar a ser lo que fue antaño).
Para subir a lo alto del Puente de Rialto casi te pegas con cientos de turistas interesados por lo mismo. Al lado se ubicaba el antiguo mercado de la ciudad que ha sustituido los pescados y verduras por las camisetas y los souvenirs. Las blancas piedras de mármol del arco contrastan con el variable color del agua, agua por la que rondan decenas de embarcaciones.
Góndolas, barcas taxi, vaporettos, barcas particulares… todo en una gloriosa mezcla en la que parece que van a chocar pero no lo hacen, los gondoleros driblan la barca, los vaporettos utilizan la bocina o su misma presencia achica a los barcos taxi mientras los traguettos cruzan el gran canal.
Hace un día perfecto y la caótica perfección de la navegación de tantas embarcaciones no hace sino aumentar el encanto de la vista, con las casas y palacios como palcos del escenario teatral en el que actúan los actores de una función que se repite todos los días, todas las horas y que estoy seguro que no cansa.
Alrededor del Puente de Rialto se ubican algunas de las terrazas más encantadoras de la ciudad y en donde el concepto de clavo adquiere acepciones por encima de las habituales. Al fondo hay unos obreros que se tiran cajas de barca en barca hasta la orilla, los vaporettos paran en la parada y descargan multitud de personas. Entre ellas, nosotros.
3. Navegar en un Vaporetto
Y es que navegar en góndola no sólo parece un poco guiri (curioso, todos nos seguimos considerando viajeros en lugar de turistas) sino que es muy, muy caro. Y reducido en el tiempo.
Nos asombra la gran cantidad de hindúes que toman las góndolas, algunos japoneses hacen uso también de los gondoleros que de vez en cuando sueltan aún una cancioncilla.
A pesar de ser también caro (6,5 € el viaje de ida válido para una hora –cualquier trayecto te lleva más de media-), nos decidimos por un Vaporetto para cruzar de principio a fin el Gran Canal. Sorprende comprobar que la M30 veneciana está hecha de agua. Es un canal muy grande que forma una ese por el centro de la ciudad.
Por él navegan incontables embarcaciones, como nuestro abarrotado Vaporetto. Tenemos suerte y nos sentamos atrás del todo, desde donde se ve un paisaje inolvidable. Hemos cogido la línea 2 (la 3 es exclusiva para los propios venecianos) y el vaporetto va atestado de turistas, para de cuando en cuando y un chaval amable grita el nombre de la parada.
Pero nosotros estamos embobados asistiendo a la película diaria de la ciudad. Vemos un funeral; el ataúd ha llegado en barca y es recibido por el cura en el canal. Vemos numerosos palacios venidos a menos: buscamos el más conocido de todos ellos, Ca’ d’Oro, supuestamente cubierto en el pasado de oro en la fachada. Es imponente, pero ha perdido el dorado que le dio fama.
Hacemos transbordo en Rialto, perdemos los asientos privilegiados, pero a cambio viajamos oyendo las expresiones asombradas de chavales y mayores que desde las ventanas ven pasar imágenes difícilmente olvidables salvo que seas alguien inerte o un adolescente ombliguista y taciturno.
El vaporetto va rápido y pronto hace un requiebro al final del recorrido, nos está dejando en la parada de la Piazza San Marcos, en plena dársena, donde comienza otro capítulo del asombro que produce Venecia.
4. Visita a la Plaza de San Marcos, con la Basílica y el Palacio Ducal (y ver los hurtos de Constantinopla)
Nuestro destino es la Piazza San Marcos, el Salón (plaza) más bello de Europa en palabras del último conquistador y disolutor de la antigua República, el mismísimo Napoleón. La Piazza es poderosa, atrayente, transmite grandeza. Desde la entrada de la dársena ya llaman la atención las columnas mellizas con San Teodoro y el León alado de Venecia que actúan como recepcionistas de un lugar fascinante.
En realidad, no sabes bien a qué dirigir la mirada. ¿Al elevado Campanile cuya figura contrasta con la de la ciudad desde cualquier punto? ¿Con las cúpulas falsas de la maravillosa Basílica? ¿Con la arquitectura imposible del Palacio de los Dux? ¿La Biblioteca Marciana? ¿Las heladerías? ¿Las terrazas? ¿todo a la vez?
Un conjunto imbatible, los ojos se van hacia lo alto del Campanile que fue reconstruido a principios del XX tras se derrumbe sin pérdidas en 1902. En el Museo de la Basílica puedes incluso encontrar los restos de una Virgen que decoraba el espacio de acceso al antiguo faro.
Las cúpulas y la estructura grandiosa de la Basílica de San Marcos son el siguiente punto en la revisión de la Piazza. Tiene cierto regusto bizantino, bebe de él, y hasta se decora con él. Uno de los mayores placeres que conlleva la visita a la Basílica, además de admirar mosaicos y espacios noqueantes, es el de poder ver en directo los cuatro caballos de la cuadriga que estaba situada en el hipódromo de Constantinopla y que, entre otros muchos tesoros como los Tetrarcas, se trajeron en 1204 los cruzados del Dux Enrico Dandolo, saqueando la ciudad referente de la cristiandad y convirtiéndose en su sucesora natural.
El interior de la Basílica, erigida para contener los restos robados en Alejandría de San Marcos, es asombrosamente bello, recordándonos de nuevo a la Santa Sofía de Estambul. El paseo por la Basílica nos lleva directos al Palacio Ducal, aquel donde vivían temporalmente los Duques elegidos por el pueblo con derecho a voto en Venecia.
La compleja organización jerárquica de la antigua República tiene su fiel reflejo en los interiores del Palacio Ducal, con salas enormes y amplias y celdas de prisiones reducidas y lóbregas. La estructura exterior es portentosa, la interior apasionante.
Y mientras te tomas un granizado de naranja sanguina en la Piazza San Marcos disfrutas de la vista de la Torre del Reloj, de las Corredurías y de la multitud que se afana por ver una de las maravillas del mundo antiguo.
5. Comprar una máscara
Las tiendas y puestos de souvenirs acaparan la atención de los turistas. Casi todo lo que venden es feo, reconozcámoslo, como en casi todos los sitios. No nos interesan las camisetas estrambóticas (bueno, alguna sí) pero hay una cosa que nos llama la atención: la gran cantidad de máscaras que se ofrecen al mejor postor. De colores, blancas, de papel cartón, de porcelana…
Cuando la República de Venecia dejó de ser lo que era, cuando el poder se perdió, permaneció a duras penas la diversión y el colorido. La visita a la Venecia renacentista debía ser espectacular y colorida, los edificios cubiertos de oro y tinturas, los venecianos vestidos con llamativas prendas, el color azul del agua y un cielo impecable.
Y en el mes de febrero, el carnaval. Las vestimentas incrementan su colorido y los venecianos y todos aquellos atraídos por la fiesta se disfrazan y utilizan máscaras basadas en el Teatro de la Vida. La rocambolesca huida de la prisión de Casanova termina convirtiéndose en una de las máscaras más famosas. La imagen del Doctor que lucha contra la peste se transforma en una máscara nariguda y llamativa…
Aunque se declaró festividad en el siglo XIII fue en el XVIII cuando el Carnaval de Venecia alcanzó su punto máximo. Luego palideció a la sombra crepuscular de la Sereníssima hasta casi desaparecer. El siglo XX lo trajo de nuevo para disfrute de los miles de turistas que cubren las calles de la ciudad. El siglo XXI lo ha mantenido y ampliado a todo el año. Por eso puedes comprar máscaras en cualquier época.
6. Subir y bajar puentes, contar capillas en las esquinas y pasear por el barrio judío
Si el agua es protagonista en Venecia, son los puentes que cruzan los canales su complemento perfecto. Éste de aquí es el Puente de las Tres cruces, cerca de la laguna. Pero casi cada canal y cada calle tiene a un puente como referencia. Por eso, pasear por Venecia es subir y bajar puentes, pequeños y grandes, hasta 455 puentes en toda la ciudad.
Los más conocidos, por supuesto, son los que cruzan el Gran Canal: el Puente de Rialto (el primero de piedra, de 1591), el Puente de la Academia, el Puente de los Descalzos y, desde hace poco, el de Santiago Calatrava que, aunque personalmente no me suele convencer, en este caso sí lo hizo (y mira que hubo polémica). Puentes arriba y abajo, paseando por entre canales estrechos y callejuelas cuyas paredes pierden la pintura en un encantador pero dejado efecto que recuerda a la Piazzza della Rotonda de Roma, Venecia regala la vista tanto en un sitio como en otro.
De vez en cuando aparecen huellas insólitas de la vida diaria de la ciudad entre sus calles. Pequeñas capillas con vírgenes en las paredes, curiosas estatuas en algunas esquinas (como las del Campo dei Mori, vecinos portavoces de los venecianos del siglo XIII), señales que ubican baños públicos en el suelo (eso sí, sólo hasta las 19:00) o, de repente, vecinos con kipá.. y es que de repente nos encontramos en el barrio judío, creado en 1516 como el primer guetto de Occidente. Aquí están los edificios más altos de la ciudad; es lo que tiene vivir en espacio limitado.
7. Recorrer la Galería de la Academia
En 1508 Giorgione pinta “La tempestad”. Una mujer desnuda amamantando un niños, un hombre que bien pudiera ser un soldado la observa. Por detrás, un paisaje apagado y de luz tenue.
Y con estos ingredientes se cocina el lienzo estrella de la Galería de la Academia de Venecia, que ahora mismo está en obras pero cuyas obras maestras sí están expuestas al público. “La tempestad” es un cuadro misterioso que ha dado lugar a numerosas hipótesis sobre su temática real. A nosotros no nos llega especialmente, pero sí lo hacen otras obras famosas y no tanto.
Por ejemplo, este “retrato de hombre” del muy conocido pintor alemán Hans Memling, del siglo XV. Pero también una serie de cuadros absolutamente encantadora del pintor italiano Pietro Longhi (1701-1785). En ellos, Longhi retrata escenas costumbristas de la vida veneciana que ahora se convierten no sólo en un divertimento sino en un efectivo modo de recordar la Venecia del siglo XVII. El Boticario y La lección de danza nos sirven de ejemplo. Tiziano, Tintoretto, Canaletto y el resto de la plana mayor de pintores italianos también están aquí, por supuesto.
8. Visitar todos los Sestieres
Y es que Venecia no se limita a la Piazza San Marcos y al Campanile. Bien, desde allí hay una vista magnífica de San Giorgio Maggiore, una de esas vistas que nunca se te va a quitar de la cabeza. Es un auténtico paisaje de postal que difícilmente puedas encontrar en muchos sitios.
El caso es que hay mucha Venecia por descubrir en cada uno de sus seis barrios, o sestieres, más importantes. En el Sestiere San Marcos es donde se encuentra la Venecia turística y conocida. Justo al lado, se encuentra el Sestiere Castello, donde podemos encontrar los antiguos Arsenales de construcción de barcos. Desde aquí se tienen unas vistas preciosas del llamado Canal de San Marcos.
Pero si hay una vista realmente poderosa es la del final del Gran Canal desde el Puente de la Academia, en el Sestiere Dorsoduro. Santa María de la Salute, la iglesia que rinde tributo a las tristezas de las epidemias de peste se levanta en la misma desembocadura del Gran Canal compitiendo en belleza con la Basílica de San Marcos.
El Sestiere Cannaregio está situado al norte y facilita unas vistas preciosas de la Laguna, hasta la que se llega a través de callejuelas donde parece que se ha parado el tiempo y donde cuelgan infinidad de sábanas y ropas de los balcones. En sus calles se aloja el Barrio judío mencionado antes y pasear por él se convierte en toda una experiencia.
Y en el centro de la ciudad, los Sestieres de San Croce y San Polo, donde son los canales, los grandes palacios y las iglesias las protagonistas de la recreación de la vista.
Curiosamente, cada barrio tiene su personalidad pero entre todos confluye una única Venecia, que es la que los que pasamos unos días en ella tenemos la oportunidad de recorrer a pie o en vaporetto. Merece la pena patear todos los sestieres en busca de aquellas vistas que no se nos olviden nunca.
Como por ejemplo, la de la Basílica de los Santos Juan y Pablo (no confundirse, se trata de oscuros mártires venecianos) delante del monumento a Bartolomeo Colleoni, valeroso condottiere que legó su fortuna a la Serenissima a cambio de ser enterrado frente a San Marcos. Y bien que cumplieron: está frente a la Scuola di San Marco.
Y es que en Venecia, además de cientos de canales, hay cientos de iglesias.
9. Entrar en alguna iglesia (y hacer necroturismo)
Jacobi Robustii, el mismísimo Tintoretto está enterrado en la Iglesia della Madonna dell’Orto (esta de aquí al lado es su tumba), una de las más preciosas iglesias de Venecia. En realidad, es casi un auténtico museo consagrado al pintor, lo que nos llevó a entrar en ella.
Aunque podíamos haber entrado en cualquier otra, pues son tantas y parecen tan embriagadoras, que ganas no faltaron. Desde la sencillez de la aislada Chiesa de Sant’Alvisse (en la foto de abajo)hasta la magnificencia de Santa María de la Salud, Venecia ofrece una muestra envidiable de templos religiosos (y muchos de ellos, con “premio” en su interior).
Allá donde camines en Venecia siempre podrás encontrar canales, puentes, barcas, callejuelas, gentío y campanarios de iglesias con los que disfrutar la vista.
10. Palazzos y La Fenice
Pero no sólo de Iglesias vive el turista con interés histórico. El Gran Canal, y Venecia en sí misma, está repleta de palacios que nos dicen mucho del poder que llegó a atesorar la Serenissima. Los más conocidos de todos ellos son Ca’ d’Oro y Ca’Rezzonico, monumentales palacios erigidos con mármol, decorados con frescos, tapices y elegantes mobiliarios, habitados por gentes de nivel, cubiertos de oro y con vistas al Gran Canal.
Muchos de estos palacios no son ahora sino pasto del tiempo, paredes desconchadas, aguas que inundan sus antaños suelos (lo del centímetro que sube el agua en Venecia anualmente no debe ser leyenda urbana), dejadez en la mirada.
Sin embargo, el Palazzo que más nos gustó no se encontraba al pie de un canal, sino en medio del Sestiere de San Marco. Se trata del Palazzo Contarini del Bóvolo, con su famosa escalera helicoidal. Constituye, según las guías, una proeza de la ingeniería, la arquitectura y el ingenio (como si de todo esto faltase en una ciudad construida sobre las aguas de una laguna).
Y muy cerquita de éste (que se encontraba en obras, qué mala suerte) se sitúa el Gran Teatro de La Fenice, uno de los escenarios líricos más conocidos del mundo y auténtico fénix que renace de sus cenizas cada vez que se incendia.
Don Giovanni era la obra programada en el momento de nuestra visita, si bien nosotros teníamos más en mente al Comisario Brunetti, cuya primera aventura, Muerte en la Fenice, tenía al gran teatro como escenario. Y ya que estábamos allí, ¿porqué no comer en una Osteria veneciana?
11. Comer en una Osteria veneciana
Cocina tradicional, simple y autentica, dicen las guías de las trattorias u osterias venecianas. Venecia se tiene por un lugar caro (lo es) pero también es cierto que el precio de los menús que tomamos tanto cerca de San Marcos como aquí cerca de la Fenice no fueron excesivamente altos. Y la comida estaba buenísima.
Y no sólo por la tradicional pasta italiana de primo piatto: los pescados y las carnes (secondo piatto) con sus contorni (ensalada, pisto…) o los previos antipasti, que fueron especialmente sabrosos: jamón de parma, brandada de bacalao (como la de al lado), pulpo y un largo etcétera.
Una experiencia gastronómica en una ciudad que abre el apetito cultural y emocional, una ciudad bellísima de la que, aunque sea en retazos, siempre permanece en la memoria de quien la visita/de quien la disfruta.