.jpg)
Pero este mes de agosto, el Prado no ha elegido un Rubens, ni un Velázquez ni un Greco. Ha seleccionado una escultura clásica, parte de las salas dedicadas a la antiguedad que pasan más desapercibidas a los visitantes. Quizá sea por eso por lo que nos ha gustado más esta vez.
Aunque en la antigua Roma la tradición más extendida entre las clases altas en el momento del fallecimiento era la cremación, a partir del siglo II d.C., en época de Adriano, comienza a extenderse la moda de la inhumación. Hasta ese momento, las personas fallecidas se incineraban, guardándose sus restos en, en ocasiones, espectaculares sepulturas a la entrada de las ciudades. Sólo recordar las impresionantes necrópolis de Pompeya u Ostia afianzan ese concepto.
A finales del XVII se halló en el Golfo de Nápoles este espectacular sarcófago de mármol blanco de Carrara datado sobre el siglo III d.C. en el que el futuro usuario del mismo había encargado un espectacular trabajo de escultura para su lecho para la eternidad. Un equipo de escultores de primer orden realizó un gran trabajo (de lo que se denomina tercer estilo de relieve, el más pronunciado y dificultoso) en el que se reproducía, como suele ser habitual, una escena relacionada con la muerte y la mitología.
Los que lo hallaron quisieron sacar partido de él y lo partieron en varios trozos. Cuatro de esas partes las compró en subasta la Casa de Alba, adquiriéndolas posteriormente Felipe V. A excepción de un pequeño resto que se encuentra en el Louvre, ésto es lo único que queda del sarcófago. La tapa, el fondo y la parte posterior han desaparecido.
En el sarcófago se trata un tema mitológico de primer orden: sucesos relacionados con la Guerra de Troya que, con tantos personajes, puede llegar a confundir. En el frontal aparece una escena de armisticio, del esfuerzo del rey griego aqueo Agamenon por llegar a un acuerdo de paz con los troyanos (a la derecha del frontal, a la izquierda están los aqueos). Agamenon ofrece la posibilidad de que luchen sólo el griego Menelao y el troyano Paris en lugar de todos los ejércitos. De esta manera, el ganador se quedaría con el desecadenante de la guerra: el secuestro / deserción (depende de la fuente) de Helena de Esparta / Troya por Paris. Lástima que la Diosa Afrodita, protectora de Paris, se le llevara en el último momento iniciándose de nuevo la guerra.
En el frontal no aparecen ni Aquiles ni Políxena, que dan nombre al sarcófago, pero sí Ulises (con gorro frígio y ofreciendo un becerro para que lo sacrifique con su daga Agamenon) y Héctor, el héroe hermano mayor de Paris que terminaría matando Aquiles.
.jpg)
Lo termina haciendo, lamentándolo finalmente por la muerte de su primo Patroclo y, en último caso, por su misma mala suerte, falleciendo por una flecha que le envía Paris a su talón, el mismísimo Talón de Aquiles que su madre no pudo sumergir en el Estigie junto al resto de su cuerpo para hacerle invulnerable.
La flecha de Paris en el talón de Aquiles se ve perfectamente en el lado derecho del sarcófago romano del Museo del Prado.
Antes que todo esto, durante la guerra Aquiles conoce a Políxena, hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya. Aunque este personaje no se menciona en La Ilíada de Homero, relato fundamental de la guerra de Troya, otros autores (como Eurípides en Hécuba) le dan cierta importancia.
.jpg)
Se trata del sacrificio de la princesa Políxena, que supervisa Neoptólemo, hijo de Aquiles, dirigiéndola hacia la tumba de su padre en sus últimos momentos. El resto de las damas troyanas fue cedido a guerreros y jerarquía griegas por lo que para muchos, el destino de Políxena fue más honroso que el de las demás troyanas.
Una narración fascinante en una pieza espectacular.