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Una ciudad marcada por el cercano faro de la Torre de Hércules, el Pharum Briganteum sobre el que recae gran parte de los contenidos del Museo. El gran faro señalaba en su momento la ruta hacia Britania y, en cierto sentido, el final del mundo conocido. Se han hallado cosas muy interesantes en las excavaciones realizadas en la Torre. Hay que pensar que su aspecto actual, con cierto encanto neoclásico, es consecuencia de las actuaciones de recuperación llevadas a cabo en el XVIII. Pero mientras tanto, el faro sirvió de muchas cosas. En el Museo existen representaciones del faro romano primigenio (que aún se conserva en el interior de la Torre de Hércules) y de algunos de los estados por los que ha pasado en su historia.
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El Museo es pequeño y dedica una buena parte a los hallazgos del faro… y de sus cercanías. Numerosas ánforas, especialmente púnicas y romanas, aparecidas en el cercano litoral atlántico pueblan sus vitrinas. Al fin y al cabo, la ciudad romana de Brigantium, de estilo y forma de vida absolutamente romanizada (no se han encontrado estelas o aras funerarias con nombres indígenas), es el mayor proveedor de piezas de interés arqueológico junto con los objetos de bellísima factura de la orfebrería celta.
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Destacan los torques (alguno de ellos masacrado por el infame joyero que trató de desbaratarlo para hacerse con su oro). Estos collares rígidos del mundo castreño se asociaban a personas de cierto rango, hombres y mujeres celtas cuya dignidad se fortalecía con la visión del oro y la plata que constituían sus torques. Además, se exhiben algunos tesorillos, como los de Cícere o el del Castro de Elvira, en los que aparecen gargantillas, pendientes, collares y colgantes de indudable delicadeza técnica.
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La época romana debe complementarse indefectiblemente con la muestra de los pueblos que éstos sojuzgaron o con los que compartieron su tiempo. Los numerosos castros fortificados de las tribus galaicas dejaron a su paso las piezas de orfebrería que he mencionado anteriormente.
El Museo tiene otras partes interesantes, desde la prehistoria hasta la guerra de la independencia. Sorprende la presencia de un aljibe, de una cisterna excavada en piedra cuyo interior sobrecoge. Al lado, la reproducción de una embarcación experimental que recrea las posibilidades de la navegación en la prehistoria (la Borna).
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Los más sorprendentes, el general liberal Díaz Porlier y el famoso navegante y científico Alessandro Malaspina. En ambos casos, sus acciones contra el gobierno de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, llevaron a sus augustas personas a la prisión Coruñesa. Malaspina salió a los pocos años, muriendo en Roma mucho después. Díaz Porlier, que se había ganado la posibilidad de salir un día a la semana para bañarse en un pueblo cercano, terminó sus días en el Castillo de San Antón cuando los lugareños y compañeros de baño se rebelaron contra el poder Borbónico a instancias suyas.
Las garitas de vigilancia del baluarte del Castillo miran ahora a una preciosa ciudad que el sol (y el mar) bañaban esa mañana de octubre.