A alguien de la Fundación portuguesa Calouste Gulbenkian se le ocurrió en 2008 recrear al joven Darwin. Y aquí lo tenemos, observando un escarabajo que tiene en la mano en la magnífica exposición que el Museo de Ciencias Naturales ha dedicado a Charles Darwin con motivo de su aniversario. Por otro lado, lo mismo han hecho la mayor parte de museos e instituciones científicas del mundo.
Y las editoriales han aprovechado el tirón y han publicado una buena parte de su obra no editada y otros muchos libros de complemento. Y nosotros les hemos seguido el ritmo en la medida de lo posible.
Por supuesto, nos acercamos a la exposición del MNCN. Es sencillamente extraordinaria. Por supuesto bebe de las exposiciones que museos como el American History Museum o el Natural History Museum de Londres (con la para mi inolvidable Darwin’s Big Idea) y reproduce parte de los escenarios que en ellas se podían observar (es el caso de las Galápagos redivivas en la exposición).
Pero hay otras muchas cosas nuevas y a veces impactantes que me dispongo a subrayar.
La exposición se llama “La evolución de Darwin” y el título está muy bien pensado. Se trata de la evolución de Darwin como persona, pero también la evolución de la sociedad en la que éste vivía y las reacciones que su gran idea provocó.
Me quedo con el párrafo de bienvenida de la exposición, que deja bien a las claras su intención: “Al contrario que el movimiento de los planetas, el estudio de los seres vivos no había permitido encontrar todavía ningún fundamento o conjunto de leyes que pudiera explicar la exquisita adaptación que se podía ver en las alas de una mariposa o en el ojo humano, la extraordinaria variedad de formas vivas. El escenario estaba listo para que alguien hiciera con la biología lo que Newton había hecho con la física”.
Se trataba de una sociedad donde destacaban los Gabinetes de Maravillas Naturales como el del danés Ole Worm que se recrea al principio de la exposición. Linneo o Buffon trataron de dar un enfoque diferente contribuyendo a organizar la naturaleza mientras Cuvier desentrañaba los secretos de la tierra. Lamarck ya estaba con la mosca tras la oreja en el tema de la transformación de las especies…
El final del siglo XVIII y el comienzo del XIX se presentaban con una potente luz que iluminaría las tinieblas de un mundo en el que los científicos aún necesitaban de los hombros de gigantes que habían vivido hacía más de 18 siglos.
Y como tal, la exposición del MNCN recoge apartados dedicados a todos estos gigantes del XIX y lo ilustra de una manera curiosa: 20 modelos de flores realizados en el mismo siglo XIX se alinean con las ideas de Cuvier, Lamarck, Linneo o Buffon. Es entonces cuando, una vez delimitado el contexto social, religioso y científico de este siglo de luces, la exposición te introduce en la figura del joven Darwin.
En una figura casi real, pues el joven Darwin, como decía al principio, está recreado de forma magnífica en una vitrina muy fotografiada. La historia ya la conocemos, el abuelo Erasmus, su rígido padre, sus estudios en diversas ciudades hasta dar con sus huesos en las clases del botánico Henslow o del geólogo Sedgwick. Fue el propio Henslow quien le propuso como naturalista del viaje del Beagle que cambiaría su vida y la nuestra.
Numerosas cartas y documentos nos preparan para entender la personalidad y aptitudes de quien se embarcó con el capitán Fitzroy en el Beagle en 1831. Una preciosa maqueta del HMS Beagle abre este apartado.
“El viaje del Beagle ha sido, con mucho, el acontecimiento más importante de mi vida. y ha sido determinante a lo largo de toda mi carrera.” dice Charles Darwin en su autobiografía. Una biografía que ha tenido varias ediciones en función de la autocensura que se permitió Francis Darwin, su hijo, a la hora de trasladar las cartas que su padre había escrito para ellos. A mi me ha tocado en suerte la de la Editorial Verticales (creo que es mejor la de la Editorial Belacqua, pero esta es la que he podido conseguir). En cualquier caso es una edición digna y bastante bonita.
El caso es que nos encontramos a un Darwin de 22 años embarcando en un viaje que duraría muchos más de los previstos, acompañado de un inestable pero fascinante capitán inglés cuyos detallados planos de la costa sudamericana permanecerían vigentes hasta bien entrado el siglo XX.
Algunos de esos mapas se muestran en la exposición del MNCN para deleite de los que nos sentimos fascinados por la figura de Robert Fitzroy. De hecho, aprovechando el año Darwin la editorial Juventud ha sacado un espléndido recorrido por la personalidad del capitán del Beagle que es muy recomendable para los que se sientan intrigados por este científico y elogiable marino y meteorólogo que terminó suicidándose quizá sintiendo culpabilidad por el cambio que él ayudó a provocar en su colega Charles Darwin.
Darwin comienza el viaje del Beagle como un futuro clérigo interesado por el medio natural y lo finaliza como un escéptico científico de gran prestigio que ha logrado transmitir a la Inglaterra de su época el valor de la ciencia y el descubrimiento.
Durante el viaje, el compañero de conversación de Fitzroy recorre a pie media Sudamérica mientras el Beagle la circunvala, visita lugares inaccesibles, contacta con gentes de otros mundos comparados con el suyo, aborrece la esclavitud y la vida en el barco, adora las estrellas que ve en el cielo nocturno, encuentra especies nuevas y fascinantes, fósiles y vivientes, envía a Inglaterra cuanto halla. Mientras viaja lee los Principios de Geología de Charles Lyell (Fitroy le regala el primer volumen), escribe cientos de cartas, recoge especímenes varios, redacta cuadernos de viaje, se salva de un terremoto, coge la enfermedad de Chagas que le acompañará toda su vida.
Recorre Sudamérica, Australia, Nueva Zelanda, Tahití o Sudáfrica. Leer su Diario de un Naturalista alrededor del mundo es un placer indescriptible (el diario de Fitzroy no se volvió a reeditar; el de Darwin, cientos de veces).
El caso es que en algún momento saltó la chispa. No fueron los pinzones de Galápagos, como se suele creer. En todo caso fueron los Sinsontes de Galápagos, pero lo fueron mucho más tarde, ya en casa, en Down House y casado con su fervorosa mujer, Emma Wegdwood, cuando terminó de madurar la que sería su obra magna.
Pero mientras tanto, se dedicó a estudiar y escribir sobre diferentes temas, pero siempre relacionados con las ciencias naturales, por las que sentía una ardorosa pasión, según sus palabras. Cirrípedos, geología de Sudamérica, arrecifes de coral, orquídeas.
“Nunca ha habido un tema que me interesara tanto como el de las Orquídeas”. Y en el MNCN se lo han tomado a pecho, disponiendo unas orquídeas para explicar lo que de ellas dilucidó Darwin, como de tantas cosas hasta que la combinación experiencia, atención, trabajo duro y brillantez, sumado a las lecturas de Lyell o Malthus le condujo a la publicación del Origen de las Especies.
También estuvo por allí la influencia de la carta desde el archipiélago malayo de Alfred Russell Wallace, pero esa es otra historia. Una historia que también se cuenta en el curioso libro de TIKAL sobre Darwin, perteneciente a su colección clásica en la que junto al texto se incluyen reproducciones de documentos, fotos, publicaciones, etc.. Un verdadero disfrute.
Volviendo a Darwin, después de pensárselo mucho, mucho, (puede que por no hacer daño a su esposa y a su propio prestigio, al fin y al cabo iba a publicar una obra que cambiaría el mundo tal y como se conocía entonces), en 1859 publica On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life. Algunos de los compañeros científicos que le han apoyado tradicionalmente, como Richard Owen, le atacan sin piedad. Clérigos como Wilbeforce le vanalizan. Amigos como Huxley le defienden.
“Los libros de Darwin en España” es la exposición complementaria de la principal. Las diferentes ediciones del Origen en España están recogidas aquí, como símbolo del cambio de mentalidad y de las diferencias en la acogida de este texto fundamental.
Hubo quienes no lo entendieron, quienes utilizaron la famosa figura del mono para atacar una teoría científica que trasciende fácilmente a lo espiritual. Bueno, otros también lo aprovecharon pero al contrario, no hay más que fijarse en el Anís del Mono.
Pero fueron otros quienes de verdad aprovecharon la teoría de la evolución. La ayuda incuestionable de Mendel provocó una cadena de acontecimientos que acabaron con Watson y Crick descubriendo
la cadena del ADN que permite la evolución que teorizó Darwin, un legado sin el cual no se comprende la Medicina, la Biología, la Química, la Antropología…Ya lo dijo Dobzhansky: Nada tiene sentido en la biología si no se observa bajo la luz de la evolución.
Y todo a partir de una idea genial gracias a la cual un eminente y brillante científico del siglo XIX nos aportó parte de la razón con la que tenemos la suerte de contar estos días y que muchas veces aún se resiente por los ataques de aquellos que anteponen una forma de pensar y una fe (cualquiera) a la razón de la ciencia.
I think…