Visitar el Museo de Pérgamo de Berlín es algo que todo el mundo debería hacer al menos una vez en la vida. El Museo responde a la sociedad que le vio nacer, la de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, aquella en la que la arqueología formaba parte del interés de la alta sociedad y descubrimientos como los de Howard Carter o Heinrich Schliemann aparecían destacados en los medios de comunicación.
Y si Francia, Inglaterra o Italia tenían derecho a los yacimientos más interesantes, los egipcios, ¿porqué Alemania no iba a poder participar en el juego? Pero ya que estaban, pues lo hicieron a lo grande. Y no trajeron piezas para sus museos, no: construyeron un Museo en derredor de las piezas que habían traído. Y es que esos objetos son un poco especiales: son monumentales.
Es habitual oír hablar en Egipto o en Turquía del robo indiscriminado de objetos de valor por parte de las naciones europeas en esta época. También es cierto que aquellos países no creo que dieran a sus yacimientos el mejor de los tratamientos y que hasta es posible que muchos de ellos ahora no existirían si los europeos abusones no se hubieran esforzado en traerse dichos tesoros para sus museos. Pero, la verdad sea dicha, duele ver por ejemplo el aspecto abandonado de los cimientos del gran Altar de Zeus entre las ruinas de Pérgamo.
Precisamente es el Altar de Pérgamo quien dio nombre al Museo y en base al que éste se construyó. Su re-descubridor y responsable directo del monumental traslado fue Carl Humann, quien actuaba bajo las órdenes del entonces director del Museo de Berlín (1878), Alexander Conze. Fue Conze quien dejó escrito: “Nosotros no éramos insensibles a lo que representaba arrancar los restos de un gran monumento de su tierra materna y llevarlo a la nuestra. Nosotros no le podríamos volver a ofrecer la luz y el ambiente en el que había sido creado. Sin embargo,. se lo arrancamos a la siempre presente y completa destrucción. (…) En ese momento aún no podíamos pensar que las ruinas que aún quedaban en el lugar podrían ser protegidas de los saqueadores de piedra de la ciudad moderna”.
A decir verdad, cuando Carl Humann se hizo con los primeros bloques escultóricos del Altar, “(…) me quedé tristemente parado, mirando esos maravillosos capiteles corintios, con una altura como la de un hombre, rodeados o cubiertos de arbustos e higueras silvestres mientras justo al lado emitía humo el horno de cal, en el que cada bloque de mármol, una vez reducido por el pesado martillo, caía.”
El Altar de Zeus se echa en falta en la visita a Pérgamo, pero es cierto que su reconstrucción (parcial) en el Museo del mismo nombre es realmente espectacular. Ocupa la Sala principal del Museo que, no olvidemos, se construyó para albergarlo. Como era demasiado grande, sólo pusieron en pie la cara occidental del Altar, insertando en ella algunos de los frisos escultóricos más impresionantes del mundo antiguo. La cara oriental, igualmente decorada, no se reconstruyó, si bien el friso que la recorría sí está expuesto en la Gran Sala del Altar.
Y ésta es igualmente espectacular, la luminosidad natural que entra desde el techo ayuda a imaginar el Altar tal y como debió ser. También ayuda la maqueta de la Acrópolis de Pérgamo que ubican justo al lado para no perderse. Cuando pisamos esta acrópolis ya nos dimos cuenta de lo que representaba la ciudad de Pérgamo en la antigüedad, en particular en la época de los Atálidas, en el periodo helenístico y antes de que el último rey de la saga, Atalo II cediese su reino a Roma y Pérgamo se convirtiese en provincia romana.
De hecho, en el Museo de Pérgamo podemos mirar cara a cara a Atalo I, uno de los reyes fundamentales de la dinastía y ya aliado de Roma (la historia de la ciudad se menciona en la entrada referente a la visita que hicimos allí) quien, junto con Eumenes II, fueron los responsables de la construcción de la mayoría de grandes edificios de la Acrópolis, Altar incluido. Fue éste último quien decidió construir el monumental Altar de columnas sobre el templo previo.
Al Altar se accedía por una gran escalinata que se ha reproducido fielmente. Tanto la escalinata como el propio Altar están rodeados de un salón de columnas. Todo el edificio tiene un basamento cuadricular en el que se desarrolla una de las más bellas obras de arte de la antigüedad, un friso de 120 metros de largo que contiene grupos escultóricos múltiples que narran la batalla de los Dioses contra los Gigantes.
El techo estaría ricamente decorado, con figuras de dioses, cuadrigas con caballos (como los de la imagen) o escenas escultóricas de caza de leones. En lo alto, el Altar en sí estaría asimismo decorado con otro friso, más pequeño, dedicado a narrar la vida de Télefos, hijo de Hércules y fundador mítico de la ciudad.
Casi todas las piezas del gran friso de la batalla o las de la vida de Télefos fueron halladas formando parte de la muralla bizantina que muchos siglos después de la construcción del Altar se alzaría en Pérgamo. Precisamente, el destrozo causado por la construcción de la muralla salvaría muchas de las esculturas del Altar, que fueron recuperadas más de mil años después por Carl Humann.
Más de 100 figuras de tamaño sobrenatural aparecen en la Gigantomaquia del gran friso del Altar de Pérgamo. Todas ellas participando en momentos decisivos de la batalla, en escenas de acción descarnada. El realismo de las caras y cuerpos es fantástico. Los dioses muestran tensión y coraje, las diosas miran fríamente con aires de superioridad a los gigantes, quienes muestran su padecimiento y dolor. Realismo en los vestidos, en los peinados, en los animales que forman parte de los gigantes. Un grupo de artistas en su mejor momento, una reconstrucción excelente. Sólo les faltan las armas y abalorios de oro y bronce y los colores, desaparecidos por el paso del tiempo.
Me quedo con algunos ejemplos de los frisos expuestos. Del Friso Oriental,
Hécate, diosa de los caminos, acompañada de su perro molosiano, lucha con una antorcha, una lanza y una espada contra el gigante Clytios, quien le arroja una piedra. Mientras, un perro de la Diosa Artemisa muerde en la nuca a un gigante serpenteante mientras otro gigante desnudo y armado con un escudo se lanza a por la diosa.
También del Friso Oriental,
Zeus, el más poderoso de los Dioses del Olimpo, lanza rayos hacia el líder de los Gigantes, Porfirión y otros dos jóvenes Titanes.
El hallazgo de la mano que debería sostener el rayo del Dios (a la izquierda, arriba) fue fundamental para determinar el contenido de la escena en la que, por cierto, un águila echa una mano al mismísimo Zeus.
Es quizá el Friso Oriental del que más escenas nos quedamos, por ejemplo con,
Atenea, hija de Zeus y diosa de la ciudad de Pérgamo, separa al gigante Alkyoneus de su madre Gaia, quien está enterrada hasta la cintura en la tierra.
En la parte superior derecha, se acerca Nike, la diosa alada de la victoria.
(al lado aparecía Ares a caballo erigiéndose delante de un gigante alado).
Mientras, en otra parte del Friso Oriental, Hera, la Diosa esposa de Zeus, conduce una cuadriga con caballos alados, los de los cuatro vientos: Notos, Bóreas, Zéfiros y Euros.
A los lados de la escalinata son los dioses del mar quienes libran la batalla contra los gigantes. Los Dioses luchan por parejas, Doris y Nereo, Océano y Tetis a la izquierda y Anfititre y su hijo Tritón a la derecha. Los atuendos mojados se pegan a los cuerpos de los dioses mientras luchan con gigantes zoomorfos, con cabezas o piernas de serpiente.
Por encima de algunos de ellos aparece su nombre en griego, para la mejor identificación por parte de los visitantes (a la izquierda, Océano,a título de ejemplo). El artista responsable del altar también aparece inscrito en las paredes, por encima de Dionisios, en la zona de los dioses marinos.
Subiendo la escalinata, hacía la zona del Altar, se localiza el segundo friso, más pequeño, y dedicado a Télefos, el mítico fundador de Pérgamo. En el centro han puesto un bonito mosaico romano que no se sabe bien a qué viene.
Télefos, hijo de Hércules, era venerado por los reyes de Pérgamo uniendo su reinado a la legitimidad que proporcionaba su presunto antepasado. Hércules es precisamente la figura que sirve de nexo de unión entre los dos frisos, pues ayuda a los dioses en su particular Gigantomaquia y resulta ser el padre de Télefos.
A la derecha se muestra uno de los restos del friso más conocidos. En él, la madre de Télefos, Auge, cubierta por un manto y apoyando la mano en el mentón como señal de dolor, se dispone a abandonar a su recién nacido hijo y su propia patria, Arcadia. Se irá en un barco, que construyen cuatro personas con herramientas supervisadas por el propio Aleos, rey de Arcadia y padre de Auge.
¿Y a qué viene todo esto? ay, a que el Oráculo de Delfos le dijo una vez a Aleos que la descendencia de su hija conllevaría su desgracia y ésta, Auge, acababa de tener un rollete con Hércules, quien más tarde hallaría a su hijo Télefos.
Un conjunto monumental que se ve complementado con otros restos hallados en Pérgamo y de los que los alemanes supieron aprovecharse. Ahí está, por ejemplo, la fachada del Templo de Atenea, también traído del yacimiento turco.
Si el Altar estaba dedicado al padre de todos los dioses, Zeus, la ciudad entera estaba dedicada a la Diosa Atenea y esta sería la portada de uno de los templos dedicados a la Diosa. Por monumentalidad que no quede, en este enorme Museo que se beneficia de la ligereza con la que Turquía aún trataba sus yacimientos (al fin y al cabo, Egipto y Grecia ya estaban vedados) y de la que queda muestra aquí, en las grandes salas dedicadas al periodo helenístico de Asia Menor.
No obstante, los alemanes no se conformaron con extraer tesoros de Turquía. Se fueron a lo más difícil y se trajeron a casa nada más y nada menos que la mismísima Puerta de Ishtar de la ciudad de ciudades, Babilonia…