Es curioso que el icono de Dublín no sea James Joyce, el nuevo Spire o el Temple Bar. Con quien se hace fotos todo turista de pro es con la pescadera Molly Malone, que con un busto más que acogedor, saluda desde la esquina de Grafton Street. Su leyenda es discutible, pero muy conocida: ofrecía pescado, mejillones y marisco por la mañana y, posiblemente, ofrecía otros servicios, más personales, por la tarde.
Molly Malone ha sido homenajeada con canciones, espectáculos, leyendas y una estatua que llama la atención y que, aunque no es especialmente bonita, sí se ha convertido en la compañía con quien todo el mundo quiere aparecer fotografiado.
2. Pasear por las calles de estilo georgiano
Una de las características más encandiladoras de las calles dublinesas es el combinado de colores que presentan las puertas de entrada a las casas de la época Georgiana. amarillos, verdes, rojos y azules luchan enconadamente por llamar la atención. Y lo logran, sobre todo porque son entradas enmarcadas en paredes de ladrillo visto más humildes o apacadas que las puertas que dejan entrar a sus propietarios.
Lo divertido está en el origen de dicho colorido, proponiéndose dos opciones para el mismo, a saber,
a) Se cuenta la típica historia en la que un marido llega a casa y encuentra a su mujer con otro hombre en la cama. Ofuscado, mata a uno de ellos o a los dos para descubrir posteriormente que los efectos del alcohol son muy malos y que se había metido en la casa de un vecino, sospechosamente similar a la suya. Los colores de las puertas tratarían de resolver este entuerto.
b) La otra teoría tiene que ver más con la alegría que transmiten estos colores vivos y variados. Alegría por lo que debería ser luto. En Irlanda te suelen contar, con razón evidente, lo que es estar sometido al yugo del imperialismo británico y cómo se ordenó pintar de negro las puertas de las casas como motivo de luto por el fallecimiento de Jorge VI. Los irlandeses prefirieron celebrarlo con vivas y vivos colores.
3.Cruzar el Ha’penny bridge
Hasta 11919, medio penique costaba el paso por el Puente que unía los dos lados de Dublín, separados por el curso del río Liffey. Se suele decir que el lado Norte es el rico y donde habita la gente con posibilidades y el Sur donde se concentra la parte baja de la sociedad…
Numerosos puentes cruzan el río, de bonitas riberas con edificios históricos (sin árboles, por supuesto), algunos llamativos como el Puente de O’Connell que es más ancho que largo y otros novedosos como el de Calatrava, que sigue las pautas de este conocido arquitecto español para todos sus puentes.
Pero es el Puente del Medio Penique, el Ha’penny bridge en jerga dublinesa, el que más se reconoce en guías y en conversaciones y el que es permanentemente cruzado por un buen número de personas, unos que van de compras a un lado u otros que visitan las barrios antiguos del otro lado, haciendo un precioso arco sobre el Liffey.
4. Visitar la catedral protestante
Aquí es donde Häendel tocó por primera vez el Mesías, se afanan en contarte en Christ Church, la Catedral protestante de la muy religiosa Dublín de la, a su vez, muy religiosa Irlanda. Sus paredes guardan cientos de años de historia basados en la decisión de un rey que decidió enconarse con la política papal a raíz de un quítame allá ese divorcio con Ana Bolena (qué gran serie, por cierto, Los Tudor, que se suele rodar aquí).
El exterior es sobrecogedor e impresionante. Tuvimos que esperar a que abrieran pues, aunque publicitaban una determinada hora de comienzo, finalmente las puertas se abrieron casi una hora después. Pero ello nos facilitó acercarnos a la catedral católica y poder comparar… de la visita a la Christ Church me quedo con la limpieza y belleza de sus líneas interiores, con el sepulcro del héroe irlandés Strongbow, con las curiosas momias del gato y la rata que quedaron atrapados en el órgano de la catedral en un curioso acto de inmortalización de la cotidianeidad o con las lápidas de los marinos enterrados (qué buena la del cirujano que recuerda a Stephen Maturin).
5. Visitar la catedral católica
Aquí es donde Häendel tocó por primera vez el Mesías, se afanan en contarte en Saint Patrick’s Church, la Catedral católica de la muy religiosa Dublín de la, a su vez, muy religiosa Irlanda. Esto no es un deja vû, ¡es que en ambas presumen de lo mismo¡
Sólo que esta vez llaman la atención cosas diferentes a la catedral protestante. Su exterior también es sobrecogedor y, casi diría que más espectacular, con esa picuda torre impresionante que la caracteriza. Por dentro no todo es tan limpio y amplio. De hecho, el interior de la catedral de San Patricio es un auténtico Parque Temático centrado en la persona de Jonathan Swift, quien fue deán de la catedral.
El autor de “Los viajes de Gulliver” tiene, a mayor gloria de su nombre, su tumba en la catedral, la tumba de su amiga del alma (¿amor platónico? ¿Amante real?) Stella, sus cartas, ediciones de sus libros, sus máscaras mortuorias, una copia de su cráneo, restos de sus vestiduras, esculturas y escritos varios. Además de paneles informativos al respecto. Y todo ello, integrado apelotonadamente en el interior de la bonita catedral.
Y a ello se unen numerosas esculturas de fallecidos conocidos en las sociedades que los enterraron aquí, símbolos como la puerta a través de la que se dieron la mano enconados enemigos para acordar la paz, rosetones y vidrieras impresionantes.
6. Asistir a un espectáculo de baile irlandés
¿Será el equivalente a asistir a un tablao flamenco en una visita a España? ¿Pensarán los irlandeses lo que pensamos de los guiris que asisten a semejante turistada?
Me da igual, disfrutamos de lo lindo con este trasunto de Lord of the Dance, de Riverdance o de cualquiera de los espectáculos que han recorrido (y recorren) el mundo llevando el baile irlandés a todos lados.
No sólo es alegre, es portentoso. Y llamativo, al fin y al cabo los brazos no los mueven prácticamente, todo es un ejercicio basado en el trabajo de las piernas y los pies hábilmente impulsados para conseguir sonidos, movimientos, cruces, chasquidos y piruetas con las que el público vibra y se emociona.
Es una música alegre. Es un baile alegre. Es un ejercicio asombrosamente bien realizado. Es un placer para los sentidos, desde luego.
7. Buscar el Libro de Kells en el Trinity College, ¿quizá en su Biblioteca?
Vas a ver un libro medieval, uno de los pocos que quedan bien conservados, se calcula que puede ser del siglo VIII. Hay otros incunables aquí, numerosos libros a cuidar, respetar y exponer de forma controlada. Y están aquí, en el Trinity College, una de las instituciones más conocidas de Dublín y de visita obligada según todas las guías.
Y ya lo creo que es visita obligada, sobre todo por una de las cosas que menos se mencionan en ellas: su impresionante Biblioteca. Pero no adelantemos acontecimientos. El Trinity College, en pleno centro de Dublín, se fundó en época de Isabel I y durante muchos, muchísimos años no se permitió estudiar entre sus paredes a alumnos católicos (papistas, que dirían los irlandeses antiguos). Pero aún pasaron muchos años más antes de que dejaran entrar por entre sus vetustas puertas a mujeres.
Es famosa la estatua aquel decano que dijo que no habría mujeres estudiando allí mientras siguiera vivo. Dicen que un día después de su muerte, éstas accedieron finalmente al Trinity y ahora la pétrea mirada de su escultura tiene que asistir a la entrada de las chicas estudiantes.
Del Libro de Kells, espléndido ejemplo de arte en papel, El significado de sus páginas se explica en los paneles informativos. Y menos mal, pues muchas veces es difícil de dilucidar qué pasa en sus intrincados dibujos y páginas.
Y de aquí subes a la Biblioteca, donde se expone la famosa arpa irlandesa que aparece en todas partes del país pero que, sólo de entrada, te sobrecoge profundamente. No dejan hacer fotos aquí pero es una imagen que se te queda grabada por la grandiosidad que transmite.
8. Tomar algo en el Temple Bar ¿una Guinness?
Dicen que ahora está en el barrio que más se ensucia, que sus calles terminan cubiertas del equivalente al botellón irlandés y que sólo merece la pena acercarse para verlo. Pero es que, si Dublín está llena de pubs tradicionales, el Temple Bar es el pub. Es la imagen tradicional del ocio irlandés, del lugar común donde se encuentra la gente y los amigos.
Es más probable que ahora se encuentren aquí los turistas pero no por ello deja de perder encanto. Poder no ha perdido, gran parte de la manzana donde se encuentra tiene comercios o establecimientos relacionados con el Temple Bar (que, además, da nombre al barrio donde se ubica).
Y ¿qué tomar aquí? Pues una pinta de Guinness, por su puesto, de negra y espumosa cerveza, el más icónico alimento del cuerpo y del alma que Irlanda provee. Sino te da tiempo a visitar la fábrica de cerveza Guinness (como fue nuestro caso), no es mala idea tomarte una cerveza negra bien fría en una pub irlandés, y si puede ser el Temple Bar, mejor. Aunque no te bebas una cerveza ni borracho, fíjate.
Y cuando acabe la noche siempre puedes desayunar donde puedas el habitual Tradicional Full Irish Breakfast, consistente en morcilla, lomo, huevo frito, salchicha, champiñones y demás ricos y dietéticos manjares para empezar el día con alegría.
9. Encontrar a Oscar Wilde en St’s Stephen’s Green y a James Joyce en O’Connell
Ya hemos visto a Molly Malone. Ahora, acerquémonos a St. Stephens Green, un precioso parque en el centro de Dublín donde los patos y las gaviotas nadan por los estanques y riachuelos a los que dan sombra enormes árboles. Y por allí, encima de una norme roca aparece, con gesto cínico, con ironía mal disimulada y excéntrica (y colorida) forma de vestir, aparece digo una de las más famosas figuras de origen dublinés, el mismísimo Oscar Wilde. Muy cerca de otras bonitas esculturas que le complementan a la perfección.
Y si quieres continuar buscando escritores famosos (en Dublín hay un museo al respecto incluso) puedes acercarte a la parte nueva y, muy cerca del novísmo Spire, buscar la efigie en piedra de James Joyce de quien dudo que su Ulises se lea mucho pero quien se considera maestro indiscutible de la literatura.
Y allí está, esperando que llegue su día porque en Dublín es tradición que el 16 de junio se celebre el Día de Leopold Bloom, aquel en el que realmente transcurre el Ulises de Joyce y los interesados recorren las calles de la ciudad pasando por todos aquellos lugares por los que transita el protagonista del libro.
Dublín es una ciudad de literatos. También George Bernard Shaw vivió aquí, y aquí posiblemente escribió el Pigmalion en el que se basó My Fair Lady.
10. El Museo Nacional de Irlanda (todos ellos)
Resulta que el Museo Nacional de Irlanda tiene varias sedes, en función de la tipología de objetos que guarde. No dejan hacer fotos, para mi desconsuelo, pero las salas son amplias y las piezas principales son localizables y presentan suficiente información. El Museo Arqueológico de Kildare Street está francamente bien, con algunas cosas espectaculares, como las momias de la exposición Kingship and Sacrifice (véase la entrada realizada al efecto).
El Museo de Historia Natural está cerrado por obras de restauración pero sus piezas principales se reúnen en una exposición dentro del Museo de Artes Decorativas de Collin Barracks, unos antiguos cuarteles que acogen ahora una muestra sorprendente.
Y no olvido la National Gallery of Ireland, muy completa a pesar de su pequeño tamaño, con obras desde Velázquez a Modigliani, de Morisot a Rembrandt.
11. Ir de compras por Grafton Street
Sin duda es la sensación de Dublín, pasear por Grafton Street en un día soleado. Acá y allá músicos cantan en directo (recordándonos inmediatamente a Once), artistas callejeros fabrican perros de arena en el suelo y una multitud callejea entre puestos de flores y tiendas de moda. Hay que comprar en Avoca, desde luego. Pero también en Pennys y en el centro comercial de St Stephen’s Green, cerca de la puerta por donde se accede al bonito parque urbano.
El ambiente es cautivador. Atrás quedan las tristes pero emocionantes historias del logro de la independencia irlandesa que te cuentan en cualquier tour, te explica cualquier taxista o te recuerda la huella de las balas en los edificios donde tuvieron lugar las últimas luchas de Michael Collins, Valera y compañía.
Atrás quedan también los barrios donde U2 forjó su leyenda musical, donde las paredes recogen pintadas, donde desaparece la belleza del centro. Aquellos garajes donde ensayaban se cambian ahora por los modernos hoteles frente al Liffey de los que son propietarios.
Y justo al lado, Forbidden Planet. Quien dijo que en Dublín no se podía ser absolutamente feliz. Sería Jonathan Swift, quien odiaba particularmente la ciudad que le había visto nacer y a quien se le dedican ahora tantas cosas. Quizá debería pasarse ahora por su ciudad y maravillarse ante todo lo que contiene.