Santa Sofía o Hagia Sofía. Ayasofya Müzesi. Constantinopla aún aparece agazapada, pero en toda su gloria, entre las bulliciosas y atestadas calles de Estambul.
La gran Iglesia de Santa Sofía es su mejor carta de presentación, y el símbolo de todo aquello que una vez fue uno de los mayores y más interesantes Imperios de la historia.
Pero no sólo Santa Sofía guarda el recuerdo de la que fuera la ciudad más grande y poblada durante muchos siglos. Hay otros restos, dispersos por Estambul, que nos pueden dar una idea, pobre pero acertada, de lo que debió suponer la impresionante Nueva Roma de Constantino, la última bocanada de aire del Imperio Romano, la perla de las ciudades del Oriente, que fue desposeída de sus tesoros durante la Cuarta Cruzada y modificada en su concepción y aspecto por los otomanos que la conquistaron en 1453.
Muy cerca de Santa Sofía se encuentra la Plaza de Sultanahmet, que da nombre a un maravilloso barrio en el que la Mezquita Azul (o mezquita de Sultan Ahmet) mira de frente a Santa Sofía en un combate eterno en pos de la mejor belleza arquitectónica. Los minaretes de los dos templos buscan el cielo de Estambul, mientras nosotros nos dedicábamos a encontrar en sus aledaños pistas de la antigua Constantinopla.
La mejor pista está en la plaza: se trata del antiguo hipódromo del que únicamente quedan algunos obeliscos de la espina central. Dicen que si se excavara con detalle en los jardines de la Mezquita azul y de los alrededores, se encontrarían restos de una de las grandes obras del periodo romano y bizantino, aquella que debió ser escenario de encarnizadas luchas por vencer en las carreras de cuádrigas.
Encarnizadas, desde luego, pues las facciones de los Azules y los Verdes (que hacía tiempo que habían absorbido a las antiguas agrupaciones de los Rojos y los Blancos) no se llevaban nada bien y en alguna ocasión sus peleas llegaron a convertirse en auténticas rebeliones populares, como la de Niké en 536 que finalizaron con decenas de miles de muertos y con Santa Sofía en llamas.
El hipódromo debía ser grandioso. Ya formaba parte de la ciudad antigua (Megara griega primero, Bizancio romana después). Septimio Severo, en 203 lo amplió (después de haber arrasado la ciudad en una disputa "doméstica"). Cuando Constantino en 324 decidió ubicar en la antigua Bizancio la que sería su ciudad, Nueva Roma de Constantino (y que la gente rápidamente bautizó como Constantinopla), planificó un Hipódromo monumental y quiso traer lo mejor de lo mejor de las ciudades del Imperio.
Destacaba, en la espina, una columna especial, el Trípode de Platea, trasladada desde el Templo de Apolo en Delfos y que originalmente celebraba la victoria de los griegos sobre los persas en las Guerras Médicas.
Conocida como la Columna de las Serpientes, en su parte superior tres serpientes sostenían una bola dorada que debió desaparecer durante la razzia de la Cuarta Cruzada. Las serpientes duraron más (aparecen en algún dibujo otomano) pero ahora la columna está descabezada y con un aspecto francamente pobre.
No obstante, hace ilusión poder admirar en el Museo Arqueológico de Estambul la única de las cabezas de serpiente que quedan de la Columna.
Además de la bola dorada, los cruzados también se llevaron a Venecia los Cuatro caballos de bronce que decoraban una parte del Hipódromo y que ahora decoran la Iglesia de San Marcos. Aún así, nos contaron en Estambul que no, que son copias, y que los originales están en el sótano de una de las Universidades estambuliotas. No se si creerles, desde luego.
Además de la Columna de las Serpientes, destacan otros dos obeliscos en lo que queda del Hipódromo. Uno es un auténtico obelisco egipcio de Tutmosis III robado del Templo de Karnak. A decir verdad sólo está la parte superior del mismo, el resto ni se sabe ni se le espera.
Fue el hispano Teodosio II quien, antes de partir en dos el imperio romano para dividirlo entre sus hijos Honorio y Arcadio, quien trajo desde Egipto en 390 el obelisco para lo cual se las vieron y desearon, como queda patente en la base de mármol que tiene el monumento en la que se ve a Teodosio y su familia y se explica la forma en la que fue trasladado el obelisco que, por lo demás, parece bien conservado. En el lado contrario aparece la familia de Teodosio II y él mismo asistiendo a una carrera de cuádrigas… sí, en el Hipódromo de Constantinopla.
Un poco más abajo nos encontramos con un obelisco de piedra que en su momento debió estar cubierto de placas de bronce o incluso de oro. Es muy posterior a los dos anteriores y fue erigido por un emperador ya plenamente bizantino, Constantino VII Porfirogénito (de nuevo, hay una placa indicándolo). Las otras placas, las del bronce dorado, se las llevaron los salvajes cruzados de 1204.
La columna tiene ahora un aspecto pobre pero imponente y debía representar el final de la espina en un hipódromo que llegó a medir 450 metros de largo y 130 metros de ancho y que tenía capacidad para que hasta 100.000 almas rugieran al paso de los caballos.
Aún quedan otras huellas del Imperio Romano en Estambul. Entre ellas, merecen la pena destacarse la llamada "Columna quemada" cuya traducción al turco Çemberlitaş, da nombre al barrio donde se ubica. Aunque nos tocó verla en obras, siempre hace ilusión posicionarse ante la columna que Constantino erigió en 330 precisamente para conmemorar la "inauguración" de su ciudad, ampliación de la antigua Bizancio.
Pertenecía al Foro de Constantino y se dice que en su interior se guardaban numerosas reliquias de santos. Cuando se inauguró se celebraron ceremonias paganas y cristianas de forma paralela.
Muy cerca del Foro de Constantino se ubicó el Foro de Teodosio el Grande, en un lugar donde se asentaba anteriormente el llamado Foro del Toro (Forum Tauri). Se cree que aquí se situaba una enorme figura de un toro de bronce hueco en el que se asaban animales sacrificados procedentes de diferentes fiestas. También se asaban aquí prisioneros de guerra o convictos, en fiestas someramente diferentes.
El Foro de Teodosio contaba con un inmenso Arco de entrada dedicado a mayor gloria del, a la postre, último emperador de un Imperio Romano unido, el hispano Teodosio. Los restos de este Arco están desperdigados por la Plaza de Beyazit y la verdad es que componen una imagen un tanto triste.
Algunas de sus columnas siguen en pie. Se distinguen fácilmente debido a su diseño: en forma de plumas de pavo real. De hecho, existe otra columna en la Cisterna Basílica extraída del Foro. La entrada por este Arco, desde la Tracia y hacia el Centro de Constantinopla, debía ser espectacular. El lujoso mármol de Mármara y la llamativa decoración proporcionarían un entorno adecuado para las estatuas de Teodosio y sus hijos, en lo alto del Arco, construido copiando el diseño arquitectónico de los grandes Arcos de la Antigua Roma.
Se trataba de una ciudad enorme, que llegó al millón de habitantes en algún momento y para la que se necesitaban muchos recursos. Agua, por ejemplo. Tanto para consumo como para saneamiento.
Y los romanos eran expertos en este tema, llevaban muchos siglos construyendo algunos de los acueductos más impresionantes de la historia. Con el Emperador Valente, ya en 368, se terminó de construir un impresionante acueducto que traía agua desde el bosque de Belgrado y del que quedan restos evidentes en algunas partes de Estambul. El acueducto llegó a alcanzar 1 km de longitud del que sólo se conservan 600 m en el barrio de Unkapani y 200 m en el de Beyazıt.
En el siglo VI el Imperio Romano de Oriente se había transformado ya en un Imperio Bizantino plenamente consciente de que el Imperio Romano de Occidente se había disgregado en un buen número de reinos godos tras las sucesivas invasiones que sufrieron los romanos. Las insignias imperiales fueron enviadas en 476 al emperador Bizantino Zenón por el germano Odoacro, quien se había hecho con el poder en Italia frente al último emperador, el niño Rómulo Augústulo.
Y como más vale prevenir y los acueductos solían ser objetivos prioritarios en cualquier guerra o confrontación (su inhabilitación suponía la escasez y falta de agua ante cualquier asedio), los emperadores bizantinos procuraron tener las reservas de agua aseguradas. Por ello, el más grande de los emperadores del Imperio, Justiniano (quien formó pareja con la simpar Emperatriz Teodora) dio orden de construir en 532, cerca del Palacio Real (del que quedan unas míseras ruinas hoy en día) una impresionante cisterna donde almacenar toda el agua posible.
Se construyeron más de 60 cisternas en toda la época bizantina, pero la llamada Cisterna de la Basílica (Yerebatan Sarnıcı) es la más grande e impresionante. Se llama "de la Basílica" porque ocupa el espacio de una antigua basílica de época romana. Y visitarla es un placer, pues cuenta con una atmósfera cuidada en luminosidad y sonido (música clásica que enriquece los tonos rojizos de la luz) y en la que el agua y las múltiples columnas de mármol y granito (336 concretamente, 98 de estilo corintio y 48 dóricas entre ellas) extraídas de numerosos templos de la zona muestran un protagonismo sólo amenazado por las enormes carpas que la habitan y por las excepcionales cabezas de Medusa utilizadas como base en una pareja de columnas de la parte más alejada de la entrada.
No se conoce el origen de estas cabezas de Medusa, se cree que pertenecieron a un templo de época romana temprana y que fueron utilizadas como base dada la poca importancia que se le concedía a los símbolos paganos.
Las cabezas de Medusa son uno de los objetos más fotografiados de la Cisterna de Yerebatan, que seduce con su encantadora puesta en escena a todos los visitantes.
Esta Cisterna, en la que trabajaron más de siete mil esclavos, que ocupa un área de 10.000 metros cuadrados y que tiene 8 metros de altura con una capacidad para 30 millones de litros de agua, permaneció oculta muchos siglos ignorada por un buen número de Sultanes otomanos.
Por ello ha podido sobrevivir más o menos bien hasta las últimas restauraciones, que la han dejado asombrosamente bien.
Y justo enfrente de la Cisterna de la Basílica (o mejor, debería decir, muy cerca y metros por encima de la Cisterna) se encuentra la mayor y más impresionante obra de arte de la época Bizantina, la Iglesia-Mezquita Museo de Santa Sofía, construida a mayor gloria de la sabiduría divina.
Fue Atatürk quien, en pleno desarrollo de la República decidió que el monumento más importante de la ciudad de Estambul dejase de ser una mezquita y se convirtiera en un Museo por derecho propio. Y nosotros se lo agradecemos.
Si continuara siendo una mezquita no se podrían disfrutar los preciosos mosaicos bizantinos que adornan algunas de sus paredes, dado que el Islam prohíbe mostrar figuras humanas en ámbitos religiosos. Pasear por Santa Sofía es un privilegio.
En el exterior, desperdigados y sin orden aparente, se hallan diversos restos de las Santa Sofías previas a la actual, que es el tercer templo con este nombre y en esta ubicación. Las anteriores desaparecieron por incendios y terremotos... eso es lo que se suele decir, y vale para la primera Santa Sofía de madera construida por Constantino, pero no para la segunda, en cuya destrucción intervinieron decisivamente las hordas de ciudadanos enfurecidos parte de la llamada Revuelta de Niká, que significa "Victoria" y es lo que aquellos que abordaron los palacios y las iglesias (no sólo Santa Sofía, sino también la cercana Santa Irene) gritaban.
Todo comenzó en el hipódromo y supongo que serían los verdes quienes lo iniciaran, dado que el equipo de los azules era el patrocinado por el emperador. La revuelta tuvo un tamaño tal que fue el mismísimo Conde Belisario el encargado de pacificar a las gentes.
Cuando el humo se dispersó, el Emperador Justiniano y la Emperatriz Teodora decidieron construir una Basílica más grande aún que la anterior y de ahí la edificación de la actual Santa Sofía en 536. Hay restos de piedra de la segunda construcción en el patio exterior del Museo. Uno de ellos, muy curioso, reúne a una serie de corderos en un friso al que sólo le falta el pastor que los guíe. A partir de aquí, cedo la palabra a www.mundoturco.com, donde sigue la historia: "Justiniano, tras solucionar el desafío contra su autoridad, tenía que hacer algo para recuperar la imagen dañada y dar una lección a los futuros enemigos, enseñando su riqueza y su poder de una forma digna reconstruyendo por tercera vez Santa Sofía como una maravilla del mundo, aún sabiendo que tenía como rival al Templo de Salomón en Jerusalén. Seis semanas más tarde se iniciaron las obras de reconstrucción de la basílica por tercera vez, que prosiguieron durante cinco años, once meses y diez días, hasta ser consagrada el 26 de diciembre del año 537. Según Procopio de Cesárea, el mayor cronista de la época, para la realización, Justiniano se dirigió a dos arquitectos: el lidio Antemio de Tralles y el jonio Isidoro de Mileto, con conocimientos en estática y cinética y versados en matemáticas. Antemio era el teórico e Isidoro el técnico. Procopio afirmó que Justiniano exclamó en la inauguración “¡ Oh Salomón te vencí !” al ver tanta magnificencia de su obra maestra. Para poder realizar la obra, Justiniano envió a sus soldados a cuatro esquinas del imperio, en busca de los materiales más preciosos, utilizando antiguos templos paganos como cantera de piedra y trasladándolos continuamente a Constantinopla. "
Estamos, pues, ante un edificio que en algunas partes tiene 1472 años de edad. La cúpula se ha caído en varias ocasiones y ha sido restaurada unas cuantas veces. Los otomanos también dejaron su huella tanto en el exterior (con los famosos 4 minaretes, uno de la época del mismo Mehmet el Conquistador; otros dos construidos por Sinan, arquitecto famoso de época otomana) como en el interior (donde destaca el llamado Palco del Sultán).
Las dimensiones del edificio son colosales y el interior lleva muchos años cubierto de andamios que van moviéndose lentamente por la gran cúpula central según se va restaurando.
Hay muchas cosas que ver en Santa Sofía, aunque en apariencia el espacio parezca vacío de contenido. Seguro que alguien sale defraudado tras la visita, sin considerar ni la edad del edificio ni las maravillas que éste encierra. Sobre todo, los mosaicos, pero también otras cosas.
Desde las humildes inscripciones que dejaron vikingos en alguna incursión de hace mil años a las enormes tinajas de mármol traídas del yacimiento de Pérgamo por algún Sultán que también quiso dejar aquí su sello. Desde las imponentes Columnas Verdes que soportan la galería superior traídas del pobre Templo de Artemisa (antigua maravilla del mundo) de Pérgamo hasta el círculo de mármol, también verde, donde se situaban las Emperatrices. Desde la lápida del duque veneciano Henricus Dandolo (que participó en la desastrosa cuarta cruzada) a la típica Columna de los Deseos donde el visitante tiene la oportunidad de hacer un absurdo rito con el dedo pulgar (vale, yo también lo hice).
Y todo ello, a la sombra de la inmensa cúpula de más de 56 metros de alto decorada con los habituales cuatro medallones islámicos herencia de su etapa como mezquita.
Pero a nosotros nos gustaron más los mosaicos, claro. La época iconoclasta de los siglos VII y VIII debió acabar con los posibles mosaicos que decorasen la Basílica de Justiniano, por lo que los existentes hoy son siempre posteriores. Como materiales se usaron láminas de vidrio azules, verdes y rojas, junto con láminas de oro y plata, pan de oro y piedras preciosas que darían el resto de colores (blancos, amarillos, púrpuras, celestes, etc.). Como hay un buen número de mosaicos, me voy a centrar en los que más nos sorprendieron o mejor pudimos ver.
No es el caso del Jesús Pantócrator situado en la Puerta del Emperador (por donde éste entraba y por donde ahora entran a Santa Sofía los turistas) del nártex inferior.
Lo llamativo de este mosaico rodeado de andamios es que en él aparece el Emperador León VI (886-912) postrado ante los pies de Jesús, que a su vez lleva un libro con frases tomadas del Libro de San Juan: "Soy la luz que ilumina el mundo" y "Soy la salvación". León VI le pide perdón de rodillas por haberse casado cuatro veces, contraviniendo los mandamientos de la Iglesia.
Pero lo que en este mosaico se convierte en anécdota, en el resto se convierte en maravilla. No me voy centrar en los enormes mosaicos de la cúpula central (los ángeles/querubines de las esquinas; los santos de la época del tímpano vestidos de blanco -San Ignacio Jóven, el patriarca de Estambul San Juan Crisóstomo y el obispo de Antakya Ignacio Teodoros- o la gran Virgen con el niño de paño de oro por encima del Altar), serían demasiadas cosas. Prefiero quedarme con los 4 mosaicos más importantes.
Mosaico de la Puerta Suroeste.- Un precioso mosaico de láminas de pan de oro, ubicado encima de la puerta que da paso al nártex interior (la que tiene una puerta de bronce con piezas arrancadas de un Templo de Tarso por el Emperador Teófilo en 838) y que sirve de salida en la visita actual. En el mosaico, las figuras de Justiniano (de memoria inolvidable, indica su texto) y Constantino (Entre los Santos, el emperador Constantino, dice el suyo) ofrecen a la Virgen María con el niño sus obras más importantes, la Basílica de Santa Sofía el primero y la ciudad de Constantinopla el segundo. Es un mosaico del siglo X.
Mosaico de la Deesis.- Es un mosaico del siglo XII que trata una escena del día del Juicio Final. En ella, la Virgen y San Juan Bautista (apodado aquí Prodromos, el Guía) piden la intercesión de Jesús para que ayude a los seres humanos en el Juicio Final.
El pan de oro hace resaltar la belleza del conjunto, generando atención la dorada aureola de Jesús, con una cruz en el centro. La misma cuya señal hace con la mano derecha.
Mosaico del Emperador Constantino Monómaco IX y la Emperatriz Zoé.- Tanto Constantino como Zoé están mostrando las donaciones reales que se le concedieron a Santa Sofía, a través de una bolsa con dineros el primero y de unos rollos con privilegios, la segunda.
Lo curioso de este mosaico, si es que ya de por sí no es espectacular, son los cambios en las caras de los protagonistas en función del momento por el que pasaban. Al fin y al cabo Zoé se casó con 60 años por tercera vez con Constantino Monómaco (que significa "el que lucha por sí mismo") y el mosaico es anterior, posiblemente de su primer marido, Romano III.
Lástima que su segundo marido, Miguel IV dañase a propósito el mosaico cuando desterró a su mujer. Cuando Zoé volvió y se casó de nuevo, cambió el mosaico incluyendo la mirada del Pantócrator, que ahora se dirige a ella. Está datado entre 1042 y 1055.
Mosaico del Emperador Juan Comneno II, y la Emperatriz Irene y su hijo.- De nuevo, el emperador Juan Comneno II (1087-1143) dispone una bolsa con dinero de donaciones a la Iglesia, pero esta vez se lo ofrece a la Virgen con el niño. De nuevo, los emperadores están vestidos de gala, lo que proporciona un mayor esplendor en los oros, en los rojos y y en los amarillos del mosaico, que es absolutamente espectacular. Además, como suele pasar, guarda algún secreto.
Juan Comnenos está acompañado por su esposa, la Emperatriz Irene de Hungría. Ésta, que contribuyó en su momento a la desaparición del espíritu iconoclasta que durante muchos años trató de vender la idolatría que se estaba generando frente a ciertos iconos, aparece como una persona bella, amable, idealizada. Al lado, aparece el hijo de ambos.
Mientras tanto, en el mosaico de al lado aparece la Emperatriz Zoé en la que la fealdad y la adustez de su rostro contrastan con la belleza de Irene, en un más bien poco hábil ejercicio comparativo entre ambas emperatrices. Y en medio, la Virgen como Theotokos, Madre de Dios ya con todas las de la ley.
En www.artecreha.com se dice esto sobre éste mosaico: "La representación de la Virgen y el niño entre Juan II y la Emperatriz Irene se halla en la tribuna sur de la Iglesia de Santa Sofía y refleja perfectamente las características del icono bizantino. La Virgen adquiere la frontalidad de una imagen hierática y de cierta rigidez con la que transmitir su carácter divino. (...) simplificación formal y un aire aristocrático en la prestancia de la imagen.
Sobre su regazo el niño, que ya adquiere esa actitud distante respecto de la madre que derivará el theotokos en theotronos, cuando la Virgen sólo asuma un papel secundario como simple asiento de Dios. Ya porta el niño la filacteria o rollo de las leyes en una mano y un gesto de bendición en la otra, denotando de esta manera su sabiduría y madurez ya desde su más tierna infancia, en una formulación iconográfica que será habitual en toda la Edad Media. Aunque sin duda el efecto más espectacular lo produce el colorido contrastado de los dos personajes, porque el niño dorado contra el azul intenso de los ropajes de la Virgen enfatizan la elegancia y la belleza de la madre.
De la misma manera, ese mismo azul potencia los fondos dorados que rodean el icono de la Theotokos, otorgándole a todo el mosaico el lujo y la riqueza que igualmente les suelen ser característicos en el arte bizantino. Riquezas que se recrean en los atavíos de los reyes, que muestran con toda ostentación sus ropajes de pedrería y sus coronas de brillantes. Por lo demás su solución formal sigue la línea establecida en las otras representaciones, marcadas también en Juan II y su mujer Irene, por la expresividad de los rostros, la formalidad gestual, la rigidez, la simplificación y esquematización de los pequeños detalles (...)".
Mosaico del Emperador Alekssandros.- Este mosaico está un poco más escondido que el resto y su conservación no es tan buena. El Emperador bizantino Alejandro III (870-913) lleva en sus manos dos objetos curiosos: un akakia (un rollo de seda púrpura que contenía polvo y que llevaban los emperadores como símbolo de la naturaleza mortal de los hombres) y un orbe con la cruz (símbolo muy habitual que evidencia el poder de la Iglesia en el mundo). Las fuentes históricas son unánimes respecto a él: era cruel, maligno y estaba loco. Se le añade el rumor que querer castrar al joven Constantino VII para excluirle de la sucesión...
La visita a Hagia Sofia no puede finalizar sin situarse encima del "Ombligo del mundo", la esfera en el suelo en las que se sentaban los Emperadores del Imperio Bizantino.
Desde luego, entre todos ellos suele destacar Justiniano quien no sólo construyó Santa Sofía, sino que dejó su huella en otros muchos edificios de la antigua Constantinopla. En 548, por ejemplo, restauró Santa Irene, la primera iglesia construida en época de Constantino en la ciudad y actualmente en el interior del Palacio de Topkapi.
Pero también ordenó construir una de las más bellas iglesias (mezquita, ahora) de la ciudad, a la que llaman la Pequeña Santa Sofía. Se trata de la antigua Iglesia de San Sergio y San Baco (Küçuk Ayasofya Camii en turco, pequeña Santa Sofía, en la foto, el interior con el mihrab musulmán), los centuriones romanos que se convirtieron al cristianismo.
La leyenda se cuenta en Wikipedia: "Según cuenta la leyenda durante el reinado de Justino I, su sobrino Justiniano fue acusado de traición contra el trono por lo que fue sentenciado a muerte. Sin embargo los santos se aparecieron en un sueño a Justino y atestiguaron la inocencia de Justiniano. Gracias a esto fue liberado y su título de César fue restaurado. En agradecimiento a los santos, Justiniano, prometió dedicar una iglesia a los mártires una vez fuera proclamado emperador.
La construcción de la iglesia se inició en el año 527 siendo finalizada la obra en el 536 siendo uno de los primeros actos en el reinado del emperador.". Además: "Nada queda de la decoración interior original de la iglesia, que los cronistas contemporáneos describían como recubierto de mosaicos con paredes de mármol. Durante la conversión del templo a mezquita las ventanas y la entrada fueron modificadas, el nivel del suelo levantado y las paredes interiores enyesadas".
Este edificio ha sufrido mucho en los últimos años, pero ahora está eficazmente restaurado y sirve como mezquita en la que, por cierto, te reciben amablemente e incluso te dejan asistir a la oración.
Pero sin lugar a dudas, la estrella de los mosaicos y frescos bizantinos en Estambul es la Iglesia/Mezquita/Museo de San Salvador de Chora (Kariye Camii) una de esas visitas obligatorias que debes hacer en la vida, un templo pequeño, bien restaurado, acogedor, ubicado en un lugar tranquilo lejano del centro histórico de Estambul y decorado con los más bellos frescos y mosaicos de la ciudad.
Alejado del centro ya lo dice su nombre. Chora, en griego, significaba "en el campo", dado que la Iglesia estaba extramuros de la muralla de Constantino (más tarde, intramuros de las todavía conservadas en parte murallas de Teodosio, pero al lado de éstas –que son las que aparecen en la foto pequeña-). Sin embargo, continuó conservando su nombre hasta la actualidad.
Aunque en el periodo iconoclasta sufrió mucho (a lo que hay que añadir los típicos enyesados de época otomana en la que se tapaban las imágenes en las mezquitas para cumplir con los mandamientos del Corán), los mosaicos y frescos que hoy se muestran son sencillamente espectaculares.
Casi todos ellos datan del siglo XIV, época en la que Constantinopla estaba liderada por la dinastía de los Paleólogos. Creo que ninguno de ellos te deja indiferente. Y son tan asombrosos que su revisión en detalle llevaría mucho tiempo, trataré de resumirlo.
Primero hay que hacerse una idea de la disposición de las iglesias orientales. Al cuerpo principal, denominado Naos, se accede atravesando dos pasillos perpendiculares al mismo, los nártex, uno interior y otro exterior. En Santa Sofía la distribución es muy parecida.
Pero además, San Salvador de Chora (o en Chora, como lo denominan en otros lados) cuenta con un Parekklesion, una especie de capilla lateral. En San Salvador de Chora, los frescos más impresionantes están en esta capilla (construida a comienzos del siglo XIV bajo el mecenazgo de un alabado intelectual de la época de los Paleólogos, Teodoro Metoquites, primer ministro del emperador Andrónico II, filósofo, astrónomo, amante de la cultura clásica y gran mecenas de las artes, quién además de agrandarla la adornó con bellos mosaicos y pinturas). En el resto de la iglesia / mezquita son los mosaicos los que dan lugar al asombro.
De hecho, uno de los mosaicos más encantadores con los que cuenta la Kariye Camii es el del mismísimo Teodoro Metoquites en vestimenta oriental ofreciéndole su obra, la Iglesia de San Salvador de Chora, a Jesús, quien nos bendice desde su trono.
Pero sin duda es el Jesucristo Pantocrátor del Nártex exterior (en la antigua entrada de la iglesia), el mosaico más conocido, con una imagen fabulosa de Jesús bendiciendo con la biblia en la otra mano. Las palabras "Jesús" y "Lugar de Vida" rodean la imagen.
Teodoro Metoquites escribió que su misión era relatar como "el Señor se convirtió en ser humano para nuestro beneficio" y por ello en la restauración de Kariye Camii introdujo dos historias completas: la vida de la virgen y la infancia de Cristo.
Pero para empezar comenzó con la genealogía de Jesús desde su origen. Los mosaicos de las dos cúpulas del nártex interior muestran alrededor de la figura de Cristo o a la de la Virgen y el niño a sus 66 antepasados. En el primer caso, los antepasados, de Adán a Jacob y los doce hijos de éste. En el segundo caso, los reyes de la casa de David y otros antepasados menores. El tono dorado y las vestimentas azules de Jesús y la Virgen destacan sobre todo lo demás.
En el nártex interior se desarrollan una serie de mosaicos sobre la Vida de la Virgen, casi todos en muy buen estado.
Este ciclo está basado en el Evangelio apócrifo de San Jaime, del siglo II, una fuente muy popular en la Edad Media y muy valorada por los artistas de la época.
Esta historia está desarrollada en más de 15 mosaicos con temas que a los creyentes actuales les llaman la atención. En orden cronológico aparece desde la preocupación de San Joaquín por no poder tener hijos y el rechazo de sus ofrendas por ello por el Sacerdote Zacarías a la anunciación por parte de un ángel a Santa Ana de que sería posible concebir y el cariñoso encuentro de la pareja por ello, abrazándose por las buenas noticias (en la foto).
El nacimiento de María y sus primeros pasos, su bendición, el cariño de sus padres en una escena encantadora en la que la acarician...
María crece y en un momento dado ha de casarse. Para ello y para asombro de todos, se reúnen doce bastones en un templo en el que el sacerdote Zacarías reza. María se casaría con el propietario de aquel bastón que comenzara a reverdecer.
Como era de esperar, San José (ya mayorcito y con un hijo adolescente) es el agraciado y quien la lleva a su casa. La galería finaliza con la anunciación (con María con cara desencajada por la sorpresa) y el trabajo cotidiano de San José. Es muy complicado sacar fotos aceptables de todas estas escenas, por lo que la mayor parte de las mismas nos han salido mal, una lástima.
En el nártex exterior es la infancia de Jesús la que nos espera. Sus paneles semicirculares incluyen escenas de la infancia de Jesús basadas en el Nuevo Testamento.
Comienzan en el muro norte con la escena de José siendo visitado en sueños por un ángel, marchando a consecuencia de ello hacia Belén en un burro y acompañados por su hijo adolescente. Muy curioso es el mosaico del Censo delante del Gobernador de Siria (en la foto) para la recaudación de impuestos. El nacimiento del niño tiene lugar en una cueva, donde María descansa agotada, dos animales calientan al niño con su respiración mientras un haz de luz le irradia. Al lado, José está preocupado y pensativo. No es para menos.
Tres sabios y adivinos a caballo se dirigen a Herodes para informarle del nacimiento del "Rey de los judíos" (en la foto). Éste, molesto por el nacimiento de un rey, da ordenes a su guardia para que mate a todos los niños varones menores de dos años en la zona de Belén.
Los mosaicos no se reservan nada, apareciendo los niños empalados y con espadas clavadas, las madres de luto y escondidas y a Isabel haciendo frente a un soldado para salvar a su hijo. De lo que no quedó huella es de los mosaicos referentes a la huida a Egipto de la familia de Jesús, pero sí de su regreso a Nazaret y su viaje a Jerusalén.
Aunque muchos están dañados, tanto en el nártex exterior como en el interior existen mosaicos y frescos dedicados al Ministerio de Jesús y sus milagros, muy escorado, eso sí, hacia las virtudes curativas de su poder. Varios leprosos, un mudo y un ciego, otro, dos más, un joven con el brazo roto, un paralítico y hasta la suegra de San Pedro se ven beneficiados del toque curativo de Jesús, quien también protagoniza las bodas de Canáa y un espectacular encuentro con Satanás en el desierto.
Unos mosaicos verticales y espléndidos de San Pedro y San Pablo en el nártex inferior llaman la atención de los visitantes por el colorido de sus láminas de oro y vidrio además de una Deesis en la que curiosamente falta San Juan Bautista pero en el que sí aparece el Emperador Isaac Comnenos orando con ellos.
Dentro de San Salvador de Chora, en la Naos, además de mosaicos de Jesús y la Virgen con el niño, destaca sobre todo la Koimesis, la llamada Dormición de la Virgen, su muerte.
Se trata de un mosaico enorme, protegido por un marco de mármol y en condiciones de conservación excelentes. La virgen está echada en un ataúd alto y está rodeada por los apóstoles, por dignatarios de la Iglesia, por las mujeres de Jerusalén y por Cristo que es quien se lleva su alma al cielo. Es conmovedor, el contenido y el estado de conservación del continente.
Como también están excelentemente conservados los frescos del Parekklesion. Se piensa que fueron pintados una vez que se finalizaron los mosaicos, en torno a 1320. El que atrae más la atención es el del fondo de la capilla, la Anastasis, una escena en la que Jesucristo, con túnica blanca y rodeado de dorados, saca a Adán y Eva de sus tumbas, resucitándolos.
Bajo sus pies aparecen las puertas del infierno, con Satanás tendido ante él. A su derecha están Abel y los hombres buenos como él (sic), a la izquierda, San Juan Bautista y los profetas.
Debajo de esta espectacular escena se encuentran las figuras de seis santos vestidos de ceremonia. Hay uno desconocido y los demás son santos locales: Atanasio, Juan Crisóstomo, Basilio, Cirilo de Alejandría (¿Quizá el mismo que hizo matar a Hipatia?) y Gregorio. Son figuras sobrias pero de intensa comunicación con el que los ve.
Y lo mismo pasa con las figuras que decoran las tumbas para las que servía el Parekklesion, entre las que destacan unos San Sergio y San Baco aún en traje de faena. Y en el techo y las paredes superiores, diferentes escenas a cual más interesante.
Hay otra Deesis, ésta sí con la Virgen y San Juan pidiendo la intercesión de Jesús ante el Juicio Final. Ángeles y apóstoles les rodean. Algunos de estos ángeles pesan con una balanza las almas de los que han muerto, dirigiéndose, a la derecha, los pecadores hacia el Infierno en compañía se Satanás.
Y por encima de todos ellos, un ángel rodeado por el sol, la luna y las estrellas carga con el paraíso que aquí está representado por un caracol blanco de enormes proporciones.
El arca de la alianza, el infierno, los muertos.. son otras escenas que deslumbran en el Parekklesion, una de las áreas más emocionantes para quien gusta del arte de la antigüedad de toda la Iglesia de San Salvador de Chora, que es, a la vez, uno de los mejores escenarios que imaginarse pueden para retrotraerse a los años finales del Imperio Bizantino.
Ese mismo Imperio que poco a poco fue siendo acorralado por los turcos otomanos, quienes se hicieron con toda la península de Anatolia y parte de la Tracia, aislando cada vez más a Constantinopla. Mehmet II El Conquistador siempre tuvo un sueño, conquistar la ciudad más grande y famosa del mundo antiguo, la más espléndida y legendaria. Aquella que, a pesar del latrocinio de los cruzados, aún conservaba riquezas sin fin.
Y lo consiguió. Fue en 1453 y dicen que los bizantinos tiraron tanto oro al mar para evitar que se llevaran los turcos que a partir de ese momento el brazo del Mar de Mármara que parte la ciudad pasó a llamarse el Cuerno de Oro.
La caída de Constantinopla (la conquista de Constantinopla para los turcos) era ya una realidad. La Edad Media se acababa aquel 29 de mayo de 1453 y nada volvería a ser lo mismo.