Estambul es animado, bullicioso, colorido, divertido. Es apasionante para recorrerlo y navegarlo, es sorprendente tanto en lo turístico como en lo histórico. Es una ciudad. O dos. Mejor tres ciudades complementarias, en donde quedan ligado el toque a la oración, los encantadores charlatanes de los bazares, el sol de varios mares, la modernidad de su transporte público y el peso de la historia a cada paso. Bizancio, Constantinopla, Istanbul. 3 mundos en uno, dos continentes en uno… y tanto por hacer¡
1. Cruzar el Puente Gálata
Eminönü, éste es el lugar que hay que ver y sentir, uno de los corazones de Estambul. Aquí está el puerto sobre el Cuerno de Oro donde se pueden coger los ferries a Asia y al Bósforo; aquí está una de las paradas principales del Tranvía; también el mejor de los bazares estambulitas, el bazar egipcio o de las especias; dos inmensas y preciosas mezquitas, la mezquita nueva (Yeni Cami) y la Mezquita de Rüstem Pasha; al lado, en Sirkezi, la antigua Estación del Orient Express; un pequeño bazar subterráneo, un montón de tiendas… y el comienzo del Puente Gálata. Y se me ocurren pocas cosas más divertidas que cruzar el Puente (por arriba o por abajo) casi a cualquier hora del día.
Por arriba, el perfil del puente está totalmente cubierto por pescadores de caña, cientos de ellos tientan la suerte para ver qué les concede el Cuerno de Oro.
Y sus deseos se ven cubiertos más que de sobra: sus anzuelos, a veces varios por caña, suelen volver siempre ocupados por uno varios desdichados pececillos que agonizan en las cubetas que de ven en cuando llenan los pescadores. Un camarero de calle lleva tés turcos a los que los piden; otro lleva en su bandeja tortas dulces a ver si vende alguna.
Mientras el tranvía pasa a tu lado, las gaviotas te sobrevuelan y algunos turcos mayores te ofrecen sus básculas en plena calle para que te peses a cambio de 25 kurus. Se oyen los bocinazos de los barcos que cruzan por debajo el puente, el azul del mar es penetrante, igual que la llamada a la oración desde Yeni Cami.
Por debajo, el puente aglutina tal cantidad de restaurantes que los camareros se ven obligados (no creo que les cueste) a ir a la caza del turista ofreciéndote sus servicios y maravillosos productos. Parece obligado comer aquí y, a fe nuestra de que la comida es muy buena, sobre todo cuando puedes ver el Mar de Mármara desde tu mesa mientras saboreas los pescados y mariscos extraídos del mismo. De vez en cuando, una caña se eleva con 3 ó 4 nerviosos movimientos de pececillos que irán a la cubeta de uno de los pescadores de arriba.
2. Hacer la travesía por el Bósforo
Y es en Eminönü donde se cogen los ferries hacia Asia, pero también donde se toman los barcos que te hacen un recorrido por el Bósforo, el brazo de mar que une el Mar de Mármara con el Mar Negro. Los hay que llegan hasta el mismísimo Mar Negro y otros que hacen recorridos menores. Nosotros tomamos uno intermedio, hasta el segundo de los puentes que unen Europa con Asia, el Puente de Fatih Sultán Mehmet.
Nos tocó en un barco más bien local. Siempre sorprende pasear por Estambul y oír castellano por todas partes, pero no en este caso, parecíamos ser los únicos turistas extranjeros del pasaje. Hay que tener suerte para coger un buen sitio, nosotros lo tuvimos a la vuelta, una vez que todo el mundo se movió por cubierta. Si quieres té, te lo ofrecen y puedes tomarlo mientras tus ojos se posan en las orillas de Estambul.
En la orilla europea; en el Palacio de Dolmabahçe, en las mezquitas, en las casas señoriales de veraneo, en los gigantescos cruceros atracados o en la gran Fortaleza de Europa construida por Mehmet II para ahogar a la antigua Constantinopla bizantina.
En la orilla asiática; en la Torre de Leandro, en el puerto de Üsküdar o en la Fortaleza de Asia, construida con las mismas intenciones que la europea, pero en un intento de conquista fallido anterior.
Y siempre el sol del atardecer reflejándose en las aguas mientras gaviotas y cormoranes trataban de pescar algo que echarse al buche. Cruzar bajo el gran Puente del Bósforo, de un kilómetro de longitud, es toda una experiencia.
3. Subir a la Torre Gálata
Y cruzando el Puente de Gálata, y consiguientemente el Cuerno de Oro, llegas hasta el barrio de Beyoglu, paralelo al de Galatasaray, el mismo que identifica el equipo de fútbol. Allí espera la Torre Gálata, después de un ascenso duro entre callejuelas encantadoras y rodeados de antiguas casas y tiendas con vistas a la calle: fruterías, tiendas de discos, de cerámica, antigüedades, restaurantes o bares con narguiles a tu disposición. Y de repente, la cónica cúpula de la Torre genovesa aparece entre los ventanales.
68 metros de altura (menos mal que la subida es en ascensor) como último vestigio de una muralla defensiva construida en 1348 por los genoveses, esa es la Torre Gálata. En su último piso un restaurante donde te cobran más que lo que te ofrecen se complementa con un pequeño pasillo por donde se puede admirar Estambul en toda su magnífica presencia, 360º de una de las ciudades más bonitas del mundo.
Antigua prisión y atalaya, la torre sirve para admirar Estambul o para tirarse de ella, como hizo aquel famoso excéntrico con alas que logró alcanzar Asia en el siglo XIX.
4. Pasear por Istiklâl Caddesi
Finalizado el callejeo por Tünel se llega a la calle más vanguardista de Estambul, la más populosa, la de las tiendas de marca y las embajadas, la de las compras y los cines, en un recorrido imprescindible que se puede hacer a pie o en el Tranvía nostálgico que traquetea entre las calles que cruzan perpendiculares a la gran avenida peatonal. O ambas cosas, como hicimos nosotros, una a la ida y otra a la vuelta.
El tranvía nostálgico pasea entre sedes diplomáticas de la típica arquitectura del siglo XIX y en las callejuelas los restaurantes, bares y puestos de flores regalan la vista. Hasta una tienda de cómics en Yeni Carsy Caddesi, que sale a la altura del metro Beyoglu… mientras paseas puedes tomar el típico helado turco de singular consistencia elástica y poco sabor y cuya compra requiere de un simbólico espectáculo a cargo del heladero, ataviado con su tradicional chaleco.
Mercados de souvenirs con gusto, tiendas de libros y plantas, alguna iglesia católica (San Antonio, por ejemplo) y cerca el famoso Hotel Pera Palace (donde escribió Ágatha Christie la novela de Poirot Asesinato en el Orient Express), ahora en restauración. Y sí, volvimos en tranvía fascinados ante el espectáculo de la calle, con parejas besándose mientras algunas mujeres totalmente cubiertas de negro eran fotografiadas por sus maridos, mientras tiendas llamadas “MADRID / BARCELONA” comparten espacio con el antiguo Çiçek Pasaji, otrora mercado de las flores y ahora abigarrado y barroco lugar para fumar narguile y tomar té.
El tranvía entre la gran plaza Taksim y Tünel te lleva poco más de 10 minutos, pero merece la pena. Su jeton es particular y diferente al del tranvía moderno, como así lo es el del funicular de Tünel que te lleva en un plisplas a Karakoy de vuelta a la realidad del Puente de Gálata.
5. Regatear en el Mercado de las Especias y en el Gran Bazar
El Gran Bazar, el Kapali Çarsi, es el mercado más conocido de Estambul y efectivamente es impresionante y digno de perderse en él. Y sin embargo, a nosotros nos gustó mucho más el Bazar Egipcio o Mercado de las Especias.
Desde luego, te ganan los colores y los olores. Combinados de colores más variados que la paleta de colores de este blog, colores que conllevan deliciosos olores a queso, a especias, a pescado, a dulces, a frutos secos… y no sólo la vista y el olfato se recrean en el ambiente.
El sonido dela gente recorriendo los pasillos techados… pero también el de las calles exteriores, más mercadillo que bazar, en una mezcla de colores, sonidos y olores inolvidable. Y si a eso le añades la charlatanería de los vendedores, que tienen la capacidad de identificar tu lugar de origen con sólo mirarlo, el divertimento aumenta.
Luego llega el momento del regateo, en el que poco duchos somos los españoles y los turcos suelen ganar por la mano.
Lo mismo sucede en el Gran Bazar, un gigantesco laberinto de tiendas a cual más llamativa, con entradas espléndidas y encanto máximo.
6. Comer algo en la calle
En Estambul puedes comer casi cualquier cosa por la calle. Vendedores individuales con carrito, vendedores con un mero banquete y tiendas de curioso contenido. De todo hay y casi todo bueno. Los más comunes son los vendedores de mazorcas de maíz tostadas o cocidas, a lira turca la segunda y lira y media la primera. La verdad es que su aspecto es más apetecible que su sabor al final. Estos suelen tener carritos y el calor que deben sufrir, ahora que es verano, debe ser de órdago.
También con carrito aparecen los vendedores de tortas y bollería variada. Los precios son ´más que asequibles y los productos están sabrosos y tiernos. Son también muy abundantes y en cualquier esquina hay un carrito rojo con bollos. También son muy habituales los vendedores de mejillones con limón, pero estos ya dejaron el carrito en casa, venden en la calle poniendo los mejillones en una caja y el limón (para mejorar el sabor y para limpiarse después) te lo dan al comprarlos.
Siempre cerca del mar se disponen vendedores de pescado frito, con sus típicos gorros y chalecos turcos, viviendo en una permanente humareda de olor característico, guardando el pescado frito entre dos panes. A veces, cuando se profesionalizan, complementan el pescado con kebabs, hamburguesas y perritos, que venden con las patatas fritas en el interior del pan….
He mencionado al kebab. Hay tantas variedades que se me pierde y no sólo por ser de pollo o cordero (el cerdo está vetado por razones obvias), sino porque algunos son en pincho, otros con pan, otros en plato… en fin, que ricos sí que están.
Y luego está el omnipresente servidor de té turco que, llevando una bandeja con asas, sortea el tráfico y a los viandantes para llevar los encantadores vasitos de té anaranjado a aquel que se lo pide. Pero nuestras favoritas son las fruterías y tiendas de zumos, quienes te venden un vaso de zumo de naranja exprimido delante de ti por 1-2 liras turcas (depende del barrio) o bien una rodaja de piña lista para comer, envuelta en plástico y cortada con cuidado para quedarte con las hojas y la carne de la piña, que hay que comer como su de un polo se tratase.
Otra opción es sentarse a saborear una riquísima sopa de lentejas en un restaurante en la calle y jugar al backgammon mientras te traen un té de manzana de postre.
7. Recorrer Sultanahmet y visitar el Museo Arqueológico
Hay cuatro paradas seguidas del tranvía (Beyazit, Çemberlitas, Sultanahmet y Gülhane) en las que se concentran la mayor parte de hitos monumentales de Estambul. Pero sobre todo, Sultanahmet, la plaza construida por el Sultán Ahmet I en la zona del Hipódromo, en la que se concentran Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Palacio de Topkapi, la Cisterna Yerebatan o el mismo Hipódromo. Es la zona más encantadora de toda Estambul y la históricamente más valiosa. En pocos sitios del mundo (Roma, quizá) encuentras tal concentración de maravillas de la historia.
De todas ellas ya he comentado algo, en la parte del Estambul Bizantino y en la del Estambul Otomano pero falta por mencionar el Museo Arqueológico de Estambul, integrado dentro del complejo del Palacio de Topkapi y cuya entrada está enfrente de la Sublime Puerta.
A los sarcófagos de porfirio de los emperadores bizantinos que hay en la entrada pronto de les unen otras obras maestras, bien del propio museo o bien de los museos adyacentes, el del Antiguo Oriente y del Islam.
Desde luego, son la tablilla con el Tratado de Qadesh hitita, el impresionante Sarcófago de Alejandro y la cabeza de la serpiente de la Columna Serpentina del Hipódromo las piezas más llamativas de todas, además de los inimitables azulejos azules de Iznik, la antigua Nicea, de una belleza realmente única.
Una visita de ensueño a un complejo museístico bastante apañado. Lástima que no nos diera tiempo a visitar ni el Museo de los Mosaicos Romanos ni el del Orient Express.
8. Baño Turco
Hay numerosos baños turcos históricos en la ciudad de Estambul. Algunos están ubicados en antiguos palacios y otros eran en sí mismos antiguos baños. Nosotros pudimos disfrutar casi todos los días del baño turco del propio hotel, por lo que no hicimos uso de los de fuera.
Y aún así, la sensación es espléndida. Tumbarse sobre el zócalo de mármol caliente del baño mientras te echan agua a diferentes temperaturas es una sensación deliciosa. Quien le iba a decir a los romanos que serían los turcos, muchos años después, quien heredarían su pasión por los baños. Sólo les falta el Frigidarium para ser verdaderas termas romanas.
Todo comienza en la Sala de vapor, donde de relajas aspirando el vapor de agua que a duras penas sale de las tuberías inferiores. Después pasas al baño turco donde si hay suerte te toca un nicho propio, donde te enjabonas y enjuagas con aguas de diferentes temperaturas que salen de un mismo grifo, cayendo en una escudilla de bronce que utilizas únicamente tú.
El consabido masaje tendría lugar en el zócalo caliente, donde se encuentra uno en la gloria.. vestido únicamente con las tradicionales toallitas rojas y blancas, eso sí.
9. San Salvador de Chora
Aunque he sido parco en palabras (ya fui suficientemente expresivo) en la parte de Sultanhamet, no he podido evitar incluir como punto esencial de la visita la encantadora iglesia – mezquita – museo de San Salvador de Chora, Kariye Camii, una de las experiencias más encantadoras de visitar Estambul.
Aunque su historia ya está explicada en la entrada para el Estambul bizantino, me gusta recordar como recorrimos el nártex y el exonártex buscando las escenas bíblicas que los evangelios apócrifos recogen, de admirar el fresco con la Anastasis o resurrección de Adán y Eva en el Juicio Final, de conmovernos ante los mosaicos dorados y brillantes de San Pedro o de la mismísima Dormición de la Virgen después de haber asistido a su vida en capítulos.
El exterior también es portentoso y está situado en un barrio tranquilo y soleado al lado de las Murallas de Teodosio El Grande. Desde luego, al menos por mi parte, espero que Jesucristo le agradezca a Teodoro Metochites el ofrecimiento tan maravilloso que le hizo con San Salvador en las Afueras.
10. Utilizar el transporte público
Si algo nos ha gustado de Estambul ha sido utilizar el transporte público. No hemos sacado ningún tipo de abono, y eso ha pesado, pero no nos hemos quedado cortos. Tranvía, sobre todo, pero también funicular, ferry, ferrocarril de cercanías, metro, taxi, dolmus, tranvía nostálgico… Y todo mediante los famosos jetones, pequeñas monedas que sirven como billete y sin las cuales no puedes utilizarlo.
El tranvía, que no sólo es moderno, es el medio de transporte por excelencia para los turistas. Recorre toda la parte histórica y más allá y las paradas de Laleli-Üniversite, Beyazit, Çemberlitas, Sultanahmet, Gülhane, Sirkezi, Eminönü y Karaköy te permiten acceder fácilmente a todos los hitos importantes de Estambul. Es muy, muy frecuente, aunque muchas veces el grado de ocupación es enorme. Otra cosa es que vayas oyendo castellano en todo el camino, eso también pasa. Por cierto, a veces a los turcos les da por darse bofetadas en medio del recorrido, pero las más de las veces ves cómo los mayores directamente piden a los jóvenes que les dejen sentarse en el asiento.
El funicular y el tranvía nostálgico están expresamente dedicados a los turistas, si bien el funicular es más que necesario para cualquier turco que quiera subir de Karaköy a Tünel. Los jetones son un pelín más pequeños.
El ferrocarril de Cercanías es un poquito más antiguo, por no decir que es una antigualla en toda regla. Lo cogimos en Kumkapi, el barrio pesquero turístico por excelencia y la verdad es que nos pareció destartalado y viejo. Pero claro, como te lleva por la costa viendo El Serrallo y te deja en la mismísima estación de Sirkezi, la Estación del Orient Express, pues eso ayuda a olvidar como has llegado allí.
Los taxis (taksis, la x no existe en turco) son correctos; algunos llevan taxímetro y otros has de apalabrar el coste antes de subir. De los Dolmus ya hablé en la primera entrada dedicada a Turquía, fascinantes, divertidos e inesperados.
Pero sin duda es la experiencia de coger un autobús acuático, un ferry hacia Asia, lo que más encanto le da al transporte público estambuliota.
Por 1,5 liras turcas puedes coger un barco, cruzar el Cuerno de Oro, maravillarte ante el paisaje y cruzar a Asia viendo el mar desde la barandilla.
11. Cruzar a Asia
Lo digo de antemano: Üsküdar no nos gustó. Por supuesto, si merece la pena cruzar a Asia es para ver atardecer en el lado europeo, para observar una vista preciosa de la ciudad o para estar cerca de la Torre de Leandro (aquel mítico griego que cruzó a nado el Helesponto, los Dardanelos, para ver a su amada Hero) que, instalada en un islote a 200 metros de la orilla es también llamada la “Torre de la Doncella” por otra supuesta leyenda: un profeta soñó con una serpiente picando a su hija y la encerró allí a la pobre.
La Torre es una excelente excusa para sentarse en el paseo de Üsküdar a holgazanear bajo el sol, comiendo una mazorca de maíz tostada viendo como las gaviotas y los barcos pasan por el Bósforo y enriquecen el ya de por sí maravilloso perfil de una de las ciudades más bellas del mundo, Estambul.