Museos Arqueológicos de Estambul
Aunque ocupa un espacio muchísimo mayor, las condiciones de los Museos de Estambul no son tan buenas como el de Ankara. Y eso que están situados en el Serrallo, un lugar idílico compartido con el Palacio de Topkapi.
Se trata de tres museo s en uno: el de Antigüedades Orientales, el de Cerámica y Azulejos Turcos y el propio Museo Arqueológico.
Es bienvenida la omnipresente mención en todos ellos a Osmán Hamdi Bey (1881-1910), arqueólogo, pintor, matemático, director del museo y aquel que tuvo la inmensa suerte de hallar el más impresionante conjunto de sarcófagos antiguos en la Necrópolis real de Sidón, actual Líbano, que se constituyen en las joyas más preciadas de la colección.
Sobre todo, el llamado Sarcófago de Alejandro; se trata de un prodigio, una fabulosa tumba de mármol de finales del siglo IV aC construida para el rey Abdalominos de Sidón. y se llama de Alejandro por la temática de sus espléndidos relieves.
El grupo de sarcófagos fueron descubiertos en 1887 en Sidón (en aquel momento, parte del Imperio Otomano) y, como suele pasar en estos casos, por accidente. Un lugareño trataba de cavar un pozo cuando halló una enorme necrópolis subterránea muy bien protegida contra la humedad y el agua.
Los sarcófagos estaban divididos en dos grupos, en dos hipogeos. El primero, salvo un sarcófago de estilo egipcio, estaba vacio, se había robado en una época indefinida. Sin embargo, el segundo hipogeo estaba intacto. Osmán Hamdi Bey decidió trasladarlos a la capital del Imperio, a Estambul, donde se construyó exprofeso el museo que ahora visitamos para albergarlos. La teoría dice que los sarcófagos pertenecieron a un grupo de reyes fenicios consecutivos de la mitad del siglo V aC. El sarcófago de Alejandro fue, posiblemente, el último en ser incorporado al túmulo.
El único sarcófago superviviente del primer y más antiguo hipogeo era el sarcófago de diorita negra y de estilo egipcio del rey Tabnit (siglo VI aC). Y tanto que es de estilo egipcio: en realidad perteneció al comandante egipcio Penephtah (de la XXVI dinastía, sobre 600 aC) y por ello incluye apartados del Libro de los Muertos en jeroglíficos.
Pero también tiene una inscripción en fenicio que dice “Tabnit, rey de Sidón, sacerdote de Astarté y su ataúd no contiene ni plata ni oro. Si alguien lo abriere, ni él ni su descendencia podrán encontrar la paz, ni en este mundo ni en el otro”. Y bien que lo podría hacer en directo. La momia del propio Rey Tabnit se muestra en una vitrina, al lado de su sarcófago, del que fue segundo inquilino.
Al lado de Tabnit, se encuentran sendos sarcófagos antropoides de estilo griego-egipcio, probablemente construidos por algún escultor griego itinerante.
Realizados en un mármol de excelente calidad y con rasgos reconocibles y fuertes, cuando se hallaron aún les quedaban restos de policromía, de azul y rojo más concretamente.
Y justo al lado, uno de los sarcófagos más impresionantes que hemos tenido la oportunidad de ver. La verdad es que cuando fueron hallados, salvo el de Tabnit, todos los sarcófagos habían sido dañados por el paso del tiempo y hubieron de ser restaurados y, en su caso, reconstruidos. Pues debieron hacer un trabajo espectacular con el sarcófago licio.
Quizá es que no estamos acostumbrados a ver tumbas licias. Quizá es que nos sorprendió su estructura, diseño desigual y preciosa decoración. O quizá su excepcional estado de conservación. El caso es que este sarcófago nos gustó mucho y entiendo que en su momento, decorado con coloridos tonos de rojo, marrón y azul así como con adornos de metal debería ser sorprendente cuanto menos.
Sarcófagos de estilo egipcio, griego, licio… estos reyes de Sidón encargaban el trabajo a artesanos variados. El del presente conjugó el estilo del Peloponeso (con esas figuras esculpidas de caras anchas y cuerpos achaparrados) con el tradicional estilo licio de Anatolia.
La caza de un jabalí salvaje, la de un león, centauros luchando o dos esfinges sentadas de espaldas en el tímpano son algunas de las atractivas decoraciones del túmulo. Pero para decoración espectacular, la del Sarcófago de Alejandro.
Si, le faltan las piezas de metal (lanzas, espadas…). Y tiene algunos desperfectos (le falta alguna cabeza…). Los colores originales prácticamente han desaparecido (aún queda algún tono de rojo), pero aún así es la pieza más importante del Museo Arqueológico de Estambul y merece dejar la vista embobada en sus escenas y en el detalle de su narración.
Como su nombre indica, Alejandro El Grande es el protagonista de casi todos los relieves. Algunos de ellos sí que tienen al rey Abdalonymos, propietario último del sarcófago, participando en la cacería de una pantera (abajo, Abdalonymos lleva un escudo donde quedan restos de policromía), a caballo con sus soldados, pero sobre todo en la batalla de Gazze, en la que falleció este rey sidonio allá por el siglo IV aC.
El sarcófago estaba acompañado de otros tres sarcófagos sin relieves en la Cámara número 3 del túmulo y costó bastante sacarlo del mismo dirección Estambul. Pero el que Alejandro Magno de nombre al sarcófago por los magníficos relieves que atesora le dio tal prestigio que significó casi el inicio del Museo Arqueológico de Estambul.
Alejandro, vestido de persa y montando a Bucéfalo, en la batalla (en dos de las grandes batallas de Alejandro, la de Issus y la de Gazze) así como escenas del día a día del rey, como la caza del león.
Rojos, amarillos, ocres, púrpuras, color tierra, siena, negros, blancos… el aspecto del sarcófago, perdido a lo largo de los siglos debió ser muy, muy llamativo.
El escultor debió ser de la propia Sidón, no creo que pudieran arriesgarse a encargar esta obra maestra y que al transportarla quedara dañada. Sin duda es la estrella del Museo.
"El amontonamiento de figuras quizá obedezca más a la tradición pictórica que a la escultórica, y el color, bien conservado, muestra mecanismos tan puramente pictóricos como los toques de luz en los ojos. Los pigmentos... tienen una gran delicadeza y no enmascaran la naturaleza del mármol" (M. Robertson).
Sin duda, el Museo Arqueológico de Estambul debe ser uno de los más ricos del mundo en monumentos funerarios. No sólo los sarcófagos de los reyes de Sidón, sino que atesora un sin fin de lápidas, túmulos, sarcófagos (hay uno gigantesco) y tumbas a cual más llamativa. Si hay que quedarse con alguna, sería con las delicadas estelas funerarias de Salamamodes y de Dioscórides de Balboura (buenos hombres a los que dedican la mejor de las despedidas, dicen sus textos)y con lo sarcófagos de pórfido rojo de los primeros emperadores bizantinos.
En el primer caso, se trata de estelas halladas también en Sidón y del siglo II aC y son ejemplos del arte popular realizado en la zona en época helenística.
Su popularidad en aquellos tiempos se debía posiblemente a lo mucho que les gustaba a los habitantes de Sidón la pintura y a la escasez de buen mármol con el que realizar esculturas tan impresionantes como las de los sarcófagos vistos más arriba. Las dos estelas de las fotos pertenecieron a mercenarios griegos que sirvieron en los ejércitos selyúcidas y han aportado información interesante para conocer cuáles eran sus armas y equipamiento, además de tener un encanto muy especial.
Quienes sí conseguían materiales de alta calidad eran los emperadores, claro. Y a algunos de los primeros emperadores bizantinos pertenecen los sarcófagos de pórfido rojo que están en la entrada del Museo y que antiguamente se encontraban en el interior de la Iglesia de Santa Irene. La verdad es que son enormes, muy anchos y, eso sí, con casi nula decoración.
La gran caja rectangular que contendría el cuerpo no tiene decoración, si acaso el frontón triangular de la tapa, que sí está decorado con un Cristograma encerrado en una corona de hojas. El pórfido rojo, una roja de origen volcánico a resultas de la cristalización lenta del magma, se convirtió en uno de los materiales más deseados por la alta jerarquía bizantina, que lo utilizaban en mobiliario (recuerdo restos de una silla de pórfido de la casa de Materno Cinegio en Carranque) y en sarcófagos, como también pudimos comprobar en los de Santa Elena y Constantino en Roma.
Sin embargo, el Museo Arqueológico de Estambul es bastante decepcionante en lo que a Bizancio se refiere. Uno espera que, como parte de la Constantinopla que fue, el Museo presentara restos sorprendentes o llamativos de la misma.
Algo hay, claro, tanto en la exposición dedicada expresamente al Imperio Bizantino como en la parte que le toca de "Estambul a lo largo de los años" donde se pueden encontrar desde la única cabeza de serpiente superviviente de la columna serpentina del Hipódromo hasta la campana original de la Torre Gálata.
Pero en conjunto no hay grandes restos del Imperio Bizantino que me hicieran babear. Entre lo que más me gustó se sitúa un icono en mármol de Santa Eudocia que se halló en los restos de la Iglesia y Monasterio de Constantino Lips, un alto oficial del ejército al servicio de los Emperadores León VI el Sabio y Constantino VII Porfirogénito (en el siglo X dC) y que fue el primer edificio construido en honor a la Theotokos, la Virgen, ya Madre de Dios, en 908.
También son curiosos los fragmentos que quedan de un parapeto de mármol del siglo XII dC en cuyas caras se representan sendos pavos reales en relieve bebiendo agua de un cántaro (del que sólo queda el asa). En la simbología cristiana, los pájaros representan el alma de los creyentes, que beben las aguas de la inmortalidad. En la otra cara de los parapetos, círculos concéntricos encierran en su interior cruces cristianas.
El único mosaico religioso figurativo que se conserva del periodo iconoclasta bizantino está en la exposición de Estambul a lo largo de los años, es un mosaico icono de la Presentación en el Templo (con la Virgen, Jesús y San Simeón) fechado en los siglos VI-VII dC extraído de la Mezquita de Kalenderhane (llamada así por la hermandad derviche que la utilizó después de la conquista).
La exposición dedicada a Bizancio comparte planta con la dedicada a la Tracia, la pequeña área europea de Turquía (que también cogería parte del norte de Grecia y del Sur de Bulgaria). El Museo guarda piezas de un enorme rango de tiempo, desde el periodo arcaico hasta el final del Imperio Romano.
Una gran estatua de bronce de un jabalí del siglo V aC, la enorme fachada de un túmulo funerario dedicado a un prefecto y sacerdote de la zona (siglo I aC, Tiberio Flavio Miccalus se llamaba aquel hombre) y, sobre todo, una cabeza de bronce con su casco, del primer siglo de nuestra Era, son los objetos más llamativos de esta parte. No pudimos evitar fijarnos en la cabeza de bronce, a su vez parte de los objetos funerarios de un enterramiento de la época y que imita la cabeza de un joven soldado romano.
Saliendo de esta zona nos encontramos una escena sorprendentemente evocadora. La fachada del Templo de Atenea de Assos sobrevive aquí, el único templo dórico que queda de Anatolia está reconstruido en una gran sala del Museo Arqueológico de Estambul (no hay que olvidar que Assos, en la actual provincia de Çanakkale, fue Assos fue uno de los más famosos centros de enseñanza de la antigüedad, donde estudió el mismísimo Aristóteles; el discípulo de Platón fue invitado a enseñar en la escuela de Assos durante tres años y aquí se casó con su sobrina Hermeia y fundó una escuela filosófica mientras que dirigía la investigación de zoología, biología y botánica de la zona).
Pues bien esta fachada realizada con piezas originales y recreadas para la ocasión (habría que pedir al Louvre y al Museo de Boston lo que aquí falta) está absolutamente rodeada de cajas con restos variados de ánforas, creando un escenario único y llamativo que bien podría considerarse el símbolo del Museo.
La escalera que asciende al lado de la fachada te lleva a la exposición dedicada a Troya y Anatolia así como a las de Siria o Chipre, en las que casi no nos detuvimos.
Las famosas joyas de Troya, a más de las que se llevó Schliemann, no son demasiado numerosas ni espectaculares, aún considerando joyas algunas de las copas que se exponen y que retomaré en la entrada dedicada al yacimiento de la misma Troya.
Es necesario mencionar, antes de abandonar el museo, la excepcional e impresionante colección de estatuaria romana y clásica con la que cuenta el Arqueológico de Estambul.
Desde un León del Mausoleo de Halicarnaso hasta efigies de Alejandro Magno, desde bustos de Emperadores del bajo Imperio Romano (ahí están Valentiniano II o Arcadio como muestra de aquellos últimos protagonistas de la historia romana) a las esculturas halladas en yacimientos de los que en breve abordaré como Éfeso, Aphrodisias, Hieracómpolis o Pérgamo. Si acaso, me quedo con la estatua de un Efebo en una pose peculiar.
Es del siglo I aC y representa a un chaval de unos doce años al que durante mucho tiempo se tomó por un pastor dado que se cubría con una manta de fieltro al estilo de éstos.
Sin embargo ahora se sabe que representa a un atleta niño, cansado después de los ejercicios, y que se apoya en un pilar que en su momento debió estar coronado por un busto de Hermes. El chico tiene piernas musculosas y el gesto de su cara es tranquilo y orgulloso. En origen debía formar parte de la decoración de un Gimnasio.
Pero la visita a los Museos de Estambul no acaba aquí. El complejo reúne tres museos en total, del que el Arqueológico es el más importante. Nada más entrar está el Museo de Antigüedades Orientales que tiene un número reducido de piezas... pero algunas valen por todas las demás.
Hay esculturas de reyes asirios (Shalmanaser III, abajo) y babilonios, relieves de reyes acadios y vasos votivos de la antigua Mesopotamia. También gigantescos relieves de animales mitológicos y de guerreros de la antigüedad. Y sin embargo, lo que más atrajo nuestra atención fue una pequeña tablilla de arcilla del periodo hitita hallada en Hatthusa. Ni más ni menos que el mismísimo Tratado de Qadesh.
Wikipedia lo explica mejor que yo: "El tratado de Qadesh, es un tratado de paz firmado alrededor del 1285 a. C. entre los imperios de Hatti y Egipto, el primero de que se tiene constancia escrita, y fue formalizado entre el faraón Ramsés II y el rey Hattusil III dieciseis años después de la batalla que enfrentó a ambos reinos. Se escribió en la lengua diplomática de la época, el caldeo, sobre tablas de plata, algunas de las cuales se han encontrado en Hattusas y otras en Egipto. También se ha encontrado en Boghazköi una versión escrita sobre una tablilla de arcilla.
Tras la guerra, siguió una etapa de equilibrio inestable entre ambas potencias, con los hititas extendiendo su influencia por casi todas las zonas de Siria, incluida Qadesh, a pesar del autoproclamado triunfo de Ramsés. La correspondencia entre las reinas Puduhepa y Nefertari, ambas con ascendiente sobre sus esposos, llevó a Hattusil a redactar un acuerdo en Hattusas, que envió a la ciudad egipcia de Tanis, donde los escribas de Ramsés lo revisaron. Tras su firma, un ejemplar fue depositado a los pies de Ra y grabado en los templos de Ra y Amón de Karnak, una vez transcrito al egipcio. Otra copia fue depositada en el templo de Teshub en Hattusas.".
Para nosotros fue emocionante ver de primera mano el primer Tratado de paz de la historia conocida, sobre todo después de ver los relieves e inscripciones de Karnak, Luxor o Abu Simbel y ahora encontrar, en la humilde versión de una tablilla de arcilla.
"Si un enemigo extranjero marcha contra el país hitita y si Hattusili, el rey del país hitita, me envía este mensaje: "Ven en mi ayuda contra él", Reamasesa, mai-Amana, el gran rey, el rey del país egipcio, tiene que enviar sus tropas y sus carros a matar a este enemigo y a dar satisfacción al país hitita. Si un extranjero marcha contra el país de Egipto y si Reamasesa, el gran rey, el rey del país de Egipto, tu hermano, envía a Hattusili, el rey del país hitita, su hermano, el mensaje siguiente: "Ven en mi ayuda contra él", entonces Hattusili, rey del país hitita, debe enviar sus tropas y sus carros y matar a mi enemigo." 110 años de paz y colaboración (esposa real de Ramsés II elegida de entre las hijas de Hattusil incluida) siguieron a la firma del tratado, cuyo fin coincidió con el del propio Imperio Hitita a manos de los Pueblos del Mar.
Los relieves de la antigua Babilonia: coloridos, brillantes, resplandecientes. Ocho puertas de acceso tenía la Babilonia de Nabucodonosor.
Una de ellas se encuentra en el Museo de Pérgamo, en Berlín. Desde las puertas y hacia el interior, numerosos edificios estaban adornados con azulejos azules iridiscentes, verdes refulgentes, amarillos, pardos, negros... la intención, sobre todo, estaba en deslumbrar a aquellos que visitasen la ciudad de ciudades. Babilonia también incluía, si señor, un museo que fue colmado de piezas por numerosos reyes babilonios, sobre todo de la dinastía Neobabilonia. Algunas de las piezas que se exponen en el actual Museo de las Antigüedades Orientales proceden de este museo primigenio.
Por ejemplo, y probablemente, los relieves de Mushushus, el dragón serpiente sagrado del Dios Marduk que cubren varias de las paredes del Museo.
Relieves, estelas, figuras, tablillas, altares y estatuas reunidas en una impresionante colección de la que me quedo también con una base de columna singular, una doble esfinge con el cuerpo de un león, la cabeza de una mujer y cuatro alas, cuyos ojos debieron estar ocupados en la antigüedad por piedras preciosas, sirvieron de base a una columna de madera de la entrada al palacio del rey hitita Barrakab en 730 aC.
Por último nos dimos una vuelta por el Pabellón Çinilli, que fue construido en 1472 dentro del complejo del Palacio de Topkapi y que ahora se considera uno de los edificios donde mejor se conserva el estilo otomano de primera época.
Y como tal se ha utilizado para el mejor fin que se podía imaginar, el de albergar la cerámica y azulejos tan característicos de regiones turcas como Iznik, Çanakkale o Kütahya.
Entre las piezas más bonitas que preserva está el Mihrab de Karaman, del siglo XIV, ricamente decorado con azulejos azules procedente de Karaman, en el sureste de Turquía. Fue la capital de un estado desaparecido, el Karamanido, entre 1256 y 1483 quedando como la única huella de aquella sociedad que se preserva en la actualidad.
Sin duda son los azulejos y cerámicas de Iznik las más espectaculares y hermosos de todo el Pabellón.La antigua Nicea ya tenía una industria tradicional de producción de cerámica, que se afianzó y amplió en época otomana pero cambiando radicalmente de estilo, asimilando el islámico que trajeron consigo los conquistadores del Imperio Bizantino.
Los más habituales son los azulejos y cerámicas azules y blancos, influenciados por el patronazgo del Mehmet II el Conquistador. En www.mundoturco.com nos lo explican muy bien: " En el siglo XVI, durante el reino de Soliman El Magnifico el arte llego a su cumbre, paredes de las mezquitas, tumbas, pabellones del Palacio de Topkapı y todos los edificios importantes estaban revestidos con baldosas de cerámicas de İznik. Durante esa era, la cerámica y azulejos de Iznik exportaron a otros países a través de la isla de Rodas, que entonces estaba bajo dominio turco.
Iznik (Nicea) fue el mayor centro de producción de azulejos y baldosas en siglo XVII, está situado en la ribera del lago del mismo nombre en la provincia de Bursa, en la parte noroeste de Anatolia.
En la antigüedad se establecen dentro de las fronteras de la región Bitinia. Evliya Çelebi, el famoso viajero turco, menciona la existencia de 340 talleres en Iznik durante el siglo XVII. Este número, también justificado por las obras, nos da una idea de la importancia de la producción de baldosas en esta ciudad."
La decoración de estos azulejos se caracterizaba por la pintura a mano utilizando azul cobalto en varias capas, con una evidente influencia de la cerámica china. Los azulejos y cerámicas policromadas son, sin embargo, las estrellas del Pabellón.
A los tradicionales motivos ornamentales se les añadían ahora hojas, flores y frutos coloridos, siempre con el azul de fondo omnipresente, también con animales e inscripciones.
El siglo XVI fue su mejor momento, pero a partir del XVIII comenzó su declive no sólo en interés comercial sino en el propio estado de los azulejos, cuyos colores variaban y se desgastaban sin remedio.
No se puede decir que la visita a los Museos Arqueológicos de Estambul sea desaprovechada, desde luego.