Afrodita, Diosa de la Naturaleza, la Belleza y el Amor, madre de Eneas y, consecuentemente, madre de todos los romanos. A la Diosa Afrodita estaba dedicado el mayor de los Templos de la ciudad de Afrodisias, a la que daba nombre y cuyo aspecto debió ser, sencillamente espectacular.
La historia de Afrodisias como yacimiento tiene su aquel. No fue el típico yacimiento tomado por instituciones extranjeras que mientras ayudaban a limpiarlo se llevaban lo más importante; eso vino después. Durante muchos años, y después de abandonarse por espacio de varios siglos, la venerada Afrodisias quedó bajo los cimientos del pueblo de Geyre, que no tenía intención de buscar nada.
La implicación de la Universidad de Nueva York hizo respetar en mucho el proyecto, pero aún así se sucedieron casos peculiares y una realidad incontestable: el nuevo pueblo de Geyre estaba construido encima de los restos de la ciudad de Afrodita y si se querían sacar a la luz algunos de los mejores ejemplos de teatros o estadios romanos de toda la cuenca del Mediterráneo había que sacarlos de allí.
Y así se hizo, con parte del pueblo fuera, se renovaron las acciones de búsqueda y se hallaron los restos de una de las ciudades más importantes de la antigüedad en Anatolia, de la que sólo está excavado un mísero 20%. La verdad es que en el recorrido por el yacimiento afloran un sinnúmero de piezas de columnas, frisos, basas y piedras con más o menos sentido formando un paisaje ciertamente impactante.
La misión neoyorquina ha restaurado algunos de los edificios de la ciudad, siendo el más importante de todos ellos el Tetrapilón.
Muy cerca de éste se encuentra la tumba de Kenan T. Erim, el arqueólogo turco encargado de la excavación de Afrodisias y al que hay que agradecer el estado actual de la ciudad. Murió en 1990 y sus acciones no parecen haber caído en saco roto, pues cerca del Tetrapilón se ha abierto un luminoso y espléndido museo que recoge muchas de las piezas halladas en la ciudad, algunas imponentes.
Pero volviendo a la ciudad (y empezando por el final de la visita), uno no puede más que verse sobrecogido por el Tetrapilón, que en su momento no fue más que una de las puertas de entrada de la ciudad y que ha sido puesto en pie de nuevo por los americanos, utilizando en algún caso columnas de otros lados del yacimiento. Los frontones de las cornisas están cubiertos de bellos relieves, incluyendo una Gigantomaquia (ver la entrada de Pérgamo).
Esta bella puerta, del siglo II dC, se encontraba al éste del Templo de Afrodita pero en línea con él y por ello la vista de ambos a la entrada a la ciudad debía ser portentosa. El carácter religioso de la ciudad impuso que durante siglos ésta no tuviera murallas defensivas: en teoría nadie iba a atacar una ciudad santuario. Pero en el siglo IV lo reconsideraron y construyeron algunas muy cerca del Templo.
Catorce columnas quedan aún en pie del que debió ser el mayor centro focal de toda la ciudad pero su transformación en basílica cristiana en el siglo V cambió radicalmente su configuración y diseño.
A ello se le sumaron (como le pasó al resto del yacimiento) los efectos de sucesivos terremotos en los siglos V-VI que dejaron la ciudad en una situación de ruina generalizada. Una gran estatua de Afrodita fue hallada aquí.
Cerca del Templo de Afrodita, caminando entre pistachos y acebuches al calor de la tarde, se puede acceder al mejor conservado de todos los estadios romanos que he tenido la oportunidad de visitar. Circos e hipódromos como los de Roma, Constantinopla o Mérida, de los que no queda más que el hueco que ocuparon, palidecen ante la enormidad de este estadio en el que se jugaban periódicamente los Juegos Olímpicos… Anatolios.
Se conserva bastante bien; tiene 262 metros de largo y 59 de ancho y daba cabida a más de 30.000 personas que, dadas las características elipsoidales de su diseño, no se molestaban unas a otras al querer ver todo el estadio desde su asiento.
Al principio estaba muy enfocado al deporte, y en concreto al atletismo. A estas actividades las mujeres no tenían permitido asistir (recordemos que Gym significa desnudo, tal y como estaban los atletas que participaban). Con el tiempo fue transformado en circo donde se verían juegos gladiatorios (munera) y cazas de animales (venatio). Además, se aprovecharon sus caras para incorporarlas a la defensa de la ciudad, pues constituían una eficaz fortificación.
Dejando Templo y Estadio atrás se llega hasta el Odeón, una sala de conciertos techada muy bien conservada. El agua amenaza permanentemente los cimientos de esta pequeña sala de música que también ejercía de parlamento como Bouleterion.
De mármol blanco y azul, con leones a los pies de las columnas y al borde de la escena, la impresión de fuerza y estética coincide con su ubicación, cercano al Templo de Afrodita, esto es, se trata de un edificio importante.
En el siglo I aC se proyectó una gran plaza pública en el centro de Afrodisias, un Ágora con largos pórticos de hasta 200 metros. Aún se mantienen en pie muchas de las columnas de los mismos, ocultas por los álamos plantados por los antiguos pobladores de Geyre.
El pórtico más conocido es el de Tiberio, hallado por la Misión italiana que se encargaba del yacimiento en 1937. Además de una inscripción ad hoc, lo más llamativo del hallazgo es el impresionante número de bloques de frisos decorados con cabezas de personajes mitológicos, históricos o de simples máscaras teatrales que se enlazan entre sí con guirnaldas. Hay un número enorme repartido (o acumulado) en algunas partes del yacimiento de Afrodisias.
Cerca del Pórtico se situaban las llamadas Termas de Adriano. Las inundaciones periódicas que sufrían los de Afrodisias les dieron la idea de abrir unas termas al norte del Ágora terminadas con otra gran plaza pública.
Dedicadas a Adriano, las termas contaban con sus correspondientes Frigidarium, Tepidarium, Caldarium o Apodyterium y debieron ser muy utilizadas hasta el siglo III. Ricamente decorados, se han hallado numerosos frisos y estatuas aquí, que se reparten entre el Museo de Afrodisias y el Arqueológico de Estambul.
También durante el siglo I aC los habitantes de Afrodisias decidieron cavar la cuesta oriental de la antigua Acrópolis para construir un teatro. Aunque muy restaurado en los siglos I y II, así como en el periodo bizantino, la reconstrucción realizada a finales de los 90 del siglo pasado ha dejado un teatro de aspecto imponente.
Como el resto de teatros de la zona, es un teatro grecorromano, una ampliación romana del teatro griego original. Los griegos aprovechaban las colinas, como aquí. Eran los romanos quienes ampliaban en pisos y en tamaño los teatros griegos. Los actores debían llevar máscaras altoparlantes para hacerse oír. El público se sentaba en la cavea, hombres y mujeres por separado. A las tragedias podían asistir todos. A las comedias sólo los hombres, por las palabras altisonantes que los actores pudieran utilizar durante la obra.
En el pórtico del escenario hay una inscripción. En ella, el constructor del teatro, Zoilo “liberto del hijo del divino Julio dedica este teatro a Afrodita y al pueblo”. Cayo Julio Zoilo fue, efectivamente, un liberto de Cayo César Octaviano, futuro César Octavio Augusto. Como hasta 27 aC no fue nombrado como tal, el teatro necesariamente se construyó antes. Las 7000 personas que cabían en el interior del teatro debieron agradecérselo.
El uso de juegos de mesa se convirtió en habitual en Afrodisias en algún momento pues se hallan tableros inscritos en piedra tanto en el Teatro como en el Estadio o en las Termas de Adriano.
Un buen número de estatuas decoraban tanto el escenario como la fachada y ahora se muestran en el Museo, cercano. Pero lo que recoge con mayor fidelidad el Museo de Afrodisias son los relieves del Sebasteion, el edificio dedicado al culto de los Emperadores. Sebastos es el equivalente griego del latino Augusto y de ahí viene el nombre.
Sorprendentemente, Afrodita compartiría culto aquí con todos los emperadores de la Dinastía Julio-Claudia a partir del mismísimo Octavio Augusto.
Las fachadas del edificio estaban completamente cubiertas de relieves decorativos de índole mitológica o referente al culto imperial. En la actualidad el edificio está en proceso de restauración y se están realizando copias de los bajorrelieves para que puedan verse en toda su gloria. Los frisos originales están, claro, en el Museo.
Son muchos, muchísimos. Y sorprendentemente vivos. Probablemente fueron realizados por escultores de la zona, que formaron parte de la Escuela de Afrodisias. Las excelentes canteras de mármol de la zona debieron facilitar el desarrollo de esta escuela de escultura, algunas de cuyas obras maestras se pueden ver aquí.
Entre las que más nos gustaron está la imagen del emperador, desnudo como un luchador, siendo coronado con la corona cívica de roble, sólo concedida a los héroes de la batalla, por una representación togada del mismísimo pueblo de Roma.
Una ampliación del mismo, personificada en Claudio (desnudo y con su corona cívica) y con esposa Agripina al lado, también se expone.
Entre las de tipo mitológico, llaman la atención las tres gracias, posicionada en su forma helenística habitual. No hay que olvidar que fueron creadas por la misma Afrodita y sus nombres evocan sus caracteres: Euphrosine (Juego), Aglaia (Esplendor) y Thaleia (Fertilidad).
Un caballo de mármol azul hallado en la basílica cívica de la ciudad se ubica en el centro de este recomendable paseo por lo que en el futuro se podrá ver instalado en el Sebasteion.
A la salida del Museo se encuentra una colección de sarcófagos procedentes de la necrópolis, muy poco excavada. De hecho, estos sarcófagos proceden del mismísimo pueblo de Geyre, donde habían sido reutilizados como fuentes o abrevaderos.
Es lo irónico de la historia del hombre: las civilizaciones se suceden, la grandiosidad da paso a la miseria y ésta de nuevo a la gloria. Pero las gentes de cada momento tienen que sobrevivir aprovechando los recursos que tienen a mano, aunque éstos vengan de un pasado glorioso desconocido del que ya no recuerdan nada.