Hoy, Troya no es sino un arrasado paraje desde el que se vislumbra, a lo lejos, el mar por el que comerciaron y circularon en la antigüedad los barcos que hicieran famoso a tan insigne puerto.
Y aún así, caminando entre pocos, muy pocos restos que dejen volar la imaginación, aún se sienten los ecos de nombres que han atravesado la marea del olvido de los siglos: Príamo, Hécuba, Helena, Paris, Héctor o Aquiles. La leyenda tenía que estar basada en la realidad, Homero no pudo inventarse todo, debió pensar el rico hombre de negocios alemán Heinrich Schliemann.
Desde niño tuvo a Troya en la cabeza y cuando ya no tenía nada más que ganar, salvo fama, se propuso encontrar la ciudad de la leyenda. Todos se rieron al saber que utilizaría las fuentes documentales de la misma época para hallar la ciudad, que utilizaría la mismísima Ilíada de Homero para encontrar el último hogar del Rey Príamo. Lo que debió de reírse él cuando lo encontró. A sus pies yacía la mítica Troya, muchos pensaban que no existía; otros que desde luego no estaría en el Egeo turco. Pero Schliemann, considerado un ladrón por unos y un arqueólogo típico de su época por otros, halló lo que parecía imposible y, claro, se aprovechó de ello.
Ahora, este lugar apartado, cercano a Çanakkale, recibe muchas visitas que dudo mucho que se enteren de algo (yo entre ellas). Es un yacimiento difícil, difícil de excavar (se superponen hasta 9 fundaciones de la misma ciudad de Troya), difícil de interpretar (el mismo Schliemann se equivocó en la adjudicación de tiempos) y, por supuesto, difícil de comunicar al común de los turistas.
El gran caballo de madera de la entrada es todo un acierto. Bien, quizá torna en fruslería un serio y atractivo yacimiento, pero es el recuerdo que se va a llevar la mayor parte de la gente, probablemente decepcionada ante lo poco visible o reconocible que se encuentra en Troya.
Dicen que se quedaron con el caballo de la Troya de Wolfang Pettersen, la de Brad Pitt, Orlando Bloom y Eric Bana. Y que seguro que los de Hollywood debieron cobrarles un copyright (a los propios turcos troyanos) y el gobierno turco decidió deshacerse del caballo fílmico y sustituirlo por este tan apañado. Pero lo cierto es que desde 1975 este caballo está aquí y continúa sirviendo para que los escolares liberen palomas el día de celebración de la Paz.
La verdad es que la gente disfruta subiendo al caballo, asomándose por sus ventanas…. Ventanas que, en caso de existir el homérico caballo de madera, no aparecerían ni en pintura pues arremolinados en su interior se encontraban los griegos, ocultos, que esperaban conquistar la ciudad de Troya después de 10 años de guerra. ¿La razón? Más cerca del interés por contar con una ubicación estratégicamente necesaria por su cercanía al estrecho de los Dardanelos que en un improbable caso de celos legendarios.
Pero desde luego, la historia de Homero tiene su gracia: Helena, esposa de Menelao de Esparta, debía ser muy bella e interesante. Paris, recientemente descubierto como hermano perdido de los príncipes troyanos Héctor y Casandra, se enamora de ella y la rapta, llevándola a Troya. El hermano de Menelao, Agamenón, aprovecha las ganas de venganza de éste para ir a por la ciudad del rey Príamo. Durante 10 años guerrean dando lugar a gloriosas hazañas heroicas y poco elogiosos y reprochables comportamientos.
El griego Aquiles, héroe que siempre abogó por una vida corta pero de gran fama, acaba con la vida del héroe troyano Héctor, que le ruega antes de morir que entregue su cuerpo a la familia. Aquiles, destrozado por la muerte de su amante Patroclo, pasea su cuerpo muerto y humillado por delante de las huestes troyanas. Los dioses, enfurecidos, le soplan al oído a Paris el secreto del talón de Aquiles, poniendo en bandeja troyana la vida del héroe griego.
Pasan los años y no hay un ganador claro. Esos mismos dioses que apoyan a los troyanos cambian de bando e instan a los griegos a cometer la gran obra que permanecerá en la memoria del género humano. Idos, les dicen, abandonad las costas del Egeo con vuestros miles de barcos, pero dejad como muestra de humillación un caballo de madera, homenaje al Dios Poseidón, Dios protector de Troya y cuyo símbolo era el équido. Dentro esperan los griegos que, ante la ingenuidad troyana que les facilita el acceso por las inexpugnables murallas, aprovechan la noche para conquistar la ciudad y arrasarla.
La capa de ceniza de Troya VI la delata como la ciudad de la leyenda. Luego hubo otras Troyas, VII, VIII… que fueron sucesivamente acometidas por terremotos y temporales, por lo que los dioses se guardaron en la manga una jugada que los griegos no podían esperar.
Pero en fin, que en un mismo yacimiento se pueden complementar la Troya de Príamo, la fundada en el 3000 aC, la Ilios griega y la Wilusa hitita. Un yacimiento complejo en el que es fácil descubrir paredes verticales en las que las asignaciones de épocas se confunden al intercalarse sin sentido aparente.
Troya enseguida acumuló riqueza. Los barcos que recorrían el Mediterráneo o el Egeo debían hacer parada casi obligatoria aquí, pues los fuertes vientos imperantes en la zona les obligaban a pasar unos días en la ciudad. Ahora el mar está muy lejos, desde el más alto oteadero del yacimiento, en un bello lugar rodeado de alcornoques, el mar sólo se atisba en el horizonte y uno debe hacerse a la idea de que seis mil, cinco mil o cuatro mil años atrás esto era un puerto de mar de importancia extraordinaria. Al fin y al cabo, en la Ostia romana también hace siglos que desapareció el mar que le daba sentido a su existencia.
Las excavaciones van muy despacio, los periodos se mezclan: años de catástrofes, naturales y humanas en forma de terremotos y de arqueólogos piratas; como el mismo Schliemann quien una vez halló la ciudad trató de sacarle beneficio económico y social. Las famosas joyas del rey Príamo, que Schliemann encontró en 1873 y que su mujer luce en la más que conocida imagen, son objeto de robo por parte del alemán al pueblo turco.
Estas joyas que presuntamente se perdieron en la segunda guerra mundial aparecieron hace unos años en el Museo Pushkin de San Petersburgo. En este sentido, Schliemann se comportó como el típico cazador de tesoros que ahora se persigue, más que el arqueólogo del siglo XIX que venden algunos de sus defensores.
El saqueador alemán cometió numerosas imprudencias, destrozando cual Atila una buena parte del Yacimiento, pero al menos logró demostrar que la civilización griega comenzó 1000 años antes de lo que entonces se creía.
La visita comienza por la entrada norte de las murallas de Troya. Esta parte pertenecía la fortificada Troya VI aunque con el tiempo se aprovechó su estructura para la construcción de un templo grecorromano dedicado a Atenea.
En su búsqueda desesperada de la Troya de Príamo, Schliemann se encontró con lo siguiente que el visitante se encuentra en el yacimiento: muros de la más que antigua Troya I, con más de seis mil años de antigüedad.
Además, una estructura ascendente de piedra de la misma época acompaña a los muros, retrotrayéndonos muchos miles de años a un pasado imbricado en la mismísima Edad de Bronce.
Muy cerca se encuentran los restos del probable Palacio de Príamo. Las piedras que se utilizaron para su construcción, de corte limpio, aseado, sin uso de mortero y sin agujeros entre ellas en la disposición final dan pistas sobre el elevado nivel social de aquellos que promovieron su construcción y vivieron en él.
Como pertenece a la época de Troya VI se le denomina el Palacio de Príamo, si bien no hay pruebas directas de tal adscripción.
La Troya IX, la Ilium romana, se deja ver al final del recorrido, con un Odeon – Bouleterion de pequeñas dimensiones, lo que da idea de la pérdida de importancia y representatividad que la antigua ciudad había sufrido con el paso de los siglos. Un pequeño baño romano se ha hallado enfrente. Cerca debía situarse el ágora.
Miembros de la familia imperial de Augusto quisieron reconstruir la ciudad de Troya, en cumplido homenaje a su leyenda, como ya lo hicieran el persa Jerjes o el macedonio Alejandro Magno. Al fin y al cabo, Troya es más, mucho más que las piedras que recorremos en la actualidad. Está en el imaginario común de la humanidad.
La Troya de mil años antes que el Imperio Romano la absorbiese ya utilizaba canales de saneamiento y sus legendarios héroes marcaron la historia de la humanidad gracias a un improbable poeta ciego. Todo eso es cierto.
Pero cuando sales por la que debió ser la Puerta Sur de la ciudad, la más importante e imponente de Troya VI, dejas atrás un yacimiento que mezcla a partes iguales el desencanto por lo que has visto con la más emocionante de las sensaciones. Precisamente por lo mismo: por lo que has visto. Troya.