Ergo, si muove. Dicen de los ojos de la MonaLisa de DaVinci que se mueven mientras los miras. Pues bien, en El Prado se pueden ver éstos días otros ejemplos de imágenes que envuelven al espectador haciéndole partícipe de las escenas que muestran.
Tal es el caso de "El lavatorio" de Tintoretto que se muestra habitualmente en el Museo del Prado y que ahora forma parte de la exposición dedicada a Tintoretto, la primera desde el año 37.
La perspectiva del cuadro, diseñado para verse desde el lateral, hace que los comensales giren contigo cuando te mueves. Nada dejaba el pintor al azar: la construcción de maquetas y el esbozo de dibujos previos, la elección de las humildes ropas y el lujoso escenario, la utilización de elementos cotidianos... todo juega a su favor, de forma que consigue una ambientación tal que el observador se puede sentir parte de la escena.
Este Lavatorio formaba parte de un conjunto de obras realizadas para la Iglesia de San Marcuola, en Venecia (la ciudad donde se asentó el pintor y donde se muestra la mayor parte de sus obras) en 1547. La exposición del Prado permite observar por primera vez en mucho tiempo juntas el Lavatorio con una impresionante Última Cena.
Tintoretto, en plena lucha artística con Tiziano y el Veronés, demuestra en este cuadro que, además de saber dibujar como los pintores de la escuela romana, también domina el color con tanta maestría como cualquiera de sus compatriotas del norte, jugando con el uso de colores cálidos y fríos en una mezcla que contribuye a darle una personalidad al Lavatorio que no es única en la obra de Tintoretto: la influencia de la teatralidad.
Comediógrafos, escritores, intelectuales, impresores... Tintoretto se rodeaba de personajes cuya influencia dejaba un rastro imposible de no poder valorar en sus obras; muchas de ellas significan una bocanada de aire fresco, una nueva mirada para historias o situaciones muchas veces representadas en la historia del arte. Esa lluvia de oro (metálica) cayendo sobre Dánae, esos viejos (escrutadores) observando a Susana, esa Helena (desfallecida) raptada por los Troyanos... y, sobre todo, esa perspectiva lateral que hace único al Lavatorio de Santa María de Marcuole hacen que por sí solos atraigan a multitudes a la Exposición del Prado.
Y por último, una breve disquisición sobre el sentido de organizar una exposición. En museología es muy conocido el denominado "efecto salida"; a partir de un determinado momento, el visitante pasa de una sala a otra, sin apenas darse cuenta de lo que ve. Y, mea culpa, a pesar de mis numerosas visitas al museo, jamás había reparado en esta obra maestra. Sin embargo, en una exposición, la selección de una muestra de un numeroso total, junto con el esfuerzo que realiza en museo con las visitas didácticas y la edición del catálogo, hace que conozcas y admires obras en las que antes ni siquiera hábías reparado.
Nadie puede pretender visitar el museo del Prado en tres días o en tres horas y salir sabiendo lo que ha visto: la cantidad de obras te abruman, a pesar de que, la política actual del museo sea retirar parte de las obras, que antes llegaban desde el suelo hasta el techo, y permitir que el visitante se recree en una muestra más reducida de pintura.
De hecho, ya se encargan de recordártelo en la "obra del mes", una de las iniciativas más interesantes del Museo del Prado (al igual que la magnífica pieza del mes del Arqueológico) y que más ayuda a comprender a los pintores y a sus obras. Este mes, por ejemplo, El Greco y su Trinidad. En otra ocasión, tiempo atrás, tuvo su oportunidad El Lavatorio de Tintoretto. Merece una segunda revisión, pero ahora como eje de una exposición que merece enormemente la pena.