31 de agosto de 2007

Icnitas fósiles del Jurásico asturiano

Los terrenos actuales sobre los que nos movemos tienen su origen en el pasado remoto de la Tierra. Y en ellos, de vez en cuando y debido a procesos geológicos mas o menos complejos, podemos encontrar pistas de algunos de los seres que habitaban ese pasado remoto.

La fosilización no es un proceso que aplique únicamente a exo y endoesqueletos de organismos primitivos, si bien es lo mas frecuente. En ocasiones, partes blandas como la piel y elementos semiorgánicos como los coprolitos también fosilizan. En otras ocasiones, son las huellas que dejaron estos animales las que permanecen de manera imperecedera en forma de fósil mineralizado. Y este es el caso de las huellas fósiles, las icnitas, del periodo Jurásico que han aparecido en la costa asturiana.

Con las obras de un túnel de la carretera N-632, ahora llamado Túnel del Ordovícico, se han hallado numerosos fósiles de este periodo de la Era Primaria (incluso hubo una interesante exposición en el Instituto Geominero al respecto, con una gran reproducción de un Trilobites). Una buena parte del territorio asturiano es ordovícico.

Y otra buena parte es de origen jurásico, especialmente en la costa occidental. La costa de los municipios de Colunga, Ribadesella y Villaviciosa, además de ser destino turístico de primer orden, es uno de los principales yacimientos de huellas fósiles de la península ibérica.

Los hallazgos se han venido sucediendo en los últimos años. Se han encontrado icnitas tanto en las playas más concurridas de la zona como en las bases de los acantilados de más difícil acceso. En nuestro caso, y como es de obligado cumplimiento, la visita se inició en el Museo del Jurásico Asturiano (MUJA) para continuar por algunas de las zonas más recónditas y bellas del cantábrico.

La costa asturiana presenta numerosos afloramientos rocosos del Jurásico procedentes de áreas que en su momento fueron ríos, estuarios o playas. Ahí es donde se pueden localizar las huellas de dinosaurios cuya aparición dio inicio al proyecto del MUJA. El estudio de estos afloramientos ha permitido establecer diferentes formaciones geológicas, enmarcadas todas ellas en el Jurásico, en las que ubicar los ambientes por los que se movían los dinosaurios que dejaron sus huellas fosilizadas.

Existen un total de 6 formaciones que, en orden decreciente de antigüedad, se denominan: Formación Gijón (una extensa llanura costera rica en fangos del jurásico inferior), Formación Rodiles (un mar de aguas cálidas del jurásico medio poblado por ictiosauros y plesiosauros), Formación La Ñora y Vega (una época con el mar retirado y numerosos ríos), Formación Tereñes (una costa baja y rica en fangos del Jurásico superior por la que pasearon numerosos dinosaurios) y la Formación Lastres (una zona litoral y de marisma rodeada de bosques de helechos y coníferas sobrevoladas por pterosaurios), coincidiendo el nombre de todas ellas con los municipios en los que existen mejores condiciones para su observación.

Muestras de estas formaciones aparecen en los yacimientos que, a pie de playa o de acantilado, muestran las icnitas de los seres que caminaron sobre ellas. Y no sólo eso: restos fósiles de troncos, marcas de raíces, de grietas de desecación, de caudales de ríos o huellas del batir de las olas de hace millones de años.

Pero las más sorprendentes son las huellas de dinosaurios. La forma de las icnitas depende de 4 variables: la anatomía del pie que pisó, el tipo de sustrato sobre el que pisaba, el comportamiento del animal en el momento de la pisada y las características del devenir histórico que han preservado la huella. Además, algunas huellas no se presentan como podía esperarse a priori, es decir, como depresiones en la roca, sino al revés, como bultos o prominencias. Son los contramoldes, icnitas que se manifiestan hacia arriba, por efecto de una sedimentación posterior en el tiempo que las fue cubriendo.

Pero lo más curioso es poder identificar, al menos, los grandes tipos de dinosaurios en función de sus huellas. Fundamentalmente en función del tipo y disposición de su cadera, existen dos grandes linajes de dinosaurios: Saurisquios (cadera de reptil, pubis hacia delante) y Ornitisquios (cadera de ave, pubis hacia atrás).

Los Saurisquios se dividirían en dos grupos: Sauropodomorfos (cuadrúpedos y vegetarianos como Brachiosaurus) y Terópodos (carnívoros bípedos como Tyrannosaurus).

Los Ornitisquios se dividirían a su vez en tres grupos: Tireóforos (vegetarianos cuadrúpedos como Stegosaurus), Ornitópodos (bípedos vegetarianos como Iguanodon) y Marginocéfalos (vegetarianos cuadrúpedos como Triceratops).

Pues bien, en la costa asturiana se pueden encontrar huellas tridáctilas de Terópodos y Ornitópodos y huellas de manos y pies de Saurópodos y Tireóforos cuadrúpedos.

Además, algunas de estas huellas se han conservado tan bien que han permitido incluso poder observar la piel del animal que realizó la pisada (en este caso, un saurópodo).

Son numerosos los yacimientos donde se pueden hallar icnitas fósiles en la costa asturiana. Todos ellos se concentran en los municipios de Colunga, Villaviciosa y Ribadesella. Nuestras visitas se limitaron a ubicaciones de los dos primeros municipios. En todos los casos, mereció la pena por poder observar algunos de los restos más interesantes que pueden observarse en el mundo de este tipo (aunque la visita complementaria al MUJA a posteriori ayuda a comprender mejor el valor de lo visto).

En la playa más visitada de Colunga, la Playa de la Griega, se pueden visitar las huellas fósiles más grandes del mundo, así como el mayor conjunto de icnitas de toda España. En esta preciosa playa se pueden ver pisadas de un diámetro de 1,30 metros pertenecientes a un saurópodo del género Camarasaurus. Las huellas de saurópodos, las más comunes de cuadrúpedos (muy difícil encontrar las de Tireóforos), se diferencian bien por estar separadas en dos partes: las huellas de las patas son circulares o rectangulares, mientras que las de las manos tienden a ser semilunares.

De acuerdo con las indicaciones de la guía del museo (en http://www.museojurasico.com/), “(…) al final de la playa se llega a un estrato de arenisca suavemente inclinado hacia el mar cuya superficie está atravesada por diaclasas [grietas de origen tectónico] en varias direcciones. A menos de un metro por encima hay una caliza gris que contiene diminutos fósiles de gasterópodos y diversas depresiones grandes [de hasta 1,3 metros de diámetro] redondeadas. Son icnitas de grandes dinosaurios cuadrúpedos que muestran un reborde periférico abultado. Se trata de las icnitas más grandes de España, y por sus dimensiones se las puede considerar entre las más grandes del mundo. El dinosaurio que las produjo se tenía que tratar de un ejemplar de dimensiones colosales, se trataba de un saurópodo gigantesco cuadrúpedo, cuyo peso podía oscilar en torno a las 100 toneladas. Aparte de éstas, puede observarse un rastro formado por seis huellas que corresponden también a un saurópodo de menor tamaño. “.

Las huellas de la Griega son, efectivamente, impresionantes por su tamaño y son las de acceso más sencillo. Además, la vista de la playa es espectacular y se puede complementar con la observación de unas areniscas rojas de la formación Vega, que contienen huellas de raíces verticalizadas de color verde pálido.

Intentamos acceder a las huellas tridáctilas de pequeños ornitópodos en la base de los acantilados de Lastres, en Colunga, pero la pleamar nos lo impidió en el último momento, a menos de 5 metros de la roca que presentaba el rastro. Y es que la situación de las mareas es fundamental, junto con una buena guía (nosotros nos hicimos con la Guía del Jurásico de Asturias, realizada por el equipo investigador de la zona) para poder acceder con seguridad a los yacimientos.

Mejor suerte tuvimos con las icnitas fósiles de los acantilados de Luces, también en Colunga. Se trata de unos acantilados de paisaje grandioso, con un camino sinuoso en el que el color de tojos, equisetos y brecinas contrasta con la majestuosidad del faro cercano y el color mate de las rocas entre las que los marisqueiros ilegales trataban de hacerse con moluscos y crustáceos sin permiso.

Anonadados por la vista (y por el esfuerzo), nos recreamos en las icnitas: “Cerca de allí, y un poco al este, se encuentra un bloque suelto de arenisca con dos contramoldes de huellas de dinosaurio, una tridáctila de un bípedo y otra en forma de media luna [saurópodo]. Siguiendo por la base del acantilado hacia el oeste unos 300 metros se accede a unos estratos de arenisca inclinados sobre los que se encuentran varias icnitas tridáctilas y un rastro de saurópodo, éste último bastante desgastado por la acción del mar.”. A pesar de la parquedad de la indicación, las huellas de los acantilados de Luces son muy interesantes.

El bloque suelto de arenisca es de la Formación Lastres y los dos contramoldes son excelentes. El de Saurópodo es una mano en forma de media luna de un saurópodo de tamaño medio. La otra huella, tridáctila, pertenece a un gran Terópodo, un pie izquierdo de un terópodo cuya altura de cadera debía superar los 2,7 metros.

Los rastros en arenisca gris, de la Formación Tereñes, incluyen varias icnitas tridáctilas aisladas, de terópodos de tamaño medio y pequeños ornitopodos. En un segundo estrato aparecen huellas tridáctilas de grandes terópodos y las huellas muy desgastadas por el oleaje del rastro de un saurópodo. En este yacimiento se han hallado un buen número de restos fósiles.

Otra visita que merece la pena es la de la Playa del Puerto de Tazones, en Villaviciosa. En este caso, el encanto lo aporta una villa muy reducida cuyo acceso al mar está limitado al pequeño puerto y a la minúscula playa que desaparece en pleamar. Sin embargo, la belleza del entorno es tal que se ha convertido en una referencia a nivel turístico.

Pues bien, entre las rocas de la formación Tereñes de este acantilado cercano a la playa, hay un gran bloque suelto de arenisca en el que se conservan varias icnitas, de las que sobresalen tres impresionantes huellas de grandes terópodos enmarcadas en la superficie gris del bloque, tapizada por ondulaciones producidas por el oleaje de la época.

Nos quedaron numerosas visitas por realizar, en particular a alguno de los yacimientos de Ribadesella. Pero la muestra que pudimos ver mereció la pena, tanto por las icnitas en sí como por el encanto de cada una de las ubicaciones a las mismas.

26 de agosto de 2007

El sarcófago de Aquiles y Políxena

Este mes de agosto que ahora termina, el Museo del Prado daba la opción de revisar una de sus obras de escultura clásica más emblemáticas: el Sarcófago de Aquiles y Políxena. Siempre es un placer escuchar las charlas que se imparten dentro del ciclo "Una obra. Un artista", si bien las piezas del mes del Arqueológico son más divertidas (aunque sólo sea por comparar entre los diferentes ponentes).

Pero este mes de agosto, el Prado no ha elegido un Rubens, ni un Velázquez ni un Greco. Ha seleccionado una escultura clásica, parte de las salas dedicadas a la antiguedad que pasan más desapercibidas a los visitantes. Quizá sea por eso por lo que nos ha gustado más esta vez.

Aunque en la antigua Roma la tradición más extendida entre las clases altas en el momento del fallecimiento era la cremación, a partir del siglo II d.C., en época de Adriano, comienza a extenderse la moda de la inhumación. Hasta ese momento, las personas fallecidas se incineraban, guardándose sus restos en, en ocasiones, espectaculares sepulturas a la entrada de las ciudades. Sólo recordar las impresionantes necrópolis de Pompeya u Ostia afianzan ese concepto.

A finales del XVII se halló en el Golfo de Nápoles este espectacular sarcófago de mármol blanco de Carrara datado sobre el siglo III d.C. en el que el futuro usuario del mismo había encargado un espectacular trabajo de escultura para su lecho para la eternidad. Un equipo de escultores de primer orden realizó un gran trabajo (de lo que se denomina tercer estilo de relieve, el más pronunciado y dificultoso) en el que se reproducía, como suele ser habitual, una escena relacionada con la muerte y la mitología.

Los que lo hallaron quisieron sacar partido de él y lo partieron en varios trozos. Cuatro de esas partes las compró en subasta la Casa de Alba, adquiriéndolas posteriormente Felipe V. A excepción de un pequeño resto que se encuentra en el Louvre, ésto es lo único que queda del sarcófago. La tapa, el fondo y la parte posterior han desaparecido.

En el sarcófago se trata un tema mitológico de primer orden: sucesos relacionados con la Guerra de Troya que, con tantos personajes, puede llegar a confundir. En el frontal aparece una escena de armisticio, del esfuerzo del rey griego aqueo Agamenon por llegar a un acuerdo de paz con los troyanos (a la derecha del frontal, a la izquierda están los aqueos). Agamenon ofrece la posibilidad de que luchen sólo el griego Menelao y el troyano Paris en lugar de todos los ejércitos. De esta manera, el ganador se quedaría con el desecadenante de la guerra: el secuestro / deserción (depende de la fuente) de Helena de Esparta / Troya por Paris. Lástima que la Diosa Afrodita, protectora de Paris, se le llevara en el último momento iniciándose de nuevo la guerra.

En el frontal no aparecen ni Aquiles ni Políxena, que dan nombre al sarcófago, pero sí Ulises (con gorro frígio y ofreciendo un becerro para que lo sacrifique con su daga Agamenon) y Héctor, el héroe hermano mayor de Paris que terminaría matando Aquiles.

Y es que en ese momento Aquiles está dudando si meterse en camisas de once varas e ir a guerrear.

Lo termina haciendo, lamentándolo finalmente por la muerte de su primo Patroclo y, en último caso, por su misma mala suerte, falleciendo por una flecha que le envía Paris a su talón, el mismísimo Talón de Aquiles que su madre no pudo sumergir en el Estigie junto al resto de su cuerpo para hacerle invulnerable.

La flecha de Paris en el talón de Aquiles se ve perfectamente en el lado derecho del sarcófago romano del Museo del Prado.

Antes que todo esto, durante la guerra Aquiles conoce a Políxena, hija de Príamo y Hécuba, reyes de Troya. Aunque este personaje no se menciona en La Ilíada de Homero, relato fundamental de la guerra de Troya, otros autores (como Eurípides en Hécuba) le dan cierta importancia.

Aquiles se enamora de Políxena y trata de llegar a un acuerdo con Príamo para interceder por la paz a cambio de la princesa. Antes de llegar a esta solución, Paris le mata en una emboscada que cambiaría el rumbo de la guerra. Por ello, y aunque el costado derecho del sarcófago se consideró durante un tiempo una escena de los esponsales de Aquiles y Políxena, ahora se considera más una escena del sacrificio que el espíritu airado de Aquiles solicita a las tropas vencedoras troyanas para mitigar su ira.

Se trata del sacrificio de la princesa Políxena, que supervisa Neoptólemo, hijo de Aquiles, dirigiéndola hacia la tumba de su padre en sus últimos momentos. El resto de las damas troyanas fue cedido a guerreros y jerarquía griegas por lo que para muchos, el destino de Políxena fue más honroso que el de las demás troyanas.

Una narración fascinante en una pieza espectacular.

19 de agosto de 2007

La ciudad del cielo

Dice una de las crónicas guardadas en el Monasterio de Silos que

Al fin, la divina piedad se compadeció de tanta ruina y permitió alzar cabeza a los cristianos, pues pasados doce años Almanzor fue muerto en la gran ciudad de Medinaceli, y el demonio que había habitado dentro de él en vida se lo llevó a los infiernos.”

El caudillo militar del califato de Córdoba, el gran Al-manssur el Victorioso moría en 1002 en Madinat al Salim por las heridas sufridas en la Batalla de Calatañazor. La ciudad musulmana, heredera de los asentamientos romanos y celtíberos previos, se convirtió por unos días en el centro neurálgico de la península, volviendo a sentir como un espejismo el esplendor del pasado.

Se levanta la antigua Medinaceli sobre una colina, muy en lo alto, muy cerca del cielo que en origen le dio nombre a la ciudad. Si ahora esta vista es impactante… cómo no sería en época romana o en la época del oppidum celtíbero? Los belos (en permanente guerra con los vecinos titos) ocuparon esta zona, dispusieron su capital en la aún no hallada Segeda y habitaron Occilis, la actual Medinaceli. El cónsul romano Claudio Marcelo llegó a Occilis en 152 a.C., momento clave en el que la ciudad se configura como un punto vertebrador del territorio, sirviendo de paso entre Caesaraugusta (Zaragoza) y Augusta Emerita (Mérida) por calzada romana.

El monumento más representativo de Medinaceli es, precisamente, de época romana. Se trata de un fenomenal Arco romano de tres vanos (algo inahbitual en nuestro país) que se encuentra a 1200 metros de altura, en la ciudad antigua, dominando el valle del río Jalón.

Su exposición, a tanta altura y destacando sobre el resto, ha hecho que su estado de conservación sea bajo. A pesar de este deterioro, gracias a las sucesivas restauraciones (acaba de salir de una de ellas) se puede admirar con agrado su espléndida factura.

Además, la perspectiva que ofrecen Arco y valle es majestuosa. Como curiosidad, fruto de las restauraciones también se ha recuperado el contenido posible de las inscripciones del Arco, basándose en las huellas de los enclavamientos de las letras. Ello ha permitido fecharlo en plena época Flavia, pues está dedicado a Domiciano. Como al hijo menor de Vespasiano se le aplicó la Damnatio memoriae, su nombre fue pronto sustituido por el de Trajano en numerosas obras públicas como ésta.

Además, se han hallado pisos de edificaciones romanas parte de cuyos mosaicos se pueden ver en un Palacio céntrico de la ciudad muy bien explicados por personal capacitado. Y es que Medinaceli trata de aprovechar su pasado romano y medieval creando una infraestructura turística que le permita atraer gente. Muestra de ello es el Aula arqueológica que se encuentra en la Plaza Mayor.


Y es que Medinaceli es mencionada en el Cantar del Mio Cid, como muestra del paso del Campeador por estas tierras. Entre esta mención (puede que incluso alguno de los autores del Cantar fuera de aquí) y el hecho de ser un enclave fronterizo disputado por musulmanes y cristianos durante mucho tiempo convierten a Medinaceli en un lugar atractivo desde el punto de vista histórico.

Domiciano, Almanzor, el Cid y las preciosas calles del casco antiguo hacen la visita a Medinaceli un placer.

13 de agosto de 2007

Elephas antiquus

La situación más cercana a la realidad podría ser la siguiente: hace aproximadamente 400.000 años, en pleno pleistoceno (en el paleolítico inferior si lo miramos desde una perspectiva más humana), grandes grupos de herbívoros se desplazaban hasta las zonas húmedas que ahora constituyen el Valle de Ambrona, en Soria, para aprovechar las excelentes condiciones climáticas y alimentarias de la zona.

Manadas de grandes proboscídeos, de caballos, uros y ciervos realizaban migraciones estacionales hasta llegar a las laderas de Ambrona, donde encontraban pasto y un lago de enormes proporciones. Entre los animales más espectaculares destacaba, sin duda, el elefante de defensas rectas (Elephas aniquus o Paleoxodon antiquus en su denominación antigua).

Sin embargo, al llegar épocas de sequía las cosas podían ponerse difíciles. Muchos de estos animales fallecían al no encontrar suficiente agua como para subsistir. Enormes elefantes caían muertos delante de las secas orillas del lago. Era entonces cuando, previsiblemente, la especie humana de la época, Homo erectus o quizá Homo heildelbergensis como el de Atapuerca, se acercase para aprovechar la oportunidad. Armados con armas líticas muy precarias, arrancában pedazos de carne de elefante para llevárselos a sus poblados.

Es poco probable que fueran capaces de cazar estos magníficos animales. Más bien ejercerían la labor de carroñeros, persiguiendo a animales moribundos para abastecerse de proteina animal.

En algunos casos, los cadáveres de los elefantes de defensas rectas quedaban enterrados de tal manera que la acción del tiempo y de la mineralización terminaron fosilizando sus huesos.

De este modo, a finales del siglo XIX, muchos miles de años después, el Marqués de Cerralbo se acercó a las obras de ferrocarril que se estaba construyendo entre Madrid y Soria para confirmar el hallazgo, en las cercanías de las localidades de Torralba y Ambrona, de enormes huesos de animales antediluvianos.

Desde aquel momento, numerosós investigadores han probado a buscar en los estratos paleolíticos de Torralba y Ambrona pistas sobre nuestros antepasados remotos, así como de su coexistencia con la fauna contemporánea de la zona. Los restos hallados se encuentran repartidos por todo el globo. En Madrid,en el Museo de Ciencias Naturales y en el Museo Arqueológico Nacional (foto), en el Museo Numantino de Soria e incluso en Washington. También en el propio Yacimiento se pueden observar algunas piezas de interés.

El protagonista es, por supuesto, Elephas antiquus. Se trataba de un elefante de mayor tamaño que el Elefante africano actual (Loxodonta africana). Un ejemplar macho adulto podía sobrepasar con facilidad los 4,5 m de alzada y las 5 toneladas de peso. Lo más sorprendente, sin duda, eran sus enormes defensas que, a pesar de su nombre, no tenían porqué ser rectas. Pero en ningún caso llegaban a la disposición y curvatura de los colmillos de los mamuts, compañeros de Era.














Los elefantes europeos de la época están representados por cuatro especies:Mammuthus meridionalis, Elephas antiquus, Mammuthus primigenius, (los tres, en el dibujo de al lado) y Mammuths trogontherii. Los más conocidos son los mamuts, adaptados al frío con su pelaje lanudo, sus orejas pequeñas y su gruesa capa de grasa. Sin embargo, eran más pequeños que nuestro elefante de defensas rectas.

Elephas antiquus vivió hasta hace aproximadamente 70.000 años, desapareciendo al igual que muchas de las especies contemporáneas con las que aparece mezclado en el Yacimiento de Ambrona y Torralba. El pequeño (pequeñísimo) Museo Paleontológico del Yacimiento (sin duda, lo más llamativo es la reproducción a tamaño natural del elefante de defensas rectas del exterior) presenta algunas piezas curiosas, en particular, colmillos, vértebras, fémures o piezas dentales.

Lo que más llama la atención es la reproducción de uno de los hallazgos más sobresalientes, una concentración de fauna hallada en 1963 en la que, a juzgar por las defensas, se conservan restos correspondientes a 3 ó 4 elefantes, una hembra, un macho joven y uno o dos adultos.

La longitud de las defensas de un ejemplar adulto superaba normalmente los tres metros. Eran colmillos grandes y robustos, bastante rectos y ligeramente curvados en el extremo. Las defensas de las hembras solían ser más finas y más cortas.

Este elefante antiguo vivió en casi toda Europa en los periodos climáticamente benignos del Pleistoceno medio. En los climas fríos del norte era sustituido por los mamuts.

Estos elefantes necesitaban beber mucha agua, entre 100 y 200 litros diarios, para digerir el alimento y para regular correctamente la temperatura corporal. Ésta es una de las razones por las que tan abundante era en el actual valle de Ambrona, un gran lago en el Pleistoceno.

10 de agosto de 2007

Arcabuceros del XVIII

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, arcabucero puede significar,
1. Soldado armado de arcabuz.
2. Fabricante de arcabuces y de otras armas de fuego.

Hasta hace unos días para mí un arcabucero se limitaba a ser un soldado español pertrechado con escopeta o arcabúz luchando contra flamencos, ingleses, turcos o franceses. La segunda acepción de la palabra, como fabricante de arcabuces y otras armas de fuego, es la que nos ha descubierto la excelente exposición del Palacio Real de Madrid "Tesoros de Fuego. Arcabucería madrileña del Siglo XVIII".

No me gusta la caza. Aborrezco la caza deportiva y no entiendo el placer de matar un ser vivo. Acepto, como necesaria, la caza controlada para el control de fauna en espacios protegidos en los que sus depredadores naturales casi han desaparecido. Pero mis gustos no tienen nada que ver con los de los Reyes Borbones de éstas y otras épocas. Los reyes del siglo XVIII encontraban en la caza no sólo una afición sino un signo de diferenciación con el resto de los mortales.

Sin embargo, ya entrado el XVIII, a reyes y nobleza se le añadieron burgueses y clero que utilizaban la caza con el mismo objetivo que los monarcas: prestigio y entretenimiento de lujo. Los alrededores de Madrid, un entorno natural y de riqueza cinegética conservada irónicamente por los que se aprovechaban en exclusividad de ella, suponían un lugar perfecto para dar rienda suelta a sus reales instintos. El Pardo, la Sierra de Guadarrama, la Casa de Campo... áreas todas ellas en las que Reyes y nobles cazaban piezas de caza mayor y menor y, encima, cerca de la Corte.

Entre los personajes ilustrados de la época que también disfrutaba de la afición venatoria se encontraba el mismísimo Francisco de Goya y Lucientes. El genio maño trasladó a algunos de sus cuadros motivos de caza dando muestra de su gran conocimiento del tema. Carlos III, cazador es una de sus obras más conocidas. En ella, el antiguo rey de Nápoles posa con una escopeta de lujo... lujosamente retratada por el pintor aragonés.

Es un placer admirar en la exposición la que pudiera ser la escopeta real con la que aparece Carlos III en el retrato. Este hecho no es casual. El rey llevaba una de las mejores escopetas a su alcance, que era mucho, evidentemente.

En la Corte madrileña del XVIII muy pocas cosas se podían significar y del prestigio de antaño poco quedaba. Y sin embargo, en las cortes europeas un producto de lujo fabricado en Madrid, las armas de fuego, se cotizaban muy alto.

Nombres como los de Nicolás Bis, Diego Esquibel, José Cano o Francisco Baeza y Bis eran tanto o más conocidos en Europa como el del pintor de Fuendetodos. Estos nombres de arcabuceros no han pasado a la posteridad como los de otros artistas y sin embargo en su época marcaron la diferencia. Desde sus talleres del Madrid de los Austrias servían muchos de ellos de forma exclusiva a la Corona, convirtiendose en funcionarios reales que construían las mejores escopetas, tanto técnica como artísiticamente.

La seguridad de sus reales personas era el objetivo, además del prestigio que suponía la tenencia de escopetas u otras armas de estos arcabuceros. Para evidenciar su origen, como un copyright prehistórico, cada constructor de armas de fuego tenía su sello autentificador, que situaba en la parte superior de la escopeta.

En algunas ocasiones, dos sellos. Uno, del autor original. El segundo, de un arcabucero de tal prestigio que el rey le encargó la remodelación de algunas de sus mejores armas. Se trataba de Francisco Baeza y Bis.

Estos funcionarios reales ocupaban salas específicas de la Real Armería de Palacio. Su acceso al cuerpo de arcabuceros reales era difícil. En la exposición se guardan curiosos documentos relativos a esta relación, como el de Nicolás Bis detallando la composición de su familia en la casa alquilada donde vivía.

Otros documentos interesantes son los anuncios de compra/venta de armas aparecidos en la época, tan sorprendentes como la amplia colección de punzones hallados recientemente y exclusivos de cada arcabucero.

José I Bonaparte, como colofón a su huida de Madrid en plena Guerra de la Independencia de 1812, ordenó tirar abajo la Real Ballestería donde se hallaba la ingente colección real de armas de fuego acabando de paso con la profesión de arcabucero que ahora rescata esta exposición.

Un rescate menos arriesgado que el que realizó en 1812 Manuel Mantilla de los Ríos, funcionario real que logró salvar de la destrucción muchas de esas armas. En la actualidad, se conservan 34 de las trescientas ochenta y una con las que contaba la colección real antes de la Guerra.