29 de octubre de 2007

Los Etruscos

Es una lástima que no se puedan conseguir más fotografías que ilustren la grandeza de la exposición sobre Los Etruscos que ha programado del Museo Arqueológico Nacional para ese último trimestre del año.

La mayor parte de las piezas vienen de museos de la Toscana, especialmente del Arqueológico de Florencia y han sido halladas en diferentes yacimientos etruscos, entre los que destacan Tarquinia, Vetulonia o Chiusi. En próximos viajes a Roma tenemos como imprescindible la visita a las necrópolis de Tarquinia y de Cerveteri. Inexcusable visita si se quiere conocer mínimamente la cultura de los Etruscos, uno de los pobladores de la península itálica conquistados por la cada vez más poderosa y expansionista Roma.

La exposición es impresionante. En un entorno acogedor e iluminado en su justa medida, un elevado número de piezas ubicadas en vitrinas laterales rodean elementos escultóricos de mayor tamaño en el centro de la sala. La visita se abre con un león decorativo procedente de un tumulo funerario y se continúa con, además de algunas urnas que más tarde encontrarán explicación, con el impresionante Frontón de Talamone, del siglo II a.C y que cubría con sus figuras dedicadas al mito griego de "Los siete contra Tebas" la parte superior del Templo del Dios Tinia de Talamone. Tinia era el Dios Supremo de los etruscos, equivalente a Zeus / Júpiter.

A partir de aquí, las piezas se dividen, en los laterales, en función de la época que caracterice al pueblo etrusco. De sus inicios, ubicables temáticamente en el periodo conocido como "villanoviano", entre los siglos IX-VIII a.C., destacan sobre todo las curiosas urnas cinerarias en forma de cabaña donde se guardaban los restos de la cremación de una sociedad aún no excesivamente jerarquizada.

Parte del ajuar asociado a estos enterramientos llama poderosamente la atención: yelmos, numerosas fíbulas en forma de dragón, una cantimplora de bronce muy llamativa y curiosas figuras de bigas y carros tirados por bueyes. Estos ajuares se vuelven particularmente sorprendentes cuando se sucede el periodo orientalizante etrusco, la llamada cultura de los príncipes.

La masiva importación de objetos griegos y orientales, junto con la cada vez mayor diferenciación jerarquica de la sociedad etrusca caracteriza este periodo. Muchas de las piezas de esta parte de la exposición proceden de los espléndidos ajuares funerarios de las tumbas en círculo principescas. El famoso Tridente de una de las tumbas más conocidas de Vetulonia, brillantes piezas de orfebrería en oro (muchas de ellas fíbulas con forma de sanguijuela), algunos osarios con decoraciones que recuerdan a las vasijas ibéricas, yelmos y grebas, piezas de cerámica o numerosos vasos canopes para alojar las almas de los difuntos (y sus restos incinerados).

Pero destaca entre todos ellos un enorme osario de bronce ubicado sobre una silla y con una mesa enfrente. Unos ojos y unos dados completan el ajuar (el resto, desaparecido) en una escenografía funeraria ciertamente impactante. Lamentablemente, no hay imagen disponible de este ajuar, habida cuenta de la imposibilidad de hacer fotos en la exposición.

El siguiente periodo etrusco es el arcaico (580-480 a.C.), en un momento de gran prosperidad cultural. A éste le sigue el llamado periodo clásico en el que la influencia griega es plena y la civilización etrusca comienza a tener problemas con la Roma antigua. A estos periodos pertenecen obras tran emblemáticas como la Mater Matuta de la foto inicial, del siglo V a.C. que no es sino una urna cinearia para la salvaguarda de restos.

Hay que pensar que la mayor parte de lo que se sabe de la civilización etrusca viene de lo que sobre ella escribieron los escritores romanos contemporáneos y de las piezas arqueológicas halladas en sus necrópolis. Razón suficiente para que el penúltimo periodo identificado, el helenístico, se asocie a la fabricación en serie de urnas cinerarias en numerosos puntos de la geografía del alto Lazio, Umbria y la Toscana, como Chiusi o Vetulonia. Estas urnas son muy características, llegando al tamaño de sarcófagos en los casos más espectaculares.

Sus características son siempre similares: una caja con decoración en el exterior de alguna escena mitológica o similar cubiertas con una tapa sobre la que se recuesta una figura (masculina o femenina) habitualmente con túnica y capa y con algún elemento (una pátera, un ritón, etc.).

Y al final, la romanización y la desaparición de una civilización cuyos ecos se pierden en los siglos pero que dejaron suficientes pistas como para despertar un enorme interés, al menos entre los visitantes de la exposición del Arqueológico. No hay más que ver las caras de sorpresa ante los elementos votivos que los antiguos etruscos dejaron como ofrendas y peticiones en los templos de sus urbes. Sorprenden, desde luego, los senos votivos, los órganos internos votivos, los intestinos, los falos, las manos, pies, úteros.. e incluso los bebes vendados. Ex votos anatómicos devocionales a través de los que se imploraba curación, fecundidad o cuidado de los hijos.

27 de octubre de 2007

El castillo de San Antón

En un día precioso de octubre me acerco al Castillo de San Antón, en La Coruña. Una preciosa fortaleza, cárcel en otro tiempo, que remata el precioso paseo marítimo de la ciudad gallega. Atrás quedan las acristaladas casas en las que refulge el sol de la mañana. Se ven desde la entrada al Castillo, convertido ahora en Museo Arqueológico e Histórico de la Ciudad.

Una ciudad marcada por el cercano faro de la Torre de Hércules, el Pharum Briganteum sobre el que recae gran parte de los contenidos del Museo. El gran faro señalaba en su momento la ruta hacia Britania y, en cierto sentido, el final del mundo conocido. Se han hallado cosas muy interesantes en las excavaciones realizadas en la Torre. Hay que pensar que su aspecto actual, con cierto encanto neoclásico, es consecuencia de las actuaciones de recuperación llevadas a cabo en el XVIII. Pero mientras tanto, el faro sirvió de muchas cosas. En el Museo existen representaciones del faro romano primigenio (que aún se conserva en el interior de la Torre de Hércules) y de algunos de los estados por los que ha pasado en su historia.

Pero destacan también las piezas que se han hallado en su derredor. De lo más antiguo, llama la atención una aguja para el pelo, un Acus crinalis romano, con una cabeza femenina como tope así como los restos de algunas chapas de bronce chapadas en oro que debieron pertenecer a una estatua imperial. Y de lo más reciente, llaman la atención los numerosos fragmentos de placas de hueso del siglo XVI… huesos con los que los míseros fareros de la Torre de Hércules construían botones o fichas que completasen su escasa soldada.

El Museo es pequeño y dedica una buena parte a los hallazgos del faro… y de sus cercanías. Numerosas ánforas, especialmente púnicas y romanas, aparecidas en el cercano litoral atlántico pueblan sus vitrinas. Al fin y al cabo, la ciudad romana de Brigantium, de estilo y forma de vida absolutamente romanizada (no se han encontrado estelas o aras funerarias con nombres indígenas), es el mayor proveedor de piezas de interés arqueológico junto con los objetos de bellísima factura de la orfebrería celta.

Nada más entrar en el Castillo de San Antón, en la antigua celda de castigo, se exhibe la colección de orfebrería del Museo. En ella se muestran piezas luminosas, de un dorado brillo que muestra el prestigio de las gentes que llevaron aquellos torques, cascos y cinturones. Muchos de ellos hallados de forma casual. Como el Casco de Leiro, encontrado en una playa, un posible casco ritual de finales de la Edad de Bronce.

Destacan los torques (alguno de ellos masacrado por el infame joyero que trató de desbaratarlo para hacerse con su oro). Estos collares rígidos del mundo castreño se asociaban a personas de cierto rango, hombres y mujeres celtas cuya dignidad se fortalecía con la visión del oro y la plata que constituían sus torques. Además, se exhiben algunos tesorillos, como los de Cícere o el del Castro de Elvira, en los que aparecen gargantillas, pendientes, collares y colgantes de indudable delicadeza técnica.

Es en la parte romana donde el Museo Arqueológico y de Historia coruñés tiene las mejores piezas (excepción hecha de la orfebrería prehistórica y castreña). El asentamiento romano de Brigantium y las villas posteriores de la zona han facilitado el hallazgo de numerosas necrópolis cuyas estelas, lápidas y aras votivas se muestran al público. Los galaico-romanos incineraban e inhumaban a sus muertos, levantando estos monumentos en su memoria.

La época romana debe complementarse indefectiblemente con la muestra de los pueblos que éstos sojuzgaron o con los que compartieron su tiempo. Los numerosos castros fortificados de las tribus galaicas dejaron a su paso las piezas de orfebrería que he mencionado anteriormente.

El Museo tiene otras partes interesantes, desde la prehistoria hasta la guerra de la independencia. Sorprende la presencia de un aljibe, de una cisterna excavada en piedra cuyo interior sobrecoge. Al lado, la reproducción de una embarcación experimental que recrea las posibilidades de la navegación en la prehistoria (la Borna).

Y en la planta alta de la Casa del Gobernador, junto a un precioso jardín con vistas al Atlántico, el área de Historia de la Ciudad, donde se da cuenta, por ejemplo, de algunos de los presos más famosos que pasaron por este Castillo de San Antón.

Los más sorprendentes, el general liberal Díaz Porlier y el famoso navegante y científico Alessandro Malaspina. En ambos casos, sus acciones contra el gobierno de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, llevaron a sus augustas personas a la prisión Coruñesa. Malaspina salió a los pocos años, muriendo en Roma mucho después. Díaz Porlier, que se había ganado la posibilidad de salir un día a la semana para bañarse en un pueblo cercano, terminó sus días en el Castillo de San Antón cuando los lugareños y compañeros de baño se rebelaron contra el poder Borbónico a instancias suyas.


Las garitas de vigilancia del baluarte del Castillo miran ahora a una preciosa ciudad que el sol (y el mar) bañaban esa mañana de octubre.

20 de octubre de 2007

La ciudad desencantada

¿Acaso he perdido la capacidad de asombro? ¿Quizás ya no me dejo llevar por la magia de las cosas? Lo dudo. Vivo, para perplejidad de la gente con la que convivo y quiero, rodeado de mundos de fantasía, en cómic o en libro, en sagas cinematográficas o en sagas literarias. No, no ese el problema de la Ciudad Encantada de Cuenca.

Por si mismo, el sitio natural de la Ciudad Encantada es, ciertamente, impresionante. Pero durante la Visita que hicimos venció "mi lado científico", que quedó profundamente decepcionado por las explicaciones que las guías ofrecen sobre este lugar espectacular.

La Ciudad Encantada es el resultado de la acción del agua sobre roca caliza a lo largo de una enorme cantidad de tiempo. Se trata de una formación karstica en sus ultimas fases, cuando agua, hielo y viento han erosionado de tal modo las rocas calcáreas que estas han terminado modelando formas caprichosas y muy llamativas.

Pero de esto, del origen en la Era Secundaria de este fenomenal karst, poco se dice en las publicaciones sobre la Ciudad encantada.

A su vez, las menciones al precioso pinar en el que se encuentra, en plena Serranía de Cuenca, suelen ubicarse al inicio de la guía, en el apartado general. Junto a ella, menciones sueltas de los diversos olores que el tomillo o la mejorana proporcionan en primavera.

Y ya esta. La parte del león se la llevan las minuciosas descripciones, a cual mas pintoresca y absurda, de las peculiares formaciones en roca que el karst va dejando. "La lucha entre el elefante y el cocodrilo" es lo mas rimbombante, pero también tenemos unos barcos, un hipopótamo, una tortuga... y más a lo grande: un puente romano, un teatro, un convento y hasta un mar de piedra.

Profusas explicaciones acerca de como el cincel de la naturaleza se ha dedicado a modelar formas tan fascinantes como "la foca" en la que (sic) una enorme mole de piedra representa una foca haciendo malabares con su hocico.

La verdad es que es bastante decepcionante. Qué reducidas son las menciones a la flora del lugar, a los numerosos majuelos, bojes, enebros y sabinas que pueblan el Sitio Natural. A pesar de pagar por la entrada, solo un mísero cartel se dedica a comentar brevemente la historia geológica del lugar.

Pero lo peor es que parece que los visitantes no lo echan de menos. "Si, si, mira, parece un perro... Un fox terrier, claro" ó "mira, ahí esta la nariz y ahí la boca de la cara del hombre"...
Y yo no dejo de plantearme que todas esas cosas , para mi banales, no me hacen falta para disfrutar de un lugar único, que encandila, que asombra nada mas encontrarse con la primera formación ("El Tormo", en la primera foto).

Que la Ciudad Encantada emociona por el valor intrínseco que tiene su paisaje erosionado. Que la imaginación popular que ha dado nombre a cada roca sorprendente no es el factor más importante de la visita, al menos para mí.

Que disfruto fijándome en la enorme trinchera que han formado el agua y el hielo en una gran mole calcárea en vez de fijarme en el "vertiginoso tobogán" que vende la guía. Y sin embargo, no soy nada diferente del resto. Yo también he ido a hacer fotos y a emocionarme con uno de los paisajes naturales mas asombrosos de la península ibérica.

11 de octubre de 2007

Osos (entre barrotes) en el Hosquillo

Conocí el Parque Cinegético de "El Hosquillo", como tantos, a través de la inolvidable voz de Rodríguez de la Fuente en una de sus películas (como le gustaba calificarlas) más flojas de la inmejorable serie documental "El Hombre y la Tierra".

En "El Hosquillo", Félix pretendía trasladarnos, en plena década de los 70, a una instalación moderna y con futuro dedicada a la cría de especies de interés cinegético y algunas, como el Oso Pardo (Ursus arctos), en peligro de extinción. Y sin embargo parece que la reserva permanece anclada aún en aquella época, a pesar de los innegables avances que, especialmente en el ámbito de la sensibilización medioambiental, se han llevado a cabo.

Acceder al Hosquillo no es fácil. Hay que reservar con mucho tiempo de adelanto llamando a un teléfono de la Consejería de Medio Ambiente de Castilla La Mancha que a su vez te envía a casa las entradas personalizadas. El acceso está regulado para grupos de 50 personas.

50 personas que, eso sí, recorren el parque, en su mayor parte, en sus propios coches. Un fila de 17 ó 18 coches recorre las estrechas carreteras del parque. Hay muchas familias con niños, indicativo de lo que se puede ver en la Reserva Cinegética. Los guías son gente joven y muy preparada. Acostumbrados al trato con niños, adecúan su explicación a un nivel comprensible para ellos. Cuando se les pregunta, demuestran sus conocimientos, siempre expresados en función del perfil del público.

Nos cuentan la historia de la Reserva, tratando de leer entre líneas. El Hosquillo es un lugar muy especial. Se trata de una reserva de difícil acceso (debido a la orografía del terreno) en el corazón de la Serranía de Cuenca. Es un gran valle de 900 Ha. cerrado por enormes farallones rocosos en cuyo interior se conserva un precioso pinar de Pinus nigra y Pinus silvestris. La dificultad de acceso a este valle propició el que se convirtiera allá por los años 60 en un Parque Cinegético. Se cerraron con enormes vallas sus límites impidiendo la salida a los animales que allí se criaban.

La Reserva cuenta con un "Museo del Hosquillo" tras el que fácilmente se detecta un antiguo museo de trofeos de caza transformado en aras de la concienciación ecológica actual. La colección de animales naturalizados es impresionante. Y no sólo Osos Pardos, sino también linces ibéricos, cabras monteses hispánicas, ciervos, gamos, tejones...

Al menos tienen un uso más adecuado que la mera exposición de trofeos. Ahora los guías, que incluso se atreven a declarar su falta de interés por la caza deportiva, aprovechan para contar las anécdotas más jugosas de la vida de cada especie. Osos que comen piedras para evitar defecar durante la hibernación, muflones que mueren con sus cuernas trabadas en las de un gamo macho, etc.


El público se asombra del tamaño de las hembras de las cabras monteses y el de los machos de los Osos Pardos, de la coloración de los gamos y de los cervatillos, de la ronca de los gamos, la berrea de los ciervos y el ladro de los corzos... en fin, que todos estos animales disecados tienen un fin más que digno.

Del Museo de la Caza se pasa a un Centro de Interpretación convencional pero bastante atractivo. Si bien es un poco absurdo, ya que al ser la visita únicamente guiada no permite verlo íntegramente. Y de allí se pasa a hacer una pequeña visita a la fauna del Hosquillo y a darse cuenta de lo que realmente es ésta Reserva.

Una Reserva Cinegética, claro está. Los más numerosos son los ciervos, gamos y muflones. Sin embargo no conseguimos ver casi ninguno de ellos y sí alguno de los otros pobladores del Parque. La función del Hosquillo es fundamentalmente la repoblación con ungulados de cotos de caza, reservas cinegéticas, etc.

Pero aún así, y ya desde los años 60, se han criado en el Parque otras especies. Una manada de lobos ibéricos (Canis lupus) habita en una zona de la Reserva y tuvimos la oportunidad de entrever a algunos individuos de la manada. Los lobos llaman mucho la atención, pero sin duda los reyes de la función son los Osos Pardos.

No es difícil encontrar en internet noticias descorazonadoras sobre osos muertos en extrañas circunstancias en el Hosquillo. Los mismos guías contestan sin reparos a las preguntas de los visitantes sobre osos muertos recientemente (sin aceptar actos incontrolados, por supuesto). El caso es que los osos pardos de la población del Hosquillo, procedentes de circos y zoológicos privados, tuvieron una función inicial orientada a la repoblación de áreas oseras con oseznos nacidos en El Hosquillo. Nada de eso parece haber ocurrido nunca, a pesar de lo que Rodríguez de la Fuente pensara durante la filmación de su película.

Es cierto que la superficie dedicada a los pocos osos que allí perviven (no superan los 4 ó 5) es enorme comparada con la de otros Parques similares como el de Cabárceno. Pero la visión del enorme Oso Pardo macho llamado "Musgo" mordiendo los barrotes de la verja que separa su área de campeo con la de los 50 visitantes que le hacen fotos (entre ellos,nosotros, para qué vamos a engañarnos), es un poco triste.

"Musgo" estaba acompañado de un par de hembras ("Silvia" y "Sabina" si mal no recuerdo). Su tamaño era enorme. El de las hembras un poco menor. Los visitantes quedaron encantados con la espectacularidad del plantígrado así como de su tranquila mirada y movimientos. Los guías trataban de contar más cosas de la vida de estos animales compaginándolo con la observación de una buitrera cercana.

Tuvimos algo de mala suerte, pues no aparecieron por allí ninguna de las águilas reales, águilas perdiceras ni halcones peregrinos que pueblan el precioso valle que conforma el Hosquillo. Marchamos, pues, con nuestros coches por entre los pinares, entre los que aparecían sin pudor algunos ciervos y gamos que, posiblemente, en el futuro pasarían a engrosar las filas de un Coto de Caza.

4 de octubre de 2007

Patinir y la invención del paisaje


Siglo XV, Países Bajos. La Edad Media esta dando paso al Renacimiento.

Economicamente, las cosas van a mejor. En Amberes existe una gran demanda de pinturas, especialmente de pinturas de temática religiosa. Se abren numerosos talleres en los que trabajan un buen numero de pintores a sueldo.

Curiosamente, muchos de ellos se especializan en temas concretos. Unos pintan figuras, otros interiores, otros paisajes... Todos trabajan coordinados para producir obras de calidad para clientes exigentes.

En años posteriores, los grandes artistas se dedicaran a pintar o incluso esbozar las figuras humanas y retratos de sus cuadros. Los fondos, los paisajes, los edificios, los vestidos o la decoración de paredes sera responsabilidad de los pintores de su taller. Y sin embargo, con Patinir ocurre al contrario.

Patinir se especializa en paisajes. Innova donde otros solo vieron confusos fondos de acompañamiento. Donde otros vieron algo accesorio, Patinir inventa una nueva interpretación del arte. Patinir inventa el paisaje. Y no un paisaje cualquiera.

El belga se esfuerza y, mas allá del simbolismo asociado a cada detalle de las obras de arte de la época, incluye en sus cuadros animales totalmente reconocibles. Un herrerillo, tritones, garzas... Pero también flora. No llega al detalle de los asombrosos "trozos de hierba" de Durero, pero si se ocupa de ser ciertamente fiel a la flora asociada a cada paisaje.

Pero los detalles forman parte de un todo. Ese todo son los magníficos y coloridos paisajes en los que se enmarcan las escenas bíblicas o mitológicas tan de moda en su época. Muchas de ellas a un tamaño tan reducido que se pierden en el escenario o escenarios de la obra.

Quedan pocos días para poder ver la sorprendente exposición que sobre Joaquim Patinir se expone en el Museo del Prado. El público en general no conoce a Patinir (yo me incluyo). Quizá por ello, gusta más esta exposición, que reúne 22 de los 29 cuadros que firmó el artista en su época.

29 cuadros es una cifra ínfima comparada con la de otros grandes maestros de la pintura. El esfuerzo del Prado en presentar casi toda la obra de Patinir es encomiable y, además, permite entrar en un mundo poblado de espectaculares paisajes, de vivos colores, de figuras que pasan desapercibidas aún cuando protagonizan el lienzo.

Permite además disfutar de multitud de detalles que asombrarán al conocedor de la flora y la fauna del continente.

La exposición cuenta con obras tan famosas como las aquí expuestas (El paso de la Laguna Estigia, Paisaje con San Jerónimo y Paisaje con San Cristóbal) pero también con numerosos lienzos traídos de todas partes del mundo que dejan maravillado al visitante, como debieron dejar maravillados a clientes y pintores de la época, que continuaron la senda iniciada por Patinir llevando al paisaje a las cotas más altas del arte.

Un camino que inició Patinir en 1515 (falleció en 1524) y al que Durero no dudó en presentar como "el buen pintor de paisajes".