27 de octubre de 2007

El castillo de San Antón

En un día precioso de octubre me acerco al Castillo de San Antón, en La Coruña. Una preciosa fortaleza, cárcel en otro tiempo, que remata el precioso paseo marítimo de la ciudad gallega. Atrás quedan las acristaladas casas en las que refulge el sol de la mañana. Se ven desde la entrada al Castillo, convertido ahora en Museo Arqueológico e Histórico de la Ciudad.

Una ciudad marcada por el cercano faro de la Torre de Hércules, el Pharum Briganteum sobre el que recae gran parte de los contenidos del Museo. El gran faro señalaba en su momento la ruta hacia Britania y, en cierto sentido, el final del mundo conocido. Se han hallado cosas muy interesantes en las excavaciones realizadas en la Torre. Hay que pensar que su aspecto actual, con cierto encanto neoclásico, es consecuencia de las actuaciones de recuperación llevadas a cabo en el XVIII. Pero mientras tanto, el faro sirvió de muchas cosas. En el Museo existen representaciones del faro romano primigenio (que aún se conserva en el interior de la Torre de Hércules) y de algunos de los estados por los que ha pasado en su historia.

Pero destacan también las piezas que se han hallado en su derredor. De lo más antiguo, llama la atención una aguja para el pelo, un Acus crinalis romano, con una cabeza femenina como tope así como los restos de algunas chapas de bronce chapadas en oro que debieron pertenecer a una estatua imperial. Y de lo más reciente, llaman la atención los numerosos fragmentos de placas de hueso del siglo XVI… huesos con los que los míseros fareros de la Torre de Hércules construían botones o fichas que completasen su escasa soldada.

El Museo es pequeño y dedica una buena parte a los hallazgos del faro… y de sus cercanías. Numerosas ánforas, especialmente púnicas y romanas, aparecidas en el cercano litoral atlántico pueblan sus vitrinas. Al fin y al cabo, la ciudad romana de Brigantium, de estilo y forma de vida absolutamente romanizada (no se han encontrado estelas o aras funerarias con nombres indígenas), es el mayor proveedor de piezas de interés arqueológico junto con los objetos de bellísima factura de la orfebrería celta.

Nada más entrar en el Castillo de San Antón, en la antigua celda de castigo, se exhibe la colección de orfebrería del Museo. En ella se muestran piezas luminosas, de un dorado brillo que muestra el prestigio de las gentes que llevaron aquellos torques, cascos y cinturones. Muchos de ellos hallados de forma casual. Como el Casco de Leiro, encontrado en una playa, un posible casco ritual de finales de la Edad de Bronce.

Destacan los torques (alguno de ellos masacrado por el infame joyero que trató de desbaratarlo para hacerse con su oro). Estos collares rígidos del mundo castreño se asociaban a personas de cierto rango, hombres y mujeres celtas cuya dignidad se fortalecía con la visión del oro y la plata que constituían sus torques. Además, se exhiben algunos tesorillos, como los de Cícere o el del Castro de Elvira, en los que aparecen gargantillas, pendientes, collares y colgantes de indudable delicadeza técnica.

Es en la parte romana donde el Museo Arqueológico y de Historia coruñés tiene las mejores piezas (excepción hecha de la orfebrería prehistórica y castreña). El asentamiento romano de Brigantium y las villas posteriores de la zona han facilitado el hallazgo de numerosas necrópolis cuyas estelas, lápidas y aras votivas se muestran al público. Los galaico-romanos incineraban e inhumaban a sus muertos, levantando estos monumentos en su memoria.

La época romana debe complementarse indefectiblemente con la muestra de los pueblos que éstos sojuzgaron o con los que compartieron su tiempo. Los numerosos castros fortificados de las tribus galaicas dejaron a su paso las piezas de orfebrería que he mencionado anteriormente.

El Museo tiene otras partes interesantes, desde la prehistoria hasta la guerra de la independencia. Sorprende la presencia de un aljibe, de una cisterna excavada en piedra cuyo interior sobrecoge. Al lado, la reproducción de una embarcación experimental que recrea las posibilidades de la navegación en la prehistoria (la Borna).

Y en la planta alta de la Casa del Gobernador, junto a un precioso jardín con vistas al Atlántico, el área de Historia de la Ciudad, donde se da cuenta, por ejemplo, de algunos de los presos más famosos que pasaron por este Castillo de San Antón.

Los más sorprendentes, el general liberal Díaz Porlier y el famoso navegante y científico Alessandro Malaspina. En ambos casos, sus acciones contra el gobierno de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, llevaron a sus augustas personas a la prisión Coruñesa. Malaspina salió a los pocos años, muriendo en Roma mucho después. Díaz Porlier, que se había ganado la posibilidad de salir un día a la semana para bañarse en un pueblo cercano, terminó sus días en el Castillo de San Antón cuando los lugareños y compañeros de baño se rebelaron contra el poder Borbónico a instancias suyas.


Las garitas de vigilancia del baluarte del Castillo miran ahora a una preciosa ciudad que el sol (y el mar) bañaban esa mañana de octubre.