25 de junio de 2008

La estación fantasma que dejó de serlo

19062008(006)Después de muchos años de reivindicaciones, el Ayuntamiento de Madrid ha decidido restaurar la abandonada estación de Chamberí de la Línea 1. Durante muchísimos años, los viajeros de Metro de Madrid usuarios de la línea 1 mirábamos con interés por las ventanas el oscuro, oscurísimo, paisaje que se dejaba entrever en los túneles de la línea entre las estaciones de Iglesia y Bilbao.

Muchos años, efectivamente, pasaron los andenes y el resto de instalaciones de la estación de Chamberí a oscuras, abandonada y dejada a los vándalos que llenaron de pintadas los azulejos de sus paredes. Era casi ya un mito urbano y una solicitud silenciosa pero en boca de todos su restauración. Por fin, el Ayuntamiento nos ha hecho caso y la ha convertido en el Centro de Interpretación del Metro, donde no sólo se pueden visitar las antiguas instalaciones, sino que aprovecha la vetusta entrada a la Estación (tapiada) para emitir un curioso vídeo con la historia de la anteriormente llamada Compañía Metropolitana Alfonso XIII, que es quien la inauguró y quien incluso donó un millón de aquellas pesetas de los primeros años del siglo XX para su construcción.

19062008(002)Visitar la Estación de Chamberí es un gusto. La visita es, además, en parte guiada. Lástima que no se haya reproducido la entrada original a la estación, pero es lo que hay. Una amable señorita nos guía en nuestra estancia y nos cuenta curiosidades de las instalaciones, por cierto, ejemplarmente restauradas. Los azulejos brillan con un blanco sólido que ni siquiera en el momento del cierre de Chamberí, en 1966, debieron tener ese aspecto.

El vestíbulo de la entrada (curioso: Vestíbulo viene del vestibulum romano, pues a la entrada de numerosas casas romanas había un relieve de la Diosa del Hogar Vesta, but I digress) cuenta con el mobiliario original, los tornos de entrada y las sillas de los taquilleros, altas y mancas para facilitar el movimiento del personal al vender los billetes. Un panel de avisos de la época nos informa de las tarifas de las expediciones, particularizadas para cada viaje. A modo de ceniceros de mármol, estructuras cuadrangulares recibían las pesetas y céntimos de los viajeros que pagaban sus billetes.

19062008(005)Nada más entrar por los tornos, llama la atención la cartelería, los "termómetros" con los esquemas de línea y los direccionales a los  andenes. Llaman la atención porque están pintados directamente en la pared. Parece mentira hoy en día, pero cuando se ampliaba la línea, también se ampliaba litealmente el esquema, quitando azulejos y pintando las nuevas estaciones.

Bajamos hacia el único andén visitable. Los escalones titilan ante la luz de las bombillas, similares a las originales de la estación. Y brillan porque recrean los originales, que estaban construidos con un mortero mezcla de cemento, arena, agua y vidrio de envases machacados. Así se evitaba su desgaste y los resbalones de los pasajeros.

19062008(007)Llegar al andén es sobrecogedor. Siguen pasando los trenes, a la velocidad real. El acceso a las vías está tapado por paneles de cristales. La estética del andén continúa la del resto de la estación, diseñada por el arquitecto Antonio Palacios: funcional, limpia, luminosa. Azulejos blancos cubren las paredes, en las que destacan, por su tamaño y belleza, los anuncios publicitarios de piezas cerámicas.

Al principio, la publicidad se realizó también en azulejos. Más tarde fueron sustituidos por materiales de tela y finalmente por el papel de hoy en día (ya en vías de sustitución por nuevos modos). En los espacios imposibles de recuperar por el vandalismo de otrora, se han dispuesto paneles en los que se emiten imágenes retrospectivas de principios de siglo XX. A modo de máquina del tiempo y con buenos resultados. La ambientación es fenomenal.

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La mayor parte de los visitantes se quedan anonadados ante la belleza de los carteles publicitarios. En su momento debían ser vistos con la misma inapetencia que lo que hacemos actualmente. Pero ahora tienen una pátina de la que antes carecían: el tiempo puede mejorar muchas cosas (otras, las deja igual o peor).

Las Aguas minerales naturales de Carabaña comparten espacio con los Almacenes Rodríguez (que nos piden "Sírvase apearse en la Estación de Gran Vía"), el Café Torrefacto La Estrella o con los jabones Gal. Todos ellos, en azulejos de colorista impresión que posiblemente atenuaran la sensación de claustrofobia que algunos viajeros de entonces podían presentar.

Después de una larga historia, en 1919 se inauguró el Metro de Madrid (el último, después de París, Londres, Berlín y un largo etcétera). El 17 de octubre de 1919 Alfonso XIII inauguró la primera línea de Metro, de tres kilómetros y medio, entre Cuatro Caminos y Sol. La Estación de Chamberí era una de las intermedias, junto con Ríos Rosas, Martínez Campos (actual Iglesia), Bilbao, Hospicio (actual Tribunal) y Red de San Luis (actual Gran Vía).

19062008(010) Muchos años después, en la década de los 60, el incremento del tráfico de pasajeros impuso la modificación de las estaciones de la línea 1, alargándolas para poner en servicio trenes de mayor capacidad. Chamberí, en curva y muy próxima a Bilbao y a Iglesia, no pasó el filtro y ante la imposibilidad técnica de ampliarla, se cerró en 1966.

Quedaron entonces abandonadas sus instalaciones y material asociado. De los carteles romboidales originales de Metro, también diseñados por Antonio Palacios, sólo pervive uno y no está expuesto en Chamberí. En todo caso, la restauración es un éxito, el proyecto de Andén 0 como Centro de Interpretación que incluye la visita a la Nave de Motores de Pacífico, merece todo tipo de elogios.

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Por fin los túneles de paso, los andenes y el vestíbulo de Chamberí han vuelto a la vida, ha vuelto a ellos la gente, las voces, los trenes, el ruido, la luz... porque desde 1966 la única luz que iluminaba los abandonados espacios de Chamberí era la de la lámpara de Phillips que sostenía una alegre holandesa en uno de los mejores anuncios publicitarios de toda la Estación. Y es que las lámparas Phillips, las mejores del mundo según el eslógan de la época, presumían de ser de fabricación holandesa.

 

 

18 de junio de 2008

Los Escitas en el MARQ

Marq EscitasEl Museo Arqueológico de Alicante se ha caracterizado desde su inauguración por su faceta innovadora y fuera de lo común en el ámbito museístico español. Y lo mismo vale para sus exposiciones temporales.

El verano pasado estuvimos viendo la magnífica exposición de los Asirios. Con la siguiente, sobre Pompeya, fue imposible. No ha sido así con la nueva exposición, "Escitas. Tesoros de Tuvá", a la que desde luego merece la pena acercarse. Es una exposición corta, pero resultona.

Los escitas siempre nos han pillado demasiado lejos, allá por las tierras más lejanas del continente asiático. Y sin embargo, los llegamos a tener bien cerca. Como pueblo, se extendieron de forma sorprendente desde las actuales tierras mongolas hasta el Mar Negro. Heródoto hace mención a los escitas en su libro IV de Historia como uno de los pueblos de costumbres más bárbaras de los que había conocido en sus viajes. Y eso que sólo llegó hasta el Mar Negro, donde habitaban los escitas más occidentales.

Tampoco hay que exagerar. El pueblo escita, nómada e indoeuropeo, habitó una gran zona de Europa y Asia en el primer milenio antes de nuestra Era. De su origen trata buena parte de la Exposición del MARQ, dedicada a los restos que los pobladores del paleolítico, neolítico y edad del bronce dejaron en los futuros territorios escitas. Muchas de las piezas sorprenden a la primera, en particular unas figuras dibujadas más que labradas en láminas de hueso que recogen la imagen que de las mujeres de aquella zona de la edad del bronce tenían los artesanos. Imágenes traídas de hace miles de años que parecen caricaturas actuales. De estos hombres proceden los escitas que terminó describiendo Heródoto cuando viajó allá en el siglo V antes de nuestra Era por las colonias griegas de la costa septentrional del Mar Negro.

ScythiansY no dejó muy buena imagen de ellos:

LXIV. Acerca de sus usos y conducta en la guerra, el escita bebe luego la sangre al primer enemigo que derriba, y a cuantos mata en las refriegas y batallas les corta la cabeza y la presenta después al soberano: ¡infeliz del que ninguna presenta! pues no le cabe parte alguna en los despojos, de que solo participa el que las traiga. Para desollar la cabeza cortada al enemigo, hacen alrededor de ella un corte profundo de una a otra oreja, y asiendo de la piel la arrancan del cráneo, y luego con una costilla de buey la van descarnando, y después la ablandan y adoban con las manos, y así curtida la guardan como si fuera una toalla. El escita guerrero ata de las riendas del caballo en que va montado y lleva como en triunfo aquel colgajo humano, y quien lleva o posee mayor número de ellos es reputado por el más bravo soldado: aun se hallan muchos entre ellos que hacen coser en sus capotes aquellas pieles, como quien cose un pellico. Otros muchos, desollando la mano derecha del enemigo, sin quitarle las uñas, hacen de ella, después de adobada, una tapa para su ataba; y no hay que admirarse de esto, pues el cuero humano, recio y reluciente, sin duda adobado saldría más blanco y lustroso que ninguna de las otras pieles. Otros muchos, desollando al muerto de pies a cabeza, y clavando en un palo aquella momia, van paseándola en su mismo caballo.

LXV. Tales son sus leyes y usos de guerra; pero aun hacen más con las cabezas, no de todos, sino de sus mayores enemigos. Toma su sierra el escita y corta por las cejas la parte superior del cráneo y la limpia después; si es pobre, conténtase cubriéndolo con cuero crudo de buey; pero si es rico, lo dora, y tanto uno como otro se sirven después de cráneo como de vaso para beber. Esto mismo practican aun con las personas más familiares y allegadas; si teniendo con ellas alguna riña o pendencia, logran sentencia favorable contra ellas en presencia del rey. Cuando un escita recibe algunos huéspedes a quienes honra particularmente, les presenta las tales cabezas convertidas en vasos, y les da cuenta de cómo aquellos sus domésticos quisieron hacerle guerra, y que él salió vencedor. Esta, entre ellos, es la mayor prueba de ser hombres de provecho.

Sus rasgos de identidad cultural se resumen en la llamada Tríada escita: el equipamiento del caballo, el armamento (en particular, el arco, del que se presenta un excepcional resto en la exposición con flechas de variada fabricación) y el arte de estilo animal. Numerosos objetos zoomorfos se reparten por las vitrinas: espejos, puñales, adornos, joyas.. con formas de carneros, cabras, caballos, panteras, águilas... el mundo animal representaba un motivo de identificación para los escitas. El caballo, sobre el que cabalgaban y desde el que certeramente lanzaban sus flechas era el más significativo.

img_4El caballo, que les acompañaba en la muerte como lo había hecho en vida. Cadáveres de caballos sacrificados, junto con otros de seres humanos, acompañan en sus túmulos a los grandes personajes escitas que decidieron enterrarse por las actuales tierras de la República Rusa de Tuvá. De las excavaciones allí realizadas, y coordinadas por el Instituto de Historia de la Cultura Material de San Petersburgo, proceden un buen número de piezas de la exposición. Gracias a lo hallado en estos grandes túmulos (también llamados kurganes) de piedra y tierra se ha podido conocer la cultura material escita (en particular, vestimenta, orfebreria, cerámica, armas, equipos de trabajo..).

Quienes allí se enterraban eran los guerreros jinetes de mejor posición social, por lo que lo que les acompañaba en el tránsito a su otro mundo podía ser impresionante. El oro, por ejemplo, era indicio del nivel jerárquico de la estructura social al que pertenecía cada uno. Las tumbas de Tuvá están repletas de numerosos objetos de oro. Entre ellos, destaca una preciosa chapa de oro en espiral que abre esta entrada de Isla Muir.

Las formas animales aparecen también recurrentemente en oro. Espléndidas águilas y panteras junto con figuras dejadas al albur del azar decoraban la vestimenta de los escitas. Oro en los torques, en las joyas, en las prendas. Todo ese oro aparece guarnecido en una sala oscura y embriagante al final de una exposición que nos acerca un pueblo que desapareció hace miles de años y que dejó su huella en este mundo: en forma de túmulos, en restos arqueológicos y en la palabra del más grande historiador de la antigüedad, Heródoto.

7 de junio de 2008

Sorolla e os seus contemporáneos

niña sorolla Aunque esta niña que mira al mar ejemplifica a la perfección la belleza casi onírica que Joaquín Sorolla y Bastida otorgaba a sus obras, no era ésta la que yo buscaba para abrir esta entrada. Era "Entre naranjos", un cuadro divertido, luminoso como casi todos los del genial pintor valenciano. Y raro de ver.

Raro porque tanto esta niña como las parejas de valencianos que juegan bajo los rayos de sol filtrados por los naranjos son obras expuestas en el Museo de Bellas Artes de La Habana. Estos días han hecho un viaje trasatlántico y hechizan a los visitantes que el centro de la Fundación Caixa Galicia tiene en Santiago de Compostela. Junto a las de Sorolla, se expone lo que Zuloaga, Rusiñol, Anglada-Camarasa y otros tantos pintores españoles lograron a finales del XIX y principios del XX: marcar un antes y un después en la historia de la pintura.

Sorolla no sólo da nombre a la muestra, es su verdadero corazón. Hay varias obras del valenciano en la segunda planta de la sede de Santiago y casi todas ellas merecen nuestra atención. Es cierto que algunas como "Gitana" me decepcionaron un poco, pero con "Entre naranjos" o "Niña mirando al mar" uno no puede sino sentir admiración ante la genialidad de este hombre que supo trascender el tiempo con trazos muchas veces gruesos pero que a la distancia adecuada se convierten en luces, reflejos, sinfonías de colores que alcanzan la maestría en la serie dedicada a las playas valencianas y a sus gentes.

naranjoDentro de poco estará por aquí la exposición basada en lo que la Hispanic Society of America encargó en su momento a Sorolla: los tipos y gentes de España. Mientras tanto, además de admirar su preciosa Casa Museo en el Centro de Madrid, tendremos la posibilidad de ver 17 de sus mejores obras en esta exposición gallega. Algunas de ellas son del periodo valenciano, pero también las hay de paisajes del norte, donde cambiaba el brillante azul marino del Mediterráneo por el gris lluvioso, tan característico del cantábrico vasco.

Los retratos también eran su fuerte. Alguno hay en la exposición, pero enseguida se te van los ojos de nuevo a la delicadeza de sus cuadros de paisajes y gentes, que se vuelven de trazo grueso y sorprendente en la cercanía. Este grado de maestría no lo han logrado muchos pintores, por lo que Sorolla sigue destacando como uno de los nombres clave de la pintura española del siglo XX, impresionista con base en los arquetipos clásicos que supo detectar con sensibilidad por donde se moverían las modas pictóricas en los años siguientes.

Contrasta de forma radical con Zuloaga, pintor de claroscuros, tanto en el pincel como en los motivos. Suyos son los cuadros más hondos de la muestra, aquellos en los que grises, negros, pardos oscuros dibujan una España de verdadero fin de siglo, de decadencia y pasmo. Es cierto que esta cruz se la ha llevado Ignacio Zuloaga (quizá Sorolla se ganó la imagen de la esperanza ante el mismo hecho), pero no deja de ser sobrecogedora la sensación que uno tiene ante algunos usos y costumbres reflejados en las obras de Zuloaga, digno heredero del Goya de los últimos años.

almendrosEnfrente se sitúan otras muchas obras, entre las que destacan las de los catalanes Rusiñol (al que pertenecen los "almendros" de aquí al lado) y Hermenegildo Anglada-Camarasa (así firmaba sus obras, ahora se le conoce como Hermen).

Sus paisajes, sus obras, les sitúan más cerca del valenciano que del vasco, y representan un torrente de actividad pictórica que tiene a la luz, a los vivos colores del impresionismo, a los trazos sueltos y al delicado uso de paisajes y paisanos sus más decididos argumentos para pasarse a visitar este preciosa exposición.