Aunque esta niña que mira al mar ejemplifica a la perfección la belleza casi onírica que Joaquín Sorolla y Bastida otorgaba a sus obras, no era ésta la que yo buscaba para abrir esta entrada. Era "Entre naranjos", un cuadro divertido, luminoso como casi todos los del genial pintor valenciano. Y raro de ver.
Raro porque tanto esta niña como las parejas de valencianos que juegan bajo los rayos de sol filtrados por los naranjos son obras expuestas en el Museo de Bellas Artes de La Habana. Estos días han hecho un viaje trasatlántico y hechizan a los visitantes que el centro de la Fundación Caixa Galicia tiene en Santiago de Compostela. Junto a las de Sorolla, se expone lo que Zuloaga, Rusiñol, Anglada-Camarasa y otros tantos pintores españoles lograron a finales del XIX y principios del XX: marcar un antes y un después en la historia de la pintura.
Sorolla no sólo da nombre a la muestra, es su verdadero corazón. Hay varias obras del valenciano en la segunda planta de la sede de Santiago y casi todas ellas merecen nuestra atención. Es cierto que algunas como "Gitana" me decepcionaron un poco, pero con "Entre naranjos" o "Niña mirando al mar" uno no puede sino sentir admiración ante la genialidad de este hombre que supo trascender el tiempo con trazos muchas veces gruesos pero que a la distancia adecuada se convierten en luces, reflejos, sinfonías de colores que alcanzan la maestría en la serie dedicada a las playas valencianas y a sus gentes.
Dentro de poco estará por aquí la exposición basada en lo que la Hispanic Society of America encargó en su momento a Sorolla: los tipos y gentes de España. Mientras tanto, además de admirar su preciosa Casa Museo en el Centro de Madrid, tendremos la posibilidad de ver 17 de sus mejores obras en esta exposición gallega. Algunas de ellas son del periodo valenciano, pero también las hay de paisajes del norte, donde cambiaba el brillante azul marino del Mediterráneo por el gris lluvioso, tan característico del cantábrico vasco.
Los retratos también eran su fuerte. Alguno hay en la exposición, pero enseguida se te van los ojos de nuevo a la delicadeza de sus cuadros de paisajes y gentes, que se vuelven de trazo grueso y sorprendente en la cercanía. Este grado de maestría no lo han logrado muchos pintores, por lo que Sorolla sigue destacando como uno de los nombres clave de la pintura española del siglo XX, impresionista con base en los arquetipos clásicos que supo detectar con sensibilidad por donde se moverían las modas pictóricas en los años siguientes.
Contrasta de forma radical con Zuloaga, pintor de claroscuros, tanto en el pincel como en los motivos. Suyos son los cuadros más hondos de la muestra, aquellos en los que grises, negros, pardos oscuros dibujan una España de verdadero fin de siglo, de decadencia y pasmo. Es cierto que esta cruz se la ha llevado Ignacio Zuloaga (quizá Sorolla se ganó la imagen de la esperanza ante el mismo hecho), pero no deja de ser sobrecogedora la sensación que uno tiene ante algunos usos y costumbres reflejados en las obras de Zuloaga, digno heredero del Goya de los últimos años.
Enfrente se sitúan otras muchas obras, entre las que destacan las de los catalanes Rusiñol (al que pertenecen los "almendros" de aquí al lado) y Hermenegildo Anglada-Camarasa (así firmaba sus obras, ahora se le conoce como Hermen).
Sus paisajes, sus obras, les sitúan más cerca del valenciano que del vasco, y representan un torrente de actividad pictórica que tiene a la luz, a los vivos colores del impresionismo, a los trazos sueltos y al delicado uso de paisajes y paisanos sus más decididos argumentos para pasarse a visitar este preciosa exposición.