El Museo Arqueológico de Alicante se ha caracterizado desde su inauguración por su faceta innovadora y fuera de lo común en el ámbito museístico español. Y lo mismo vale para sus exposiciones temporales.
El verano pasado estuvimos viendo la magnífica exposición de los Asirios. Con la siguiente, sobre Pompeya, fue imposible. No ha sido así con la nueva exposición, "Escitas. Tesoros de Tuvá", a la que desde luego merece la pena acercarse. Es una exposición corta, pero resultona.
Los escitas siempre nos han pillado demasiado lejos, allá por las tierras más lejanas del continente asiático. Y sin embargo, los llegamos a tener bien cerca. Como pueblo, se extendieron de forma sorprendente desde las actuales tierras mongolas hasta el Mar Negro. Heródoto hace mención a los escitas en su libro IV de Historia como uno de los pueblos de costumbres más bárbaras de los que había conocido en sus viajes. Y eso que sólo llegó hasta el Mar Negro, donde habitaban los escitas más occidentales.
Tampoco hay que exagerar. El pueblo escita, nómada e indoeuropeo, habitó una gran zona de Europa y Asia en el primer milenio antes de nuestra Era. De su origen trata buena parte de la Exposición del MARQ, dedicada a los restos que los pobladores del paleolítico, neolítico y edad del bronce dejaron en los futuros territorios escitas. Muchas de las piezas sorprenden a la primera, en particular unas figuras dibujadas más que labradas en láminas de hueso que recogen la imagen que de las mujeres de aquella zona de la edad del bronce tenían los artesanos. Imágenes traídas de hace miles de años que parecen caricaturas actuales. De estos hombres proceden los escitas que terminó describiendo Heródoto cuando viajó allá en el siglo V antes de nuestra Era por las colonias griegas de la costa septentrional del Mar Negro.
Y no dejó muy buena imagen de ellos:
LXIV. Acerca de sus usos y conducta en la guerra, el escita bebe luego la sangre al primer enemigo que derriba, y a cuantos mata en las refriegas y batallas les corta la cabeza y la presenta después al soberano: ¡infeliz del que ninguna presenta! pues no le cabe parte alguna en los despojos, de que solo participa el que las traiga. Para desollar la cabeza cortada al enemigo, hacen alrededor de ella un corte profundo de una a otra oreja, y asiendo de la piel la arrancan del cráneo, y luego con una costilla de buey la van descarnando, y después la ablandan y adoban con las manos, y así curtida la guardan como si fuera una toalla. El escita guerrero ata de las riendas del caballo en que va montado y lleva como en triunfo aquel colgajo humano, y quien lleva o posee mayor número de ellos es reputado por el más bravo soldado: aun se hallan muchos entre ellos que hacen coser en sus capotes aquellas pieles, como quien cose un pellico. Otros muchos, desollando la mano derecha del enemigo, sin quitarle las uñas, hacen de ella, después de adobada, una tapa para su ataba; y no hay que admirarse de esto, pues el cuero humano, recio y reluciente, sin duda adobado saldría más blanco y lustroso que ninguna de las otras pieles. Otros muchos, desollando al muerto de pies a cabeza, y clavando en un palo aquella momia, van paseándola en su mismo caballo.
LXV. Tales son sus leyes y usos de guerra; pero aun hacen más con las cabezas, no de todos, sino de sus mayores enemigos. Toma su sierra el escita y corta por las cejas la parte superior del cráneo y la limpia después; si es pobre, conténtase cubriéndolo con cuero crudo de buey; pero si es rico, lo dora, y tanto uno como otro se sirven después de cráneo como de vaso para beber. Esto mismo practican aun con las personas más familiares y allegadas; si teniendo con ellas alguna riña o pendencia, logran sentencia favorable contra ellas en presencia del rey. Cuando un escita recibe algunos huéspedes a quienes honra particularmente, les presenta las tales cabezas convertidas en vasos, y les da cuenta de cómo aquellos sus domésticos quisieron hacerle guerra, y que él salió vencedor. Esta, entre ellos, es la mayor prueba de ser hombres de provecho.
Sus rasgos de identidad cultural se resumen en la llamada Tríada escita: el equipamiento del caballo, el armamento (en particular, el arco, del que se presenta un excepcional resto en la exposición con flechas de variada fabricación) y el arte de estilo animal. Numerosos objetos zoomorfos se reparten por las vitrinas: espejos, puñales, adornos, joyas.. con formas de carneros, cabras, caballos, panteras, águilas... el mundo animal representaba un motivo de identificación para los escitas. El caballo, sobre el que cabalgaban y desde el que certeramente lanzaban sus flechas era el más significativo.
El caballo, que les acompañaba en la muerte como lo había hecho en vida. Cadáveres de caballos sacrificados, junto con otros de seres humanos, acompañan en sus túmulos a los grandes personajes escitas que decidieron enterrarse por las actuales tierras de la República Rusa de Tuvá. De las excavaciones allí realizadas, y coordinadas por el Instituto de Historia de la Cultura Material de San Petersburgo, proceden un buen número de piezas de la exposición. Gracias a lo hallado en estos grandes túmulos (también llamados kurganes) de piedra y tierra se ha podido conocer la cultura material escita (en particular, vestimenta, orfebreria, cerámica, armas, equipos de trabajo..).
Quienes allí se enterraban eran los guerreros jinetes de mejor posición social, por lo que lo que les acompañaba en el tránsito a su otro mundo podía ser impresionante. El oro, por ejemplo, era indicio del nivel jerárquico de la estructura social al que pertenecía cada uno. Las tumbas de Tuvá están repletas de numerosos objetos de oro. Entre ellos, destaca una preciosa chapa de oro en espiral que abre esta entrada de Isla Muir.
Las formas animales aparecen también recurrentemente en oro. Espléndidas águilas y panteras junto con figuras dejadas al albur del azar decoraban la vestimenta de los escitas. Oro en los torques, en las joyas, en las prendas. Todo ese oro aparece guarnecido en una sala oscura y embriagante al final de una exposición que nos acerca un pueblo que desapareció hace miles de años y que dejó su huella en este mundo: en forma de túmulos, en restos arqueológicos y en la palabra del más grande historiador de la antigüedad, Heródoto.