27 de mayo de 2010

El retiro del Emperador en Yuste

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Paseando por el Museo del Prado de Madrid, hay algunas obras que llaman la atención por sí mismas a pesar de estar rodeadas de cientos de lienzos. Cuando eres niño, es posible que todas te parezcan iguales, pero llega un momento en el que tu percepción cambia y no sabes bien si es por ti mismo o porque un pintor determinado ha sobresalido tanto de la media de los demás que es imposible no fijarse en él. O quizá es por el magnetismo que sugiere el retratado. Eso le pasa a Velázquez. Pero también le pasa a Tiziano.

Carlos V a caballo en la batalla de Mühlberg representa al último de los reyes hispanos que luchó en una batalla de forma activa. A partir de él, Austrias y Borbones serían reyes de Salón.

El Museo del Prado permite, por la riqueza de sus fondos, atravesar océanos de tiempo y encontrar a ese mismo Emperador hispano germánico en su casi tercera edad, en el momento del retiro, habiendo dejado las riendas del Imperio ya a su hijo, Felipe II. Y en muchos de los lienzos de Carlos V tendente al retiro aparece la tranquila imagen de su mujer, Isabel de Portugal. Murió en 1539 y por lo que se sabe (y a pesar de amoríos varios que dieron fruto en forma de Juan de Austria), Carlos V quedó muy tocado por su ausencia.

Desgastado física y espiritualmente, el Emperador buscó refugio en un lugar apartado, aislado y relacionado con la Orden Jerónima, a la que era muy cercano el rey. La zona de Yuste, en Extremadura, fue la elegida. Así que, desolado y cansado, el Emperador comienza un viaje cuyo fin está escrito desde el principio.

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Desembarca en Laredo el 28 de septiembre de 1556 y recorre media península ibérica en casi dos meses, llegando a Jarandilla a mediados de noviembre. Un hombre nacido en la fría Alemania pretende acabar sus días en el caluroso y aislado centro de España. Recorre Bélgica y Holanda y su recorrido por nuestro país incluye Cantabria, País Vasco, Castilla y León y finalmente Extremadura.

Y aunque es de suponer que viaje cansado y oculto prudentemente por unas cortinillas uno no puede más que tratar de hacerse a la idea de qué pensaba aquel hombre viendo en directo y a velocidad soportable los paisajes y paisanos de sus feudos.

Llegado a Extremadura, descansa unos meses en Jarandilla de la Vera a la espera de que finalicen las obras de la digna morada de su retiro. Dio desde el principio las instrucciones adecuadas: “se fabricará una casa suficiente para poder vivir con la servidumbre y criados más indispensables en clase de persona particular”. El propio Felipe II realizó en 1554 una visita a las obras por mandato de su padre, dando el visto bueno a las mismas al igual que hizo el Emperador recién llegado de su viaje.

El 3 de febrero de 1557, instalado en una litera de mano similar a la que se exhibe en el Monasterio, Carlos V viaja hacia Yuste. Un idílico paraje le rodea pero también le aturde: “no pasaré otro puerto en mi vida sino el de la muerte” comenta al atravesar Gredos. El Emperador espera no volver a salir de su refugio. La comunidad jerónima le da la bienvenida mientras suenan las campanas. La Iglesia y su órgano le reciben con un Tedeum. El Emperador se recoge.

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El palacio se ha diseñado teniendo en cuenta ciertos gustos que aparecen ahora, recién dejada atrás la Edad Media. Por ejemplo, los jardines. Será Felipe II quien se decida a imponer una visión mínimamente renacentista en los muchos palacios que pondrá en marcha (desde El Escorial al Pardo, Aranjuez, Cadalso…). Pero ya Carlos V permite el diseño de un jardín para el paseo de la vista, sólo visitable por su dueño y señor. Hasta los Borbones (quizá más allá) los jardines no serían considerados espacios públicos para el disfrute de la plebe.

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En Yuste la plebe sólo sirve, trabaja o reza. El Emperador dedica su tiempo a la oración y al ocio. Por la mañana, después de oír misa y hacer sus oraciones (en los peores momentos, podía oír la misa desde su cama, pues su habitación tenía acceso directo a la Iglesia con vistas al Altar Mayor), Carlos V repartía el tiempo entre la lectura y el despacho de asuntos, atendiendo también las visitas de los nobles que se acercaban a rendirle tributo: el Duque de Gandía, el Duque de Oropesa, San Pedro de Alcántara… e incluso a los gotosos como él (como el presidente del Consejo Real, Juan de Vega) les permitía usar la rampa que a tal fin había construido en el acceso al Monasterio. En fin, que no se aburriría… siempre.

La Sala de audiencias siempre estaba preparada para recibir, con las ventanas enrejadas dispuestas para atisbar jardines y estanque en cualquier momento. Sin embargo, donde más tiempo pasaba era en la antecámara, donde tenía una pequeña biblioteca y donde se ubicaba su silla articulada.

Desde ella observaba el jardín a través de los ventanales. El Monasterio tenía previstas pequeñas habitaciones como ésta antecámara para que en cualquier época el Emperador disfrutase de sus vistas. Repasar la colección de mapas y cartas del Viejo y del Nuevo Mundo también se convirtió en una afición.

clip_image008Como no se podía mover mucho, la silla le permitía llevar una vida descansada y era perfecta para que el Doctor Mathysio le practicara las correspondientes sangrías. Isabel de Portugal le miraba desde los retratos de Tiziano, algunos de los cuales colgaban en las paredes de Yuste. Es posible que le intranquilizara la visita de doña Magdalena de Ulloa, la mujer de su mayordomo Don Luis Méndez de Quijada. Ésta vino acompañada del hijo natural que en su momento tuviera con Bárbara Bloomberg, el futuro Don Juan de Austria, héroe de Lepanto y llamado en aquel entonces Jeromín. Jeromín tuvo la oportunidad de ser visto por su padre pocas semanas antes de pasar éste a mejor vida.

El 21 de septiembre de 1558 murió en Yuste Carlos V víctima de unas fiebres palúdicas. Su estado general tampoco era muy bueno. Su régimen de comidas no era abundante, era demoledor. Su apetito no tenía fin y lo pagaba con la gota y con una salud quebradiza. Las fiebres sólo terminaron con lo que debía ser un deterioro progresivo.

Su Majestad el Emperador Carlos V nuestro Señor en este lugar estaba asentado cuando le dio el mal a los treinta y uno de agosto a las cuatro de la tarde. Fallesció a los veinte y uno de septiembre a las dos y media de la mañana. Año del Señor de 1558”. La poderosa inscripción está ubicada en uno de los más encantadores lugares de Yuste, la zona abovedada y con columnas de ingreso a la planta baja del Monasterio, el mismo sitio por donde en la actualidad entran los visitantes.

clip_image010Cuando falleció el Emperador fue sepultado según sus deseos: “… Así mismo ordeno y mando que, en caso que mi enterramiento haya de ser en este dicho monasterio, se haga mi sepultura en medio del altar mayor de esta dicha iglesia monasterio en esta manera: que la mitad de mi cuerpo hasta los pechos esté debajo de dicho altar, y la otra mitad, de los pechos a la cabeza salga fuera de él, de manera que cualquier sacerdote que dijere misa ponga los pies sobre mis pechos y cabeza”.

Tan humilde intención, llevada a cabo en la también humilde cripta situada bajo el presbiterio, sólo duró 16 años. El cuerpo del Emperador habitó en un ataúd de madera y plomo que aún se puede observar en la cripta hasta que su hijo, Felipe II, decidió en 1574 trasladarlo a El Escorial. Y así quedó Yuste, como símbolo del retiro de un Emperador, habitado por una comunidad jerónima que no pudo evitar con el tiempo el desgaste y la ruina del edificio.

clip_image012La guerra de la Independencia vino a dar el golpe de gracia a través de los soldados franceses del mariscal Víctor, quienes incendiaron el Monasterio. La desamortización de Mendizabal conllevó su venta al público en subasta. Sus preciosos claustros (uno gótico, otro plateresco), su iglesia, sus instalaciones, estanque y jardines no fueron recuperados hasta mediados del siglo XX, ofreciendo ahora una visita digna e interesante que despierta el interés por una figura clave de nuestra historia que eligió uno de nuestros más recónditos y bellos parajes para despedirse de este mundo.