Un fascinante conjunto de pináculos y estatuas, recargado pero estéticamente asombroso. Un paisaje ciertamente espectacular y no por esperado menos sorprendente. Es decir, la mera visión de la mole de mármol del Duomo de Milán, vista desde la Piazza del Duomo ya anuncia a las claras que no nos encontramos ante una catedral normal.
Pero no adelantemos acontecimientos. En primer lugar hay que ponerse delante de la fachada del Duomo y admitir que es absolutamente majestuosa. Nos situamos en la Plaza del Duomo, con las Galerías de Vittorio Emanuelle a la izquierda y la enorme explanada toda para nosotros. Unos pintores profesionales se ofrecen a retratarnos mientras los hinchas el Inter de Milán comienzan a concentrarse en la plaza, para la celebración de la noche (sí, parece mentira pero no están celebrando el Mundial de España sino la Copa de Europa del Inter, es lo que tiene la flexibilidad del tiempo, pasó en mayo aunque ahora estemos en el julio en el que la selección española ganó su primer mundial frente a Holanda).
Volvamos a la fachada; es imponente. No cabe en la foto si no es realizada desde lejos. La verdad es que se ve bien, aunque para ello tuvieran que tirar medio barrio. Aquí está la habitual reivindicación de aquellos que sufrieron la pérdida de sus casas pero entiendo que mereció la pena, Milán ganó con el cambio y el Duomo, más que nunca, se convirtió en el símbolo de la ciudad.
Duomo, por cierto, significa “Casa de Dios” nada referente a la cúpula de la iglesia. Viene del latín, de Domus Dei y no es más que la palabra italiana de nuestra Catedral. Pero queda tan bien que a pocos he oído hablar de la Catedral de Milán. Total, que tenemos delante a la Catedral de Milán en todo su esplendor, que es mucho.
Comenzó a construirse en 1386 y se finalizó hace cuatro días, en 1965. Siete siglos de trabajo que han dado lugar a una catedral de estilo gótico de 158 metros de largo y 93 de ancho (es la tercera iglesia en dimensiones tras el Vaticano y San Pablo de Londres). A la hora de construirla se echaron abajo palacios e iglesias que a su vez habían ocupado templos paganos primero y cristianos después de la antigua Mediolanum.
Tiempo tuvieron diferentes arquitectos hasta el siglo XVI para elevar el enorme volumen de la catedral. El gótico de los siglos XIV y XV se complementó con el poder de la ingeniería del XVI para alcanzar los 45 metros de altura, una proeza para la época. Cuenta la wikipedia una anécdota curiosa referida Gian Galeazzo Visconti, el duque milanés que puso en marcha la obra en 1386: “El entusiasmo por el nuevo e inmenso edificio pronto se extendió entre la población, y el astuto Gian Galeazzo, junto con su primo, el arzobispo, supieron recabar grandes donaciones para el progreso del trabajo. El programa de construcción fue regulado estrictamente por la Fabbrica del Duomo conformado por 300 empleados liderados por el arquitecto jefe Simone da Orsenigo. Galeazzo otorgó a la Fabbrica el uso exclusivo del mármol de la cantera de Candoglia y la eximió de impuestos.”
Las labores continuaron mucho tiempo. Hubo quienes, como el obispo Carlos Borromeo (futuro San) quisieron convertir la catedral en un monumento más renacentista que gótico (que olía a extranjero) mientras que otros, más tarde, la hicieron volver al gótico previo e incluso al neogótico del XVII. Hasta que no llegó Napoleón no se pudo dar por terminada la fachada. El Emperador francés impuso la terminación de las obras tirando, en teoría, del tesoro francés.
Con la fachada terminada, se procedió a avanzar en el esculpido de los cientos de pináculos, estatuas, gárgolas y decoraciones del cielo de la catedral.
Y aunque aún queda por terminar algún bloque virgen, el techo está más que terminado. Para acceder a él se tiene que comprar la correspondiente entrada en un edificio cercano y ascender a través de uno de los ascensores que están dispuestos para ello. Arriba hay mucha gente, para qué vamos a engañarnos.
El ascensor es pequeño y se sube poco a poco y, al salir, uno no puede más que sorprenderse por encontrar en el tejado del Duomo plazoletas, explanadas, caminos tortuosos y amplios recorridos, hay escaleras y puentes, estatuas por todos los lados, gárgolas fantásticas y delicadas vírgenes y ángeles, espectaculares juegos de piedra y pináculos, muchos pináculos que ascienden hacia el cielo. En casi todos hay una figura que los corona (por ahí debe haber incluso una de Napoleón).
El punto más alto de la catedral es, precisamente, una de estas figuras, la llamada Madonnina, realizada en cobre dorado en colocada allí en 1774. 108,5 metros es la altura que alcanza la figurilla (el pináculo que la sostiene, 4 metros), que se considera la virgen protectora de Milán.
Para llegar a ella, el recorrido es bastante largo, pero siempre llamativo. Subiendo y bajando pero siempre con la mirada puesta en la maestría de la selva de piedra que es en realidad el techo del Duomo.
Desde aquí, por supuesto, se tienen vistas ejemplares, no sólo de la Piazza (con sus terrazas a punto para tomar algo), las galerías y los neroazzurros del Inter. También de otros edificios singulares de la ciudad, como el Palazzo Reale (sede del poder austríaco y napoleónico en su momento), la torre octogonal de San Gottardo in Corte (una iglesita cuyo campanile de ladrillos rojos y mármol blanco no ha cambiado desde su construcción en 1336) y, a lo lejos, el rascacielos armado de 106 metros de altura y 27 pisos llamado la Torre Velasca, que trató de evocar en pleno siglo XX una torre medieval (en la imaginación de cada uno queda el creérselo o no).
Volviendo al interior del Duomo, es preciso reconocer la belleza de los ventanales del siglo XV, verdaderamente portentosos (las ventanas del coro tienen fama de ser las mayores del mundo). De esta forma, la catedral milanesa ofrece un espectáculo de luz natural en su inolvidable tejado y de luz natural tamizada por los coloridos cristales de sus ventanales en el grandioso interior.
Hay numerosos sepulcros, sarcófagos y altares en la catedral. La estatua más famosa es la de San Bartolomé, de Marco d’Agrate, una figura poderosa a pesar de su esbelta y fibrosa constitución (bueno, vale, y por que el hombre está despellejado y tiene su piel entre las manos).
Y muy cerca de ella se sitúa la entrada a la cripta de San Carlos Borromeo, que yace en medio de un auténtico relicario de dorados reflejos y brillantes decorados.
Uno se siente pequeñito en el interior del Duomo de Milán. Y ni siquiera hace falta que estén acompañándote las 40.000 almas que pueden apretujarse en su ambicioso interior.
Toda la información, en http://www.duomomilano.it/, la web de la Veneranda Fabricca del Duomo di Milano.