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7. Cruzando el Puente de Brooklyn
Uno de los paseos imprescindibles en Nueva York se realiza por encima de uno de los puentes más famosos del mundo, el Puente de Brooklyn. Cuando se inauguró el 24 de mayo de 1883 se convirtió en el puente colgante más largo del mundo y en la obra realizada a mano más alta del continente americano. A mano, efectivamente. Durante 14 años, desde 1869, más de 600 obreros trabajaron en el puente. 27 de ellos murieron como consecuencia de las obras.
Y ahora nosotros disfrutamos de su presencia. Nos desplazamos en metro hasta Brooklyn Bridge City Hall y desde allí recorremos los primeros pasos, en paralelo al tráfico neoyorquino que no va al mismo nivel que los peatones (que sí van al mismo nivel que los ciclistas, que pasan continuamente). Cruzar el puente es un placer, no sólo por la sensación de atravesar el río East por un puente legendario sino por las fantásticas vistas que proporciona tanto de Brooklyn como de Nueva York, del Lower Manhattan y de puentes cercanos como el Manhattan Bridge.
Las torres están decoradas con dos enormes y dobles arcos góticos de 83 metros de altura cada uno. Cada torre se eleva sobre un gran cajón neumático que permite mantener una zona seca en su interior para el mantenimiento del puente. Entre los 27 muertos de la obra del puente se encontró el mismo diseñador del mismo, John A. Roebling, un ingeniero inmigrante alemán que lo inició pero no pudo verlo terminado. Murió como consecuencia de una infección al caer al agua o bien de un aplastamiento por parte de un transbordador (depende de la fuente).
El caso es que le sustituyó su hijo Washington que también cayó enfermo de la llamada enfermedad del buzo durante la obra (es decir, una embolia gaseosa por descompresión). Le sustituyó su mujer, Emiliy, quien bajo su supervisión entre fuertes dolores y parálisis finalizó la obra.
Entre las muertes famosas en este puente (tradicional lugar de encuentro de manifestantes de todo tipo) no puedo evitar recordar la muerte de Gwen Stacy, la primera novia de Spiderman y a quien el Duende Verde, con la inestimable colaboración de John Romita Sr, Gerry Conway y Roy Thomas como editor.
Y nosotros nos acordamos de ella mientras paseamos por el puente, por entre los imponentes cables de acero galvanizado con zinc (para protegerlos del viento, la nieve o la lluvia). Cables de acero que contrastan con las personas que los miran, entre los corredores, los turistas, los ciclistas, los trabajadores que van y vienen de un barrio a otro o de aquellos como la chica de la foto, que aprovecha para pintar una de esas vistas maravillosas que he comentado.
No se tarda en recorrer más de 20 ó 25 minutos. De vez en cuando hay miradores desde los que ver Nueva York mientras te sobrevuela un helicóptero, numerosos ferries navegan por el East River y algún cormorán se sumerge en las heladas aguas del río, como lo ido R. Odlum, la primera persona en saltar desde el puente, en 1885. Por supuesto, murió poco después de una hemorragia interna.
8. Woolworth Building y City Hall Park
Muy cerca del inicio del Puente de Brooklyn se encuentra el City Hall Park, la antigua zona verde de Nueva York (donde pastaba el ganado hace 300 años), donde se ubicaba el famoso museo de excentricidades de Phineas T. Barnum (que ardió en 1865) y donde se leyó la Declaración de Independencia en 1776. Ahora es un parque público bonito y relajado, con numerosas ardillas grises (y alguna que otra rata) retozando entre sus arbustos y donde se alza una estatua dedicada al político, científico e inventor Benjamín Franklin.
Rodean el parque algunos edificios realmente sorprendentes. Por supuesto, el propio Ayuntamiento, el City Hall con su fachada en mármol del XIX. Algunos de los típicos brownstones de gran tamaño.
Pero sobre todo el Woolworth Building, el edificio más alto de la ciudad de 1913, un gran rascacielos de estilo gótico idea de Frank Woolworth, quien en 1879 abrió un nuevo tipo de tienda en la que los compradores podían ver y tocar las mercancías en oferta y donde todo costaba 5 centavos. Él se hizo rico y el comercio minorista no volvería a ser el mismo.
Lo más famoso del edificio ahora es su vestíbulo, de mármol y lleno de filigranas y relieves dorados.
Lamentablemente no es sencillo entrar en él (de hecho, la mayor parte de los visitantes lo que van a buscar son las caricaturas que incluyó el arquitecto Gilbert del propio Woolworth en él).
9. NYPD Police Museum
Nueva York es un cúmulo de iconos y tópicos. Los taxis amarillos, los rascacielos, las hamburguesas, los depósitos de agua o el metro. Pero también los conocidos coches blanquiazules de la New York City Police, la NYPD que tantas veces se menciona en películas y series ambientadas en la ciudad.
Y para disfrutar de ello a tope nada mejor que recorrer las salas del New York City Police Museum (www.nycpolicemuseum.org/). La verdad es que es un museo muy divertido, con numerosas actividades para echar unas risas, desde el área de entrenamiento al calabozo enrejado pasando por la pared de la rueda de reconocimiento.
Pero también tiene un buen número de exposiciones permanentes fantásticas. Y alguna de ellas, emocionante. Salas dedicadas a las armas (desde las de filo hasta colecciones amplias de pistolas), salas dedicadas a los vehículos, las motos, los uniformes (donde destaca este cuadro que recoge los uniformes policiales de 1900 de jefes de policía de todo el mundo).
Pero sobre todo destacan dos de ellas. Una, dedicada a los atentados del 11-S, con numerosos recuerdos de aquella jornada, en especial de los policías que fallecieron en acto de servicio cerca de las torres. La puerta de una furgoneta policial (la de la derecha), walkie-talkies quemados, chapas identificativas, gorras… recuerdos sacados de entre los escombros acompañados de las fotos de aquellos que dejaron la vida bajo los mismos.
La otra exposición emocionante es la denominada Hall of Fame, en la que se exponen las placas identificativas de todos los policías de Nueva york que han muerto en acto de servicio. Es curioso ver la evolución de los apellidos de estos policías, cambiando con el paso del tiempo e introduciendo sonoros vocablos latinos, italianos, irlandeses o africanos según el año que observemos.
Y para terminar, nada mejor que pasarse por la tienda oficial del museo, que está repleta de coches policía, uniformes, gorras, camisetas, esposas y marionetas de los muppets. Por supuesto, no tardamos en hacernos con una.
El museo, por cierto, está muy cerca del South Street Seaport, nuestra próxima parada.
10. South Street Seaport y el Pier 17
El abandonado puerto de Nueva York se ha transformado en una de las zonas más entretenidas de la ciudad, con música ambiente, con terrazas, con espectáculos, con impresionantes vistas del Puente de Brooklyn y con algunos puntos de interés.
En primer lugar, el Titanic Memorial Lighthouse, un faro construido en 1913 en memoria de los fallecidos en el hundimiento del RMS Titanic. Justo detrás se encuentra el South Street Seaport Museum, que aprovecha los edificios históricos del área para narrar el pasado marítimo de Nueva York. El Museo también incluye, como era de esperar, barcos.
Se trata de barcos de vela de mástil alto, como el Ambrose de la derecha o el Pioneer, construido su casco con hierro y destinado a transportar la arena de las minas. Estos barcos se sitúan delante de un gran complejo de tiendas, restaurantes (y el propio museo) ubicado en el Muelle 17, esto es, el Pier 17, con sus tres plantas de tiendas y puestos de comidas.
A la entrada se ubica una taquilla donde se pueden contratar viajes. Lo curioso es que esta taquilla es la antigua cabina de mando de un remolcador. Por las cercanías se pueden ver tiendas donde artesanos construyen o restauran barcos de madera o cualquier recuerdo de índole náutica.
Pero quizá lo mejor del Pier 17 son las fantásticas vistas que facilita del Puente de Brooklyn:
11. Brooklyn Heights Promenade
Al otro lado del East River nos espera el barrio de Brooklyn, un barrio… más barrio, con calles pequeñas y casas de dos pisos estilo brownstone. Recorremos sus calles con nombres de frutas, encantados con las casas bajas, las escaleras de entrada, las ventanas a pie de calle.
Brooklyn era una zona agrícola hasta que se dispuso aquí la terminal del transbordador hacía Manhattan, momento en que comenzó a convertirse en zona residencial. Las casas que ahora vemos nos retrotraen al siglo XIX y de hecho hay un espíritu romántico en estas calles de casas de madera, barro y piedra arenisca.
En algunas de ellas han vivido escritores de renombre cuyas obras todavía nos encandilan. Las aventuras y desventuras de Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s fueron escritas por Truman Capote en el nº 40 de la calle Willow (a la izquierda) mientras que en el nº 155 Arthur Miller escribió alguna de sus obras maestras (a la derecha).
Muy cerca de allí se puede disfrutar de una de las mejores vistas de Nueva York. Se trata de Brooklyn Heights Promenade. Promenade significa paseo junto al río, sólo que en este caso el río es el East y lo que está enfrente es Manhattan, el Downtown, Wall Street e incluso la Estatua de la Libertad.
Pronto reanudamos nuestro recorrido por Brooklyn, entre los cafés y boutiques de de Montague Street, por los muros de Iglesia de Santa Ana y volvemos después por metro hacia el corazón de Nueva York, hacia la Quinta Avenida, Times Square, el Empre State.
Pero no podemos olvidar esta maravillosa visión, digna del mejor Woody Allen, que se queda atrapada en nuestras retinas como lo hace así mismo la capital del mundo, con sus exageradas dimensiones en todo, con sus pequeños detalles, sus hoteles de fábula, sus tantas cosas por ver. Es la ciudad que por su grandeza, siempre se queda pequeño el tiempo que tienes para disfrutarla.