Estos días he tenido la oportunidad de pasear por el casco viejo de la ciudad de Gerona. La tradicional vista de las casitas de colores, ajadas y manchadas por la polución, pero de colores al fin y al cabo, sobre el río Oñar no pudo faltar en mi recorrido.
Por encima, las cúpulas de la Catedral y de San Félix. El río llevaba agua en este tramo, más en otros la sequía aun se hacía notar. El caso es que Gerona, más allá del encanto de su barrio judío o de las preciosas callejuelas del barrio viejo, me recuerda a mi abuelo, quien pasó unos meses muy felices allí muchos años atrás, en 1942.Y por eso pasee por las calles que él recorrió, me fijé en la posada de la calle de La Rutlla, donde él se alojó y le imaginé con su uniforme de soldado en la misma ciudad pero a la vez en una ciudad muy diferente.
Mi ajetreada agenda de estos días me ha dado una oportunidad, la de pedirle que me retrate en unas palabras los recuerdos que de aquella Gerona guarda ahora que tiene 86 años a punto de cumplir. Y él me ha regalado un pequeño texto, a ratos nostálgico, a ratos oficioso de lo que Gerona representó para él. En cualquier caso, algo un tanto diferente al de la Girona de 2008.
"Una semblanza de la Gerona que conocí, allá por los años 40
Gerona, capital fronteriza con Francia, ciudad que aunque modesta y provinciana tiene un pasado glorioso. Resultó trascendental cuando la invadieron los franceses allá por el año 1808. La historia lo atestigua.
Por motivos de mi trabajo conocí esta capital en los años 1942 y 1943, por ello me parece interesante recrear en unas líneas lo más significativo en cuanto a la vida y costumbres de sus habitantes.
Me gustaba recorrer sus calles y plazas, sus monumentos más señalados así como los lugares más humildes y sensibles. En fin, conocer experiencias de una ciudad que tanto había sufrido durante la guerra civil del 36.
Por ejemplo, su Catedral. Un símbolo de arquitectura y grandiosidad. Se yergue como un faro vigilante en una de sus colinas más altas, dominando la ciudad. A la par, es un museo de pinturas y obras religiosas muy estimables.
El río Oñar, que da la imagen típica de la ciudad, se refleja cuando viene crecido en sus aledaños.
San Félix, de una estructura armónica. Otro orgullo para los gerundenses, tan ufanos con su campanario y célebre por el sonido tan peculiar de sus campanas cuando replican a gloria.
Las Clarisas, un exponente más de religiosidad, venerada por su historia y su cruzada en momentos clave. Los gerundenses le han demostrado siempre admiración.
San Narciso, patrón de la capital, muy venerado y exaltado por sus fieles, otro exponente de la fe en la ciudad.
Hay otros templos dignos de visitar por la historia que a través de los siglo ha dejado huella en Gerona. ¡Por algo Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales la llama La Inmortal¡
En mis andanzas por el centro me atrajo la Plaza Principal, con sus arcos porticados; el teatro municipal construido al estilo Gaudí; sus cafés como “El neutral”, “El comercial”, el de “los Payeses” y otros más modestos que tienen ese aire tan provinciano, pero tan expresivo y acogedor.
Bajando por la ciudad discurre el Oñar, cubierto de puentecitos que comunican las orillas y permiten a los vecinos penetrar en la ciudad. De poco caudal, cuando baja crecido es como un torrente.
Es curioso que todas las terrazas de las modestas viviendas que dan al río asoman a él, continuando siendo habitables desde antaño. Cuando crecen las riadas evita que haya males mayores.
Una vez que pasa por debajo de la catedral, el río Oñar desemboca en el Ter, un río amplio y caudaloso. Está situado junto a un parque que llaman de la Dehesa y que además de parque lo disfrutaban como zona deportiva y ecuestre.
Muy próximos están los llamados Baños Árabes que, en tiempos de dominación musulmana, eran testimonio del aseo de los nativos. Hoy, sólo testimonio de épocas pasadas.
Siguiendo el curso del río, y más hacia el norte, se divisa el Monte Oliveti, donde la historia lo calificó como baluarte de la cristinandad y alrededor se ve el valle de San Daniel, un sitio que en los días de sol resurge como un rayo de luz. Yo lo considero una maravilla.
En mis andanzas me gustaba visitar los barrios humildes, la calle de la barca, donde viven y supongo que seguirán viviendo personas humildes, trabajadores y artesanos, con viviendas muy precarias y con muchas deficiencias. También paseaba por el barrio de Las Pedreras, llamado así por la cantera de rocas cercana que proporcionó mármol para sepulturas y monumentos. Dice la leyenda que algunas piedras de la catedral eran de esas canteras.
En fin, que mi distracción me llevaba a visitar muchas cosas de interés.
Yo estaba hospedado en la calle de la Rutlla, número 5, en una pensión regentada por un matrimonio ya mayor y ferroviarios. Ella se llamaba María y él Vicente y tenían un niño pequeño llamado Alfonso. María era una mujer sencilla y amable. Conmigo se portaron de maravilla lo mismo en las comidas que en el trato. Bacalao con tomate, judias con arroz, lentejas, legumbres, fruta… alguna vez pescado (cuando lo había) formaba parte del menú.
Mi habitación era humilde, una pequeña cama con mesita de noche. Un palancanero me servía para asearme. Algunas mañanas desayunaba en su compañía. Era muy agradable oír sus charlas y conversaciones.
Cerca de la calle de la Rutlla existían unos cuarteles de artillería. Fueron nombrados en la guerra civil, que había terminado hacía dos años. Aún había soldados haciendo la mili. Conocí a unos que eran de Puertollano y como la tierra tira mucho, cuando podía iba a verlos y dentro de mis posibilidades les llevaba algo de alimento o bien algún chusco de mi cuartel o fruta, incluso. Para ellos, era cosa seria, pues el año 42 fue llamado Año del Hambre. Son hechos puntuales dignos de contar.
Otro edificio que tuve que visitar por el servicio militar fue la cárcel. Haciendo guardia reglamentaria tuve la desgracia de reencontrarme con la pareja de mi tío Casto, hermanastro de mi padre. Estaba detenida allí y condenada a muerte. Para mí, hallarla en aquellas circunstancias fue muy doloroso. Sus ideas políticas, muy avanzadas, la llevaron a esa situación y aunque no se le pudo probar participar en ninguna muerte, sus ideas la llevaron a la última pena. Me llevé una gran sorpresa al verla en el patio de la prisión y, en lo que podía, la visitaba hasta que la ejecutaron. Se llamaba Mercedes y tenía cuando la fusilaron 42 años, un hecho que no se borrará de mi mente.
Siguiendo con mi peregrinación por Gerona, hacía servicio militar en los trenes hacia la frontera en PortBou y Cervera para entregarle a los alemanes vagones de trigo y frutas como pago de la ayuda que Hitler le prestó a Franco en la guerra civil.
Fueron casi dos años de estancia en Gerona y vi muchas cosas, pero prefiero omitirlos por lo doloroso y triste. Prefiero olvidar. Pero si de esta etapa saqué algo positivo fue que de las penurias y vivencias pasadas me hice a la idea de que las personas tenemos el destino marcado.
Yo viví esos años y mal que bien lo pude contar. Es una historia llena de interés. Gerona fue un eslabón más en la cadena de mi vida.
Recuerdo también las catacumbas, restos romanos en la ciudad que según leyendas fue testigo de la historia romana en la península. Había una escalera que descendía hacia unos sótanos con celdas donde puede que encerraran a esclavos que no se sometieran a caprichos de sus señores. Todavía hay inscripciones por allí. Actualmente es un museo.
Un escritor de mucho renombre, gerundense de pro, José María Gironella y autor de obras sobre la guerra civil y al que conocí personalmente describe de una forma puntual y exacta lo que era Gerona en la década de los 40, de doloroso recuerdo. Yo, siempre observador, me he limitado a dar una pequeña exposición de mi estancia en aquella capital.
Pero no cabe duda de lo que vi en los 19 meses de mi estancia allí me impactó enormemente. Historia, monumentos, tradiciones… su peculiar acento catalán. Ellos decían que tenían el orgullo de ser catalanes, pero también españoles. Pero además, como payeses decían que eran ampurdaneses, y como muestra la tramontana, viento fuerte símbolo de su reciedumbre.
Los payeses del interior de la provincia, como de Caldas de Malavella, Ruidellòs, Olot, Sant Feliù de Guixols, Sant Jordi o Flaxà, hablaban un catalán muy cerrado y casi no nos podíamos comunicar con ellos."
Me ha prometido que la continuará.