El París Medieval se concentra en una pequeña isla rodeada por brazos del Sena, la llamada Île de la Cité.
En muy pocos metros cuadrados se dan cita la más famosa de las catedrales medievales, la capilla con las vidrieras más bellas de París, la antigua Cárcel y un buen número de edificios históricos que comparten espacio con numerosos mercadillos de flores, lo que la convierte en un lugar único para pasear.
Además, el Barrio Latino comienza al cruzar sus puentes hacia el Sur y allí turistas y parisinos encuentran algunas de las calles más encantadoras de la Ciudad de la Luz. Y también está allí el Museo Cluny, el Museo de la Edad Media, perfecto para terminar la ruta iniciada en la Catedral de Nuestra Señora, la que Víctor Hugo inmortalizó con su Jorobado.
Hay teorías que dicen que la antigua tribu celta de los parissi habitaba aquí; ellos le dieron nombre a la ciudad. Enfrente de la Catedral de Notre Dame se puede acceder al pasado de la Île de la Cité: se encuentra aquí la cripta de Notre Dame, en la que se pueden observar no sin cierta dificultad, los restos más antiguos de París.
Restos galo-romanos, medievales e incluso de edificios desaparecidos en el siglo XIX (como el Hospicio des Enfants-Trouvés). De todo hay en esta cripta, sorprendente tanto por su tamaño como por su localización, bajo la mismísima plaza de la Catedral.
Dificultad por hallar muchas de las cosas que, de acuerdo con las indicaciones, están ahí. Entre los restos romanos, además de algún hipocausto de antiguas termas y de evidencias de casas del alto imperio, destacan los restos de un muro defensivo del siglo IV d. C con grandes bloques de sillares fáciles de localizar.
De la Edad Media se han localizado restos que han sido interpretados como de la desaparecida basílica de Saint-Etienne. De acuerdo con la historia, Clovis, rey de los francos ( 482-511) estableció París como capital de su reino y su hijo, Childebert 1º ( 511 - 588 ) inició la construcción de una gran Iglesia Catedral, la de de San Etienne, cuyos restos se pueden observar en la cripta, mezclados con muros romanos y calles del XIX.
En el siglo XII, el obispo de París, Mauricio de Sully, quiso erigir la iglesia más grande de la cristiandad derribando la catedral merovingia de Santa Etienne. El papa Alejandro III estuvo presente un domingo de julio de 1163 para la colocación de la primera piedra de la que sería la Catedral de Notre Dame. Eran tiempos de bonanza, se concedieron importantes sumas de dinero por parte de reyes... En 1182 Mauricio de Sully ya pudo celebrar la primera misa en el recién consagrado Altar Mayor.
Se trazó entonces una vía, la nueva calle de Notre Dame, que conducía a la explanada de la iglesia y en cuyo subsuelo está la cripta. La fachada de Nuestra Señora es muy bonita. En el nivel inferior se encuentran las tres portadas del templo dedicadas a la Virgen, al Juicio Universal y a San Esteban (Saint Etienne, no le iban a dejar sin nada). Sobre ellos está la Galería de Reyes, el Rosetón y el balcón de la Virgen. Dos torres coronan la fachada, de 69 metros cada una.
La Galería de Reyes de Israel y Judea fueron destruidos, junto con casi todo lo demás en la revolución francesa de 1759. La verdad es que al cabo de los siglos, Notre Dame había dejado poco a poco de ser el centro de poder que antaño fue. De la inmolación de Jacques de Molay, último Gran Maestre de los templarios a la coronación de Napoleón en 1804 el edificio sufrió modificaciones y penosas mutilaciones. En la revolución se convirtió en un Templo Laico a la diosa Razón y con un culto dedicado al Ser Supremo.
Los reyes fueron descabezados, como poco antes les había sucedido en realidad a María Antonieta y a Luis XVI. En 1977 un hecho fortuito permitió recuperar un buen número de esas cabezas con corona, a quienes los revolucionarios tomaron por reyes de Francia. Ahora se exponen en el Museo Cluny, otra razón más para acercarse a verlo.
En 1831 Víctor Hugo publicó "Nuestra Señora de París" y todo cambió. No tanto por el pobre Quasimodo, sino más bien por el movimiento por la recuperación de la vetusta catedral, encargándose la restauración a un arquitecto visionario, Viollet-Le-Duc, quien imaginó la Edad Media como un mundo de brujería y misticismo, de encanto y superstición. Restauró la fachada, las vidrieras, los rosetones. Rehízo la galería de reyes, construyó una enorme aguja central a la que tratan de acceder los apóstoles (se incluyó a sí mismo entre ellos, observando su obra, para divisar desde su base la punta de la aguja donde se guardan reliquias como parte de la corona de Cristo). Pero sobre todo (parece mentira) creó la Galería de las Quimeras.
La Galería de las Gárgolas, monstruos, vampiros, seres ideales e idealizados que recorren la Galería que une las dos torres. La estereotipada y romántica recreación de la Edad Media que Viollet-Le-Duc realizó (y de la que las gárgolas son el mejor ejemplo) no encontró demasiados partidarios pero hay que admitir que la enorme cola de gente que espera a subir los muchos escalones que llevan a las Torres lo hacen por las quimeras y por las espléndidas vistas de París.
Además, la imagen de las gárgolas se repite en postales, camisetas y recuerdos de la ciudad. De acuerdo, no son lo que uno desearía encontrar en una Catedral medieval, pero son tan llamativas, tan sorprendentes que merece la pena el ascenso sólo para poder fotografiarlas (aunque sea a través de la malla que protege de caídas como la de la madre de Amèlie).
También para ver la gran campana Emmanuel de la Torre Sur, de 1680, claro, la única campana casi original que queda de las 20 con las que contaba Notre Dame.
El gran rosetón, de 13 metros de diámetro está decorado con algunas vidrieras espectaculares. Pero para vidrieras espectaculares, mejor visitar la Saint Chapelle.
La Île de la Cité se articulaba en la Edad Media en torno al desaparecido Palacio Episcopal, a la catedral de Notre Dame y al Palacio de Justicia.
Poco queda del París medieval en pie. El Palacio de Justicia permanece aún, con la Concergerie (la Prisión, foto de la la derecha) a las orillas del Sena. La Saint Chapelle está dentro del Palacio de Justicia (foto de la izquierda). El devoto medieval debía gozar de esta iglesia como si de una puerta al cielo se tratase.
La capilla fue construida en 1248 por Luis IX (futuro San Luis) para albergar la corona de espinas de Cristo y otras reliquias (que finalmente se ubicaron en la aguja de Notre Dame). La Saint Chapelle está dividida en dos capillas, la inferior para la gente común, y la superior para la nobleza y la corte, costumbre común en los palacios medievales, a la que se asciende por unas pequeñas escaleras.
Las colas para acceder a la capilla son enormes, pero merecen la pena cuando asciendes a la capilla superior y la luz te inunda, en un maravilloso caleidoscopio de colores: rojos, verdes, malvas, azules y oros.
En la capilla hay 15 enormes vidrieras elevadas 15 metros hasta el techo de la bóveda, que a su vez está adornado con un cielo estrellado. Las vidrieras recogen historias bíblicas: el Génesis, el éxodo, las historias de San Juan bautista, Ezequiel, Judit y Job, Ester...
La última de ellas recoge la historia de las reliquias que este enorme y espléndido relicario estaba destinado a resguardar. El viaje de los restos de la Vera Cruz y de la corona de espinas desde la crucifixión hasta su ubicación en la Saint Chapelle.
Las vidrieras se leen de izquierda a derecha y de abajo a arriba, salvo la vidriera de las reliquias, que se lee en bustrófedon, en S, cual serpiente.
La vidriera 14 está dedicada a la coronación de los reyes de Israel y enlaza directamente con la vidriera 15 y con el linaje del propio Luis IX, presentándolo como su sucesor legítimo.
Los vitrales de esta vidriera cuentan la historia de como Santa Helena, madre del Emperador Constantino, halló las reliquias y cómo Luis IX las compró en 1239 e instaló en la Santa Capilla (las reliquias le costaron en aquel tiempo tres veces más que la construcción de la propia Saint Chapelle).
Curiosa es también la vidriera nº 13, la dedicada a Ester, otra de las grandes figuras femeninas de la Biblia. Esta vidriera se ubica justo encima del nicho donde se sentaba Blanca de Castilla, la madre del Rey.
Por eso la vidriera está cubierta de castillos, homenaje a la madre del futuro San Luis, relacionando el cuidado que Blanca mantuvo del reino durante la minoría de edad de Luis IX con el salvamento de su pueblo que hizo Ester según la Biblia tras el decreto de exterminación que promulgó Amán.
Las 1113 escenas con figuras de las 15 vidrieras de la Saint Chapelle cuentan la historia de la humanidad desde la creación a la resurrección de Cristo (y ese pequeño adelanto de lo que ocurriría en el siglo XIII con las reliquias).
Aproximadamente el 70% de los vitrales son originales, aunque es manifiesta la restauración de algunas vidrieras, sobre todo de la primera, la del Génesis (La Santa Capilla fue afectada por dos incendios, en 1630 y 1776. Los vitrales de la capilla baja fueron destruidos luego de una crecida del Sena en 1690. Durante la Revolución, fue despojada de sus tesoros, algunas estatuas fueron desfiguradas, el mobiliario de la capilla alta desapareció y el relicario fue retirado para su fundición). Aún así, la estancia en la Santa Capilla se podría demorar por horas, hay tanto que ver y admirar, un ambiente tan asombroso (lástima no haber podido asistir a alguno de los conciertos que se dan habitualmente allí) que no deja indiferente a nadie.
Muchos de los vitrales originales que no están en la propia Saint Chapelle se encuentran en el Museo de Cluny. Qué Museo más encantador, nos gustó muchísimo. Y nos sorprendió encontrar en él algunas de las coronas votivas visigodas que se hallaron en el siglo XVIII en Guarrazar, incluyendo la R de Recesvinto, de la corona que actualmente se halla en el Museo Arqueológico Nacional.
El Museo de la Edad Media (http://www.musee-moyenage.fr/esp/index.html), llamado Museo de Cluny porque se ubica al lado de las ruinas de las Termas Romanas de Cluny (que forman parte del conjunto) e inserto en el antiguo Hospicio de los Abates de Cluny del siglo XV recoge una colección impresionante de piezas de la Edad Media.
Entramos al Museo por el Hospicio de los Abades (las termas romanas, desgraciadamente, estaban en proceso de restauración) y casi desde el principio nos quedamos encantados ante la colección de vitrales medievales, de restos de las fachadas originales de Notre Dame, de las cabezas originales (aún con algún resto policromado) de los Reyes de Israel y Judea... pero también de piezas auténticamente medievales como los Cristos de de la región de Auvernia.
En Auvernia se realizaron grandes Cristos crucificados para colocarse detrás del Altar en pleno románico. Nos llamaron mucho la atención los dos que se guardan en el Museo de Cluny.
El primero es un Cristo vivo (a la izquierda), de ojos abiertos, triunfante, característico de la iconografía tradicional paleocristiana. Sin embargo, el segundo (a la derecha)está representado muerto, con la cabeza que pesa sobre el hombro derecho y con los ojos cerrados. Ya no se trata de un Cristo triunfal y majestuoso, sino de un Cristo que sufre, tema que será desarrollado por la escultura gótica. y que en este momento quiere significar el carácter mortal de la figura de Cristo en un momento en el que algunas corrientes heréticas dudaban de la publicitada doble naturaleza, humana y divina de Jesucristo. Son verdaderamente impactantes.
Pero la obra indiscutiblemente más impresionante del Museo de Cluny es el conjunto de tapices de la Dama del Unicornio descubierto por el escritor Prosper Merimée en el Castillo de Boussac en 1844. Protegido desde el siglo XV en este Castillo, conservó bastante bien sus vivos colores. Los seis tapices que forman el conjunto (que siempre han permanecido juntos) se presentan bajo una luz filtrada especial de 50 luxes en una de las salas del Museo.
Según el catálogo, cinco de los tapices describen cada uno de los sentidos. El sexto, "A mi único deseo" es, además, sorprendente y con un punto de misterio.
Varios animales fantásticos, pero sobre todo un león y un unicornio, lucen las armas que han permitido identificar al benefactor de la obra, Jean Le Viste, un poderoso personaje cercano al rey Carlos VII. En el fondo de los tapices se observan varios animales domésticos, como conejos, pájaros y monos, creando un universo onírico.
Cuando el Museo los compró, los tapices tenían muy degradada la parte inferior, que fue restaurada y retejida de nuevo, pero los colores químicos de los hilos se perdieron rápidamente, subrayando la diferencia con las partes originales.
Los seis tapices tienen la misma composición: en una isla azul marino, que contrasta con el rojo bermejo cubierto de flores del fondo, una dama acompañada en ocasiones por una doncella (y siempre por el león y el unicornio) se entrega a ocupaciones simbológicamente relacionadas con los cinco sentidos.
En El Gusto coge una golosina de una bombonera; en El oído toca un órgano portátil; en La vista (en la primera foto) el unicornio se contempla, sumiso, en un espejo que la Dama le tiende; en El Olfato (en la foto de arriba) el mono aspira el perfume de una rosa mientras la dama trenza una corona de flores; en El tacto la Dama toca el cuerno del unicornio y de un estandarte.
En el sexto, la Dama aparece delante de una tienda donde se indica "A mi único deseo A Mon Séul Désir". Puede tener dos interpretaciones.
La fácil es la del sexto sentido el del corazón el juicio que le permite al hombre conservar el alma de todo pecado (devuelve joyas a su doncella). La otra opción es que la Dama renuncia a sus joyas, pues su único deseo es superar las pasiones de los sentidos no controlados.
Encandilados por la magia de la Dama y el Unicornio salimos al barrio latino de París, tan cercano a la Île de la Cité.
Paseamos por la Rue Saint Michel entre un bullicioso conjunto de gente que busca donde comer, donde comprar, donde fijar la vista. Desde aquí se puede ver el Sena, los puestos de libros y flores que circundan su orilla, las imponentes torres de Notre Dame. El encanto se puede palpar.
Lo mismo el pasaba al malvado Archidiácono Frollo de "Nuestra Señora de París" (1831), de Víctor Hugo, en unas líneas que se recuerdan en lo más alto de las Torres de la Catedral:
Todo París estaba a sus pies con las mil flechas de sus edificios y su horizonte circular de colinas suaves, con su río serpenteando bajo los puentes y sus gentes circulando por las calles, con las nubes de humo de sus chimeneas y con la cadena montañosa de sus tejados aprisionando a Nuestra Señora.
Pero de toda la ciudad, el archidiácono sólo miraba un punto concreto de la calle: la plaza del Parvis; y de entre toda aquella multitud sólo una figura atraía su atención: la gitana.
Habría sido difícil definir la naturaleza de aquella mirada y de dónde procedía la llama que de ella surgía. Era una mirada fija, llena de turbación y de tumultos. (Libro séptimo, capítulo Dos).
Nuestra mirada también quedó encantada, pero del París medieval de la Île de la Cité.