1. Pasear por la Damasco de Rafik Schami
La capital de Siria está reflejada de una manera tan emocional, tan cercana, tan viva en los libros de Rafik Schami (en particular, en esa maravilla que es El lado oscuro del amor) que su visita tiene que ir necesariamente de la mano del autor sirio-alemán.
En cada uno de sus libros son los olores, sabores y sonidos de Damasco los que afloran en cada capítulo, añadiendo gentes e historias que transforman la Damasco real en un escenario de cuento.
Schami recorre en particular el barrio cristiano de Bab Tuma y ahí nos dirigimos con interés, con ganas de captar ese espíritu de libro… que se queda entre las páginas del mismo. Bab Tuma no es sino el nombre de una de las antiguas puertas de Damasco. Pero hay más.
De hecho, es la Puerta de Bab Sherqi (o Puerta del Este) el inicio de la tradicional Calle Recta, la avenida cristiana en Damasco, con curiosos comercios en cada lado, edificios de terrazas de madera, gentes que pasean lentamente y vehículos a cual más asombroso. La Calle Recta (hoy calle Bab Sherqi) es el antiguo Decumano romano y esto se nota enseguida: es la única gran vía recta en el barrio cristiano, que recuerda poderosamente a los barrios árabes por lo intrincado de sus callejuelas.
Tanto en la calle recta como en las que de ella salen, aparecen escenas dignas de los libros de Schami: ancianas vendiendo fruta en la calle, chavales pelando higos chumbos para ofrecerlos a los viandantes, vírgenes en muchas esquinas (protegidas en pequeñas hornacinas), carteles en árabe aviejados, damascenos sentados descansando a la puerta de sus variadas tiendas (ya tengan éstas forma de coche, de ultramarinos o de chatarrería).
Y así parecen ver pasar la vida. Aunque Damasco es una ciudad animada, en las calles del barrio cristiano todo parece ir más lento, desde el viejecillo que te vende puertas antiguas o llamadores con forma de mano de Fátima hasta el que vende alfombras tomándose un té.
Muchas de las puertas han quedado integradas en las calles, incluida la propia Puerta de Santo Tomás, la Puerta de Bab Tuma, que da nombre al barrio cristiano. En su interior se pueden encontrar unas cuantas iglesias y monasterios de diferentes comunidades: maronitas, ortodoxos, armenios… Muchas iglesias recuerdan más a mezquitas que a las tradicionales de occidente.
Entre todas ellas, destacan dos capillas por su interés (más o menos) histórico: la Capilla de San Ananías (aquí, a la izquierda) construida sobre la Iglesia de la Cruz, que a su vez se construyó encima de la casa de aquel que bautizó a San Pablo y le devolvió la vista y la Capilla del propio San Pablo, construida allá donde éste escapó en una cesta de sus perseguidores una vez convertido.
La Capilla de San Ananías ha quedado, con el paso del tiempo, por debajo del nivel del suelo de la ciudad y por eso se accede a ella a través de unas escaleras empinadas. Abajo, una curiosas viñetas cuentan la historia de la conversión de San Pablo para aquellos, como yo, ignorantes de tal historia.
Salimos de nuevo hacia el Barrio Cristiano, donde las casas de grises fachadas, los balcones de madera y los damascenos vendiendo hojas de parra nos acogen de nuevo. Qué fácil es perderse por Bab Tuma. El final de la Calle Recta, por cierto, es un Zoco (el Midhat Pasha), animado y menos turístico que el mayor de los Zocos de Damasco, el Hamidie.
2. Recorrer el Zoco Hamidie
Como en muchas ciudades árabes, la ciudad antigua de Damasco es en sí misma un zoco a cielo abierto (sólo que techado en ocasiones). El Zoco más importante de la ciudad es el Zoco Hamidie (llamado así en honor al Sultán turco Abdel Hamid, bajo cuyo mandato se construyó en el XIX) y por la misma razón es el menos “real” de todos ellos.
Damasco no es Estambul, eso está claro: muy pocos vendedores se dirigen a ti en castellano, francés o italiano. No hay carteles en otros idiomas y para pagar, hay que utilizar la lira siria. No es un zoco destinado preferentemente al turismo (porque Siria aún no está tan dirigida al mismo como otros países árabes), pero sí es el más abierto y un poquito más occidental.
Bien, la mayor parte de las mujeres van cubiertas hasta extremos realmente ofensivos. Pero si dejamos esto a un lado (a veces cuesta), recorrer el zoco se convierte en algo divertido y casi emocionante.
El zoco en realidad está abarrotado, hay un gran ambiente en sus calles anchas y en sus callejuelas. Los aguadores y vendedores de té chocan entre sí los cuencos metálicos donde sirven sus productos para llamar la atención. Corros de mujeres cubiertas y de negro recorren las tiendas de ropa. Los brillos de los objetos de metal artesanales llaman la atención desde los escaparates. Cabezas de maniquí proponen pañuelos para las damascenas.
Unas chicas venden pañuelos palestinos para recoger dinero para la causa. Las perfumerías (con colonias no precisamente de marca) hacen su agosto. Las heladerías son las que más afluencia de gente tienen… en fin, un escenario caótico y vital, típico de cualquier ciudad árabe pero multiplicado por estar donde estamos: la capital de Siria.
Pero si interesante es el Zoco Hamidie, más aún lo son los zocos que surgen de él. Mucho más centrados en productos concretos (especias, calzado, comida, joyas, telas…) en un ambiente todavía más local que el Zoco principal.
Y con alguna que otra sorpresa, como la que provoca la visita a un escondido Caravansaray, el Khan Assad Basha, una caravanera elegante y asombrosa que se abre en medio del zoco que va de la Calle Recta al Zoco Hamidie, un lugar prodigioso y armónico (ver foto inicial).
Es cierto que es frecuente encontrar en Damasco el combinado de colores negro y blanco en los materiales de construcción pero es que en este Caravasar las columnas, arcos y cúpulas abusan de este recurso de una manera excepcional, creando un ambiente exótico y encantador.
La fuente de la parte inferior contribuye a esta sensación. La posibilidad de ascender a los pisos superiores, de ver el zoco desde los ventanales enrejados, de abrir puertas a estancias donde antaño se comerció y negoció…
Una visita necesaria en Damasco, la de este Caravasar construido en 1752 por el pachá Al Azem.
Este Pachá, por cierto, es bien conocido en Damasco por otro de los edificios que llevan su nombre…
3. Visitar el Palacio Azem
Aunque ahora mismo es el Museo de Tradiciones Populares, este gran espacio en medio del barrio antiguo de Damasco es un antiguo palacio del siglo XVIII (1749)levantado por el pachá Assad al Azem. La verdad es que es francamente bonito y lo tienen muy cuidado.
Jardines, fuentes y edificios emblemáticos por los que pasear y remolonear tomando una mirinda de naranja comprada en un quiosco que hay en el interior.
En las salas hay un poco de todo, objetos antiguos y maniquíes representan escenas tradicionales sirias, labores, trabajos, escenas populares, religiosas… el café, el hammam, la preparación de la novia para la boda, el trabajo del cuero, la peregrinación a la Meca y otras tantas.
En todo caso, los escenarios reconstruidos nada tienen que ver con la distribución original de salas y habitaciones del Palacio (equivalentes a los de una tradicional casa damascena).
Las habitaciones forman dos grupos alrededor de sendos patios. En el primer caso, el Haramlek, se trataba de un área muy grande dedicada a las mujeres mientras que el Salamlek servía para recibir a los hombres que venían de visita. Los baños (Hammam) y las habitaciones de los sirvientes (Khadamlek) completan el recorrido.
4. Vestirse de adefesio para visitar la Mezquita de los Omeyas
Muy cerca de los zocos se encuentra el mayor atractivo de Damasco, su impresionante y bellísima mezquita. Ahora bien, como hay que ser muy respetuosos con las creencias de los demás, pues nada, hay que cubrirse. No es que vayamos con bermudas y chanclas, vamos normales. Pero a los hombres se les pide que se cubran si los pantalones cortos están por encima de la rodilla y a las mujeres se les pide que se cubran y que se cubran. Casi totalmente, de hecho. Un pañuelo azul para el pelo y una gabardina gris horripilante para el resto del cuerpo.
La Mezquita fue fundada en 705 dC por el Califa El Walid y por lo tanto en su construcción, diseño y decoración participaron numerosos artesanos bizantinos. De ahí la presencia recurrente de preciosos mosaicos en pan de oro y vistosos colores representando árboles, casas, escenarios… exceptuando, claro, las figuras humanas o los animales.
En el gran patio, descalzos, pulula un gran número de personas. La mayor parte, obviamente, son árabes. Ellas, cubiertas, ellos un poquito más frescos. Los niños corretean y mucha gente se sienta a la sombra de los techados y las columnas para, por qué no, dejar pasear la vista por el espléndido complejo.
Éste cuenta con tres cúpulas: la de la fuente de las abluciones, en medio (en la foto de más arriba),la cúpula de los relojes al este y la cúpula del Tesoro, la más interesante, al oeste (en la foto de la derecha). Entre ellos, sendos postes con los llamados Candelabros de Bayram (se ve uno en la foto de arriba). Y a su vez la Mezquita cuenta con tres alminares, uno otomano, otro mameluco y un tercero del siglo IX, el más antiguo conservado.
El interior, aunque llamativo, ya no nos sorprende tanto, pues se trata de la típica sala hipóstila de las mezquitas con las mujeres a un lado y los hombres al otro, con los suelos totalmente cubiertos de cálidas alfombras y con su correspondientes mihrab (hay varios) y mimbar.
Eso sí, es bastante alargada y al oeste del transepto nos espera un invitado inesperado. Una capilla de tonos dorados con cristales verdes en la que se supone que reposa la cabeza de San Juan Bautista, profeta venerado tanto por el islam como por los cristianos.
Damasco vivió una época de esplendor durante la dinastía de los Omeyas, de lo que es muestra suficiente esta preciosa Mezquita. Por cierto que, aún dentro de la misma tenemos tiempo para encontrarnos, frente a frente, con el héroe histórico más importante de la historia del mundo árabe (al menos, de la Edad Media).
5. Presentar nuestros respetos a Salah El Din
Este edificio de aquí al lado es el Mausoleo de Saladino, el personaje más conocido en occidente de la época de las Cruzadas. A decir verdad, este mausoleo, en origen, era una medersa mandada construir por el propio Saladino.
Hay mucha gente en su interior por lo que el acceso está bastante controlado. La sala es pequeña sus esquinas están cubiertas con azulejos otomanos.
Hay dos tumbas en su interior. Una es la original de Saladino, del siglo XII. La otra, de mármol blanco, es un regalo del Kaiser Guillermo II que será muy espectacular pero la verdad es que no pega demasiado.
Un retrato de Yusuf Salah el Din el Ayubi se dispone encima de su cenotafio dando alguna idea sobre la dimensión histórica de este personaje. Saladino representa, junto al emir Nur Ed Din (su jefe), el ideal árabe de la unión entre los pueblos, por eso es tan importante. A lo largo de su vida, de sus luchas, negociaciones y batallas, Saladino logró unir pueblos antaño irreconciliables y más interesados en las guerras internas que en sacar a los cruzados de los territorios árabes.
Comenzó por Egipto, siguió por Siria… logró lo que antes los demás no pudieron. A su muerte, todo volvió a su estado inicial, pero ello no empaña la labor de un hombre en el que historia y leyenda se unen conscientemente.
A la salida del Zoco Hamidie se erigió esta espectacular estatua en bronce de Saladino, muy cercana a la Ciudadela.
6. La Damasco antigua
Damasco aparece mencionada en las tablillas del reino de Mari, de 2500 aC. Tutmosis III la conquistó en 1468 aC. Fue capital del reino arameo y posteriormente de la dinastía helénica Selyúcida. Parte del Imperio Romano, capital de los Omeyas durante la conquista árabe, centro principal del poder de Saladino. Y aquí y allá aparecen restos de muchos de esos hitos históricos.
Por ejemplo, la Ciudadela. Casi todos los edificios antiguos de época se sitúan en el recinto de la muralla, que todavía existe. Más allá espera el Damasco moderno y bullicioso.
La Ciudadela es el centro neurálgico de la Damasco antigua. Se construyó sobre un castro romano quedando definitivamente configurada bajo la dinastía de los Ayubíes en el siglo XI, primero y, más adelante, por el sultán Baybars (el conquistador del Crac de los Caballeros) después de la destrucción que generaron los mongoles en una de sus incursiones. Actualmente está cerrada al público, no así el jardín botánico, al lado de una de sus paredes.
Por el barrio antiguo de Damasco es fácil encontrar algún resto romano. Por ejemplo, el pequeño arco de triunfo que marcaba la intersección entre el decumano (la Calle Recta) y el Cardo máximo (hoy desaparecido). Pero, sobre todo, los restos romanos más visibles son los restos del Templo de Júpiter, repartidos entre la actual Mezquita de los Omeyas, la entrada al Zoco Hamidie y la plaza que les une. Apenas un arco, varias columnas y restos de un dintel hablan de la magnificencia del templo que debió estar ubicado én este lugar. Aquí y allá, en la mezquita, en el mausoleo de Saladino… aparecen restos de columnas, de basas, de capiteles… informando de un tiempo que ya pasó pero que sigue presente en la actual Damasco.
7. Cara a cara con el rey de Mari y con el primer alfabeto del mundo en el Museo Nacional de Damasco
En el Museo Nacional de Damasco no dejan hacer fotos.. sino sobornas a los guías de cada sala, claro está. Es un museo viejecito, típico del siglo XIX, al estilo del Museo Egipcio de El Cairo, con sus vitrinas de madera y cristal.
Entiendo que no se le puede pedir más, al fin y al cabo Siria no es un país rico y el presupuesto dedicado a este tipo de asuntos debe ser necesariamente reducido. Lo cual no quiere decir que deban hacer un esfuerzo en acondicionar el Museo: acondicionar en términos de temperatura, ¡qué calor pasamos¡.
La parte exterior es muy espectacular. Mantiene un gran número de piezas (algunas de gran valor) al aire libre: sarcófagos, estatuaria, puertas, columnas, tumbas… todos ellos mezclados y casi sin información (en esto también se parece a un museo del siglo XIX).
La puerta del museo se trajo desde las cercanías de Palmira, procedente de un palacio de época Omeya (siglo VIII) cuya portada ahora es la entrada de los visitantes. Una vez dentro esperan un buen número de cosas de interés así como tesoros únicos, como la estatua del rey de Mari de aquí al lado (foto previo pago de 50 liras sirias) o el primer alfabeto del mundo, en una tablilla hallada en el yacimiento de Ugarit.
8. De compras y tés por Shari al-Quaimariyah
El barrio antiguo de Damasco es una zona para pasear sin prisas, para tomarse algo en una terraza, para fumar en un narguile o para comprar cualquiera de las preciosas cosas que los damascenos ponen a la venta (muchas de ellas todavía no influenciadas demasiado por el turismo).
¿Cosas para comprar? Sin duda me quedaría con cerámica y metal. Las tiendas, regentadas por gente muy amable, cordial y acogedora, ponen a la venta cerámica artesanal, marquetería de madera, antigüedades más o menos valiosas (me quedé con ganas de quedarme con un llamador con forma de mano de Fátima, como ya dije), pero también frutas, verduras, carne, cosas para el hogar…
Todo ello en un ambiente divertido con grupos de personas comprando zumo de moras a un vendedor callejero, a chavales sentados en el suelo vendiendo parras rellenas, a tiendas de DVD totalmente actuales enfrente de comercios en los que el artesano está trabajando el cobre para crear obras únicas.
Pero también hay tiempo para tomar algo (a mi me va la mirinda de naranja, no lo puedo evitar) y qué mejor sitio que el Café más antiguo de Oriente, donde paramos muchos turistas y donde te sirven bien. Pero también cualquier otro cercano, dado que en la parte sur de la Mezquita de los Omeyas, donde comienza la calle Shari al-Quaimariyah, se concentran algunas de las tiendas y establecimientos más encantadores de Damasco.
9. ¡Comer!
Hay muchas opciones para comer en Damasco. A nosotros nos fue muy bien (repetimos incluso) el restaurante Umayyad Palace Restaurant, recomendado por Lonely Planet incluso, en el que puedes comer los tradicionales platos árabes, los primeros variados para untar o acompañar, los segundos consistentes, el pan de pita, la innumerable variedad de postres, la sandía… con un entorno verdaderamente singular, abarrotado de objetos, muchos de ellos únicos, antigüedades y cosas variadas con las que entretener la vista mientras te terminas tu riquísima comida árabe.
Ensaladas, humus, cremas de garbanzos, de berenjenas, de yogur, de ajo… los entremeses, los mezzes, son verdaderamente deliciosos. Tanto los que se untan como los que se combinan con múltiples cosas. Eso sí, los segundos tendrán, sí o sí, pollo o arroz. A veces cordero. Pero es que la gastronomía árabe es así.
10. Coger el transporte público…
Puede ser un suicidio. El transporte público, cuentan, es bastante malillo, poco frecuente, atestado de gente y con vehículos no demasiado buenos.
El taxi es la opción natural, por su bajo, bajísimo, precio y por la comodidad del puerta a puerta. Los taxistas van a tratar de engañarte, eso seguro. Lo mejor es acordar con ellos una cantidad inicial u obligarles a utilizar el taxímetro.
Nosotros discutimos con uno para que lo hiciera, llegando otros taxistas a cobrar más del doble a otros turistas para el mismo recorrido. Aún así, es rápido y sobre todo divertido. Hay cientos de taxis amarillos por todas partes y desde luego puedes elegir, desde los más destartalados hasta los más modernos.
Y el tráfico, a veces totalmente colapsado, te ofrece imágenes únicas casi sacadas de Sudamérica, como los característicos autobuses de transporte público, hiperdecorados.
Y no sólo de día: de noche parecen burdeles andantes con luces de todos los colores anunciando su presencia. Por la noche, por cierto, es muy llamativo ver a los damascenos salir a las afueras de la ciudad y sentarse en familia encima de una alfombra a tomar el fresco en cualquier cuneta de cualquier calle o avenida….
11. La Damasco moderna
El arquitecto español Fernando de Aranda diseñó la entonces moderna Estación de Ferrocarril de Hidjaz, donde finalizaba el recorrido del Taurus Express, el tren que llegaba directo de Estambul (y el que cogían Ágatha Christie y Max Mallowan para acercarse a Siria).
Ahora está cerrada pero es un buen inicio para recorrer la Damasco moderna, la bulliciosa y uniforme ciudad, capital de Siria, que se levanta hacia el monte Qasiun, una ciudad que cubre una enorme cantidad de terreno de homogéneas casas blancas.
El Monte Qasiun domina Damasco desde sus 1200 metros de altura, escondiendo en su cima un centro de telecomunicaciones.
Noche y día el aspecto de la Damasco moderna, tan amplia, tan extendida, tan sorprendente, encandila a los visitantes como nosotros, encantados con Saladino, con la Mezquita de los Omeyas, con la Calle Recta y con unas gentes amables, cordiales, entregadas. Como la Damasco que describe Rafik Schami.