“(…) la poderosa mano del Omnipotente y la indignación del Dios de las Venganzas, justificadamente irritada contra los pecadores, por la repetición de nuestras culpas, explicó sus iras sobre ella (la ciudad), destruyéndole enteramente la tarde del 29 de julio pasado (…)”.
A partir de este momento, y una vez aprobadas las cédulas oficiales de abandono de la localidad, desde 1774 a la ciudad de Santiago de Guatemala, antigua capital de una amplia región que iba desde el Yucatán hasta Costa Rica, centro político, religioso, comercial y cultural de toda Centroamérica pesó a ser denominada La Antigua Guatemala.
En sus calles crecieron la vegetación y el polvo, algunas de sus gentes se llevaron lo necesario a la nueva capital guatemalteca, ubicada en un valle cercano; otras se quedaron malviviendo entre sus ruinas. Y esto salvó, y de qué manera, a la ciudad.
La Antigua Guatemala no se modernizó, sus casas no se convirtieron en un mar de bloques modernos crecidos sin orden ni concierto, sus cielos no se cubrieron con cientos de cables entrelazados en el aire, sus calles no ganaron la sensación de agobiante fealdad urbana con la que cuentan muchas de las capitales americanas actuales.
A cambio, a modo de una Pompeya americana (quizá mejor de un Herculano americano), se quedó La Antigua Guatemala, con sus calles y sus casas paralizadas en el siglo XVIII, con sus dignas ruinas esperando a ser visitadas, con todo el maravilloso encanto latinoamericano de sus gentes, con el colonial y colorido aspecto de sus casas y mercadillos.
Y hasta aquí he llegado invitado por la AECID, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, cuyo Centro de Formación en Antigua Guatemala (http://www.aecid-cf.org.gt/) provoca un orgullo sincero a todos los que lo visitan.
De hecho, este Centro ocupa las antiguas dependencias del Colegio de la Compañía de Jesús, abandonado definitivamente en 1976 tras otro terremoto que obligó a reubicar el mercadillo de artesanos que aquí pervivía. Como cuenta su web, en 1992 España y Guatemala firmaron un convenio para la realización de un proyecto de restauración, a través del Programa de Preservación del Patrimonio Cultural de Iberoamérica dependiente de la AECID, en el Colegio de la Compañía de Jesús, con el visto bueno del Consejo Nacional para la Protección de la Antigua.
Los resultados son espectaculares. No sólo las coloridas fachadas, en un rojo oscuro resultón, se integran perfectamente en el entorno de La Antigua, sino que los tres claustros hasta ahora restaurados son un ejemplo de belleza para la vista. La Iglesia anexa al Colegio se mantiene en ruinas, entiendo que a propósito: es el espíritu de La Antigua: la sabia mezcla entre ruinas bien tratadas y cuidados paisajes urbanos.
Según la web de la AECID, el Colegio de Jesuitas estaba habitado por un número reducido de religiosos, alrededor de 12, con gran nivel intelectual y dedicados a la docencia de filosofía, filología y retórica. Ahora este centro sirve de motor cultural para la Antigua Guatemala y para todos los países de Centroamérica y Caribe que se ven beneficiados por su labor.
El edificio de la Compañía de Jesús es el ejemplo perfecto para explicar qué le pasó a la Antigua Guatemala. La Antigua fue la tercera capital de Guatemala (nombre castellanizado del cakchikel Coactemalan que significa Tierra de Bosques o Tierra Salvaje). El 10 de marzo de 1543 se celebró el primer cabildo en la ciudad.
Atrás había quedado la historia del conquistador de la región, Pedro de Alvarado, romántica para unos y dramática para otros, y de su mujer, Beatriz de la Cueva que le sucedió como gobernadora al morir éste en 1541 durante 40 horas, las mismas que tardó en aparecer una tormenta tropical posiblemente acompañada de un terremoto y que destruyó la hasta entonces próspera Ciudad Vieja de Santiago de Guatemala. Los supervivientes, entre los que no se encontraba la Sinventura Beatriz de la Cueva, se trasladaron definitivamente a un valle cercano, el Valle de Panchoy, donde desde 1543 se estableció formalmente Santiago de Guatemala, hoy La Antigua.
Y así comienza la historia de La Antigua Guatemala, una bellísima ciudad ubicada cerca de la unión de tres placas tectónicas y rodeada de tres inmensos volcanes, el Volcán de Agua, el Volcán de Fuego y el Volcán Acatenango, alguno todavía activo, y cuyas poderosas vistas aturden la vista del visitante. Entre placas y volcanes, la historia de Antigua, si se me permite la tontería, ha sido muy movida y son las fechas de los grandes terremotos acaecidos aquí las que la marcan. De hecho, los terremotos y las erupciones son bastante frecuentes y las gentes de Antigua guardan recuerdo de aquellos que más les impactaron.
Un parlanchín antigüeño que nos hizo de guía se vanagloriaba de haber salvado a su familia de uno de los grandes terremotos, el de febrero de 1976, cuando llegó un poco borracho a casa de noche y su mujer le estaba esperando despierta, lo que facilitó que pudiera salir a la calle huyendo del temblor a diferencia de sus vecinos, que fallecieron bajo sus casas derruidas.
Pero esos mismos terremotos y erupciones han logrado que esta ciudad sea especial en Guatemala. Y no sólo porque estén controladas las alturas de construcción o la imagen y materiales de las fachadas. No. En Antigua Guatemala no se permite, por ejemplo, tocar el claxon (bocinar en español de allá). O, todavía más sorprendente, no se permiten ciertas licencias electorales que los iberoamericanos utilizamos mucho: cubrir las paredes de carteles infumables y, en particular por allí, las aceras con gentes ondeando banderas del partido afín.
El caso es que en 1773, la ciudad de Santiago de Guatemala contaba con más de 50 edificaciones civiles y eclesiásticas cuando sufrió importantes daños por los llamados “terremotos de Santa Marta”. Y muchos de esos edificios permanecen aún, deteriorados o restaurados, pero permanecen allá. Y algunos de ellos, están en uso.
Precisamente es lo que le sucede a los edificios de la Compañía de Jesús, que originalmente pertenecieron a una de las figuras más conocidas de la ciudad, Bernal Díaz del Castillo, autor de la Verdadera y Notable Relación del Descubrimiento y Conquista de la Nueva España y Guatemala, escrito en el siglo XVI mientras fue Regidor perpetuo y Alférez Real. Aún hoy se trata de uno de los edificios más impresionantes de la ciudad, ocupando toda una manzana de extensión.
Una vez expulsados los jesuitas por orden de Carlos III de todos los territorios hispánicos, estos edificios fueron pasando por diferentes etapas, casi todas ellas tendentes a la ruina tras los seísmos sufridos.
Recientemente fue sede del mercado municipal de La Antigua, pero en 1976 tuvo que ser reubicado tras el terremoto mencionado anteriormente. A día de hoy, La Antigua cuenta con un típico mercadillo artesanal dirigido expresamente a los turistas e interesados en tan bellas muestras de labor y otros más habituales de alimentación, ropa o enseres entre los que es fácil perderse.
El complejo de la Compañía de Jesús, tan delicadamente restaurado por la Cooperación Española, está muy cerca de la Plaza Mayor, aquella que sirve de reunión a las gentes de la ciudad y que a cualquier hora está repleta.
La verdad es que es una imagen preciosa y no sólo por el parque central con su fuente con llamativas sirenas que se cubren los pechos (dicen por allí que por un supuesto castigo por negarse a dar de mamar a sus niños, si alguien le encuentra sentido que lo diga), sino porque está rodeada de sus edificios principales: la Catedral, el Ayuntamiento y el Palacio de los Capitanes Generales (desde donde se gobernaba la antigua Capitanía General de Guatemala entre Chiapas, el Yucatán y estos territorios), entre otros. Además, aquí se ubican algunos comercios principales de la ciudad.
Decidimos entrar a echar una ojeada la Catedral (momento en el que se acerca nuestro ínclito guía, Óscar, que aparece en el vídeo anterior). Éste nos cuenta cosas de lo más curiosas pero es quizá la forma de contarla y la pasión que siente por su ciudad lo que le dan encanto a la ruta. Amén de verle dar el pésame a sucesivos dolientes en un entierro masivo que pasaba por allá, criticar a los jóvenes que se besaban abiertamente en la calle, declarar su devoción (con puntillo absurdo y surrealista) por el Hermano Pedro o sacarnos más quetzales por sus servicios de los realmente fijados.
El caso es que recorremos la catedral. La catedral nueva es bonita, nada del otro mundo. Pero la que sobrecoge es la catedral arruinada tras los seísmos de 1774. La nueva catedral no es sino la tercera construcción en el mismo sitio, datando la actual del siglo XVII (por cierto que dos campanarios laterales fueron demolidos en el siglo XIX, vaya Vd. a saber porqué).
Una de las cosas que más llama la atención de entre las ruinas de la catedral es la oscura cripta de culto maya denominada “Capilla de los Reyes”, una de las primeras construcciones de devoción en la Guatemala de plena fiebre evangelizadora. Todo el entorno es impactante y aquí y allá aparecen cosas de interés: desde una lápida que indica que acá fue enterrado el conquistador Pedro de Alvarado hasta restos de los frescos que ocupaban las paredes o capiteles, basas y columnas desperdigados o recogidos a la espera de que alguien los identifique y ubique en el lugar correspondiente.
La vegetación también cubre parte de las ruinas, desde Orejas de Elefante a algunas plantadas allá casi como jardines. Las cosas de Guatemala: la entrada a esta parte de la catedral derruida vale lo mismo que una de las postales que te venden a la entrada.
Enfrente mismo de los restos de la antigua catedral se encuentra el actual Museo de Arte Colonial, sito en la Universidad de San Carlos, una de las primeras en América. Aunque ya había alguna experiencia anterior, no fue hasta el 31 de enero de 1676 cuando Carlos II el Hechizado dio la Real Cédula para constituirse como Universidad.
Las clases comenzaron formalmente en 1681 con setenta alumnos que recibían clases de teología, latín, medicina, arte, leyes y lengua maya (el kaqchikel mencionado anteriormente).
Los terremotos la dejaron parcialmente dañada pero siguió siendo colegio un tiempo (modificándose algunas partes del edificio aportando un estilo mudéjar muy llamativo al verlo al otro lado del océano) y después almacén de obras de arte de la ciudad, lo que terminaría convirtiéndole en el Museo de Arte Colonial actual.
De hecho, es un edificio tan popular que una de las vistas de su interior, la de las columnas de abajo a la izquierda es la parte de atrás del billete de 10 quetzales.
El Museo de Arte Colonial de Antigua guarda pinturas y esculturas de 1590 hasta el siglo XIX, muchas de ellas anónimas y, muchas de ellas también, típicamente barrocas. Destacan algunas figuras en madera muy bellas (algunas, en el interior de vitrinas refrigeradas protectoras), pinturas de artistas mexicanos como Juan de Correa o Cristóbal de Villalpando pero sobre todo algunas obras de un artista guatemalteco.
Se trata de Thomas de Merlo, que nos llamó más si cabe la atención (casi todas de carácter religioso), sobre todo porque muchas de ellas han sido recuperadas tras robos pasados. Destaca la gigantesca obra dedicada al Tesoro del Calvario.También apareció por allí una copia de un Tiziano del Prado dedicada a un joven Carlos V…
Salimos de la Universidad para continuar recorriendo las coloridas calles de Antigua Guatemala. Las fachadas presentan alternadamente rojos, amarillos y azules, sobre todo los de aquellas casas restauradas en las que vive gente, que conviven con otras deshabitadas y deterioradas o aparentemente deshabitadas y deterioradas. Me explico. Coincidí en mi vista con el mismísimo Mel Gibson, propietario de alguna casa en Antigua y que parece que siente mucho interés por Guatemala: http://www.prensalibre.com/escenario/espectaculos/Mel-Gibson-estadia-Guatemala_0_499750342.html. Aún con todo, Antigua guarda algunos escenarios realmente curiosos y que hablan de la realidad actual del país. No puedo evitar comentar los lavaderos: el llamado Tanque La Unión.
Se trata de una pila pública utilizada especialmente por las mujeres mayas que se acercan desde poblados de alrededor que no cuentan con agua de fácil acceso. Fue inaugurado en 1853 y aún sigue en uso, tal y como pudimos comprobar en directo mientras algunas personas se lavaban entre sus arcos (también algunas parejas jóvenes se besaban libremente presas de la crítica de nuestro guía borrachín; seguramente venían del cercano colegio universitario que ocupa la sede de un antiguo colegio femenino).
Este Tanque fue inaugurado por un Corregidor llamado José María Palomo y Montúfar que trató de restaurar numerosos monumentos en la ciudad, incluyendo este pilón con arcadas, el Palacio del Ayuntamiento y las dos obras más bellas de Antigua Guatemala.
En primer lugar el llamativo e icónico Arco de Santa Catalina. Se trata del arco que tuvieron que construir para permitir el paso de las monjas de clausura (pertenecía al segundo convento de monjas creado en la ciudad) entre un edificio y otro del Convento de Santa Catalina. Las monjas pretendieron cerrar la calle uniendo con una pared ambos inmuebles pero ante la negativa del Ayuntamiento se optó por esta solución, que embellece sobremanera las ya de por sí bellas calles de Antigua con su amarillo llameante.
El mismo amarillo de la otra gran obra restaurada por el Corregidor Palomo y Montúfar: la Iglesia de La Merced. Los mercedarios fueron los primeros en establecer un convento masculino en Antigua, si bien el edificio actual data de 1767 y, sin lugar a dudas, es la visita más recomendada de toda la ciudad.
Esta iglesia ha sido restaurada por el gobierno guatemalteco y el resultado es espléndido, sobre todo por la correcta reconstrucción de la iglesia (dañada por los sucesivos terremotos) y por el encanto de su claustro abierto, con una fuente de piedra tallada en su centro y la mirada permanente y directa de los volcanes sobre ella.
El coste de la entrada es de 5 quetzales que se pagan con alegría pues merece totalmente la pena. Además, se tiene la oportunidad de ver algunos restos arqueológicos (por ejemplo, numerosas vasijas de transporte de aceites y otros elementos) así como pinturas originales del Convento.
Y es que si hay algo frecuente en Antigua Guatemala son las iglesias. No tuve la oportunidad de visitar todas ellas, en algunas pasamos de largo (como la de Santa Clara, aquí abajo) y en otras tuvimos la oportunidad de entrar y no mereció la pena.
Es el caso de la Iglesia del más famoso de los antigueños, el Hermano Pedro. Según cuentan por aquí, en Antigua han existido dos Pedros famosos, uno mal (Pedro de Alvarado) y otro bueno, el Hermano Pedro, dechado de virtudes y santón prolijo, al que realizan peticiones y peregrinaciones varias y aquel al que determinado político prometió restaurar su iglesia si le hacía presidente.
Lo logró. Y la restauró, claro. Y ahora miles de personas van a solicitarle ayuda y dejar patente su devoción con mensajes a veces surrealistas y con ofrendas típicas en función de lo que necesitas que te curen. Además, se ha construido un santuario alrededor de su tumba que no pega con el bonito interior de la iglesia restaurada.
Conocer La Antigua Guatemala ha resultado ser tan satisfactorio como lo ha sido leer el excelente libro de Elizabeth Bell “Antigua Guatemala. La ciudad y su Patrimonio” con la que he podido documentar tantas cosas de esta entrada.
Es cierto que Guatemala no está pasando por el mejor de los momentos y que la violencia del narco en el norte y de las maras en las ciudades (en particular, en la capital y contra las empresas de autobús urbano) pueden poner en peligro el desarrollo de uno de los países centroamericanos más bellos que conozco, con gentes más cercanas y agradables y con hoteles tan impresionantes como el que me tocó disfrutar, el Hotel Soleil La antigua (http://www.gruposoleil.com/) cuyas vistas son lo mejor de la visita.