Hay que reconocer que no es habitual comenzar hablando de una pieza de gran interés arqueológico como parte de un Museo de Historia Natural, pero en Viena no lo deben creer así y su Venus de Willendorf, una de las estatuillas prehistóricas más famosas de aquel periodo se ubica en el Naturhistorisches Museum (http://www.nhm-wien.ac.at/) y no en su gemelo de enfrente, el Kunthistorisches Museum, ambos ubicados en la preciosa Plaza de María Teresa, en pleno centro de Viena.
Estamos viajando a un mundo en plena glaciación, a más de 25000 años atrás en los que el paleolítico estaba en su cénit. En el Museo se muestran objetos hallados en diferentes yacimientos paleolíticos de entre cien mil y cuarenta mil años antes de nuestra era y, en los corredores cercanos a estas salas se exponen restos de la fauna que compartió espacio y tiempo con aquellos cazadores recolectores que moldearon a nuestra Venus de Willendorf (y a otras Venus que se muestran en el mismo espacio expositivo).
Entre ellos llaman la atención sendas reconstrucciones con el mamut lanudo como protagonista. En un caso es un mamut reconstruido a escala el que aparece por la pared de la sala dedicada al paleolítico. En otra, la reconstrucción de una cabaña realizada con pieles y huesos de mamut para que los cazadores se cobijaran del frío glacial de aquella época.
No está claro todavía el porqué de la construcción de figurillas como la Venus de Willendorf, excelentemente expuesta en una salita oscura, tenuemente iluminada, en el centro de la Sala XI dedicada a la prehistoria. Desde luego, responde a los estándares místico-religiosos de la época, pero probablemente no lo haga a la realidad de aquellas gentes, de vidas duras y probablemente cortas. La voluptuosa Venus se expone de forma que la podemos rodear, algo que no suele suceder en la mayoría de los casos. Y así nos fijamos en que no tiene ninguna pero a la vez muchas caras. Y que sus formas anchas, gordas, enormes responden probablemente a un deseo o a una traslación de femineidad asociada al poder o a la suerte. Quien sabe.
La Venus de Willendorf fue hallada el 7 de agosto de 1908 en el valle del Danubio, en un yacimiento que ha proporcionado otras figurillas mucho menos contundentes que nuestra Venus, que por cierto estaba cubierta de ocre rojo. Estas figurillas, más deslabazadas, se exponen cerca de su hermana mayor. Y próxima a ellas, la denominada Fanny de Galgenberg, una de las figuras de mujer más antiguas halladas en el mundo. Se trata de una figura pequeña, de apenas 7 cm (le Venus de Willendorf tiene 11) con 32000 años de antigüedad. Está fabricada en anfibolita y parece que está llevando a cabo algún tipo de danza.
Pero por ser un Museo de Historia Natural, nos sentimos atraídos por la fauna de la Edad del Hielo de los corredores cercanos… Y allí encontramos un impresionante conjunto de osos de las cavernas (Ursus spelaeus), habituales de todo buen museo que se precie, pero que en este caso se destacan por albergar a la madre osa y a dos pequeños oseznos, uno de ellos fosilizado cuando aún era un feto y el otro de apenas 7 meses hallados en Hartelsgraben bei Hieflau, en Estiria. Estos grandes osos convivieron con los seres humanos (y con nuestros ancestros anteriores) desde 1,8 millones de años hasta hace apenas 11500.
El león cavernario (Panthera leo spelaea), quien realmente no vivía demasiado en cavernas, también tiene su representante en el corredor.Curioso: los machos no tenían melena, pero esto lo sabemos más bien por las pinturas rupestres que por los restos paleontológicos. Se trataba de una subespecie del león moderno por lo que podemos considerar que la especie principal nunca se extinguió pasadas las glaciaciones.. por ahora, pues nuestros leones no están en el mejor de los momentos.
Quienes sobrevivieron para extinguirse durante tiempos recientes fueron los Uros (Bos primigenius), que no sus primos, los bisontes. El bisonte europeo (Bison bonasus) (que, por cierto, protagoniza un excepcional diorama en otra parte del museo) es el sucesor de otras especies de bisontes que se extinguieron con la desaparición de los hielos. Entre ellas estaban el Bisonte de bosque (Bison schoetensacki) y el Bisonte estepario (Bison priscus). Del primero, que debió ser muy común en el pleistoceno austriaco, se expone un fenomenal esqueleto de hace 700.000 años hallado en Hundsheim, en la baja Austria. Supongo que ambos dieron de comer a aquellos que realizaron con paciencia las Venus antes comentadas.
Y probablemente siguieron haciéndolo durante varios siglos. No hay más que ver la pieza estrella de la exposición dedicada al yacimiento checo de Byci-skála, una cueva cerca de Brno que fue utilizada durante la edad del hierro como centro religioso, donde iban las gentes de la llamada Cultura de Hallstatt (entre 800 y 400 años antes nuestra era) a realizar ofrendas rituales.
Entre otras joyas y objetos de valor destaca un carro reconstruido con las piezas halladas en la cueva y un toro de bronce del siglo V aC. Sólo le faltan los ojos y el rabo, que no debieron estar hechos de bronce como el resto del cuerpo y que no se han conservado. De influencia escita, tiene un triángulo de hierro en la cabeza que pudiera estar relacionado con la fertilidad.
Por cierto, antes de que lo olvide, detengámonos un momento en el diorama del Bisonte europeo.
El Naturhistoriches Museum cuenta con numerosos dioramas y una gran exposición (como no podía ser de otra forma) de bichillos naturalizados a lo siglo XIX. En ocasiones este tipo de museo requiere un plus de animación para que las polillas no sean las únicas enemigas de su supervivencia.
El Museo vienés hace especial hincapié en este display pues es el más grande y uno de los más recientes, de 2002. Este diorama celebra el éxito de la recuperación del bisonte europeo, que se dio por extinguido en libertad allá por la Primera Guerra Mundial. Y fue gracias a ejemplares en cautividad y a la perseverancia de conservadores polacos que se logró mantener la especie conservando además uno de los hábitats más importantes para la misma, el Parque Nacional de Bialowieza. De este Parque proceden los ejemplares que nos miran en el escenario recreado.
Como decía, hay numerosas salas dedicadas a fauna disecada. En algunas vitrinas se limitan a mostrar familias y grupos (como los pinnípedos de aquí al lado). El Museo cuenta con una soberbia colección de mamíferos naturalizados, 470 de ellos expuestos en siete enormes salas.
Y en ellas el Naturhistorisches trata de repetir lo que hace el resto del museo: compatibilizar las vitrinas tradicionales con algunas pequeñas sorpresas. Entre ellas, tenemos flora y fauna saliendo (literalmente) de los cristales de las vitrinas así como obras de arte decorando los techos de las salas (muy parecido a lo que hicieron los berlineses en el Museo de Pérgamo).
Así que recorremos las salas de los mamíferos (de las más importantes en el Naturhistorisches) y nos recreamos ante dos de las joyas del museo (que, por otro lado, ya hemos visto en algunos otros). Tenemos ante nosotros a dos especies extinguidas por el hombre que ya sólo habitan en el imaginario popular y en salas como éstas.
En primer lugar, la Vaca Marina de Steller (Hydrodamalis gigas), de la que ya vimos un portentoso ejemplar en el Muséum National d’Histoire Naturelle de Paris. Recordemos entonces a Georg Steller, un médico y naturalista alemán que participó en una expedición rusa de exploración del Polo Norte en 1741, muy a lo Stephen Maturin. La expedición fue un fracaso y se tuvieron que pasar todo un invierno parados en la Isla de Bering (denominada así por el responsable de la expedición, Vitus Bering). El caso es que en ese tiempo Georg Steller descubrió una Vaca Marina, pariente de los dugongos y manatíes actuales y de gran tamaño. El caso es que fue el primer y único naturalista en ver con vida a la especie, que fue cazada hasta la extinción en los (pocos) años siguientes.
Otro que sufrió el mismo fin fue el Tilacino o Lobo de Tasmania (Thylacinus cynocephalus). A este pobre marsupial lo hemos visto repetidas veces en museos de todo el mundo.
El ejemplar del Naturhistorisches de Viena está recostado (creo que es la primera vez que lo veo así) y nos recuerda una especie que tardó 300 años en extinguirse desde que fue descubierta para la ciencia, consecuencia de la caza, de la pérdida de hábitat, de la ganadería intensiva, de enfermedades y de la competencia con el dingo. El caso es que ya no contamos con él, habiendo dejado como recuerdo algunos especímenes en museos, un vídeo grabado del último ejemplar que vivió en el zoo australiano de Hobart y pinturas rupestres de los aborígenes australianos.
Aves, reptiles, anfibios, insectos… salas dedicadas a instrumentos científicos de la época del renacimiento.. en fin, un recorrido más que interesante con encuentros sorprendentes: desde celacantos y peces luna a gaviales indios y dragones de Komodo. Todo ellos en vitrinas y dioramas bastante bien diseñadas y apañadas.
Por quedarme con un par de cosas de este primer piso de maravillas, lo haría con la Tridacna Gigante (Tridacna gigas) expuesta en medio de la Sala dedicada a los invertebrados marinos y la pareja de Cangrejos Gigantes japoneses (Macrocheira kaempferi) que decoran la Sala ubicada bajo la cúpula principal.
La Tridacna cuenta con una llamativa reconstrucción del colorido tejido del manto de la almeja, cubierto de zooxanthelas que contribuyen con su fotosíntesis a esa simbiosis típica de libro. Lástima que las tridacnas estén a punto de desaparecer por la sobrepesca y la contaminación. Su enorme tamaño y peso (sobre un metro y medio y más de 250 kg) debieron llamar la atención en los mares de coral del Pacífico.
Por otro lado tenemos a la pareja de cangrejos gigantes de la bahía de Tokyo. Con sus patas de hasta 4 metros, estos cangrejos destacan entre los demás crustáceos por ser los más grandes del grupo. Estos de aquí al lado fueron regalados al famoso Emperador Francisco José por su homólogo japonés y ocupan un lugar destacado en el museo, pues se ubican debajo de la cúpula principal.
Y aprovecho el momento para hablar sobre el espléndido edificio en el que se ubican todas estas estas piezas y un poco de su historia. Como suele pasar, muchos de los objetos que se muestran en el museo proceden de aquellas colecciones medievales y renacentistas, aquellos gabinetes de maravillas de los que beben museos como el que estoy recorriendo.
Sin embargo, se suele reconocer al Emperador Francisco Esteban I, marido de la gran Emperatriz María Teresa. En un lugar privilegiado de la escalera principal se ubica un gran retrato del emperador con los directores de las colecciones imperiales.
Francisco Esteban era aficionado a la historia natural, tal y como se la conocía en la época, y por eso está rodeado de sus fieles Johan Ritter von Baillou (el director de la colección de especímenes naturales, con su uniforme azul), Valentin Duval (el director de la colección numismática, con sus monedas), Johann Marcy (el director de la colección física, con un orbe) y detrás del emperador, el bibliotecario y médico personal de María Teresa, Gerard von Swieten. Y en la mesa, un ammonite, unas esmeraldas y un cristal de roca que aún pertenecen a la colección.
Por cierto, al lado del cuadro se expone un perro disecado. Puede sonar raro pero no lo es. Se trata de un Spaniel pequeño y gracioso que resulta ser uno de los animales naturalizados más antiguos de la colección y que lleva la inscripción “Perro del palacio de Su Majestad María Teresa”.
Y es que como buen noble de su época, Francisco Esteban estaba muy interesado por el mundo natural y su amistad con Baillou, el propietario de la mayor colección de muestras del mundo natural de aquel entonces, no hizo más que alentar dicha afición. Hasta el punto de comprar la colección de Baillou en 1748.
Y no sólo visitaba las colecciones (que había ubicado en el Hofburg) casi a diario sino que envió expediciones allende los mares para enriquecerlas.Cuando Francisco Esteban murió, María Teresa decidió donar sus colecciones al estado. Ella también sentía interés por el mundo natural, pero desde una perspectiva más práctica y por ello enriqueció las colecciones de minerales con la intención de mejorar el conocimiento y el valor de las minas de Austria.
En cualquier caso, cuando donó las colecciones, éstas se trasladaron a un nuevo edificio que podría visitarse dos veces a la semana por el público. Había nacido el primer museo de Austria.
Tiempo más tarde sería el Emperador Francisco José quien ordenaría construir la pareja de edificios para el Arte y la Historia Natural que hoy en día se miran en la Plaza de María Teresa. Los arquitectos fueron Gottfried Semper y Carl Hasenauer y los diseñaron idénticos. El Naturhistorisches se inauguró el 10 de agosto de 1889 y en su interior destaca la gran escalera, sobre todo porque está decorada con esculturas de mármol de grandes científicos, desde Aristóteles a Alexander Von Humboldt pasando por Kepler, Linneo o Cuvier.
El museo es una maravilla en sí mismo, un poco como le pasa al Museo de Historia Natural de Londres o a su propio hermano gemelo, el Kunthistorisches. Es un placer recorrer sus salas y fijarse, como comentaba antes, en las pinturas de las paredes y en esa extraña mezcla de vitrinas decimonónicas y sorpresas museísticas actuales. Y faltaba lo mejor: la paleontología.