En un día de clima inhabitual para ser junio y ser Cáceres, con nubarrones a punto de descargar agua y algo de viento, el casco antiguo de la ciudad se recrece en belleza y sobrecoge al que lo visita.
No son sólo los impecables y bien cuidados edificios medievales o barrocos, también lo hace emocionante el conjunto de variados sonidos que lo acompañan. Y es que aquí se dan cita un buen número de aves urbanas que enriquecen la sensación de placer.
El paisaje recoge a cigüeñas que crotoran, tordos que chillan, cuervos y grajillas que graznan, trinos de gorriones, ulular de palomas e incluso el silencioso perfil de un cernícalo sobrevolando los palacios y casonas.
Palacios y casonas que se mantienen en pie desde hace muchos siglos conformando uno de los cascos antiguos más bellos de España.
La terrosa y enorme mole de la Iglesia de San Mateo, visible desde buena parte del área antigua y la Concatedral contrastan con el blanco de las paredes de la fachada de doble columna de la Iglesia de San Francisco Javier, en plena Plaza de San Jorge (donde se han rodado escenas de multitud de películas como 1492 de Ridley Scott), referente de la zona.
Lástima que el Museo Provincial, en la Casa de las Veletas, tenga un horario tan ajustado, motivo por el que no lo pude visitar.
La Plaza Mayor, lugar de tantos botellones iniciáticos de tanta gente como yo, cierra la visita al casco, que merece la pena recorrer con detenimiento.
Nada mejor que finalizar saboreando una tapa de jamón ibérico en “El puchero”, uno de los restaurantes de más prestigio de la zona y de afable trato. Muy recomendables sus setas al laurel y su brocheta de rape.