8 de enero de 2008

Templos del Antiguo Egipto (I): Abu Simbel, Amenhotep III y Karnak

El gran templo de Abu Simbel, en la parte más meridional de Egipto, daba la bienvenida a cualquier embajador o visitante nubio al país de la Tierra Negra. Esa, posiblemente, fue una de las razones por las que el todopoderoso faraón Ramsés II contruyó este inmenso templo a mayor gloria de su persona en las orillas del Nilo.


Un templo hermosísimo, impresionante, al verlo en directo confirma las expectativas creadas al documentarte sobre él.

Por supuesto también asombra la faraónica obra que lo trasladó de lugar (junto al de su esposa Nefertari, que está a un paso) por la construcción de la presa de Assuán. Es incontestable la labor de los ingenieros que lograron movilizar tantas toneladas de belleza y dignidad a esta montaña artificial que da al Lago Nasser.

Supongo que sería repetitivo comentar lo colosal del conjunto y la altura y enormidad de las efigies de Ramsés y del Templo en general. La llave con forma de ank abre sus puertas y deja entrever otra sala con un conjunto de 8 grandes figuras de Ramsés osirizado dejando una pequeña sala al final con las esculturas de 4 dioses: el mismo Ramsés, Ra-Horatji, Amón y Ptah, que es el único que permanece a la sombra (como Dios de las profundidades que es) cuando los rayos del sol de dos días al año iluminan los demás.

Abú Simbel es el Templo más famoso de Egipto y uno de los de más difícil acceso. Ello no significa que miles de turistas (entre los que nos encontramos nosotros, claro) se acerquen a verlo, en bus o en avión. El traslado en autobús es largo y se hace tedioso, pero yo lo prefiero: el avión a veces te deja tirado cuando menos lo esperas.

En cualquier caso, la visita es breve. Como me decía mi amiga Paloma, algo así como "por mí y por todos mis compañeros".Vale, quizá exagere. Al menos contamos con hora y media de visita, pero hay tanto que ver, tanta gente... que todo se hace inabarcable.

El caso es que los Templos son espectaculares. Los grandes colosos de Ramsés II miran al horizonte. Todos no, uno de ellos se desmoronó tras un terremoto en la edad antigua, aguardando aparentemente a que alguien reubique la cabeza caída. La altura de las efigies, de unos veinte metros de altura, contrasta con las de las figuras reales que las acompañan.

Muy cerca se sitúa el templo de la esposa favorita de Ramsés II, Nefertari. Dos efigies de la reina y cuatro del faraón, todas del mismo tamaño, lo que sorprende. Como el Templo está dedicado a la Diosa Hathor, el interior cuenta con columnas de capiteles hathoricos y algunas representaciones de la propia diosa del amor.

Enfrente, el inmenso Lago Nasser. Abu Simbel es un templo emblemático, sin duda, aunque debió ser grande la decepción de Giovanni Belzoni, arqueólogo y ladrón decimonónico, cuando logró entrar por vez primera en siglos al monumento y encontrarlo prácticamente vacio.

Aunque sólo sea por los famosos relieves de la batalla de Kadesh contra los hititas (la que más fama dió a Ramsés II, siendo el primer tratado de paz documentado de la historia), con esos caballos de ocho patas (las de más se las daba el propio Amón para apoyar al faraón) o esas escenas de lucha tan sobresalientes.

Abu Simbel (nombre con significado poco claro, "montaña pura" dice la wikipedia; homenaje a un hombrecillo simple, dice la mucho menos probable versión de un guía) suele ser el último de los templos que se visitan en Egipto y,ciertamente, sus características son diferentes a los demás.

A riesgo de parecer simplista, el resto de templos los dividiría entre los funerarios y los de adoración a dioses varios. Entre los primeros, destacan por supuesto, los situados en la orilla occidental del Nilo en Luxor. El Templo de Hatshepsut en Deir el Bahari, en el Valle de los Reyes, al que ya he hecho referencia expresa en El Proyecto Sen-en-Mut es sin lugar a dudas el más conocido y visitado.

Curiosamente, igual de visitado es el Templo de Amenhotep III, cercano al anterior, pero no creo que mucha gente termine recordandolo con claridad. La gente probablemente recordará a los impresionates Colosos de Memnón dispuestos parece que en medio de ninguna parte. Las dos gargantuescas figuras, antiguos guardianes de la entrada del templo funerario del Rey, representaban al propio Amenhotep III.

Las enormes efigies miran al sol naciente. En el templo, se adoraba a Amenhotep III como el Dios que era, ahora en la muerte. Se piensa que el templo debía ser gigantesco, mas sólo quedan estas enormes esculturas en piedra, mudos testigos de una grandeza pasada. Lo de "mudos" tiene gracia: "El historiador y geógrafo griego Estrabón explica que un terremoto, en el año 27 aC, dañó a los colosos. Desde entonces se decía que las estatuas "cantaban" cada mañana al amanecer, concretamente, la estatua situada mas al sur. La explicación es que el cambio de temperatura, al comienzo del día, provocaba la evaporación del agua, que al salir por las fisuras del coloso producía el peculiar sonido. El emperador romano Septimio Severo nos privó de este fenómeno al restaurar la estatua en el siglo III dC".

Memnón, por cierto, fue un héroe griego de la guerra de Troya y derrotado por Aquiles. Amenhotep, pronunciado en griego, recordaba al término Memnón. Y así, durante siglos estas figuras, casi permanentemente inundadas por el Nilo, perdieron su personalidad.

El templo de Amenhotep III era gigantesco, más de 45 Ha. Mayor incluso que el más grande e importante de los templos del Antiguo Egipto, más grande que el Templo de Karnak.

El Centro religioso del antiguo Egipto, el lugar donde se formaban generaciones de sacerdotes y escribas, el Templo dedicado al más importante de los Dioses, Amón. Ese es el Templo de Karnak, en Luxor, y visitarlo es un auténtico placer.

Por supuesto, sus dimensiones impiden realizar una visita completa en el reducido tiempo con el que cuenta la visita. Merece al menos un día de detenido paseo por entre sus salas y espacios. Hay mucho por ver. Y tanto: cada faraón amplió lo que le pareció oportuno, parecía algo casi obligatorio que cada rey dejara su huella en Karnak, aún a costa de obras de anteriores faraones.

Por eso se pueden encontrar partes de Karnak realizadas por Ramsés II, Thutmosis I, Hatshepsut, Seti II, Ramsés III, Thutmosis III, Thutmosis IV, Pinedyem I (padre de Psusenes I, en la foto superior, su estatua), Taharca y otros muchos. La construcción de los templos comenzaba por la parte más privada y de acceso restringido, el Santuario. A partir de ahí los faraones que sucedieron en el cargo al que iniciaba la construcción iban ampliando el templo hacia afuera, incluyendo capillas, pilonos, obeliscos, esculturas, salas de columnas.... y hay algunas espectaculares.

La entrada a Karnak se hace en paralelo a la una avenida de esfinges con cabeza de carnero (representando al dios Amón). Este tipo de hileras de esfinges era muy habitual en Egipto y unía unos templos con otros. De hecho, Karnak estaba unido por una avenida de esfinges con el cercano Templo de Luxor. En el interior de Karnak existe una buena colección de esfinges de estas avenidas.

El primer pilono una vez pasadas las esfinges está inacabado, sus paredes no están cubiertas de relieves y, lo más llamativo, aún quedan restos de las rampas utilizadas para su construcción. Este pilono es lo más reciente del Templo, de la dinastía XXX.

Una vez dentro sorprenden la cantidad de cosas para ver. Una de las más impresionantes, sin duda, además de las numerosas y enormes esculturas reales que aparecen por todos lados, es la Sala Hipóstila. un auténtico bosque de columnas de piedra que crecen hacia el cielo como los lotos y papiros que pretenden imitar. Al fin y al cabo, los Templos egipcios no son sino una representación del mundo vivo.

Los techos suelen estar decorados con imágenes de cielos (tanto diurnos como nocturnos) o bien con volanderos buitres representando a la Diosa Nekhbet. Y las columnas representan los papiros y los lotos creciendo en las orillas del Nilo, cuyo paso entre las salas de Karnak se suponía. El hecho es que llegaba hasta el mismo templo: la entrada de los turistas se realiza por el antiguo embarcadero real de Ramsés II.

La Sala hipóstila resulta tan envolvente tanto ahora como en el pasado, cuando numerosos viajeros del XIX se recrearon en sus salas cuando aún mantenía algo de la policromía habitual de estos templos. Las columnas son muy altas, entre 15 y 21 metros de altura y están profusamente decoradas con historias y personajes de la mitología egipcia.

Nos dió muy poco tiempo a visitar Karnak. La luz del atardecer iluminaba los obeliscos de granito rojo construidos por Thutmosis I y Hatshepsut.

La reina construyó algún otro, pero no se conservan todos, al menos queda uno indemne y el piramidión de otro, postrado cerca del Lago sagrado, donde también se ubica una escultura del dios Khepri, el escarabajo, al que grupos de turistas rodean una y otra vez como parte de un presunto rito de buena suerte.

Los obeliscos son gigantescos. Uno de ellos está medio tapado por unos muros. La razón aducida por nuestro guía es la anatemización de Hatshepsut por parte de su heredero Thumosis III. Otras versiones hablan del periodo ramésida como causante de esta Damnatio memoriae. Por lo menos, el obelisco de Hatshpesut se mantiene en pie, símbolo imperecedero de uno de los periodos más interesantes de la historia del Antiguo Egipto.

Karnak sigue dando sorpresas. De vez en cuando se halla en alguna capilla alguna estatua de un dios o de un faraón. Una de las últimas veces se halló todo un escondite de figuras que habían sido relegadas al olvido en alguna reestructuración del Templo.

La mayor parte de las mismas forman parte ahora del Museo de Luxor. Todas ellas formaron parte en su momento de "el más sagrado de los lugares", el Templo de Ipet-Sut, tal y como se llamaba el acual Karnak (nombre procedente de la aldea El-karnak).

En aquel tiempo, sólo unos pocos elegidos podían entrar a los templos (no era un lugar de culto popular). Hoy en día, la multitud cubre los patios y salas de Karnak como si se estuviera celebrando permanentemente el festival Heb Sed, festividad real por medio de la cual el faraón renovaba su juventud, fuerza y sabiduría.