Inmensidad, soledad, arena, calor. Conceptos asociados a los desiertos, porque todos ellos reúnen estas características comunes aunque todos ellos tengan una personalidad propia. Cactus en desiertos americanos, amarillas dunas en los africanos... Arenas rojas, grandes formaciones sedimentarias (los beduinos las llamas jabals), dromedarios pastando y leyendas detrás de cada esquina en el fascinante desierto de arena y piedra del Wadi Rum, en Jordania. Aunque lo estereotipado de la visita impide disfrutar libremente del amplio espacio de este desierto, pisar su superficie, sentir el calor seco del sol o admirar sus vastos paisajes merecen muchísimo la pena.
El color rojo domina sobre los demás. Hay piedras negras entremezcladas entre sus dunas rojizas, alguna vegetación de tonalidad verde clara sestea valiente y adaptada en el camino. La combinación es fascinante: acacias, retamas, mesas sedimentarias, arenas color teja, petroglifos, dromedarios y beduinos conduciendo descascarillados 4x4 por entre las dunas.
Y es que las excursiones por el Wadi Rum tienen que ser en 4x4, en unos vehículos un tanto especiales y antiguos. De hecho, y gracias a la Cooperación Española, el Wadi Rum también se puede visitar en cómodos todoterrenos con aire acondicionado y tal. Sin embargo, la mayor parte de turistas y, entiendo, turoperadores, siguen tirando del método tradicional, es decir, añejos cuatro por cuatro sin faros y con pocas comodidades conducidos en caravana por beduinos. Estos coches te permiten sentarte en su parte trasera abierta bajo un toldillo y hacer la excursión sintiendo el calor en directo. La verdad es que tiene su encanto y permite tener una mejor visión del desierto del Wadi Rum que, utilizando el recuerdo de su huésped más conocido (Lawrence de Arabia) y de la infinita belleza que proporciona se ha convertido en un recurso turístico de primer nivel en Jordania.
El viaje comienza en el Centro de Visitantes, donde ante la sonriente mirada del rey Abdullah II (como todo en Jordania) algunas tiendas especializadas venden agua, comida, ropa... y recuerdos realizados por las mujeres beduinas. Pero nada relativo a puestos cutres o zocos árabes, aquí las tiendas son serias y las beduinas (mujeres) te atienden cordialmente. Casi todos los artículos están basados en los petroglifos nabateos que se pueden ver durante la visita y la verdad es que son bastante majos (sobre todo para un consumista nato, como el que suscribe).
Desde el Centro de Visitantes salen las modernas caravanas de viajeros, que han dejado los dromedarios atrás (salvo que quieras pagar por un exótico recorrido subido en joroba) y cuyo único destino es satisfacer la sed de paisajes de los turistas.
Éstos se apelotonan para coger los 4x4 y asegurarse un buen asiento desde el que disfrutar de las vistas. La conducción no es forzada ni tan peligrosa como cabría esperar y evidentemente los puntos de parada para las vistas, las jaimas, los petroglifos o los paseos están más que previstos. Al fin y al cabo estamos recorriendo una reserva natural, un Área protegida creada en 1998 para conservar tanto escenarios naturales como yacimientos arqueológicos. 560 kilómetros cuadrados de montañas con grandes acantilados y valles de icónicas dunas arenosas. Más de 180 especies de flora y fauna viven aquí y alguna tuvimos la oportunidad de ver. Nuestros coches avanzan por el desierto. La primera impresión es asombrosa: la roja superficie del desierto se ve interrumpida por verdes arbolitos y arbustos frente a enormes moles sedimentarias erosionadas a través del tiempo. Entre los arbustos, algunos dromedarios permanecen recogidos o comiendo.
Los arbolitos, pequeños y achaparrados, son (posiblemente) acacias de la especie Acacia raddiana. Estas acacias, típicamente asociadas a las zonas desérticas y arenosas, tienen hojas divididas en pequeños foliolos para combatir el seco medio en el que sobreviven. Además, tienen potentes y largas espinas para defenderse de los herbívoros, pues resultan ser el principal alimento de dromedarios, oryx y gacelas (no creo que para los Ibex de las zonas más rocosas).
Oryx, Ibex y gacelas que, por cierto, están prácticamente extinguidos en Jordania y para los que se están realizando planes de recuperación en reservas específicas, algunas de ellas en el mismo Wadi Rum. Sin embargo, la mayor parte de la flora de ésta época del año son arbustos que sufren la atención permanente de los dromedarios y, en menor medida, de las cabras que pese a ser abundantísimas en toda Jordania, aquí se limitan a recorrer las cercanías de los poblados.
Menos de 200 mm anuales de precipitaciones hacen que la vegetación predominante sea una mezcla de especies de la estepa arbustiva, incluyendo Haloxylon, Anabasis, Retama, Hammada, Artemisia y Acacia. Esta información procede de una excelente página web: www.wadirum.jo, dedicada al pormenorizado estudio que se realizó del Área protegida del Wadi Rum como inicio del Plan de Uso y Gestión de la Reserva. Y efectivamente, durante nuestro breve recorrido pudimos observar sin problemas ejemplares de Anabasis articulata o de Retama raetam. En ambos casos, plantas resistentes a las duras condiciones ambientales que tiran de recursos como la reducción al mínimo de sus hojas o el engrosamiento de sus tallos para acúmulo de agua. Esto es muy típico de Anabasis articulata, bien conocida en nuestro entorno, una quenopodiácea verde de tallos viejos y crasos de la que se alimentan a placer los dromedarios.
En las montañas, aunque no pudimos verlas, aparecen floras típicamente mediterráneas con carácter relicto. Algunas sabinas, cornicabras, higueras y palmeras cuya presencia sí se hizo evidente a lo largo del viaje pero no en el Wadi Rum. En el Área protegida de Wadi Rum hay, por cierto, tres tipos de vegetación presentes: la característica de las dunas (arbustos y matorrales fijadores de arena), la habitual de ambientes rocosos y la denominada vegetación de tipo Hammada, habitual en toda Jordania y Siria con sus Tamarix, Retamas y Anabasis pero que sólo aparece puntualmente en el Wadi Rum, muy posiblemente en las zonas más antropizadas.
En cualquier caso, el pastoreo nómada (ovejas, cabras y dromedarios) y los todoterrenos del cada vez más asentado turismo perjudican seriamente las poblaciones tanto de la flora como de la fauna. Aparte de los dromedarios que pastan a su ritmo en el desierto (ninguno salvaje, me temo), poca fauna más pudimos observar.
Apenas un escarabajillo en lo alto de una duna. Su identificación se hace complicada. Posiblemente, un tenebriónido que se desplazaba lentamente por encima de las dunas. No conseguimos ver, sin embargo, a la Hormiga del Desierto (Cataglyphis fortis), muy llamativa al tener su abdomen elevado hacia el cielo como medida de protección frente al calor abrasador de la arena. No importa: la pudimos ver a placer en Palmira.
Nuestro escarabajo recorría una enorme duna de arena roja. Hace decenas de millones de años, el antiguo Mar de Tethys comenzó a desecarse. Jordania estaba bajo dicho mar y una vez desaparecido éste dejó como herencia enormes capas de areniscas (procedentes de depósitos de arenas) y calizas (procedentes de depósitos de sedimentos de vida marina). La arena roja y dura del Wadi Rum (como la de Petra) procede de esas areniscas del Tethys, de hace 500 millones de años.
Estas arenas están acompañadas de enormes moles sedimentarias de arenisca que la erosión ha transformado a lo largo del tiempo. Se denominan mesas (en español en los documentos en inglés, jabals en árabe) y son montañas con la cima lisa y acantilados verticales. Las mesas del Wadi Rum fueron en su momento una masa única de areniscas que los movimientos tectónicos de los últimos tres millones de años y la erosión han ido rebajando, convirtiendo al Wadi Rum en un amplio cañón arenoso en el que enormes farallones se juntan en la arena dando lugar a preciosos desfiladeros cercanos a enormes extensiones de arena roja. La erosión, además, da lugar a formas caprichosas. Entre las más conocidas, los puentes naturales o las estructuras llamadas Tafoni.
No tuvimos la suerte de ver puentes de piedra (aunque son de lo más característico de esta zona). Sin embargo, sí pudimos ver algunas formaciones de pequeñas cavernas formadas por el paso del tiempo y del tiempo (meteorológico). El carbonato de calcio de las rocas calizas porosas se mezcla con el agua que éstas absorben. Cuando ésta se evapora (esto es un desierto) algo del carbonato cálcico acude a la superficie, distribuyendo el calcio de forma dispar a lo largo de la roca. La erosión después afecta de forma diferente a unas capas y a otras en función de su dureza y contenido en carbonato, y dando lugar a estas curiosas formaciones con nombre italiano.
Otro fenómeno curioso que se puede ver en el Wadi rum es el del barniz del desierto. Se trata de una fina capa oscura de óxidos de hierro y manganeso formada por bacterias. De hecho, estas bacterias resistentes a las áridas condiciones del desierto, requieren para su metabolismo hierro y manganeso que absorben poco a poco del aire circundante. Una vez metabolizados, se depositan en la superficie de las rocas con tonalidades más oscuras en el caso del manganeso y más rojizas en el caso del hierro. Estos depósitos, combinados con arcilla, sirven de escudo protector para el calor y la luz directa a las bacterias. Pero también tienen otro uso.
Desde hace cientos de años han servido como lienzo para las diferentes poblaciones humanas que han pasado por el Wadi Rum. Desde la prehistoria, nómadas, viajeros y visitantes han ido dejando su recuerdo grabado en las rocas del Rum. Y la superficie que deja el barniz del desierto favorece muy mucho la posibilidad de realizar figuras de lo más llamativo. Fueron tribus contemporáneas de los nabateos, sobre todo, quienes tallaron numerosos petroglifos en las rocas del Wadi Rum aprovechando las suaves y oscuras superficies barnizadas y dejando florecer el rojo intenso de la roja en forma de caravanas de dromedarios, escenas de caza, animales salvajes y huellas de sus propias manos.
La mayor parte de petroglifos del Wadi Rum pueden haber sido realizadas por la tribu nómada y procedente de Arabia de los Thamudes, hace dos mil años. Las figuras son muy llamativas, desde luego. Los dromedarios son los protagonistas absolutos, desde luego, bien aislados, bien montados por caravaneros o por nómadas. Además, existen otras figuras que llevan lanzas en ristre y que, amenazantes, parecen querer tirarlas a animales salvajes y dromedarios.
La parada es curiosa, pues justo al lado de los petroglifos se situaba un grupo de los herederos actuales de aquellas tribus nómadas, los beduinos de hoy que han abandonado el nomadismo a instancias del gobierno hashemita y por su propio interés, pues ganan más con el comercio y el turismo que con la vida basada en jaimas itinerantes. Los dromedarios siguen siendo tan útiles como los burros para muchos de éstos beduinos que siguen viviendo de la itinerancia, pero la mayor parte de ellos se han asentado en localidades como las del Rum, edificando casas en las que las azoteas sirven como sustituto del horizonte y en las que los dromedarios sirven para llevar caravanas de turistas, no de comerciantes.
Y por eso se preparan jaimas para que los turistas se tomen algo en un intento de trasladar forzadamente la conocida y real hospitalidad de los árabes, mientras al calor de un té puedes comprar especias y algún que otro recuerdo. La jaima de la foto está situada en un lugar en el que se ha querido homenajear al habitante más conocido y universal del Wadi Rum, a Lawrence de Arabia (y a su guía).
Si te toca un guía tan patético como el nuestro, la imagen de T.E. Lawrence queda en nada. Y es curioso, porque el autor de "Los siete pilares de la sabiduría" bien merece un aprovechamiento mayor, no sólo desde el punto de vista turístico (como fuente de recursos económicos) sino también para comprender la realidad del Cham, de los pueblos árabes del norte de Arabia Saudí, como un exclusivo guía occidental para los misterios de Oriente Medio.
Así que allí le dejamos, sin poder ver la montaña de los siete pilares donde trató infructuosamente de cambiar la historia de los árabes, no se si para bien o para mal. Un tosco retrato en piedra es la huella que se enseña a los turistas (y la mención al rodaje de la extraordinaria película de David Lean). Es un poco surrealista, el Wadi Rum termina siendo un plató de película de ficción frente a la apasionante realidad que las primeras décadas del siglo XX nos dejó.
Pero para qué quejarse, el paisaje que te rodea, el ambiente que sientes, el espectáculo teñido de rojo, el Wadi Rum no se olvida.