La rebelión de la reina Boadicea en el año 60 de nuestra era debió dejar tocada a la Britania romana. Destrucción y ruina que se tradujo en obras para reconstruir lo antiguo y crear cosas nuevas. Y, ¿por qué no, debieron pensar los mandamases romanos, aprovechamos el santuario nativo de Sulis y lo convertimos en un centro termal, de baños y tratamientos curativos, y así no sólo limamos asperezas sino que creamos un emporio que, con un poco de suerte, durará siglos?
Bueno, esta última parte es mía, pero es que las palabras se quedan en los labios al ver las magníficas termas romanas de Bath, uno de los yacimientos/museos/ambientes más conseguidos y fabulosos que he tenido la oportunidad de visitar.
Como comentaba, antes de ser el futuro Aquae Sulis romano o el Bath sajón e inglés, en este lugar ya se realizaba un culto a la diosa Sulis. La leyenda medieval le asignaba la responsabilidad al Príncipe Bladud quien en el siglo nueve antes de nuestra era contrajo la lepra y, viendo como los cerdos salían limpios de sus baños en las fuentes termales de la zona, allá que se metió, con éxito para él y para la misma zona, pues creó la primera ciudad en Bath.
Más allá de toda esta historia, la verdad es que las tribus de los Dobunni y de los Durotriges ya vivían por aquí en el siglo I aC y ellos creían que el arroyo termal que había aquí tenía propiedades curativas y como tal decidieron dedicarlo a la Diosa Sulis.
Pero como los romanos tenían un más que interesado respeto por los dioses locales, durante la conquista el arroyo termal dedicado a Sulis se mantuvo e incluso se profesionalizó. La influencia de las legiones fue también decisiva a este respecto, sobre todo de aquellos soldados que se jubilaron en la zona o quienes terminaron trabajando en ella.
Muchos de ellos se acercaban al arroyo sagrado y lanzaban objetos a su interior, tal y como venían haciendo los antiguos dobunni y los durotriges antes (se han hallado monedas de esa época) y como muchos años después hacemos nosotros mismos en casi cualquier fuente donde nos digan que hay suerte de por medio.
Entre las piezas más interesantes halladas como parte de ese botín lanzado al río se encuentran puntas de flecha, estribos de caballo, un diploma garante de ciudadanía romana para un soldado de una tropa auxiliar (eso sí que era un auténtico tesoro) o, mi favorita, una patera de bronce decorada con el mismísimo Muro de Adriano.
El número de lápidas de antiguos soldados halladas en Bath es importante y muchas de ellas, muy curiosas. Impresiona la lápida de L. Vitelius Tancinus un auxiliar de la caballería procedente de Hispania, quien fue enterrado en un cementerio de legionarios antes de que Bath fuera Bath.
O la de Julius Vitalis, armero de la Legión XX, quien falleció aquí. Algunas de estas lápidas (además de la patera, el diploma, etc mencionados antes) se pueden ver en el excepcional museo que acompaña la visita a las termas en Bath. Se trata de una exposición fantástica, pues reúne piezas con recreaciones digitales de las antiguas termas, pero también con la presencia activa de algunos de los protagonistas romanos que dejaron su huella en la ciudad, bien en presencia cinematográfica o incluso en presencia física.
El museo tiene establecido un programa llamado “Meet the romans” gracias al cual siempre hay rondando alguien por el museo caracterizado como un romano.
La foto con la dama romana del primer siglo de nuestra era, con su alto tocado de pelo, no tiene precio. Esta dama romana está basada en la figura de piedra que probablemente decoró una tumba romana de una dama (saludable, se empeñan en mencionar en todos lados) de la época, pero que vuelve a la vida en pleno siglo XXI para sonreírnos mientras mira los baños.
Pero me estoy adelantando. La dama romana, la patera del soldado o las lápidas se encuentran en las Termas Romanas de Bath (http://www.romanbaths.co.uk/) una de las mayores atracciones de la ciudad. Se encuentran en el centro histórico de Bath, pared con pared con uno de sus restaurantes más conocidos (el Pump Room) y justo al lado de la Abadía.
Nadie diría al ver la fachada que lo que te vas a encontrar dentro del edificio son unas termas romanas, desde luego no tiene nada que ver con las que estamos habituados a ver. La entrada cuesta unas 13 libras y hay una combinada con el museo de la moda (lo siento, es el único de Bath que no visitamos).
La entrada se realiza por el piso superior de las termas y da lugar, casi de inmediato, a una de las más sugerentes vistas que ofrece la ciudad. Se trata de una terraza realizada en 1897, momento en que los baños romanos se reabrieron al público. Desde la terraza, además de la impresionante visión de la torre de la abadía, se puede uno maravillar, en la parte de abajo, con una gran piscina de un verde claramente asociado a la población de algas microscópicas que lo pueblan.
En ese momento caes que mirando contigo a la piscina (que no es más que una de las partes de los baños romanos creados en torno al arroyo termal original) se encuentran esculturas de emperadores y generales romanos realizadas por G.A. Lawson en el mismo año que la terraza con motivo del descubrimiento y reapertura de los baños (de hecho, en este mismo lugar estaría ubicado el Gran Baño, un edificio cerrado cuyo tejado se ubicaría a más de 20 metros del suelo de las termas).
Cuando abandonamos con pesar la fotogénica terraza nos encontramos cara a cara con el verdadero protagonista de todo esto: el arroyo termal. Sólo se puede ver el estanque que forma a través del cristal (denominado el Baño del Rey) y conocer que la temperatura a la que fluyen diariamente más de un millón de burbujeantes litros está en torno a 46ºC.
Este estanque, que cuenta con la presencia supervisora de la estatua del legendario Príncipe Bladud, se construyó bastante después de la época romana, momento en el que nadie se bañaba en él, era un lugar sagrado al aire libre. Con el tiempo, seguramente en el siglo II, se cubrió con una edificación que quedó en ruinas una vez que los romanos abandonaron Britania. En el siglo XII se construyó el actual estanque, sumándose la estatua de Bladud en el XVII.
Y es que probablemente sea la datación de los propios baños uno de los aspectos peor conocidos. Lo que está claro es que la inscripción más antigua hallada en los baños es un pequeño fragmento con inscripciones, probablemente parte de un altar, que hace mención al séptimo consulado del Emperador Vespasiano, lo que ubica a las termas, al menos, en el año 76 de nuestra era. En aquellos días es probable que se le diera nombre a la villa: Aquae Sulis, haciendo mención a la diosa tribal original (en otros documentos aparece nombrado como Aquae Calidae, “Aguas cálidas”).
Desde aquel momento hasta al menos finales del siglo IV los baños no dejaron de crecer. En el museo se puede observar una fantástica maqueta que muestra las dimensiones y estructura que debía presentar el complejo en esa época, incluyendo los baños, templos y el propio arroyo termal. Cientos de personas podían disfrutar de ellas.
Y algunas las podemos conocer a lo largo del recorrido. De hecho, uno de los puntos fuertes de la visita está justo al final: una representación digital de todas las piscinas de los baños con diferentes personas bañándose, paseando, hablando, descansando. Si las tocas, la pantalla te cuenta quienes fueron cada uno de ellos. Realmente emocionante.
Entre los que están realmente presentes en el museo destaca (además de la dama del tocado) destaca decía la figura en piedra, posiblemente un nicho, de un hombre togado que lleva un rollo con un documento y, sobre todo, el bien conservado esqueleto (con los restos de sus dos féretros, de metal y de piedra) de un comerciante sirio cuya vida finalizó en Aquae Sulis.
¿Y a qué venía aquí toda esta gente? ¿Sólo a bañarse o a recibir tratamientos curativos? No, también venían a visitar a la diosa Sulis. O, mejor dicho, a Sulis Minerva pues los romanos se adaptaban a lo que fuere.
Hombres y mujeres se llegaban al antiguo Bath a presentar sus respetos a la Diosa y a recibir tratamiento. Muchos de ellos venían de muy lejos, en un peregrinaje probablemente bien organizado. Se han hallado inscripciones de diferentes personas en todo el complejo termal: jóvenes de 18 y viejos de 86, militares, civiles, peregrinos alemanes (como un tal, ejem, Peregrinus) y peregrinos locales (como el escultor Sulinus, de las cercanías). Todos ellos venían al complejo termal… y al complejo religioso.
Y éste estaba espléndidamente representado por el Templo de Sulis Minerva, un altísimo templete de 15 metros de altura con cuatro poderosas columnas corintias y un frontis del que, qué suerte hemos tenido, se han encontrado una buena parte de sus restos. Lo que más debía llamar la atención en su momento era la enorme cabeza de una gorgona que ocupaba su centro (con dos victorias aladas a izquierda y derecha, y dos cascos a sus pies, uno de ellos con un búho encima; mención evidente a Minerva).
Y como suelen decir todos los arqueólogos, el pasado era a todo color, no blanquecino, marmóreo o pétreo como lo vemos ahora. Por ello, nuestra gorgona y el resto del frontón debían estar maravillosamente pintados (y esto es lo que tratan de representar en las Termas mediante juegos de luces sobre el templo).
En cualquier caso, Perseo no le cortó la cabeza a una gorgona masculina como es el caso, sino a una femenina. Y la presencia de figuras de tritones en el frontal puede hacer pensar que estemos ante un dios del mar en lugar de una Gorgona. O el sol, con sus rayos….
El caso es que estos restos fueron hallados en 1790, aquel momento en el que la construcción del Pump Room llevó al descubrimiento de los antiguos baños y a su aprovechamiento y puesta en valor en todos los sentidos. Y fue unos pocos años antes de dichos trabajos, en 1727, cuando se localizó a la Minerva de bronce dorado que debió ocupar la cella del templo, la parte más secreta y a la que sólo debían acceder los sacerdotes.
Se trataba de una escultura de culto de la que sólo se ha encontrado la cabeza (no siquiera el casco que debía llevar encima) y que representaba a Minerva… pero también a la nativa Sulis, en uno de esos ejercicios integradores de los que tanto gustaban los romanos.
La figura está un pelín dañada, por cierto, obra de los invasores de la Britania romana o de cristianos fundamentalistas.
En el complejo religioso también se ubicaron otros edificios. Particularmente interesante pareció ser el Templo dedicado a la Diosa Luna y al Sol. El relieve de la Diosa Luna, que debía decorar uno de los edificios también se ha hallado en el área de las Termas.
La Diosa tiene a la luna por detrás y lleva en la mano un bastón con el que dirige el carro con el que cruza el cielo nocturno. En la zona se han hallado también altares dedicados a Esculapio o a Mercurio. Incluso se ha encontrado un curioso exvoto de tres diosas madres célticas en las que se quiere ver el origen tribal y con tres personalidades de Sulis (futura Sulis Minerva).
Unos cuantos sacerdotes debían estar al servicio de la diosa. Destaca uno de ellos, Gaius Calpurnius Receptus, quien trabajo en el templo y a quien dedicó la típica ara funeraria su mujer liberta, Calpurnia Trifosa en un cementerio al otro lado del río. La inscripción del altar incluye errores ortográficos igual que la del pedestal más importante hallado en la zona, la Piedra del Haruspex o del Arúspice.
Se trataba de un sacerdote un tanto especial, pues podía leer las tripas de los animales sacrificados (eran especialistas en hígados), el vuelo de las aves y todo tipo de augurios sobre los que les gustaba asesorar.
El hallazgo de este piedra, dedicada a Lucius Marcius Memor es considerado importante porque es extremadamente rara: tanto, que hasta la inscripción HAR que lo identificaba fue ampliada a posteriori hasta HARUSP para poder hacer entender a los que la vieran lo que realmente representaba. No había demasiados arúspices en el Imperio y mucho menos en Britania. De ahí la relevancia de la piedra.
Los sacerdotes podían tener un atrezzo un tanto especial. En la muestra se expone una máscara de estaño que utilizarían los sacerdotes de Sulis Minerva en ciertas ceremonias. En su momento estaría engastada en una cubierta de madera que ya ha desaparecido así como las probables gemas que le servirían de ojos. Muy probablemente sería portada en una procesión.
Pero sin duda son las maldiciones que han aparecido en el fondo del arroyo sagrado las que más dicen sobre el poder que los peregrinos y visitantes que tenía el complejo de las termas de Bath daban a Sulis Minerva. En el arroyo ha aparecido de todo: monedas, jarras, vasos, joyas.. todos ellos regalos a la diosa (muchos de ellos con una inscripción dedicada a ella: DSM Deae Suli Minervae). Pero también han aparecido en el arroyo numerosas tablillas de plomo o estaño con dedicatorias e inscripciones solicitando algo a la Diosa. Solo que la mayor parte de las veces ese algo es una maldición.
Se trataba de castigar a quien había robado algo o hecho alguna maldad. A veces el que maldecía no tenía claro el culpable, con lo que exponía un listado de sospechosos. Es bastante famosa una maldición en la que alguien declara que “La persona que me haya robado a Vilbia se convierta en líquido como el agua” y propone un elenco de personajes que podrían haberlo hecho: “Velvinna, Exsupereus, Verianus, Severinus, Augustalis, Comitianus, Minianus, Catus, Germanilla, Jovina”.
Lo gracioso es que no sabemos qué o quién era Vilbia ni si finalmente se halló al culpable… ni si éste se convirtió en agua (si bien gracias a maldiciones como éstas se han conocido más de ciento cincuenta nombres célticos). En otras ocasiones simplemente se solicitaba que volvieran a aparecer los guantes o la toga que se habían perdido.
Pero volvamos a las gentes que iban a disfrutar de las aguas termales. Se mantienen bastante bien las diferentes áreas que caracterizaban un baño típico romano: apodyterium para desvestirse, frigidarium para los baños fríos, tepidarium para los templados y caldarium para los calientes. Pero además, en Bath se contaba con lo último de lo último: un laconicum, una estancia dedicada al calor seco, esto es, una sauna.
El proceso sería más bien el de apodyterium, ejercicio físico, tepidarium, caldarium y un reconstituyente frigidarium.
En cada sala se trata de reconstruir el aspecto que debían tener en su momento. En caldarium y tepidarium se hace bien patente el hipocausto, el sistema que permitía caldear el ambiente desde debajo del suelo, donde circulaba el aire caliente generado en estufas alimentadas por esclavos.
El baño era un acontecimiento social en época romana y en Bath no tendría porqué ser diferente. Se puede uno imaginar fácilmente (bueno, lo puede uno ver fácilmente) a romanos tomando un baño frío en el enorme baño circular que servía de frigidarium.
Al principio mujeres y hombres se bañaban juntos hasta que emperadores como Adriano decidieron prohibirlo y separarlos. En Bath, al menos, se compartía el baño en el mismo tiempo, en diferentes espacios para hombres y mujeres pero al menos a las mismas horas.
Pero es que en Bath se añadía el concepto sagrado y curativo de las aguas del arroyo termal. Debía ser todo un espectáculo pues mientras en otros baños el caldarium era pequeño, en Bath cubría toda una gran piscina y que se mantenía en perfectas condiciones gracias a materiales en piedra y plomo que durante muchos años sirvieron sin grandes problemas. De las técnicas de construcción hay un apartado al final del recorrido, justo antes de salir hacia la tienda y hacia las calles de una ciudad, Bath, que todavía mantiene el nombre de aquello que la caracterizó cuando era Aquae Sulis, las aguas para el baño.
A partir del siglo IV las cosas empezaron a ir realmente mal. No se hayan demasiadas monedas ni objetos a partir de esta época en el arroyo. Peregrinar no era fácil ya, los bárbaros asolaron ciudades y villas y las instalaciones, templos, baños y el complejo en sí decayó hasta la ruina.
Al menos hasta la época sajona, en la que la ciudad se denominó Hot Bathu y, posteriormente, hasta finales del siglo XVIII momento en el que la remodelación del Pump Room coincidió con un interés por lo antiguo que se concretó en la construcción de unas nuevas instalaciones por encima de los antiguos baños pero conservando la esencia de los mismos. Una época esta, la georgiana, en la que tomar baños se volvió a poner de moda y gracias a lo que se dejó para la posteridad las Termas Romanas más fascinantes que hemos visitado.