Pasear por Bath facilita sumergirse en el siglo XIX de Jane Austen y en la Britania romana del siglo I dC, compartir momentos fundamentales de la ciencia y de la literatura y, sobre todo, recorrer una ciudad con vistas maravillosas, de edificios construidos en caliza color miel y cargada de historia.
1. Subir y bajar con los ángeles de la Abadía
Uno de las imágenes icónicas de Bath es la de los ángeles de la Abadía (que no catedral) ascendiendo y bajando por unas escalas de la fachada occidental del edificio (se trataría de la bíblica escalera de Jacob).
La Abadía se encuentra en una plaza excepcional, Abbey Church Yard, en la que confluyen la Abadía, las Termas y el Pump Room. Se trata de una plaza muy animada, con mucha gente paseando y con los típicos mimos y artistas callejeros haciendo reír, numerosas tiendas y sitios donde comer y lugar donde sentarse a ver pasar la vida.
Esta foto está tomada, precisamente, desde la misma fachada de la Abadía en la que ángeles suben y bajan del cielo a la tierra. Se trata de la reproducción de un sueño, de la visión del Obispo Oliver King quien en 1499 soñó con esos ángeles y con un olivo (que también está representado) y lo interpretó como una misión en la que él estaba predestinado a poner en pie las ruinas de la antigua catedral normanda que aquí se ubicaba (que dicen que era tan grande, que la actual abadía cabría dentro de su nave).
Tiempo después, los desvaríos y designios de Enrique VIII acabarían rápidamente con esta intención, pero tiempo después se completó y restauró y gracias a ello podemos disfrutar de un monumento excepcional (www.bathabbey.org/).
La Abadía actual tiene influencias del medievo (sería la última gran catedral inglesa en construirse) pero también un poco de cada uno de los siglos durante los que se ha construido o restaurado, el gótico, sobre todo y desde el isabelino del XVI al victoriano del XIX.
Su interior es amplio, luminoso, muy similar al de otros templos ingleses. Destacan varias cosas de su interior. Por ejemplo, las lápidas, que cubren paredes y suelo, haciendo volar tu imaginación con respecto a quienes están allí enterrados. Capitanes de navío, almirantes, maestros de ceremonias, obispos y un largo etcétera de jóvenes y ancianos que dejaron su nombre como única pista en este mundo (al menos Isaac Pitman, también enterrado aquí formuló un método de taquigrafía).
También se exponen grandes sepulcros. El más conocido es el de James Montagu, el obispo de Bath y Wells entre 1608 y 1616. Cuenta la leyenda que, caminando por la abadía con el nieto de Isabel I, Sir John Harrington, les debió caer bastante agua procedente de goteras del techo. Sir John comentó: “Si esta iglesia no es capaz de resguardarnos de las aguas de ahí arriba cómo va a poder ayudar a otros ante los fuegos de allá abajo”. Montagu reconstruyó el tejado. La efigie que acompaña el sepulcro tiene mucho interés, pues James Montagu está investido como prelado de la Orden de la Jarretera, la más antigua y prestigiosa orden de caballería del Reino Unido.
Otro sepulcro bastante llamativo es el de Lady Jane, esposa de Sir William Waller, uno de los participantes de la batalla de Lansdowne, en plena guerra civil inglesa, en 1643. Planificó este sepulcro para él mismo y su esposa, pero sólo ella reposa aquí. Por otro lado, es excepcional la bóveda palmeada de la Abadía, obra de los hermanos Robert y William Vertue.
Otro de los platos fuertes de la visita a la Abadía de Bath son sus vidrieras, en particular la llamada vidriera del Rey Edgar, primer rey de toda Inglaterra y quien eligió este templo (cuando era una abadía sajona) para ser coronado en el Pentecostés del año 973.
Pero sin lugar a dudas una de las actividades que más merecen la pena en esta visita es la subida a la torre. 212 escalones hasta la parte superior de la torre, la misma que se divisa desde los baños romanos, y que proporciona unas vistas de la ciudad magníficas. El tour, para el que conviene reservar con tiempo pues esta limitado a 8 personas, es en inglés pero se entiende bastante bien.
En el ascenso a la torre paramos en la cámara de las campanas y en la de los campaneros y nuestra guía nos enseña cómo se tocan las campanas mientras admiramos algunas cosas un pelín surrealistas, como el periódico The Ringing World (www.ringingworld.co.uk/) disponible para los visitantes, el aparataje de diferentes épocas para hacer tañer las campanas o fotografías de los propios trabajadores (por ejemplo, éstos, que estuvieron tirando de las cuerdas en la boda de la reina Isabel en mayo de 1957).
También puedes sentarte en la parte trasera del reloj de la fachada norte de la Abadía así como observar, por encima de la bóveda palmeada de los hermanos Vertue a los visitantes del templo a través de pequeños agujeros practicados en la techumbre.
Por supuesto, lo mejor está arriba del todo, con espectaculares vistas de la ciudad de Bath desde todos los ángulos posibles, pudiendo disfrutar de los edificios y calles conocidos: al fin y al cabo, Bath es pequeño y fácil de recorrer por lo que aún más sencillo es identificar lo que se ve desde lo alto de la Abadía. Por si acaso, en cada parte hay una imagen con la información necesaria para hacerlo.
2. Casas de caliza color miel: Queen Square, Circus y Royal Crescent
Hay un par de nombres decisivos en la historia de Bath. Y aunque parezca mentira no son demasiado conocidos. Se trata, por un lado, del arquitecto y carpintero John Wood y por otro del empresario Ralph Allen. Ambos coincidieron en Bath en la misma época, allá por 1727 y cambiaron radicalmente la imagen de la ciudad.
Allen compró la cantera de Combe Down, de donde procedía la piedra con la que se construían las casas de Bath, una piedra caliza parda, de color claro y agradable a la vista. Era una época en la que toda la ciudad vivía bajo el signo de la reconstrucción desde que a principios de siglo la reina Ana la visitara para tomar unos baños. Ello alentó un nuevo turismo y un fortalecimiento de la ciudad como no se había visto desde hacía siglos. Por eso se estaban construyendo casas nuevas en Bath y restaurando importantes edificios, entre los que se encontraban las termas romanas.
Y la piedra venía de las Canteras de Ralph Allen, quien se unió a John Wood para que la reconstrucción de Bath se hiciera por todo lo alto y conforme a los más clásicos estándares. Wood era aficionado a la antigua Roma y quería trasladar a Bath la ciudad imaginada por el italiano Andrea Palladio.
Empezaron por Queen Square, una amplia y ajardinada plaza en la que Wood construyó casas con fachadas palaciegas (se llama así por la reina Carolina, esposa de Jorge II). En el nº 41 de Gay Street vivió el hijo de Wood, John Wood el joven, quien siguió los pasos de su padre. Pero antes de irse dejó en Bath una obra maestra de la arquitectura: el Circus.
Se trata de una plaza circular de 33 casas que homenajea tanto al Coliseo romano como a los círculos de piedra prehistóricos a los que era aficionado Wood. Cada una de las casas tiene tres pisos que se convierten en tres gradas con una curiosa distribución de parejas de columnas: dóricas en la planta baja, jónicas en la segunda y corintias en la tercera planta. Es una glorieta perfecta y llamativa, con unos enormes y frondosos árboles en el centro de la plaza; ésta fue por cierto por John Wood hijo pues su padre falleció en 1754 al comienzo de las obras.
Y no sólo terminó el Circus, sino que dio vida a otro proyecto palladiano: el Royal Crescent. Se trata de una hilera de 30 casas unidas entre sí por gigantescas columnas de estilo dórico y que se muestran en una configuración abierta mirando a un amplio parque y al valle que conforma el río Avon.
Una zanja con murete (le llaman ha-ha) separa el ajardinado parque de las casas de visitantes inesperados. El nº 1 de estas casas se conserva tal y como era en época georgiana y se puede visitar.
3. Casa y museo de Sally Lunn
En una callejuela muy cercana a la Abadía y las Termas (North Parade) se ubica el que dicen es uno de los restaurantes más antiguos de Bath y la casa más antigua de la ciudad. Se trata del Sally Lunn’s House (www.sallylunns.co.uk) y la visita merece la pena por varias razones.
En primer lugar por la comida. Es muy típico comer aquí el bollo o bizcocho de la mencionada Sally Lunn. Se trata un pan tierno y dulce, con mucho volumen, que como es de esperar es bastante sabroso. Se cuenta que lo introdujo en Bath Sally Lunn (ese es su nombre en inglés, el original debió ser Soli –de Solange- Luyon), una refugiada francesa, una niña hugonote que llegó aquí en 1680 y que encontró trabajo como panadera presentando en Bath algunos de los panes y brioches a los que debía estar acostumbrada en Francia. Y así hasta ahora, pues se trata de uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, donde se puedo uno alojar y comer estupendamente.
Y en segundo lugar está su pequeño museo, en la planta sótano del Sally Lunn’s está su Cocina Museo. En ella se pueden ver restos hallados de las diferentes épocas de Bath: la romana, la sajona, la medieval y la Tudor. La estrella del museo es la antigua cocina, con su horno, su chimenea y sus utensilios, que estuvieron en uso hasta al menos 1905. El Sally Lunn ha sido villa romana, parte de un monasterio medieval benedictino (cocina del refectorio de los monjes) y el hogar de una chiquilla francesa refugiada gracias a la cual sigue siendo conocido.
Continúa con Jane Austen, William Herschel…