Nuestro punto de partida: Casa Cirilo, pasado el pueblo de Cercedilla, en la Sierra madrileña. Si bien lo más correcto sería hablar de una de las zonas en las que mejor se puede valorar una porción importante de calzada romana. El día amaneció límpio y soleado a pesar de estar bien entrado el mes de octubre.
Ascendimos por la calzada romana hasta ubicarnos en alguna de las múltiples sendas que recorren la Sierra de Guadarrama, cerca del Puerto de la Fuenfría. El Camino Schmidt, uno de los más conocidos, parte también de allí. En este caso, buscábamos la Cañada Real Segoviana, con parada y fonda en el mencionado muladar.
La verdad es que no teníamos mucha idea de donde se ubicaba el muladar. Hicimos algunas preguntas a paseantes y ciclistas: alguno nos orientó mejor de lo esperado (sobre todo ante los inhabitual de la pregunta). En el camino, rodeados de elevados Pinus sylvestris, tan comunes pero también tan y fomentados en otras épocas, tuvimos la ocasión de ver algunas cosas muy curiosas. Lo primero que nos soprendió fue encontrar las ruinas de un antiguo caserón en lo alto de la montaña.
En otro tiempo, no hubieran sido más que piedras acumuladas en una loma, pero ahora las administraciones públicas se lo han tomado en serio y al lado de las ruinas se encontraban los consiguientes paneles informativos.
Nos encontrabamos ante la Casa de Eraso. Los restos de esta casa tienen una historia particular, relacionada con los recursos que los Montes de Valsaín, muy cerca de aquí. Valsaín es una zona que tradicionalmente ha sido apreciada por la nobleza. En 1565, Felipe II finalizó la construcción en Valsaín el Palacio de El Bosque, donde acudían en verano la familia del rey a pasar sus momentos de asueto (hasta que finalizasen las obras de El Escorial).
Como el camino era difícil, en especial para la reina Isabel de Valois (embarazada en aquellos tiempos de Isabel Clara Eugenia, futura archiduquesa de Austria), un tal Francisco de Eraso aconsejó al rey contruir una casa a medio camino, en el Puerto de la Fuenfría, para aliviar los rigores del desplazamiento.
Esta casa quedó abandonada en el siglo XVII, útilizandose en el futuro incluso como fuente para el desarrollo de novelas de misterio del siglo XX. En algunas de ellas, el desaparecido tesoro templario se escondería aquí.
Continuamos camino entre pinares. Durante el camino tuvimos la oportunidad de hallar numerosas especies de hongos que llamaron nuestra atención. Los cuerpos fructíferos de las setas resaltaban con sus brillantes colores entre el tapizado suelo cubierto de acículas. Entre las setas que tuvimos la oportunidad de ver destacan las siguientes:
Ramaria aurea. Se trata de un basidiomicete del Orden Aphyllophorales casi inconfundible (salvo por otras especies del Género Ramaria, claro). De fructificaciones coraliformes, generalmente gregarias.
Es una especie muy común y cosmopolita que suele aparecer en humus de bosques caducifolios y de coníferas. Se considera un buen comestible a diferencia de su "prima" Ramaria formosa, que es tóxica.
Lycoperdon perlatum. Uno de los conocidos "pedos de lobo", es un gasteromycete (también basidiomicete) con un carpóforo globoso de exoperidio blanquecino con espinas y verrugas piramidales marrones.
Es una especie muy común e indiferente edáfica y no es recomendable como comestible (aunque hay gente que se come los estadíos inmaduros).
Paneolus semiovatus. Le delata, sobre todo, su hábitat coprófilo y sus carpóforos claros y pelín pálidos, con un anillo bien marcado en medio del estípite (el pie, vamos).
El sombrero (o píleo) es cónico-acampanulado y su carne, escasa y blanquecina que, además, carece de interés culinario. Es común sobre todo en el piso montano, sobre estiércol de vaca o de caballo.
Macrolepiota procera. Del Orden Agaricales, este enorme Basidiomycete tienen sombreros muy extendidos, a modo de paraguas, con un visible mamelón en la parte superior y cubierto de escamas marrones (más cuanto más cerca del ápice.
Es una especie muy común y cosmopolita, habitual de terrenos ácidos. Sobre todo está presente en claros de bosques de coníferas y caducifolios así como en zonas herbosas. Sus sombreros son comestibles, no así su pie.
Todas ellas son muy comunes, pero no por eso merece la pena detenerse a echarles una ojeada y tratar de retener sus nombres y características principales. No obstante, también apareció en el camino un sólo ejemplar de una de las setas más conocidas, aún por ser el hábitat habitual de gnomos y pitufos. Se trata de la Matamoscas, Falsa Oronja o, más adecuadamente, Amanita muscaria.
Amanita muscaria. De cutícula rojo-escarlata a rojo-bermellón (me encantan las definiciones de la Guía Incafo), es una especie muy común de suelos ácidos que establece micorrizas ectótrofas con árboles caducifoios (abedules, hayas...) y coníferas.
Fructifica desde finales de verano hasta finales de otoño y desaparece con las primeras heladas. Está especialmente asociada a bosques de Pinus como el que nos ocupa. Su carne no está, precisamente, recomendada para las artes culinarias.
Feliz y contento con tanto hallazgo micológico (no creo que los demás lo vivieran con tanta alegría), continuamos camino hasta dar con el famoso muladar. Finalmente lo encontramos, Cuatro o cinco caballos y vacas esperaban su turno a ser devorados por buitres que, al menos en ese momento, no habían optado por acercarse por allí.
Lo curioso es que no olía demasiado para lo que allí se concentraba (algunos no habían dejado en este mundo más que los huesos mondos y lirondos y una piel desgajada y arrugada). Más tarde vimos varios buitres leonados, e intentamos hacerles señas de hacia donde dirigirse, pero parece que no nos hicieron caso.
En otra ocasión será. Más tarde, nos dirgimos hacia Segovia capital. Desde diferentes puntos del camino se puede avistar la ciudad, especialmente la alta torre de su preciosa catedral. Llegar costó lo suyo. En el camino pudimos disfrutar de la visión de cientos de grajillas y cuervos reunidos en una arboleda evidenciaban su comportamiento gregario. Además, otras ruinas llamaron nuestra atención, por ejemplo, los restos de una antigua fonda de descanso de viajeros en camino a Segovia. Pasamos también sobre las obras del AVE que muy próximamente se va a inaugurar en la ciudad.
La Cañada Real Segoviana, o parte de ella, se conoce también como el camino de los tanques. Sus huellas son visibles desde muy pronto. Son muy numerosas y evidencian las posibles maniobras que allí se realizan. Ya desde la entrada en la ciudad no hacen más que aparecer instalaciones del ejército de tierra en las que se pueden ver los mencionados tanques aparcados pero aún así sorprende el número tanto de tanques como de instalaciones militares, distribuidas a lo largo de la ciudad.
Nosotros preferimos fijarnos en el precioso Acueducto romano, en la catedral, en el Alcázar... en tantas cosas que reúne la capital castellanoleonesa que merecen otra entrada para hacerles justicia. Y lo curioso es que era la segunda vez en pocos días que habíamos visitado la ciudad.
Lo que cambiaron fueron los acompañantes: mi hermana la primera vez (hola kaina) y Alberto, el hermano de Laura, ésta vez. Y menos malm porque el que ejerció de guía y sherpa a lo largo del kilométrico recorrido fue él.