Si esto era así para el más común de los mortales, cuánto no sería para los grandes jerarcas de los antiguos imperios. De hecho, gracias a esta especial relación con el mundo de los muertos por parte de los nobles egipcios podemos conocer tan bien aquella civilización.
Algunas de las grandes visitas incluidas en cualquier circuito turístico por el país incluyen algunas de las más famosas tumbas del Imperio Egipcio: las pirámides y las tumbas reales del Valle de los Reyes.
Aunque puedan parecer cosas muy diferentes, estructural y espiritualmente, pirámides y tumbas subterráneas coinciden en un mismo propósito: albergar el cuerpo de la persona fallecida (de cierto nivel, por supuesto) y facilitarle, desde diferentes puntos de vista, el proceso de muerte después de la vida. Además, ambas coinciden en ponérselo difícil a los posibles ladrones que quisieran mancillar el sueño eterno de las momias reales y nobles.
Sin embargo, en épocas tempranas los enterramientos no eran tan suntuarios. Al menos, externamente. Los arquitectos encargados de dar forma a las últimas residencias de los personajes de alcurnia en el antiguo Egipto optaron por las Mastabas, como la de Mereru-ka que es la de la foto de al lado y que pudimos visitar.
Las mastabas son tumbas subterráneas cubiertas por grandes estructuras rectangulares de adobe, a modo de banco (de ahí viene su nombre en árabe) y, como será tradición de ahí en adelante, ubicadas por donde atardece, por donde se pone el sol como metáfora perfecta del viaje que el recién fallecido habría de pasar.
El caso de la Mastaba de Mereru-ka es indicativo de lo que estas estructuras contenían. Mereru-ka (2343 a. C.-2323 a. C.) fue Visir y gobernador de Menfis durante la VI dinastía llegando a casarse con la hija del faraón Teti.
De ahí posiblemente la calidad de los relieves y pinturas del interior de su tumba, cuyo estado es muy bueno, tanto en colorido como en conservación (aunque hay habitaciones que han perdido la parte superior). La tumba es enorme (casi 1000 metros cuadrados) y hay zonas dedicadas a Mereruka y otras a su mujer, la princesa Uatet-ket-hor, hija de Teti.
Pero lo más fascinante, además de poder observar una estatua del propio Visir en una de las estancias principales, o de advertir puertas falsas y trampas para los ladrones, es poder asistir a escenas cotidianas del antiguo Egipto plasmadas para la eternidad en sus pareces. Numerosas escenas de caza (con especies de aves perfectamente definidas, como abubillas, garzas o martines pescadores), escenas de ocio del propio Mereruka, su mujer y sus hijos, escenas de pesca, de ganadería, etc.
La mastaba de Mereruka está muy cerca de la pirámide de Pepi, sucesor de Teti en el trono faraónico de la VI dinastía. Pero, por supuesto, está muy cerca de la gran Pirámide de Saqqara, el emblema de la zona.
El arquitecto Imhotep, encargado por el faraón Djoser (o Zóser, o Dyeser, depende de donde aparezca escrito), decidió hacer una variación al tema de las mastabas. Superponiendo a una mastaba inicial otras tantas estructuras (hasta un total de 6), la tumba de Djoser terminó convirtiéndose en la primera pirámide de la historia, ahora vulgarmente conocida como la Pirámide escalonada.
En realidad, la pirámide escalonada se encuentra en una necrópolis mucho más amplia que planteó desde un principio Imhotep. La pirámide por sí misma es espectacular, enorme. Pero también lo es el paisaje que la circunda (palmerales y desierto) y el resto de pirámides que, en la lejanía, se pueden observar. Algunas de ellas son las pirámides de Dashur, las del faraón Snefru, en las que aparecen por vez primera los textos de las pirámides inscritos en sus piedras. La pirámide roja y la romboidal son las más conocidas.
Imhotep hizo un trabajo importantísimo en Saqqara. No sólo creó y desarrolló el concepto de pirámide, sino que “inventó”, allá por el c. 2650 aC, la edificación de columnas. El corredor principal de acceso del templo que sirve de entrada a la Necrópolis de Saqqara está hecho con columnas.
Curiosamente, Imhotep no debió sentirse muy seguro de dicha configuración, por lo que unió las columnas con muretes a las paredes adyacentes, a las pilastras, creando un efecto muy curioso: imitó a haces de papiros, costumbre que se mantendría muchos años en la construcción de templos egipcios.
La necrópolis de Saqqara es enorme. El arqueólogo francés Jean-Philippe Lauer (1902-2001) dedicó 75 años de su vida para restaurarlo y recomponer en lo posible su estado inicial, la configuración que el gran rey Djoser debió requerir a su arquitecto real Imhotep. Ni él (por fallecer, pobre) ni nosotros pudimos (por falta de tiempo) pudimos visitar el nuevo Museo de Imhotep abierto al lado del complejo funerario. Imhotep llegó a ser divinizado por los propios egipcios en el Imperio Nuevo, finalizando su dilatada carrera divina como el mismísimo Esculapio griego.
De Djoser, uno de los faraones fundamentales de la III dinastía, se halló en la parte norte de la Pirámide, en una pequeña cámara llamada serdab, una estatua en bastante buenas condiciones que se puede ver nada más entrar en el Museo Egipcio de El Cairo, cerca de la Paleta de Narmer.
Esta estatua tiene un gran tamaño y en ella el faraón aparece sentado. En el pedestal aparece grabado su nombre de la época: Necherjet, "cuerpo divino". Es a partir del Imperi Nuevo cuando el gran rey de la dinastía III pasó a denominarse Djoser.
Los faraones que siguieron a Djoser también optaron por la realización de pirámides, llegando a un nivel de especialización asombroso las de los faraones Keops (Khufu), Kefren (Jafra) y Micerinos (Menkaura). La imagen de las pirámides de estos faraones, única maravilla del mundo antiguo aún en pie, son el mejor reclamo turístico con el que cuenta el país.
La verdad es que al llegar a la explanada de las pirámides se unen dos sensaciones diferentes. Por un lado, la espectacularidad del conjunto monumental es indudable. Sin embargo, la cercanía de Guizah, ciudad-barrio dormitorio de El Cairo y la aglomeración de público deslucen un poco la visita.
Pero sólo un poco, la verdad. Las pirámides son impresionantes. Realmente faltan palabras para expresar la grandiosidad de las tres obras, más aún cuando el sol las ilumina.
Cuánto no sería el brillo entonces cuando estaban recubiertas de piedra caliza blanca pulimentada… De hecho, este revestimiento, como suele ser habitual, forma parte ahora de muchos de los edificios de El Cairo.
Fueron los turcos otomanos quienes más se aprovecharon de los restos que cayeron de las pirámides tras un terremoto en la edad media. Sin embargo, la pirámide de Kefrén, la mediana, aún guarda en su cúspide parte de éste revestimiento, pero sin el fulgor que debería proporcionarle.
La pirámide de Keops es la más grande, pero desde algunas perspectivas no lo parece. Los bloques inferiores son enormes. Sorprendentemente hay un pequeño camino que permite a los turistas acceder a cierta altura de la pirámide. No hay que olvidar que, de acuerdo con las indicaciones de carteles y vigilantes (como la que había en Saqqara) está prohibido ascender a las pirámides. No dejamos, pues, escapar la posibilidad de poder tocar los inmensos bloques de piedra. Más de un millón de bloques se calcula que tiene la gran pirámide, cuya altura casi tocaba los 150 metros.
El acceso actual no es el original. Tampoco suele serlo en el resto de pirámides, de hecho se aprovechan las entradas de ladrones que trataron de conseguir los supuestos tesoros que las pirámides, tumbas al fin y al cabo, debían guardar. La gran pirámide es la tumba de Keops y fue construida para mayor gloria del faraón allá por el 2570 aC, que se dice pronto. Hay numerosas teorías que tratan de explicar la construcción de las pirámides, pareciéndome las más acertadas las basadas en rampas.
De acuerdo con la wikipedia, " (...) su nombre original era “El Horizonte luminoso de Jufu". Si Keops ordenó erigir la Gran Pirámide, no lo hizo con esclavos, como se había pensado durante mucho tiempo, sino con trabajadores altamente cualificados, comandados por capataces de considerables conocimientos en geometría, estereotomía (arte de cortar la piedra), astronomía, etc. Por ello, es probable que no haya sido la construcción de la pirámide la causa del descrédito del reinado de Jufu, sino las medidas administrativas y religiosas adoptadas por este rey, que influyeron muy negativamente en la tradición egipcia posterior, empeorando con el paso de los siglos la imagen de Jufu. (...) "
En cualquier caso, Keops fue deificado y venerado sobre todo en el Egipto tardío. En este artículo de EL PAÍS de Zahi Hawass se recrean los últimos momentos del faraón. La verdad es que es muy curioso: http://www.elpais.com/articulo/reportajes/ultima/piedra/Gran/Piramide/elpepusocdmg/20070902elpdmgrep_8/Tes
En el lado Sur de la Gran pirámide se ha construido un pequeño gran museo que contiene uno de los más impresionantes tesoros que se han hallado en la zona. No hablo de oro ni de metales preciosos: hablo de una de las barcas solares del faraón Keops que fueron enterradas en la zona de la necrópolis para que el faraón pudiera hacer el viaje nocturno que implicaba su muerte y resurrección.
La barca solar fue hallada en 1954 y se tardó casi 15 años en reconstruirla. Existe otra barca de la que hace poco National Geographic publicó fotos pero que no se ha sacado del foso donde duerme por precaución.
El museo es moderno y la barca se exhibe con todos los honores. La verdad es que te deja asombrado el tamaño de la misma, la conservación de sus piezas, la meticulosidad del trabajo realizado hace tantos miles de años, preservado además en madera (lo que no suele ser habitual). La obligación de ponerte babuchas al entrar (supongo que para evitar contaminar el ambiente con algo que perjudique a la Barca) es un complemento curioso a la visita. La tienda tenía muy buena pinta también (a diferencia del resto de tiendas del país).
La visita al interior de la Gran Pirámide es difícil, ya que sólo se puede pasar dos veces al día y cuesta encontrar entradas. Así que nos dirigimos a la pirámide de Kefrén, uno de los hijos de Keops que quiso emular a su padre construyendo otra pirámide gargantuesca allá por 2520 aC.
Jafra (en egipcio) o Kefrén (en griego), fue el cuarto faraón de la IV dinastía, reinando de c. 2547 a 2521 aC. La entrada al interior de su pirámide ha sido restaurada recientemente, por lo que su acceso, sin cámara de fotos, está facilitado.
La entrada es un poco angustiante. Una bajada de mucha pendiente te introduce en un mundo pelín asfixiante, bastante caluroso y poco iluminado. Has de ir agachado gran parte del tiempo y compartiendo el camino con otros turistas que suben y bajan. Los pasillos son estrechos y tras la abrupta bajada hay un trecho recto más amplio que, tras otra subida de cierto nivel nos llevó hasta la Cámara Funeraria de Kefrén.
Tuvimos mucha suerte pues la pudimos ver prácticamente solos. Ciertamente, me emocioné al llegar a la Cámara Funeraria del Faraón. Y no sólo por el sarcófago de granito negro, vacío desde hace años, sino por la pintada que el, llamémosle, aventurero y arqueólogo aficionado (otros le llamarían ladrón no sin cierta razón) Giovanni Belzoni hizo en el siglo XIX cuando accedió por primera vez a ella.
“Scoperta da G. Belzoni. 2 mar. 1818” escribió en grandes caracteres en negro este tipo tan interesante, del que no puedo evitar coger los datos principales de la wikipedia:
Giovanni Battista Belzoni (1778-1823) nace en Padua (Italia), de carácter aventurero, es un ilustre y singular personaje de la incipiente egiptología del siglo XIX.
Viaja a Londres de joven, donde actúa en pequeñas ferias y circos. Estudia ingeniería e idea una rueda hidráulica que, según sus cálculos, era cuatro veces más eficiente que las contemporáneas. Para exponer su invento viajó a Egipto, montándola en palacio del Pachá Mehmet Ali. La demostración fue un fracaso total.
En Egipto conoció al cónsul general británico, Henry Salt, y se aventura a transportar un gran coloso de piedra, desde Luxor a Alejandría, para su embarque con destino a Londres. Observando el lucrativo negocio que suponía la obtención de antigüedades decide dedicarse a ello. Era una actividad sin escrúpulos, imperando en la época la ley del más fuerte.
Belzoni descubrió y expolió numerosas tumbas en el Valle de los Reyes, como las de Ay, Ramsés I y Sethy I.
Consiguió entrar en la pirámide de Jafra, pero solo encontró unos huesos de vaca, restos de comida de los saqueadores, y una inscripción en árabe: El maestro Mohammed Ahmed, lapicida, lo abrió; y el maestro Othman estuvo presente en la apertura y el rey Alij Mohammed estuvo presente desde el principio y cuando se volvió a cerrar. Belzoni dejó escrito, con grandes letras:
Scoperta da G. Belzoni 2 mar. 1818Belzoni también escribió un libro de viajes relatando sus aventuras en Egipto. Éste aventurero logró entrar por primera vez en la pirámide de Kefrén, en el Templo de Abu Simbel y en la Tumba Real de Seti I, además de llevarse a Londres numerosas piezas clave de la egiptología. Desde luego, es un personaje interesantísimo.
El caso es que, emocionados, volvimos a recorrer el camino andado (y sí, tuvimos tiempo de hacer alguna foto en el interior de la pirámide, aunque sólo fueran las de bajísima calidad de la cámara del móvil). La sensación es muy grata y supone un privilegio haber podido acceder. Mucha gente que lo hace posiblemente no valore dónde ha estado.
El caso es que la pirámide de Kefrén está ubicada en un complejo funerario al que pertenece la gran Esfinge, última parada en la visita a Gizah.
Hoy por hoy es evidentemente espectacular. Más lo debía ser en el pasado, cuando estaban pintados de rojo su cara y el cuerpo de león y de franjas amarillas y azules el nemes con el que se cubre la cabeza de la esfinge.
Ésta se cree que representa al propio Kefrén como guardián de su propio complejo funerario. Es cierto que es enorme. No sólo la cabeza de la esfinge, sino todo su cuerpo, las garras son grandísimas, de un porte excepcional. La cola, que sube hasta la parte posterior del cuerpo, es un detalle que suele pasar desapercibido.
La esfinge forma parte de un Templo más general, que casi no pudimos ver porque ya cerraban y porque la afluencia de público era tal que casi impedía ver nada. Me quedé con un par de cosas: una cavidad casi a la entrada del Templo (en la que la gente tira ahora billetes y monedas por una razón que se me escapa) en la que fue hallada la estatua del propio rey Kefrén protegido por Horus (justo detrás del nemes) en diorita que preside una de las salas más importantes del Museo Egipcio de El Cairo.
El otro detalle que me pareció curioso es el presunto antiguo embarcadero real, a la entrada del Templo, que actualmente está parcialmente inundada y cubierta de algas. Éste es uno de los síntomas que algunos arqueólogos están aprovechando para reclamar atención para la esfinge, que podría correr el riesgo de desaparecer.
En su momento, la arena que la cubrió durante miles de años la protegió de la erosión. Ahora sufre los rigores de la erosión, de las aguas subterráneas y de las mismas restauraciones que durante siglos se le han realizado con no muy buenos resultados. Es cierto que otros arqueólogos, como Zahi Hawass no se muestran tan preocupados por el tema.
En definitiva, estas pirámides, junto a la de Micerinos (Menkaure) y las pirámides subsidiarias de las esposas reales que conforman todo el complejo funerario son uno de los espectáculos más importantes del mundo.
Pasados los siglos, los faraones decidieron cambiar de ubicación y de modo la forma en la que pasarían la eternidad de la muerte. Tebas sustituyó a Menfis como capital del Alto y Bajo Egipto (las pirámides se sitúan cerca de la antigua Menfis, de la que casi no queda nada salvo el colosal Ramsés II del reducido museo donde éste se exhibe). En esta nueva localización, en la parte oriental de Tebas, se construyeron un buen número de tumbas reales de los faraones del Imperio Nuevo. En este caso, tumbas subterráneas, pero situadas bajo una gran montaña con forma de... pirámide, para ascender lo más rápidamente posible hacia el sol.
Se trata de El Valle de los Reyes, en Luxor.