No ha sido un año especialmente lluvioso, más bien al contrario. Ni el otoño ni el invierno han traído mucha agua y muchos de los embalses están en porcentajes muy bajos (los del río Segura sobre el 20%). La sequía está aquí, y eso se termina notando en el campo, donde aparecen menos flores y éstas duran menos tiempo.
No obstante, dejadas atrás ya las flores de árboles caducifolios típicos como los de los Prunus o los Pyrus, comienzan a aparecer ya las flores anuales, las del comienzo de la primavera, que poco a poco irán tupiendo el paisaje de diferentes colores.
Esta mañana he dado un paseo por una dehesa de fresnos y encinas antropizada y me he fijado en las primeras flores de este equinoccio vernal de primavera que vivimos éstos días. El término “equinoccio” proviene del latín equi-noctium, es decir, igual que la noche. Ayer, 20 de marzo, la duración de la noche fue igual a la del día: 12 horas.
La verdad es que el día no ha acompañado. De hecho, al menos aquí a 1000 metros de altitud sobre el nivel del mar, la primavera ha comenzado con nieve y viento. Por eso el número de flores presentes se ha reducido muchísimo, quedando únicamente a la vista algunas de las especies más ubiquistas, como Diplotaxis muralis, pero también alguna otra en la que merece la pena detenerse.
Diplotaxis muralis es el muy común Jaramago, una crucífera habitual en ambientes ruderales, muy frecuente y de características flores amarillas de cuatro sépalos (como todas las crucíferas, vaya) y 4 pétalos. Es un terófito, es decir, durante el invierno sólo sobreviven sus semillas, de las que vuelven a renacer en primavera los jaramagos de prados y cunetas.
Su nombre, Diplotaxis, viene del griego "doble orden" y es que en sus frutos en silicua, a modo de vainas alargadas, secos y dehiscentes, mantienen las semillas en dos hileras y cubiertas con valvas.
Son plantas cosmopolitas, de amplia distribución. Florece generalmente a partir de marzo e incluso hasta septiembre, siendo siempre anuales y desapareciendo en invierno.
Pero sobre todo llaman la atención los narcisos, que desde fechas muy tempranas están comenzando a aparecer por entre los fresnos y en los pastizales, tanto en los más antropizados como en los de montaña. Destaca, entre todos ellos (en la foto de entrada), el narciso más habitual en las zonas de montaña, Narcissus bulbocodium, comúnmente llamado Trompeta de medusa.
La palidez del amarillo de sus pétalos lo ubicaría en la subespecie Narcissus bulbocodium ssp graellsi si bien algunos autores lo elevan al rango de especie, Narcissus graellsi. En cualquier caso, se trata de una planta vivaz de la familia de las Amarilidáceas. Una hierbecilla bulbosa con su característica flor en forma de embudo y de corona ancha que aparece a veces por centenares en los pastos de montaña, como es nuestro caso.
Narcissus bulbocodium no parece ser un endemismo ibérico pues se distribuye por todos los países de la cuenca occidental del Mediterráneo. No puedo evitar incluir la definición de Narcissus bulbocodium que da una de las guías emblemáticas de la Flora europea, la de Oleg Polunin:
Narcissus bulbocodium L. Flores solitarias, de color amarillo como el de la mantequilla, erectas o inclinadas, con vistosa corona en forma de trompetilla más larga que los tépalos estrechamente triangulares del mismo color. Perianto de longitud variable, de hasta 3 cm. con tubo de aprox. 1 cm y medio, ocasionalmente de color amarillo limón pálido; espata que parcialmente rodea al tubo. Hojas en número de 2-4, muy estrechas, semicilíndricas, acanaladas; tallos florales de 5-30 cm. Habita en rocas y lugares abiertos, prados en montañas, brezales. Florece entre febrero y marzo.
Otro de los narcisos que he tenido la ocasión de encontrar, más bonito aún que el N. bulbodium, es el Narciso de roca (Narcissus rupicola), un precioso narciso heliófilo que también habita en suelos arenosos y que se encuentra en casi todas las montañas ibéricas silíceas del Sistema Central español.
Ésta vez sí que se trata de un endemismo ibérico de un género, Narcissus que se ha diversificado mucho en nuestro territorio. Suele encontrarse en pequeñas oquedades y repisas, sin ser nunca abundante.
Sus preciosas flores amarillas aparecen en grupos habitualmente, aprovechando cualquier hueco entre piedras, dando una nota de color en paisajes habitualmente cuarcíticos.
La verdad es que, a la espera de más lluvias o, al menos, de tener una primavera más avanzada, son los amarillos de éstos narcisos los que ponen la nota de color en estos pastizales adehesados que todavía sufren los grises y verdes cenizas de un invierno soleado pero con pocas lluvias.
Pero el renacimiento está cercano. Las flores no son las únicas que lo notan: muchos árboles comienzan ya sus ciclos reproductivos, como este Sauce negro o Bardaguera (Salix atrocinerea) cuyas flores unisexuales, distribuidas en amentos erectos y en plantas diferentes, aparecen antes que las hojas.
En ellos me fijaré otro día.