El Museo Británico representa la institución donde se sentaron las bases del conocimiento moderno. Es verdad que queda un poco pretencioso (y es que la frase está sacada de la propia Guía del Museo) pero no es menos cierto que guarda entre sus paredes algunas de las joyas de la arqueología más importantes del mundo.
Se le acusa reiteradamente de que muchas de ellas fueron robadas u obtenidas mediante prácticas no recomendables o poco claras. No voy a ser yo el que diga que no, pero hay que entender que éste gran Museo se fundó en 1753 y que la base de sus fondos fue obtenida entre los siglos XVIII y XIX, momentos en los que las cosas eran, sencillamente, diferentes.
Entiendo la rabieta y las fundadas peticiones del gobierno griego para que el Museo Británico devuelva las esculturas de los frisos del Partenón. Por la misma razón, los egipcios, los turcos, los iraquíes o cualquier otro de los pueblos que actualmente viven sobre lo que en su momento fue una civilización antigua tienen el derecho a solicitar su devolución. Y lo hacen.
Pero el British Museum no atiende a razones, más bien se defiende con argumentos igualmente válidos y poderosos. ¿Dónde estarían ahora muchas de las piezas que se exponen si no hubieran sido traídas aquí? ¿Tienen menos derecho a verlas los millones de visitantes anuales del Museo que los de aquellos lugares donde estaban ubicadas (siendo consciente de que en algunos casos sería imposible visitarlas)?
En las Salas del Partenón el propio Museo reparte trípticos en los que expone su posición ante este tema, aduciendo que son parte integral del mismo, que representan parte fundamental de la historia del conocimiento humano al que está dedicado el Museo y que dichas esculturas proporcionan un beneficio público global tanto para el Museo como para el legado de la cultura griega. Que hay más esculturas del Partenón en otros museos europeos. Y que Lord Elgin las adquirió legalmente en 1816 al gobierno griego.
Todo ello es cierto y difícilmente refutable. Y si bien muchos de nosotros preferimos ver los relieves de los palacios de Nínive en el Museo Británico también es verdad que, tal y como están las cosas ahora, con Grecia y el Reino Unido formando parte de la Unión Europea, no estaría demás devolver algunas de esas piezas para que puedan exponerse como deben en el nuevo Museo de la Acrópolis (por ejemplo, la famosa cabeza del caballo del carro de Selene -la diosa luna- procedente del frontón este del Partenón de Atenas, aquí a la izquierda).
Respecto de los restos iraquíes o egipcios incluso, prefiero no pronunciarme, pues mi opinión posiblemente tendería a que permanecieran allí.
Y es que en el Museo Británico, las piezas están excepcionalmente expuestas. La gran modificación que se hizo recientemente, con la apertura de un luminoso y amplísimo vestíbulo, el llamado Patio Principal de Isabel II, facilita el recorrido por las múltiples salas de la institución. A pesar de que le dedicamos prácticamente un día (y un poquito más de otro), hay tantas cosas por ver que nos quedamos cortos.
Centramos nuestra visita, como era de esperar, en Egipto, Medio Oriente, Roma y un poquito de la Edad Media. Vaya, si hasta vimos una de las calaveras de cristal fabricadas en el siglo XIX a las que hace referencia la última (y fallida) película de Indiana Jones... con el texto explicativo referente a la falsa leyenda creada en torno a la misma.
Nos pareció un detalle de lo más curioso, eso sí, la calavera de cristal se encontraba en la parte dedicada a la antropología, donde destacaban sendos (y gigantescos) moai de la Isla de Pascua y Tótem de los indios norteamericanos. En cualquier caso, decidimos centrarnos en piezas arqueológicas y aprovechar eso tan desusado en los museos de hoy que es que te dejen hacer fotos incluso con flash. Egipto, Próximo Oriente, Roma, Edad Media...
Antiguo Egipto
La estatua colosal de Ramsés II hurtada por el aventurero Giovanni Belzoni en el Ramesseum del Egipto del siglo XIX preside las Salas dedicadas a la estatuaria del Antiguo Egipto. Muchas otras piezas egipcias están distribuidas en el piso superior.
El Ramsés II de Belzoni fue trasladado a Londres en una epopeya que sólo el gran personaje que era Belzoni pudo acometer. Ahora es una de las piezas fundamentales del Museo, compitiendo en popularidad con la Piedra de Rosetta, por supuesto.
La inmensa efigie del gran faraón de la XIX dinastía mira hacia la galería donde se ubican además estatuas de algunos de sus colaboradores, como Panehesy (guardián del tesoro del faraón, a la izquierda, lleva entre sus manos una naos que contiene figuras de los dioses Isis, Osiris y Horus) o Roy (Gran Sacerdote de Amón, a la derecha, con los brazos reposando sobre un gran emblema con Hathor como protagonista).
Y en el centro, algo que nos dejó anonadados: la cabeza del sarcófago real de granito negro de Ramsés VI, procedente de su tumba real en el Valle de los Reyes, donde se encuentran los restos de dicho sarcófago destrozado, en una de las tumbas más maravillosas y mejor conservadas que se pueden visitar en el Valle).
Pero es la Piedra de Rosetta la que más llama la atención en estas galerías. Es muy difícil hacer una foto de la piedra sin que salgan otros visitantes cerca. Acercársele es también complicado.
En la infumable audio-guía del Museo incluso recuerdan que la parte importante es la que incluye los textos grabados en griego, demótico y egipcio antiguo. Lo dice por que ha habido gente que se ha fijado únicamente en la parte de atrás de este gran bloque de granito negro que permitió a Champollion la traducción de la lengua de jeroglíficos, que se había dejado de hablar probablemente desde que se cerró el Templo de Filae en época del emperador Justiniano en 515 d.C.
El texto contenido en tres idiomas en la Piedra de Rosetta narra una sentencia de Ptolomeo V, describiendo varios impuestos que había revocado, ordenando además que la estela se erigiese y que el decreto fuese publicado en el lenguaje de los dioses (jeroglíficos) y en la escritura de la gente (demótica).
Hay otros muchos tesoros egipcios en el British: el sarcófago de Nectanebo II, una cabeza y un brazo de un coloso de Amenhotep III en granito rojo (en primer plano, en la foto de apertura de la entrada), la mismísima barba de la Esfinge de Gizah, estelas, estatuas de faraones y de siervos (alucinantes las de Sesostris III), la impresionante lista de los reyes extraída del Templo Seti I de Abydos (a la derecha, incluyendo el cartucho de Ramsés II), cuatro prodigiosas estatuas de la Diosa Sekhmet del Templo de Mut en Tebas (arriba, a la izquierda) ... todo ello en el piso inferior.
El piso superior recoge múltiples objetos del Egipto Antiguo pero relacionados con la vida cotidiana, más que con lo recuperado de los Templos. Es sorprendente la colección de ushebtys que reúne el museo. Algunos son los criados en el otro mundo de gente ciertamente importante.
Éstos de aqui al lado, por ejemplo, son ushebtys, los que responden a la voz de faraones como Seti I o Amenhotep III, algunos de madera, otros de fayenza, otros de arcilla.
La colección de ushebtys es fabulosa, como lo son las cajas en las que éstos se guardaban que se muestran en una vitrina cercana junto a muchos otros tesoros hallados en tumbas del antiguo Egipto.
De hecho, las cajas son vecinas de dos enormes efigies en madera de sicomoro (y por lo tanto, extremadamente raras), halladas una por Henry Salt y la otra por el mismísimo Giovanni Belzoni en las Tumbas de Ramsés IX y Ramsés I, respectivamente, en el Valle de los Reyes. Ambas estaban cubiertas de resina negra.
La colección es enorme: Papiros (como el Papiro Abbot, recopilación oficial del contenido de varias tumbas reales tebanas ante recientes robos); Vasos canopos (un colorido e impresionante grupo de la esposa de un alto sacerdote de Amón de la dinastía 21 nos llamó la atención); máscaras mortuorias, sarcófagos, momias humanas y animales (como las excepcionales momias de gato de aquí al lado, momificadas en el periodo romano cuando éstos animales eran considerados manifestaciones reales de los dioses y se negociaba con ellos a la puerta de los templos), paletas predinásticas (como la llamada Paleta del Campo de Batalla de 3100 a.C, de función ceremonial) o maquetas funerarias de barcos, labores, etc. que resultan de lo más sugestivo a la hora de imaginar el mundo del antiguo Egipto.
La maqueta del hombre arando con un buey, del Imperio medio, es una de las más famosas. Le falta una compañera a este sirviente que aseguraba mediante su trabajo la provisión regular de comida para los propietarios de la Tumba.
Una verdadera lástima: la Capilla de Nebamón, con pinturas al fresco excepcionales, estaba en restauración. Mala suerte. Me recuerda a cuando visitamos el Museo Arqueológico de Nápoles y estaba cerrada la Sala de Frescos Pompeyanos. En fin, muchas, muchísimas cosas que ver en el apartado del Antiguo Egipto. Lo mismo, o más, en el de Próximo Oriente Antiguo. (Continuará).