1. Pasear por Santa Cruz de Tenerife
Santa Cruz de Tenerife tiene un encanto único. El ambiente de su Plaza de España y alrededores es animado, las calles adyacentes, populosas aún a mitad de la semana. La gran cruz de la Plaza y el lago que la adorna imponen y representan la imagen más viva de la ciudad. Las compras, en la Calle Castillo. Tomar algo se convierte en una delicia en muchos locales.
La estampa de la Iglesia de la Concepción no te abandona por muy agnóstico que te consideres. El contraste de la blancura de las paredes con el gris lavado de las vigas de piedra, iluminado por el sol que (casi) siempre revitaliza las calles de la ciudad y de las islas sólo puede explicarse con imágenes. Las palabras, sobran.
2. Ver momias guanches en el Museo de la Naturaleza y el Hombre
Es cierto que el Museo Canario de Las Palmas recoge un número infinitamente mayor de momias guanches en comparación con el reducido número de las que alberga el Museo de la Naturaleza y el Hombre. Pero éste último es más museo que el otro; el de las Palmas es el museo tradicional, bello, recargado, apasionante. El Museo tinerfeño está pensado para nuevas generaciones, para facilitar la consulta posterior, para ganar en limpieza y amplitud pero sin perder en rigor y claridad.
Es un museo nuevo y agradable, rico y sorprendente. Entre lo que más me gusta ver una y otra vez, la habitación de los botánicos y la de los entomólogos, las momias guanches y la del Lagarto Gigante de Hierro, los restos de guanches y la explicación de su presencia. La compaginación de naturaleza y arqueología en un único, lujoso y sorprendente paquete cultural.
3. Subir a lo alto del Teide
Poco que añadir a lo dicho en entradas anteriores. Antes de ir te planteas si te gustará. Al volver te preguntas cómo pudiste dudar. El paisaje agrio, árido, seco, retorcido. Las llanuras pedregosas de malpaíses, de piedras cortadas, de lava apagada y paralizada, lista para volver a la colada. El Teide, imponente, grandioso, protagonista de las miradas.
Le rodean Las Cañadas. Ese paisaje lleno completamente de vacío. Rico en formas y en paisajes. Subir al Teide es proeza humana, el teleférico ayuda, los permisos facilitan y controlan, tus fuerzas te dejan llegar hasta donde se acaban. Mientras el Teide sigue sin fijarse en que una minúscula mota de polvo, Tú, estás ascendiendo hacia él entre los gases azufrados que emiten sus fumarolas.
4. Escuchar un concierto de Isas y Folías de un grupo folclórico local
Esto sí que es suerte, claro. Es el mes de mayo, es el mes de Canarias y en todas las islas hay actos públicos, festejos, conciertos. El grupo folclórico Los Majuelos (www.gflosmajuelos.com) cumple años y lo celebra a lo grande, en un espectáculo en la calle, con todos sus integrantes (todos son muchos) ataviados con trajes y vestidos de antaño, con voces poderosas y bailes coloridos.
Defienden la canción tradicional y el modo de vestir de sus antepasados. Lo llevan con orgullo y lo muestran ufanos al personal, que aplaude y se emociona ante las canciones y los bailes, las folías de Tenerife, las isas de Las Palmas….
Ellas bailan, giran, sus faldas vuelan, sus pasos son certeros. Anudan las manos a la espalda los varones mientras mueven acompasadamente los pies, ora arriba, ora debajo de cara a sus parejas, que sonríen mientras los instrumentos musicales dan un recital de gracias o de apenadas notas que hablan de un pasado colorido, grupal y rítmico.
5. Sol y Playa (negra)
Al fin y al cabo, las Canarias son uno de los destinos favoritos de los turistas. Pero quizá lo sean por el calor, el sol, el ambiente. Porque de playas, al menos Tenerife, poco pueden mostrar. En Lanzarote o Fuerteventura esto no es problema, pero Tenerife guarda pocas playas para sus visitantes, casi todas en el sur, en las zonas de Los Cristianos y Los Gigantes.
Sus playas son de arena negra volcánica y bien sea por el sol o bien porque recuerdan su piroclástico pasado, el caso es que arden al tacto, brillan por sus componentes, hacen especial estos espejismos de turismo tradicional de sol y playa. Las palmeras canarias contrastan con el azul del océano y con el gris marengo de la arena.
El agua es muy fría y sorprende enseguida lo abrupto de su reducida plataforma continental. Enseguida cubre, enseguida se ve fauna, flora. Enseguida se pone la bandera roja que hace imposible nadar: el Océano Atlántico no es el plácido Mediterráneo. Las rugientes olas y las corrientes dirigen a los visitantes hacia el chiringuito, que aquí también haylos.
6. Comer papas arrugás con mojo verde o rojo
¿Cómo es posible que les quede tan bien? ¿Cómo pueden coger unas patatas tan pequeñitas (las llamadas gorrineras en la península, las que antaño se dejaban para la pocilga), hacerlas al agua con sal, cocerlas en su punto, rápido para que la piel se arruge pero no se desprenda? ¿Cómo hacerlas tan buenas, tan tiernas sin deshacerse en la boca?
Conjúntese con el mojo verde o rojo y el plato se convierte en tradición a seguir. El mojo, acompañante habitual, con un picante justo (reducido para no asustar, nos dicen en el Parador de Las Cañadas del Teide), perfecto para mojar.
El maitre del Parador nos hace chistes. Nos asusta preguntando por si hemos traído coche al solicitar información por el baño. Se incluye a sí mismo como proveedor en el listado de ingredientes del almogrote gomero, otro plato digno de probar. La gastronomía es lo que tiene, allá donde fueres, come lo que vieres.
7. Pasear por La Orotava y por Icod de los Vinos (y ver el Drago milenario)
El Sur es un trasunto de la costa del sol peninsular, el norte de la Isla, todo el mundo lo dice, es la parte bonita, la del encanto, la de los pueblitos de casas coloridas y ambientes históricos. La Orotava es municipio maestro en estas lides. Sus callejuelas son encantadoras, sí, pero más lo son los Jardines con los que cuenta la Ciudad.
Y con las típicas casas vienen aquellas que se han transformado para ser receptoras de turistas y que se venden sin impudicia pero con gracia: La Casa de los Balcones, la Casa del Turista. Auténticas casas decimonónicas, con sus pisos con balaustradas de madera, con sus patios verdes y tranquilos. En ellas hay maniquíes y decorados que nos trasladan al XIX con gusto y gracejo. Y nos llaman la atención sobre costumbres perdidas: ahí está la piedra volcánica que hace de filtro natural al agua.
Y en Icod de los Vinos, otro municipio con pueblito como barrio central nos espera un parque precioso, engalanado por las fiestas, pero engalanado a diario por la presencia del árbol milenario más conocido de nuestro país: el Drago.
El Drago milenario, que te observa desde su propio territorio en Icod. No es el único. Hay otro mucho más arriba en las cuestas del pueblo, cuestas y pendientes tan vertiginosas que llega a ser difícil conducirlas. Más difícil debe ser bajarlas con cestos de frutas varias y con imágenes y ofrendas en los días de fiesta, cuando todo Icod se reúne en la playa y se deja llevar por la celebración, entre las hogueras.
8. Impresionarse con los Acantilados de los Gigantes
Grandes farallones de piedra que dan nombre a algunas de las playas más famosas de la Isla. Playas volcánicas, se entiende, en un paisaje conmovedor.
Pero llegar hasta ellos no parece fácil, las carreteras dan vueltas sobre sí mismas, el pueblo termina en el puerto, no hay marcha atrás. Menos mal que la vista que regala lo merece, como también lo hacen sus playitas, sus gentes, sus restaurantes.
9. Sopesar las teorías del Dr. Thor Heyerdahl
Ésta es la entrada del Parque Etnográfico de Las Pirámides de Güimar. Aquí te cuentan cómo podría ser viable que pueblos de la antigüedad pudieran comunicarse entre sí a través del mar con embarcaciones frágiles pero resistentes.
Prueba de ello sería la presencia de pirámides escalonadas en diferentes puntos del mundo. Un conjunto de esas pirámides, oh, casualidad, está en Tenerife, en Güimar. Lástima que no se hayan podido datar como muy antiguas y que existan pruebas de que pudieran estar construidas en el siglo XIX.
Aún así, el defensor de estas teorías, el ya fallecido noruego Thor Heyerdahl, montó un parque etnográfico de lo más interesante, limpio, pulcro, adecentado pero arqueológicamente dudoso. No obstante, aún hay mucho que investigar en estas pirámides tan llamativas.
10. Coger la flor de un tajinaste, sorprender a un lagarto tizón
Desde luego, es una de las plantas más llamativas de la Isla de Tenerife. Dicen que su aspecto marca el paisaje en cualquier época del año, bien porque está florido o bien porque su esqueleto se confunde con el árido paisaje que le circunda.
Las flores rojas del tajinaste son las que ponen el punto de color a Las Cañadas del Teide, pero también a los múltiples jardines de las islas que se han apropiado, adecuadamente, de este endemismo para que comparta espacio con las palmeras y las aves del paraíso.
Espacio que también comparten los lagartos tizones, abundantísimos por todo Tenerife, algunos de tamaño superlativo, y cuyos colores azulados resaltan sobre todo en época de celo.
11. Visitar el gran Jardín Botánico del Puerto de la Cruz
En su momento, Carlos III decidió que se abriesen centros de aclimatación en las Islas Canarias para que todas aquellas especies vegetales de las Indias que pudieran ser aprovechadas para convertirse en alimento o generar riqueza para sus gentes, tuvieran un lugar para adaptarse.
Y de ahí surgieron algunos jardines botánicos repartidos por la Isla, pero el más impresionante de todos ellos es el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz, un lugar espectacular, bellísimo, con tantas especies llamativas por ver y disfrutar que se convierte en complemento perfecto de la también bellísima aridez que ejerce labor de escenario principal en la Isla de Tenerife.