Es algo que sorprende a muchos turistas de la Península: la gran abundancia de Lagartos Tizones (Gallotia galloti)en la Isla de Tenerife. Sin llegar a los enormes y plácidos Garrobos o Iguanas Negras del Pacífico costarricense, los lagartos canarios suelen ser todo menos esquivos. Están a la vista la mayor parte del tiempo y, en líneas generales, la gente no les hace nada. De hecho, ni siquiera su gran tamaño genera aversión o rechazo. Sus colores son apagados salvo por las manchas de azul iridiscente que adornan su lomo.
Las Islas Canarias, tal y como sucede con cualquier otra isla alejada del continente, representan una reserva de fauna y flora únicas, numerosos endemismos aislados tiempo ha y que han evolucionado de forma independiente de sus congéneres de tierra firme. Un hecho conocido en las faunas aisladas isleñas es el gigantismo o el enanismo de sus poblaciones, como respuesta a diferentes interacciones (o a la falta de ellas) con otras especies del territorio.
En Canarias es bien conocida la presencia de lagartos gigantes, a especie por isla. En Tenerife los lagartos gigantes desaparecieron hace mucho, más incluso que los guanches. Es curioso poder ver momias de ambos en el Museo de la Tierra y el Hombre, momias guanches de niños y adultos y una de los pocos lagartos gigantes de Tenerife extinto y momificado. Sin embargo, el nicho que dejaron vacío los lagartos gigantes lo han ocupado dos subespecies de Lagarto Tizón (Gallotia galloti) que se diferencian fundamentalmente en el tamaño, número de escamas y disposición de sus manchas.
El nombre le viene, claro, de lo oscuro de su aspecto, sólo roto por las ya mencionadas manchas azules, tan llamativas. Son animales grandes para lo que uno se espera, llegando a tener hasta 20 centímetros. Corretean por todos lados, desde el mismo Parque Nacional del Teide hasta las masificadas playas de Puerto de la Cruz. Los lagartos tizones se muestran cercanos y pacíficos. No es que se dejen tocar, pero tampoco parecen tener demasiado miedo a quienes en la Península provocaron histórica y genéticamente tal terror a sus parientes lacértidos que huyen despavoridos al menor atisbo de presencia humana.
La época de su reproducción tiene lugar en primavera y a finales de verano los lagartillos jóvenes ya están calentándose al árido sol de la Isla. Estos jóvenes son preferentemente insectívoros, dieta que cambia con la edad, pues los adultos son casi prácticamente herbívoros. Podríamos dejarlo en omnívoros, entonces.
Los machos son más grandes que las hembras y en las épocas de celo es cuando más llamativos están, pues sus manchas verdiazuladas se vuelven todavía más intensas, si cabe, lo que les confiere un aspecto encantador y poderoso. Es, la verdad, un placer pasear por la Isla y encontrarse con estos preciosos reptiles que acompañan al habitante humano estando siempre presentes pero pasando desapercibidos.
En esta ocasión no pudimos ver otros reptiles, ni Perenques (Tarentola delalandrii) ni Lisas (Chalcides viridanus), ni tampoco aves como los famosos pinzones azules del Teide (Fringilla teydea) o los guirres, pero sí que se dejaron ver los Bisbitas camineros (Anthus bertheoli), un pajarillo abundante y ágil que como su propio nombre indica es difícil de encontrar en las ramas de los árboles. Recorren habitualmente las laderas, los malpaíses, los cultivos, los caminos y los áridos paisajes de la Isla buscando insectos e invertebrados varios. También hace, como era de esperar, sus nidos en el suelo. Es una especie endémica de Canarias, Azores y las Islas Salvajes portuguesas.
Otra especie de pajarillo mucho más conocida es el Canario (Serinus canaria). Otro endemismo canario (también de Madeira y de Azores) que es bien conocido por haberse convertido en compañero en hogares con sus sonoros y cadenciosos cantos. Aparece en cualquier punto de las islas, prefiriendo zonas boscosas, cultivos de frutales y matorrales.
Su plumaje verde-amarillento es bien conocido y cuando está situado en los posaderos elevados a los que acostumbra, su color contrasta con el fondo. Es eminentemente granívoro, pero complementa su dieta con frutos. Cuando no es época de cría vive en grupo, desplazándose en bandadas, lo que le confiere todavía más visibilidad.
Visibilidad como la que tienen numerosas especies de flora de las Islas Canarias y en concreto de Tenerife. Siempre se ha dicho que las Islas Canarias acogen un tesoro botánico singular con casi un 30% de especies endémicas. Esta endemicidad se debe al aislamiento antes comentado pero también a la gran diversidad de ambientes que existen en las islas.
Las condiciones de la flora en el Parque Nacional del Teide son especialmente llamativas.
En Las Cañadas, la puntual vegetación tiene que adaptarse a vientos fuertes y racheados, a lluvias escasas, pero torrenciales, a una insolación enorme asociada a una gran oscilación térmica (diaria y estacional) y a un muy bajo grado de humedad. Además, la mayor parte del terreno es de origen volcánico, de difícil colonización. Así que, ¿qué hacen las plantitas canarias para soportar todo esto? Adaptarse.
Adaptarse presentando hojas pequeñas para reducir la evapotranspiración (a veces ni siquiera tienen hojas). Y a esas hojas pequeñas las protegen con pelos o ceras para reducir la insolación que reciben.
Además muchas de ellas adquieren formas extrañas, muchas veces achatadas o redondeadas para luchar contra el viento y la falta de humedad.
Producen numerosísimas flores y semillas, la típica estrategia K para tener muchos posibles descendientes, aunque luego se queden en bien poquitos.
Y si a todo esto le sumamos las durísimas condiciones del piso supracanario en ascenso hace el Teide o en el mismísimo Pico, termina siendo asombrosa la capacidad de estas especies para resistir, por ejemplo las de la Violeta del Teide, uno de los endemismos en mayor peligro de extinción que además ha sufrido la excesiva recolección por parte del ser humano.
De las especies florísticas de Tenerife, me quedo con cuatro especies de matorral de alta montaña y dos de árbol. Entre las primeras, destacan por sus colores las retamas del Teide (Spartocitysus supranubius), un arbusto de forma almohadillada de hasta 2-3 metros de altura y muy ramificado y que adopta generalmente una forma hemisférica.
Suele estar acompañada de la Hierba pajonera (Descurainia bourgenana), de coloridas flores amarillas que contrastan con las blanquecinas o rosadas de la retama. La hierba pajonera es una hierba pequeña y llamativa, también con forma redondeada. Ambas son endémicas de las Islas.
Son sin embargo los Tajinastes (Echium wildpretii) los reyes del paisaje tinerfeño, al menos en las cercanías del Teide. Su aspecto es diferente en función de la época del año, pero siempre es espectacular. Comienza siendo una discreta roseta de hojas plateadas (a causa de sus hojas, grandes, lineares, largas y cubiertas de cerdas asímismo largas y densas).
Una vez que cumple tres añitos desarrolla en primavera de forma patente y sorpresiva una gran vara que puede alcanzar hasta tres metros de altura en pocos días.
Se trata de la inflorescencia de la planta, cubierta totalmente de flores de color rojo muy intenso. Cuando el verano avanza, se va secando y diseminando sus semillas hasta morir, permaneciendo erguido su esqueleto durante mucho tiempo e integrándose en el árido paisaje en el que le ha tocado vivir.
El tajinaste rojo se hizo muy escaso hace 30 años al ser uno de los principales alimentos del ganado. Una vez desaparecido éste, se ha vuelto abundante y muy visible. Su pariente cercano, el Tajinaste azul (Echium mauberianum) es mucho más raro. Ambos son endemismos canarios.
En el Parque Nacional del Teide no falta alguna especie de árbol. El Cedro Canario (Juniperus cedrus) es realmente raro y está en peligro de desaparecer por la falta de cuervos. Si señor, la eliminación del ganado (y con él, restos de reses muertas) ha influido en la reducción de las poblaciones de cuervos y con ellos las de cedros canarios pues su semilla requiere de la digestión previa por parte de los córvidos para deshacer su capa exterior.
Mucho más abundante es el Pino Canario (Pinus canariensis), que cubre todos los bosques del llamado Parque Natural de la Corona Forestal.
Estos grandes pinos rectos, cuya altura puede llegar a los 60 metros (aunque lo habitual son 15-25) es muy resistente al fuego, rebrotando siempre (o incluso permaneciendo indemne) ante situaciones complicadas que se dan de vez en cuando en las Islas.
Sin embargo, sus habitantes no lo tienen tan fácil y especies como el Pinzón Azul casi desaparecieron el año pasado en algunas zonas de las islas tras los pavorosos incendios de 2008. Sus piñones cuentan con curiosas alas membranosas que les facilitan la anemocoria, la distribución por el viento.
Por cierto, que entre los pinos se dejó ver una de las Jaras del archipiélago, Cistus simphytifolius, endémica y propia del sotobosque de los pinares canarios.
Sus hojas verde pálido y sus flores rosadas y estambres amarillos recuerdan a algunas de las especies de jaras peninsulares.
Pero para símbolo de la flora canaria ya está el Drago (Dracaena draco). Muchos de los pueblitos tinerfeños cuentan con uno, pero sin lugar a dudas es el de Icod de los Vinos el que atrae a más gente a esta bonita villa del norte de Tenerife. Es aquí donde está el llamado Drago Milenario, (aunque actualmente se estima que su edad real oscila entre los 500 y los 600 años) en medio de un bonito parque y rodeado por otros árboles de gran porte.
Aún siendo el símbolo natural vegetal más representativo de la Isla de Tenerife, su presencia en el medio natural es muy escasa, habiendo sido catalogado como vulnerable. Sin embargo, aparece en multitud de parques y jardines de todas las Islas.
Su nombre hace referencia a las similitudes que diferentes autores de la antigüedad encontraron en el Drago con los dragones, con ese tronco surcado de cicatrices, esa savia color rojo sangre y esa copa culminada en cresta. Es un endemismo macaronésico, pero hace bien poco se ha detectado alguno en el norte de África.
De acuerdo con wikipedia, "Esta planta de lento crecimiento (puede tardar una década en crecer 1 m) se caracteriza por su tallo único, liso en la juventud y que se torna rugoso con la edad. Es el único árbol del mundo en el que su savia es de color rojo y no blanco. El tallo no presenta anillos de crecimiento, por lo que su edad solamente se puede estimar por el número de hileras de ramas, ya que se va ramificando después de la primera floración, aproximadamente cada 15 años. La planta de apariencia arbórea, está coronada por una densa copa en forma de paraguas con gruesas hojas coriáceas de color entre verde grisáceo y glauco, de 50 a 60 cm de longitud y unos 3 ó 4 de anchura. Puede alcanzar más de 12 m de altura.
Las flores, que surgen en racimos terminales, son de color blanco. Los frutos carnosos, de entre 1 a 1,5 cm, son redondos y anaranjados.
Normalmente los podemos encontrar entre los 100 y los 600 metros de altitud, en el llamado bosque termófilo, aunque también se utilizan ejemplares jóvenes para decorar los jardines o paseos municipales de las islas, así como los jardines particulares."
La flora canaria es realmente sorprendente. Cuanto más cuando la puedes observar compartiendo espacio con especies americanas y africanas que en su momento Carlos III mandó cultivas y domesticar con fines alimenticios.
Todas ellas forman parte de los numerosos Jardines Botánicos de la Isla de Tenerife, algunos especialmente espectaculares y bellos, como el de Puerto de la Cruz. Es aquí, y no en el medio natural, donde uno puede encontrar bellos ejemplares de Strelitzia reginae, la Flor del Ave del Paraíso que tanta gente cree que es originaria de las Islas canarias.