Si a nosotros nos emocionó la visita a la Isla de Ellis no quiero ni pensar qué puede representar para un descendiente de aquellos millones de inmigrantes que pasaron por las puertas de esta isla-institución, la que durante décadas ejerció la labor de filtro de entrada de europeos, africanos y asiáticos que buscaban en la pujante América un futuro que habían perdido en sus respectivos continentes.
Y para dejar la huella de su llegada nos encontramos con la figura de Augustus F. Sherman, a la sazón Jefe de Registro de la institución y fotógrafo aficionado. Sus retratos sobre las gentes que pasaron por Ellis Island entre 1890 y 1924 son asombrosos y sobrecogedores y nos aportan más información y sentido sobre la época que todas las obras de arte del momento.
Y una de las más conocidas es esta preciosa chica, procedente de la actual Ucrania e identificada como la Chica de Ruthenia (una región del este de Europa). Y como ella aparecen en las salas de Ellis Island fotos de italianos, de turcos, de griegos, de alemanes, de ingleses, de árabes, de húngaros, holandeses, checos, chinos, rusos, gitanos, yugoeslavos, hindúes, escoceses o daneses, pero también algún portugués y algún español. Todos ellos pasaron por una experiencia que se trata de representar en la exposición de la Isla de Ellis para que en esta época de crisis pero de bienestar seamos capaces de valorar el afán de lucha de estas personas, cuyas historias individuales y globales recorren como fantasmas las salas del museo.
A la Isla de Ellis y al Museo de la Inmigración que alberga, se llega en barco, precisamente después de visitar al símbolo que daba la bienvenida a los inmigrantes a finales del XIX y principios del XX en Estados Unidos, la Estatua de la Libertad. Como comentaba en la entrada anterior, “antes de 1855 todo el que llegaba era libre de entrar en Estados Unidos.
La gran avalancha de gente de todo el mundo que buscaba nuevas oportunidades obligó a realizar en Battery Park una oficina de inmigración que atendió a 8 millones de personas hasta la inauguración de Ellis Island en 1890. A partir de ahí, otros 12 millones de personas entre 1892 y 1954 pasaron por sus instalaciones siendo devueltos a sus países sólo el 2% de los que lo intentaron. Y todo ello, a la sombra de la magnífica estatua, que servía de único paisaje a los que esperaban su turno para entrar, aún embarcados, en el país.”
Pero mientras que nosotros llegamos cómodamente en un barco turístico, los inmigrantes de todo el mundo llegaban en muchas ocasiones en abarrotados barcos de pasaje, enormes trasatlánticos o barcos de vapor que durante semanas cruzaban los mares hasta llegar a la tierra (ésta sí) prometida. Las condiciones del viaje no eran precisamente las mejores y muchos de los viajeros llegaban debilitados y enfermos. Más aún: no eran atendidos de inmediato, tenían que esperar a que les llegase el turno para entrar a la isla. Y eso también llevaba su tiempo.
Y una de las primeras cosas que tenían que revisar al desembarcar era su equipaje, pues tenía que ser inspeccionado. Y una muestra del mismo se presenta en la gran sala principal de Ellis Island una vez que tú, también, desembarcas y entras en las institución. Igual que los miles de inmigrantes que entraban en ella sólo que en vez de buscar a los responsables de la facturación del equipaje (una empresa privada bajo concesión del gobierno) buscas la tienda de recuerdos o el restaurante donde luego podrás tomarte algo.
El equipaje ocupa la mayor parte de la sala principal y nos recuerda que las cosas ahora son igual que entonces: había inmigrantes que preferían seguir a sus maletas antes que arriesgarse a que se las perdieran o robaran en la inspección. Y había empleados que cobraban el doble de la tasa permitida, aprovechándose de la situación desesperada de muchos de ellos. El equipaje, eso sí, podía enviarse cómodamente desde la isla al lugar donde el viajero indicara o dejarlo allí a la espera de la resolución de su caso, todo ello a un coste moderado.
El siguiente paso se dirige hacia la sala más emblemática de la institución, la Sala de Registro. Un día normal podían pasar por aquí más de 5.000 personas. El personal de la Oficina de Inmigración procedería al registro de los inmigrantes, concediéndoles el paso o denegándoselo en función de los resultados de ciertas inspecciones por las que habían de pasar. La sala está actualmente restaurada al modo en que se presentaba en los años 20.
En esta sala tenía lugar una larga espera hasta ser atendido por el oficial que te correspondía, que llevaba a cabo un interrogatorio. ¿Cuanto dinero lleva? Era una pregunta de lo más habitual (y que te recuerdan a la entrada, dado que ésta es gratuita). Y es que los pobres no podían entrar al país, tenían que demostrar tener un billete para el transporte posterior a la isla y al menso 25 dólares para vivir.
Durante muchos años, las colas se formaban en una laberíntica estructura de metal a modo de corrales en los que la gente esperaba. Como fueron muy criticados, en los años 20 fueron sustituidos por filas de bancos de madera que mejoraron la estancia y espera de las personas que iban a ser interrogadas por los funcionarios de turno. Pero hasta llegar aquí, los inmigrantes ya habían pasado antes por varias pruebas, muchas de ellas de tipo médico.
Entramos ahora por las salas y pasillos que presenciaron dichas inspecciones, las médicas y las legales. Por este ala de la institución, también restaurada como en los años 20, pasaban los inmigrantes procedentes de todo el mundo. En teoría, el proceso no duraba más de cuatro o cinco horas. Hay que pensar que todas las inspecciones eran breves y que era más el tiempo de espera que el del interrogatorio. No obstante había situaciones en las que la estancia en la isla se prolongaba, debido a razones de salud o legales.
Y cuando se prolongaba, los inmigrantes tenían que dormir en estas salas dormitorio en las que podían ubicarse hasta 300 detenidos. Dormían en literas de 3 camas que podían levantarse, para que el dormitorio pudiera utilizarse durante el día como sala de espera. Por la noche, se les entregaban mantas y colchones de tela para que pudieran dormir adecuadamente.
Pero éstos casos no eran los más habituales. De todos los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos entre 1890 y 1924 apenas el 2% fueron devueltos a sus países (se trataba, sobre todo, de criminales, enfermos incurables, discapacitados y pobres de solemnidad). El proceso de inspección constaba de dos partes, la inspección médica y la legal.
La primera inspección médica la realizaban cirujanos del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos. Estos cirujanos eran llamados los Hombres Ojo, the Eye Men, pues su misión era realizar un examen ocular en apenas 6 segundos.
Y lo hacían bien. Su objetivo era descartar a aquellas personas que tuvieran síntomas de Tracoma (la inflamación de la conjuntiva del ojo producida por la bacteria Chlamydia trachomatis) o de Conjuntivitis, ambos casos contagiosos y, sobre todo el primero, considerado muy peligroso. Aquellos a los que se les detectaban estas enfermedades eran marcados con una E o una Ct y apartados de los demás. Una vez revisados los ojos, se pasaba a un examen físico rutinario, también de pocos segundos.
En este caso, los doctores también utilizaban letras para identificar a aquellas personas que tuvieran un problema de salud: H por Corazón, K para Hernia o X para la debilidad mental. En algunos casos se consideraba necesario hospitalizar a los pacientes y la Isla de Ellis tenía infraestructura para ello (así como para partos, por ejemplo).
Uno de los avances más llamativos es que desde 1914 el servicio contó con l ayuda de la primera doctora de Ellis Island, Rose Ann Bebb que pudo ayudar a las mujeres inmigrantes (las que, por cierto, no lo tenían nada fácil cuando llegaban sin un compañero masculino: una mujer soltera no podía dejar Ellis Island sin la compañía de un familiar o amigo cercano).
Las enfermedades mentales eran objeto de atención específica, pues no estaba permitido el paso de inmigrantes con alguna deficiencia. Por ello, se les realizaban pruebas sencillas de inteligencia sobre todo teniendo en cuenta la diversidad de orígenes, culturas y educación de todas las personas que llegaban a la isla. Por ejemplo, les solicitaban dibujar un diamante. Los resultados se pueden ver en la exposición.
Después del examen médico llegaba el momento de la inspección legal. Ésta podía tener lugar en la Hearing Room. Aquellos inmigrantes que daban lugar a dudas eran escuchados en esta sala por un cuerpo especial de inspectores que tenían la penúltima palabra, pues la última estaba basada en una apelación especial al Gerente de Ellis Island, quien se decantaba por la exclusión o la bienvenida.
Otra de las exigencias para asegurar la entrada en el país era el uso de Textos literales en el idioma de origen de aquel que quería entrar en el país. Hay unos cuantos ejemplos de estos textos, obligatorios desde 1917 y que los activistas anti-inmigración estuvieron promoviendo casi desde el principio. Los inmigrantes debían leerlos con normalidad para evidenciar su nivel.
Y como en muchos casos el tiempo se hacía eterno, en las instalaciones de la isla de Ellis es frecuente encontrar grafitis de aquellos aburridos por la espera para ser atendidos en las inspecciones (éste de aquí al lado, procedente de la sala de espera para la Hearing Room). Los inmigrantes tenían que pasar horas en la Isla de Ellis… o días y semanas en caso de hospitalización, duda legal o si eras una pobre mujer sin marido o compañero. Y por eso se pusieron en marcha negocios varios en la isla, como el de cambio de moneda (aquí abajo, algunos ejemplos de los billetes de la época; el negocio se anunciaba en inglés,italiano, polaco, sueco…), el de restauración (por un dólar te llevabas una caja grande con roast beef, jamón, sandwiches de queso, sardinas, pasteles, naranjas, manzanas…), el de búsqueda de transporte… La caja registradora del servicio de restauración se expone en una vitrina.
El futuro era, pues, de aquellos que habían pasado por todas las inspecciones y pruebas, habían sido ayudados médica y legalmente, habían sido escuchados gracias a intérpretes de los muchos con los que Ellis Island contaba. Y la vida se abría camino.
Y ahora se exponen en la Isla de Ellis muchos de los recuerdos que dejaron aquellas gentes, recuerdos donados o cedidos por sus familiares y que se exponen de una forma realmente emocionante en las salas del museo.
Es como un museo antropológico centrado en las gentes de todo el mundo que a finales del XIX y principios del XX pasaron por Ellis Island, un homenaje a todos ellos, con vitrinas dedicadas a la vida religiosa, a la vida rural, a las historias particulares de familias enteras, de inmigrantes famosos, de gentes de hace un siglo que levantaron la América actual.
Ellis Island se convirtió en el papel muy rápido en el Museo de la Inmigración, pero la realidad se quedó en stand by más de treinta años, en los que los edificios de la isla estuvieron a punto de desaparecer. La antigua Isla de las Gaviotas de los indios nativos, más tarde Isla de Little Oyster cuando la compraron los holandeses y finalmente Isla de Ellis cuando en 1774 fue comprada por Samuel Ellis se venía abajo.
Pero 1990 se limpió y restauró todo el complejo, el edificio neorrenacentista, los mosaicos, las cúpulas de cobre y se creó uno de los museos más fascinantes que hay en Nueva York, museográficamente espléndido, con voces y narraciones de los protagonistas, con acertadas reproducciones de los escenarios, con objetos de la época, todo ello realizado con cariño y orgullo para una población que en gran medida procede de aquellos que pasaron por estas instalaciones.