16 de julio de 2007

El Palmeral de Elche

Cuando se habla del Palmeral de Elche se suele pensar en un espacio acotado donde las palmeras conforman una especie de parque público donde pasear. Algo de eso hay. Pero poco.

El Palmeral de Elche es un espectacular paisaje cultural. En realidad, el palmeral ocupa prácticamente todo el término municipal ilicitano, si bien reducido a los parques públicos, huertos privados y otros lugares emblemáticos.

En la larga historia del palmeral tienen cabida los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos y, por supuesto, los árabes. La existencia de tantas palmeras concentradas en una extensión tan amplia se debe a la interacción de todas estas civilizaciones. La Palmera (Phoenix dactilifera) fue posiblemente introducida por los fenicios, los cartagineses o los griegos en la península ibérica como fuente de alimento para las futuras visitas que estos pueblos hiciesen con motivos comerciales a nuestras costas. Las poblaciones autóctonas se aprovecharon así mismo de ellas, gestionándolas de una forma que prácticamente ha pervivido hasta la actualidad.

Precisamente, se han hallado algunos restos de vajillas íberas en el cercano yacimiento de L'Alcudia en las que entre los entramados y figuras características de estos pueblos aparecen expresamente dibujadas palmeras datileras como las que pueblan Elche. Los romanos supieron ver los beneficios de éste cultivo y lo desarrollaron aún más, pero fueron los árabes quienes dieron el espaldarazo definitivo al cultivo y asentamiento de la palmera en Elche.

Aplicando las prácticas agrícolas características de zonas desérticas (y tratando a su vez de recuperar de alguna manera el paisaje de sus orígenes africanos), los almohades (o los almorávides, ahora no lo tengo claro) trataron el terreno como si de un oasis se tratara transformando los campos de palmeras en cultivos en los que éstas crecían a los lados de superficies cuadradas en cuyo interior crecían otros cultivos (granados, algarrobos...). Para regar estos huertos (horts, en valenciano) se practicaron acequias que traían el agua desde los ríos cercanos y fomentaban el crecimiento de las palmeras y el resto de cultivos.

Los cristianos continuaron con estas prácticas hasta la actualidad, si bien durante los siglos XIX y XX muchas de los horts de palmeras estuvieron en peligro de desaparecer por la urbanización de Elche. Uno de aquellos horts, quizá el más famoso, es el Huerto del Cura, llamado así en homenaje a uno de sus primeros propietarios, el Cura Castaño.

El Huerto del Cura, hoy en día, es un espectacular jardín botánico en el que multitud de especies de palmera, pero también de cactáceas, cycadáceas, yuccas o ficus se reparten de forma equilibrada, formando un paisaje asombroso. Muchas de sus palmeras están dedicadas a personajes que se han destacado en pro de Elche.

En su interior se conserva la palmera más espectacular del Palmeral de Elche: la Palmera Imperial. El Cura Castaño se significó por la defensa de este Hort ante la especulación urbanística del XIX.

Ante el cuidado con el que detentaba su huerto y jardín, numerosas personalidades se acercaban a visitarlo, quedando asombradas ante la visión de la Palmera Imperial, una palmera datilera que conservaba sus hijuelos, sus 7 hijuelos vegetativos de 2 toneladas cada uno, una excepcionalidad que supo valorar en visita privada la Emperatriz Elisabeth de Austria (si, Sissi) en 1894 y a quien Castaño dedicó su fenomenal árbol. Esta palmera, de 170 años de antiguedad requiere de algunas ayudas que impidan venirse abajo a la palmera original o a alguno de sus hijuelos y es el reclamo más importante del Huerto del Cura.

En realidad, todo Elche está plagado de Palmeras. El Museo del Palmeral, en un Hort antíguo recuperado para tal fin, el Hort de San Plácido, es una delicia, con información muy justa pero bien estructurada y divulgativa. Todo sobre el uso de la Palmera, su historia, la gestión pasada y actual están en este bello museo ilicitano sobre una especie que es símbolo de la ciudad: la palmera datilera.

La Palmera datilera (Phoenix dactilifera) es una palmera dioica de la familia de las Araceas, de tronco único o ramificado en su base y que alcanza los 20 metros de altura. Su tronco (llamado "estipe") no es de madera como tal, sino que está compuesto por los restos de las hojas viejas que se entrelazan formando una estructura rígida que puede crecer a lo alto pero no a lo ancho.

La savia de las palmeras no circula por la periferia del tronco sino por su médula, lo que las hace resistentes al fuego, siendo capaces de rebrotar de sus cenizas, de ahí el posible origen de su nombre científico procedente del griego "Phoenix".

Sus hojas son pinnadas, de 6 a 7 m de longitud, con folíolos de unos 45 cm de longitud, de color verde glauco. Sólo las palmeras hembras producen dátiles, son los machos los encargados de polinizar a las hembras bien a través del viento, bien de forma manual (procedimiento conocido en Elche como entaconado). Frutos oblongo-ovoides, de 3 a 9 cm de longitud, de color naranja, con pulpa carnosa y dulce: los dátiles, alimento fundamental en el norte de África y en los países árabes en general.

Los dátiles son el principal beneficio que obtiene el hombre de la gestión de la palmera datilera. Pero en Elche también se aprovechan las hojas para hacer palmas blancas. Se trata de atar las hojas de las palmeras con otras hojas antiguas de forma que las del centro queden vivas pero imposibilitadas para realizar la fotosíntesis. Tiempo después, estas hojas de palmera albinas y flexibles son tratadas en húmedo por artesanas locales dando lugar a preciosos entrelazados con formas sorprendentes, así como a las habituales palmas blancas de las celebraciones cristianas.

En Elche existe la mayor concentración de palmeras de toda Europa, entre 200.000 y 300.000 ejemplares de Phoenix dactilifera. Su paisaje está permanentemente salpicado de palmeras. Su singularidad y su belleza paisajística le hizo merecedor en Noviembre de 2000 de la distinción de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Aunque se esté avisado de todo ello, este paisaje cultural sorprende.